19 y 20 de diciembre de 2001, a 19 años de la revolución argentina:
La clase obrera y el pueblo hizo tambalear a los de arriba. Se peleaba por echar a los políticos patronales, el FMI, jueces y burócratas sindicales. Castro y los bolivarianos los salvaron... y hoy siguen todos
LA TAREA DEL 2001 SIGUE PENDIENTE:
¡QUE SE VAYAN TODOS, QUE NO QUEDE NI UNO SOLO!
“Publicamos a continuación un extracto del trabajo “2001: estallido de la revolución”, que concentra las lecciones revolucionarias de los combates de 2001, con artículos escritos al calor de la revolución misma”.
Diciembre de 2002: Un balance a un año de iniciada la revolución
Febrero de 2003
¿Adónde va Argentina?
En diciembre de 2001, las masas en Argentina irrumpían en una acción histórica independiente tirando al gobierno asesino y antiobrero de la Alianza y abrían una crisis descomunal en el régimen del Pacto de Olivos y de la reaccionaria Constitución de 1853 y su versión reformada de 1994. Se iniciaba así, en Argentina, la segunda gran revolución del siglo XXI, después de la que habían comenzado en septiembre de 2000 la heroica clase obrera y el pueblo palestino.
A un año de las jornadas revolucionarias del 13, 19 y 20 de diciembre que abrieron la revolución, es necesario hacer un primer balance, y definir el momento actual en que ésta se encuentra, abordándolos desde la tarea histórica que le ha planteado a la clase obrera argentina la revolución que ha iniciado: el problema del poder. Como dice Trotsky, “La lucha de clases llevada hasta sus últimas consecuencias es la lucha por el poder. La característica de toda revolución consiste en llevar la lucha de clases hasta sus últimas consecuencias. La revolución no es más que la lucha directa por el poder”. (Historia de la revolución Rusa). Es desde este ángulo que abordaremos este balance.
Es claro que no fue por falta de disposición a la lucha, ni de energía, ni de atraso de la conciencia de las masas que el proletariado argentino no ha podido avanzar en completar su misión histórica, sino por la crisis de dirección revolucionaria que, bajo las condiciones de enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución en Argentina, no ha hecho más que ponerse al rojo vivo.
Visto desde hoy, podríamos decir que, en este año que ha pasado, la revolución argentina ha pasado por tres momentos: su inicio con las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001; la encrucijada a la que la llevaron el accionar de las direcciones reformistas y los golpes selectivos de la contrarrevolución y, dentro de la misma, el momento actual, donde el gobierno y el régimen han logrado, con la colaboración del reformismo, sacar por el momento al proletariado y las masas de la escena, interrumpir provisoriamente la fase de guerra civil que habían abierto las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001, abriendo una situación intermedia en la revolución argentina.
Porque a fines de 2002, en el mismo momento que el gobierno y el régimen lograban, con el control del reformismo, sacar a las masas de la escena, la situación mundial no hace más que polarizarse y tensarse al extremo: el imperialismo yanqui no logra aún atacar decisivamente a Irak, y se profundizan las brechas y disputas interimperialistas con las potencias europeas que son sus competidoras, fundamentalmente con Francia y Alemania. Por ello, esta situación intermedia de la revolución argentina se definirá fundamentalmente en el terreno de la lucha de clases mundial: si los carniceros yanquis logran aplastar a Irak rápidamente –tal cual es su intención, con un plan de ataque fulminante que descargaría 800 misiles en 48 horas sobre Bagdad-, indudablemente en Argentina se fortalecería la burguesía para pasar a un contraataque decisivo de la contrarrevolución. Si las brechas entre las potencias imperialistas permanecen abiertas y se profundizan, veremos actuar con todo a las direcciones reformistas –a nivel mundial, y en Argentina- para impedir que por esas brechas abiertas pueda colarse la irrupción de las masas. Si el imperialismo yanqui no puede atacar, o bien si por las divisiones en las alturas comienza a irrumpir la lucha de la clase obrera y los explotados en Medio Oriente y sobre todo, al interior mismo de las potencias imperialistas, serán las mejores condiciones para que el proletariado y las masas en Argentina puedan superar el chaleco de las direcciones reformistas, y para que vuelvan a irrumpir en el centro de la escena, definiendo a su favor esta situación intermedia.
