Stalin, aliado de Hitler, por fin, lo ha asesinado. Pero todo su siniestro aparato de represión al servicio del imperialismo, no podrá destruir la revolución que él encarnaba, ni el grito de condenación de los trabajadores del mundo que acompañará en la historia su tenebrosa figura de traidor y verdugo
Camaradas trabajadores
Una vez más la mano alevosa de Stalin se levantó, esta vez con buen éxito, para acallar la inflexible voz revolucionaria de León Trotsky. El estrangulador de la revolución de Octubre tenía necesidad, para terminar su obra, de eliminar al último que la representaba. Por eso, al mismo tiempo que estrecha la mano del sangriento dictador nazi, ha armado el brazo mercenario que acaba de descargar el golpe que quedará en la historia como un ejemplo clásico de repugnante cobardía. Stalin, ejecutando órdenes de sus aliados, Mussolini e Hitler, ha querido aplastar la revolución socialista en la persona de León Trotsky. No le bastaba haber destruido, hasta donde le fue posible sin que peligrara su propia estabilidad, todas las conquistas logradas en la U.R.S.S. durante los días gloriosos de Lenin; haber sometido al proletariado ruso a un brutal régimen totalitario donde sólo hay libertad para loar su figura; haber fusilado en grotescos procesos, o sin ellos, a todos los grandes jefes revolucionarios que completaban aquel elenco de luchadores que echaron las bases del primer estado obrero triunfante que se estableció en la tierra; haber destruido la revolución china y traicionado la alemana; haber entrado en alianzas espúreas con los países imperialistas; haber aplastado la revolución española y asesinado sus líderes; haber, en fin, mojonado la ruta histórica del proletariado con la más aterradora sucesión de tremendas derrotas.
Ahora, para cerrar con broche de oro su nefasta trayectoria de delincuencia y felonía, José Stalin acaba de ejecutar el crimen por tanto tiempo acariciado en su deforme bestialidad de ser inferior y obtuso. León Trotsky ha sido vilmente ultimado en su puesto de combate, cuando proseguía con tesón sin igual su lucha por la emancipación de la clase obrera, por el socialismo. El brazo pago de un agente descargó sobre su cerebro el golpe traicionero que es todo un símbolo de lo que se buscaba destruir en su gigantesca personalidad revolucionaria. Stalin lo ha asesinado después de la más larga campaña de persecución, difamación y calumnia que se haya emprendido contra hombre alguno. Stalin, por fin, lo ha asesinado. Pero todo su siniestro aparato de represión, puesto al servicio del imperialismo, no podrá destruir la revolución que Trotsky encarnaba, no podrá acallar jamás el grito de condenación de los trabajadores del mundo que acompañará en la historia su tenebrosa figura de traidor y verdugo.
¡León Trotsky ha muerto, camaradas! Ha caído como caen los que luchan, como caen los héroes del proletariado, rindiendo su vida por una humanidad mejor. Ha caído en horas aciagas del mundo, cuando más necesaria era su palabra orientadora y su presencia indiscutido del proletariado revolucionario de todos los países. ¡León Trotsky ha muerto, camaradas! Que la congoja varonil que anuda nuestra garganta y cierre nuestros puños nos lleve a tomar la firme decisión de compenetrarnos aún más de sus excepcionales virtudes y de vengarlo recogiendo aquello que había en Trotsky que no podrán destruir jamás los que tan ignominiosamente lo asesinaron: sus ideas de fiel continuador de Marx, Engels y Lenin que, junto con las de éstos, conducirán la futura revolución proletaria mundial. ¡León Trotsky ya no está con nosotros! Recojamos las útiles palabras que se le atribuyen y levantémoslas como bandera junto a su imperecedera figura de hombre, de líder y de revolucionario:
“¡Estoy convencido del triunfo de la Cuarta Internacional! ¡Adelante!”
Grupo Obrero Revolucionario (4ª. Internacional)
Buenos Aires, agosto de 1940 |
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