Es necesario, entonces, abordar este balance de un año transcurrido de la revolución argentina para sacar conclusiones de los combates dados por la clase obrera y las masas explotadas, para marcar a fuego las traiciones de las direcciones reformistas y las puñaladas por la espalda que le han propinado a la revolución argentina, para marcarle con claridad a las heroicas masas argentinas quiénes son sus alisados y quiénes sus enemigos, y para, alrededor de estas lecciones revolucionarias, reagrupar a los obreros avanzados y a los mejores hijos de la revolución para poner en pie el partido revolucionario, leninista-trotskista e internacionalista que la clase obrera argentina necesita para sacar a la revolución argentina de la encrucijada a la que la han llevado las direcciones reformistas, y poder avanzar en cumplir su tarea histórica: organizar una insurrección triunfante y hacerse del poder.
Diciembre de 2001: Acciones independientes de las masas en las jornadas revolucionarias, dan inicio a la revolución argentina
La revolución argentina es hija de la tercer ronda de la crisis económica mundial que se iniciara en 1997. Esta tercer ronda –a diferencia de las anteriores, que habían golpeado a Japón y al sudeste asiático, y luego a Rusia y a Brasil- impactó de lleno al interior de los Estados Unidos, la principal potencia imperialista, y a Argentina y Turquía.
A partir de entonces, nada seguiría siendo como antes, en primer lugar para los Estados Unidos, Turquía y Argentina, pero tampoco para el resto del planeta. Es que la crisis penetró en el corazón de la potencia imperialista dominante evaporando casi 8 billones de dólares de la Bolsa de Wall Street y dejando al desnudo los balances fraguados de las decenas de compañías norteamericanas, demostrando que el ciclo de crecimiento de la economía norteamericana había sido sostenido de manera ficticia, directamente falsificando los balances de la mayoría de las empresas imperialistas que cotizaban en bolsa.
En particular a la Argentina, un país semicolonial, el impacto de la tercer ronda de la crisis económica mundial a comienzos del 2001, le significó transformarse en el eslabón más débil de la cadena del dominio del imperialismo yanqui en Latinoamérica: quedó completamente dislocada de la división mundial del trabajo, estalló el modo de acumulación basado en el endeudamiento y el saqueo de la nación por parte de las potencias imperialistas que se había impuesto a sangre y fuego a partir del golpe militar genocida y proimperialista de 1976, y provocó una monumental crisis y agotamiento del régimen infame de los partidos patronales basado en la Constitución de 1853 y su reforma de 1994. Fue por las enormes brechas que esta crisis abriera en las alturas que irrumpieron la clase obrera y los explotados en acciones históricas independientes y abrieron la revolución.
El paro general del 13 de diciembre abre las jornadas revolucionarias desatadas por la espontaneidad de las masas que, con sus acciones históricas independientes,
derrocaron a De la Rúa
Ante el feroz golpe de la crisis, que en Argentina se transformó en un verdadero crac, el gobierno de De la Rúa y Cavallo y los partidos patronales del régimen del Pacto de Olivos, en un intento de salvar el modo de acumulación agónico y la convertibilidad, y evitar el default y la caída de los bancos, lanzaron a principios de diciembre de 2001 un feroz ataque contra las masas y en particular contra las clases medias, con la expropiación masiva de todos sus ahorros. Este ataque a las clases medias –la base social del régimen y del gobierno- no era más que la expresión del fracaso de la burguesía en sacarle al proletariado la tajada de plusvalía que habrían necesitado para impedir el estallido del modo de acumulación del capitalismo semicolonial argentino, a causa de la enorme energía y combatividad del proletariado que con seis paros generales políticos en los dos años de gobierno de De la Rúa, y otros tantos contra el gobierno de Menem, con heroicos levantamientos locales de los trabajadores desocupados como en Cutral Có, Jujuy, Tartagal y Mosconi, se lo impidieron.
Ante la creciente efervescencia de los trabajadores y el pueblo frente a semejante ataque burgués, la burocracia sindical de ambas CGT y de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) convocaron a un paro de 24 horas, pasivo, sin movilización, para el 13 de diciembre, para tratar de descomprimir la situación, y para ponerlo al servicio de la patronal del llamado “Frente productivo” que quería utilizar la lucha de la clase obrera para presionar a De la Rúa para que aplique un plan devaluacionista. La burocracia sindical creyó que podían repetir con éxito lo que había hecho con los seis paros generales anteriores contra el gobierno de De la Rúa: expropiar la lucha de los trabajadores y ponerlos a los pies de la patronal del Frente Productivo. Pero se equivocaron estrepitosamente. La enorme espontaneidad de las masas demostró ser un millón de veces más astuta que las maniobras de la burguesía y de sus agentes pagos de la burocracia sindical: el 13 de diciembre, la clase obrera sale masivamente con un verdadero paro general político, ampliamente seguido por las clases medias arruinadas, los comerciantes, los trabajadores desocupados, rebasando a la propia burocracia sindical y transformándolo en una verdadera jornada de lucha activa, con piquetes, movilizaciones y cortes de ruta en todo el país, con piquetes atacando los bancos y con enfrentamientos en las calles con la policía en varias ciudades del interior1.
Llejos de descomprimir la situación, lejos de poder ser utilizado por la patronal devaluacionista para presionar a De la Rúa, con el paro general del 13 de diciembre, por entre las enormes brechas y divisiones abiertas en la burguesía, comenzaba la irrupción independiente de las masas. Esta verdadera huelga general política fue el primer peldaño de la revolución, que terminaría de abrirse con las jornadas revolucionarias que le sucedieron, en las que fueron entrando a la lucha todos los sectores de la clase obrera, las masas explotadas y la clase media empobrecida, conquistando en las calles la alianza obrera y popular.
El 19 de diciembre, mientras las masas hambrientas, por decenas de miles y con un certero instinto de clase, fueron a buscar el alimento para sus familias asaltando los grandes supermercados, y la policía comenzaba la represión, los políticos de la Alianza y el Partido Justicialista (PJ), se reunían con la burocracia sindical de las dos CGTs, junto a la patronal del "Frente Productivo” y la Iglesia en la sede de Cáritas para realizar sus últimos intentos de sostener al gobierno de De la Rúa.
Pero la suerte del gobierno de la Alianza estaba echada. Porque a diferencia de otras oportunidades, las clases medias dejaron de sostener al gobierno del que habían sido su principal base social: ahora éstas, después del ataque del gobierno a sus ahorros, entraron en escena por las grietas abiertas por el movimiento obrero. Así, la clase media respondió al "estado de sitio" decretado por De la Rúa con una masiva movilización nocturna a la Plaza de Mayo, era el "cacerolazo" que al grito de guerra de "que se vayan todos y no quede ni uno solo" soldaba la alianza obrera y popular en las calles, terminó de quitarle base social al gobierno y al régimen e inclinó la balanza decididamente a favor de los trabajadores.
Sin embargo, esto no sería suficiente. Haría falta una enorme jornada revolucionaria complementaria, la del 20 de diciembre -la más revolucionaria de todas- con la juventud trabajadora haciendo barricadas en las calles y enfrentándose a la policía durante todo un día en la batalla de Plaza de Mayo con más de 30 mártires obreros que cayeron asesinados por la represión, para que las masas lograran vencer la resistencia de los explotadores, y derrocar al gobierno de la Alianza, los monopolios y el FMI.
Así, la enorme espontaneidad desatada por la clase obrera y los sectores más explotados en las jornadas revolucionaria, desbordando a la burocracia sindical de las tres centrales sindicales, a la dirección stalinista del movimiento de desocupados, y a los propios partidos de izquierda, logró en unos pocos días mucho más que todas las luchas de presión dirigidas por esas viejas direcciones, que siempre utilizaron la fuerza y la energía de los explotados para terminar negociando y pactando con los explotadores. Se iniciaba así en Argentina la segunda gran revolución del siglo XXI después de su hermana, la revolución palestina.
Cuando comenzó la revolución, Moyano, el dirigente de la CGT “disidente” estaba reunido con De la Rúa, la patronal y la Iglesia discutiendo como sostener al gobierno. Al momento de los inicios de los saqueos masivos a los supermercados, De Gennaro y la CTA se encontraban juntando firmas para un petitorio "contra la pobreza". La dirección “piquetera” de D'Elía (FTV-CTA) y Alderete (Corriente Clasista y Combativa), que venían de llevar a la vía muerta a las dos grandes asambleas piqueteras y de pactar con el gobierno ser los administradores de las limosnas de los "planes trabajar", aparecían lloriqueando por TV, condenando los saqueos como vulgares reaccionarios atemorizados. Tampoco las fuerzas que hoy componen el Bloque Piquetero, ni la izquierda del régimen como el Partido Obrero (PO), el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), el Movimiento al Socialismo (MAS) y el Partido de Trabajadores por el Socialismo (PTS) que venían preparándose para intervenir en las elecciones, tuvieron nada que ver con el 19 y el 20 de diciembre.
La acción histórica independiente de masas derrocando al gobierno de De la Rúa y dislocando al régimen burgués, abrió una descomunal crisis revolucionaria en las alturas
Con su irrupción revolucionaria, tirando al gobierno, las masas dejaron completamente dislocado al régimen burgués y abrieron una descomunal crisis revolucionaria, en la que ninguna fracción burguesa podía imponer una solución. En un lapso de diez días –desde la caída de De la Rúa hasta la asunción de Duhalde- la Argentina tuvo cinco presidentes. Esta descomunal crisis revolucionaria en las alturas y el dislocamiento del régimen burgués se expresó en que no hay una sola de las instituciones del régimen que no sea odiada profundamente por los trabajadores y el pueblo. Los jueces de la Corte Suprema huían por los sótanos del palacio de Tribunales; la Asamblea Legislativa, compuesta por ambas cámaras del Congreso, pudo usurpar la lucha de las masas y consagrar como presidente primero a Rodríguez Saá y luego a Duhalde, solo porque sesionó rodeada por miles de policías armados hasta los dientes, y utilizando a grupos de matones organizados por la misma policía y los dirigentes del PJ. Ni uno sólo de los políticos burgueses se atrevía a caminar libremente por la calles por temor al odio obrero y popular a todos los partidos de este régimen infame.
La ciudadela del poder quedó cercada, con la burguesía dividida en distintas fracciones, con todas las instituciones del Estado sin legitimidad y odiadas por las masas habiendo perdido el control sobre ellas: se abría una descomunal crisis revolucionaria, un vacío de poder. El gobierno de De la Rúa investido con los poderes bonapartistas otorgados por la archirreaccionaria Constitución de 1853, había caído por acción revolucionaria de las masas. Las masas adquirían la conciencia de que a los gobiernos los ponen ellas con el voto y los tiran ellas con su lucha revolucionaria en las calles, y entraban así a la revolución siguiendo el camino que habían marcado en 1997 la clase obrera y los campesinos ecuatorianos con la huelga general política que derribó a Bucaram. Una enorme crisis del régimen y del estado acompañaba la caída del odiado gobierno de De la Rúa.
“¡Que se vayan todos y no quede ni uno solo” era el grito sentido de los trabajadores y el pueblo, expresando no sólo el odio hacia el derrocado gobierno de la Alianza, sino al conjunto de las instituciones del régimen de partidos, incluida a la aborrecida burocracia sindical, como se expresaba en los gritos que resonaba en las calles y en las plazas: “A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT”, “Se va a acabar, la burocracia sindical”. Las masas entraban a la revolución identificando con claridad al enemigo, expresando en su enorme espontaneidad desatada los jalones avanzados de conciencia que habían conquistado en los períodos previos y al calor mismo de las jornadas revolucionarias. En esta enorme espontaneidad y las acciones independientes de masas con las que dejaron cercada la ciudadela del poder, en los jalones de conciencia que éstas expresaban, estaba dado todo lo de maduro que tenía la revolución que comenzaba.
Toda su inmadurez estuvo dada por la crisis de dirección revolucionaria, es decir, porque las direcciones contrarrevolucionarias, y la izquierda reformista y oportunista, habían liquidado uno a uno los procesos de radicalización que habían surgido en el período pre-revolucionario, durante los años 2000 y 2001. Estas direcciones dividieron al movimiento revolucionario de los desocupados, y lo encerraron en una estrategia reformista de presión sobre el régimen; impidieron el surgimiento de organismos de las masas en lucha que enfrentaban al gobierno de De la Rúa y a la burocracia sindical, y disolvieron los que éstas, pese y contra ellos, habían comenzado a poner en pie, como fueron la I y la II Asamblea nacional piquetera de 2001. Después de haber liquidado estos procesos de radicalización, cuando, en las elecciones de octubre de 2001, la altísima abstención y el llamado “voto bronca” anticipaba el enorme odio de las masas contra el régimen infame, todos los partidos de la izquierda del régimen presentaron sus candidatos a las mismas y contribuyeron a sostener al gobierno de De la Rúa y al régimen.
Así, en diciembre, millones irrumpen a la lucha política de masas y al combate callejero, pero sin haber podido lograr la centralidad de los procesos de radicalización en período previo, donde la clase obrera y las masas habían puesto jalones de un programa obrero y de derrota a la burocracia sindical.
Bajo estas condiciones, la espontaneidad de las masas dio todo de sí: derrocó a De la Rúa, dejó cercada la ciudadela del poder, y en el grito de “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, se mostraba el enorme odio al régimen y su disposición a la lucha para terminar de barrerlo. Pero, a causa de que las direcciones contrarrevolucionarias y oportunistas habían liquidado, en el período previo, los procesos de radicalización, no pudieron estar a la cabeza de las jornadas de diciembre los heroicos piqueteros del Norte de Salta, los obreros de la industria del pescado de Mar del Plata que habían atacado la propiedad de los patrones y echado a patadas a la burocracia sindical, los piqueteros que habían echado a Moyano a pedradas de la I Asamblea piquetera. Allí se concentra toda la traición de las direcciones en el período previo: si a la I y a la II Asamblea piquetera las hubiera dirigido la verdadera vanguardia obrera revolucionaria, las jornadas de diciembre de 2001 habrían tenido una dirección reconocida por las masas en lucha.
Cómo se cerró la crisis revolucionaria
Frente a la crisis revolucionaria y al vacío de poder, con las masas movilizadas en las calles y con la ciudadela del poder cercada, se profundizaba la disputa entre las distintas fracciones de la burguesía, que se dividían alrededor de cómo cerrar la crisis en las alturas, cómo frenar a las masas, y cómo empezar a buscar a una salida al agotamiento del modo de acumulación y al dislocamiento de la Argentina de la división mundial del trabajo.
Tres fracciones burguesas entraban en pugna: un sector propiciando un plan de reactivación del mercado interno, con la declaración del default, la emisión de moneda, acompañando esto con demagogia populista para tratar de sacar a las masas de la calle. Un segundo sector, encabezado por la representante de los monopolios imperialistas instalados en Argentina, Lilita Carrió, que planteaba que la única manera de frenar a las masas era con elecciones generales a todos los cargos e inclusive una Asamblea Constituyente, para así asegurarles, con “seguridad jurídica” y “lucha contra la corrupción”, a los monopolios imperialistas un “capitalismo serio”, esto es, que pudieran seguir saqueando a la nación sin tener que pagar millones de dólares en coimas y comisiones a los funcionarios del régimen. El tercer sector, encabezado por la patronal del llamado Frente productivo, exportadora, impulsaba un plan devaluacionista, y un plan de salvataje del régimen en crisis alrededor del PJ.
En un primer momento, la burguesía, aterrorizada y en desbandada, aceptó la designación de Rodríguez Sáa, un intento semi-nacionalista burgués que expresaba a las burguesías del interior y mercadointernista, que asumió con demagogia populista, prometiendo a todo el mundo lo que quería escuchar, diciendo que no iba a pagar la deuda externa (al tiempo que en la semana que duró su gobierno pagaba 400 millones de dólares al banco mundial). Inmediatamente, la burocracia sindical en todas sus alas, las direcciones del movimiento piquetero, e inclusive los organismos de derechos humanos corrieron a rodear y a sostener a este gobierno.
Pero los trabajadores y el pueblo seguían en las calles, y en el curso de la semana, se cernía sobre la burguesía el peligro de un agudizamiento del embate de masas, como lo indicó, entre otras acciones, el nuevo y masivo cacerolazo del 28 de diciembre.
Ante este peligro, la fracción de la burguesía exportadora, junto con el PJ de la provincia de Buenos Aires, el alfonsinismo, y la burocracia sindical, preparó un verdadero golpe palaciego, que desalojó a Rodríguez Sáa, volvió a convocar a la Asamblea Legislativa e impuso a Duhalde. Esta fracción de la burguesía logró reagrupar a un polo burgués, y disciplinar a las demás fracciones y a toda la burocracia sindical, detrás de un plan de salvataje del régimen infame alrededor del PJ, y de un plan coherente ante el agotamiento del modo de acumulación basado en el endeudamiento: el de descargar la crisis sobre los trabajadores y el pueblo, devaluar, y conquistar mano de obra baratísima para poder reinsertar a Argentina en la división mundial del trabajo como país exportador. Pero lo hicieron, y tal cual lo dijera entonces Roggero –jefe de la bancada del PJ en la cámara de diputados- al precio de “quemar todas las naves”: esto es, eran conscientes de que el gobierno de Duhalde era el último intento posible para mantener los restos del régimen de partidos del Pacto de Olivos, el mismo contra el que se habían levantado las masas en las jornadas de diciembre, abriendo la revolución.
Así, con la entronización de Duhalde, se cierra la crisis revolucionaria, pero queda un régimen totalmente dislocado, encabezado por un gobierno semikerenskista ultradébil, en medio de una revolución que sigue abierta y con las masas en las calles. Este debilísimo régimen de transición tenía enfrente enormes tareas: sacar a las masas de la calle, salvar al régimen, y volver a ubicar a Argentina en la división mundial del trabajo.
En medio de la crisis revolucionaria, lo que estaba planteado era luchar por que el embate de masas no se detuviera, que éstas terminaran de barrer al régimen con su lucha en las calles, que terminaran de derrotar a la burocracia sindical traidora, convocando inmediatamente, contra la asamblea legislativa expropiadora de la lucha del pueblo, un congreso nacional de delegados de todos los sectores en lucha, para terminar lo que se había comenzado, demoliendo al régimen e instaurando un régimen de doble poder. Sin embargo, mientras la burocracia sindical en todas sus alas -odiada por las masas puesto que la CGT de Moyano y el CTA habían sido las centrales oficialistas del gobierno de la Alianza-, quedaba descalabrada, e incluso comenzaban a dividirse, como el CTA, las corrientes de la izquierda del régimen fueron incapaces de levantar un política obrera independiente: se subordinaron a las distintas fracciones burguesas en pugna. Unas, como la CCC y el PO, corriendo a besarle la mano al efímero intento semi-nacionalista de Rodríguez Sáa; otros, como Zamora, el MST y el PC, pregonando la salida de elecciones generales e inclusive una Asamblea Constituyente, tras el ala de la Carrió.
Los golpes de la crisis económica mundial sobre los Estados Unidos y Argentina, y el inicio de la revolución, imponen el agotamiento definitivo del régimen de partidos de la Constitución de 1853, y provocan una crisis descomunal del estado semicolonial argentino.
Una alternativa de hierro: revolución obrera triunfante o protectorado yanqui
Bajo los golpes de la crisis económica mundial, que en su tercera ronda impactó al interior mismo de los Estados Unidos y dislocó a la Argentina de la división mundial del trabajo, se agotó el modo de acumulación del capitalismo semi-colonial argentino, y con él, se agotó también el régimen bonapartista de partidos basado en la Constitución de 1853 y su reforma de 1994.
El modo de acumulación basado en el endeudamiento funcionó durante 25 años bajo dos regímenes. Se impuso a sangre y fuego a partir de 1976, bajo la feroz dictadura de Videla, esto es, bajo el régimen del partido militar, que terminó cayendo, al calor de la crisis de la deuda externa que sacudió a América Latina a principios de los ’80, como producto de la derrota nacional a manos del imperialismo en la guerra de Malvinas. Esta derrota nacional significó que la nación quedara atada dobles cadenas a la nación al imperialismo y permitió la instauración del régimen bonapartista de partidos basado en la Constitución de 1853 que expropió así la lucha de las masas contra la dictadura y contra el imperialismo.
El fin de ciclo de crecimiento de la economía yanqui y el golpe de la crisis a su interior, hizo que el régimen chocara contra las rocas submarinas de la crisis financiera, y por las brechas abiertas en las alturas irrumpieron las masas abriendo una revolución que se inició y se expresó como una verdadera guerra civil contra este régimen de partidos odiados, contra todas sus instituciones, incluida la burocracia sindical en todas sus alas que fue su sostén durante 20 años a través de los sindicatos estatizados, dejando completamente dislocado al régimen y al estado sin instituciones legitimadas y prestigiadas ante las masas.
En 2001, las nuevas condiciones creadas por el golpe de la crisis al interior de la principal potencia dominante, los Estados Unidos, y por la emergencia de la revolución, el dislocamiento de la Argentina de la división mundial del trabajo, han abierto una profunda crisis del estado semicolonial argentino. Esto significa que ya nada podrá ser como antes, que la ofensiva imperialista cuestiona inclusive el carácter semicolonial de Argentina –y el de todos los países de América Latina. Esto ha puesto a la orden del día el pronóstico que el marxismo revolucionario plantea a escala histórica: comunismo o fascismo. Esto es, o la revolución medio ciega, medio sorda y medio muda que ha comenzado, avanza hacia una revolución obrera triunfante que libere a la nación del imperialismo y expropie a los capitalistas; o el destino será la transformación de la Argentina en una colonia, o en un protectorado directo, inclusive ocupado militarmente por el imperialismo yanqui, como lo ha hecho con Kosovo, Afganistán, y se prepara para hacerlo con Irak.
Las ondas expansivas de la revolución argentina
La revolución argentina, como toda gran revolución, provocó ondas expansivas que comenzaron a golpear inmediatamente sobre América Latina, y sobre el mundo. En primer lugar, éstas golpearon al interior de una metrópolis imperialista, España, una de las grandes beneficiarias del saqueo de la nación a través de las privatizaciones. El precio de las acciones de Telefónica, de Repsol, se derrumbaba en la bolsa de Madrid, dejando al desnudo que el "milagro económico” de ese país imperialista no era más que un corto ciclo de crecimiento y de “plata dulce” basado en las enormes superganancias obtenidas por sus monopolios en el saqueo de Argentina y de América Latina. A pocos meses de iniciada la revolución en Argentina, Aznar se veía obligado a pasar al ataque contra la clase obrera española, recibiendo como respuesta la gran huelga general del 20 de junio.
Las ondas expansivas de la revolución argentina golpearon inmediatamente también en Brasil, provocando una enorme simpatía de la clase obrera y el pueblo brasileños con la revolución argentina. El temor de que el contagio se extendiera rápidamente al proletariado y a los explotados brasileños –enchalecados por los pactos sociales del PT y la CUT con la patronal que sostenían al gobierno cipayo de Cardoso-, llevó a la burguesía a acelerar la emergencia del frente popular preventivo de Lula y Alencar, que capitalizó la simpatía de las masas hacia la revolución argentina y la transformó en su opuesto, es decir, en el apoyo a una política de colaboración de clases, y en la asunción de ese gobierno para seguir sosteniendo los pactos sociales que estrangulan a la clase obrera brasileña.
Las ondas expansivas de la revolución argentina golpearon también Uruguay, donde el gobierno de Battle se vio obligado a devaluar, y las masas comenzaron a salir a la lucha, amenazando con seguir el camino de los trabajadores argentinos; avivaban en Perú el fuego del enorme ascenso obrero y campesino contra el gobierno de Toledo; de la misma manera que en Cochabamba, Bolivia, donde los obreros y campesinos volvían a levantarse y a enfrentarse con la policía y el ejército.
Las ondas expansivas de la revolución argentina, de esta manera, comenzaron a reabrir el ascenso obrero y campesino en toda América Latina que había comenzado en 1997 al calor del inicio de la revolución ecuatoriana y que había sido estrangulado por la acción del stalinismo, y las burocracias sindicales, pero esta vez, bajo condiciones muchísimo más agudas y más peligrosas para el imperialismo, puesto que la crisis mundial ya había pegado al interior de los Estados Unidos dando inicio a la recesión.
Por la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, la revolución en sus inicios deja tareas inconclusas: demoler el régimen infame e instaurar un régimen de doble poder, preparatorio de la insurrección y la toma del poder
La traición de la burocracia sindical y la sumisión al régimen de la izquierda reformista fue la que permitió que la burguesía lograra cerrar la crisis revolucionaria, y la que impidió que nuevas acciones unificadas de la clase obrera y los sectores explotados tiren al gobierno ilegítimo de Duhalde y terminaran de demoler al régimen patronal profundizando la revolución. Precisamente esa es la tarea que deja inconclusa la revolución que empezó: terminar de demoler, con un nuevo embate de masas, al régimen infame y a toda su corte de políticos patronales y burócratas sindicales, su parlamento, su justicia y su casta de jueces, con su policía y su gendarmería asesinas y con su casta de oficiales genocidas del ejército, dejar descalabrado al estado burgués, e instaurar un régimen de doble poder.
Desde este punto de vista, es que caracterizamos a la revolución argentina en sus inicios como una revolución a medio hacer, una "semi-revolución", tomando una analogía de la revolución española que se abriera en 1931 y a la que Trotsky califica como una revolución medio ciega, medio sorda y medio muda.
Sin embargo, a pesar de estos límites, a pesar de que la burguesía logró cerrar la crisis revolucionaria, en diciembre de 2001 se puso en marcha una gran revolución.
El estado de la clase obrera y las masas continuaba siendo de insubordinación y de rebelión, un estado preinsurreccional; todo sector atacado salía inmediatamente a pelear, la alianza obrera y popular seguía soldada en las calles, toda pequeña chispa amenazaba con volver a encender la pradera. Es que con las jornadas revolucionarias de diciembre, con sus combates en las calles, la revolución argentina se había iniciado abriendo un período de guerra civil, tal como decía Trotsky: “... la guerra civil constituye una etapa determinada de la lucha de clases cuando ésta, al romper los marcos de la legalidad, llega a situarse en un plano de enfrentamiento público, y en cierta medida físico, de las fuerzas en oposición. Concebida de esta manera, la guerra civil abarca las insurrecciones espontáneas determinadas por causas locales, las intervenciones sanguinarias de las hordas contrarrevolucionarias, la huelga general revolucionaria, la insurrección por la toma del poder y el período de liquidación de las tentativas de levantamiento contrarrevolucionario” (Los problemas de la insurrección y la guerra civil, 1924).
Esto es, se iniciaba el período de la guerra civil que abarca desde las revueltas y levantamientos locales, los enfrentamientos en las calles con la policía y las bandas de matones de los partidos patronales y de la burocracia sindical, los golpes contrarrevolucionarios asestados por la burguesía, hasta la insurrección y la toma del poder. La guerra civil, así entendida, abarca todo el período de la revolución –con avances, con retrocesos-, puesto que lo que la determina es la pérdida de control del estado sobre el movimiento de masas, que con sus acciones rompen los marcos de la legalidad burguesa. Esto es lo que sucedió en Argentina a partir de las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001.
Las masas, al calor mismo de la revolución, comenzaban a poner en pie organismos de democracia directa. El movimiento piquetero, al que afluían miles de desocupados, llenaba de piquetes y cortes de ruta las calles y los puentes. Al calor de la situación prerrevolucionaria anterior, y de la revolución misma, decenas y centenares de seccionales sindicales y comisiones internas eran arrebatadas a la burocracia sindical, poniendo al frente direcciones combativas. En cada lucha, los trabajadores y los explotados tendían a constituir comités de lucha, piquetes, a pelear por coordinarse con los demás sectores. Surgían en la Capital Federal y luego en todo el país, las asambleas populares, que en los meses de diciembre y enero llenaban la Plaza de Mayo todas las semanas con miles de manifestantes, y conquistaban un organismo de coordinación -la Interbarrial de Parque Centenario- que tuvo su punto culminante en la Interbarrial nacional del 17 de marzo, donde confluyeron casi 4000 participantes de todas las asambleas populares del país que votaron a mano alzada un programa coronado por la consigna de "por un gobierno de los trabajadores, los piqueteros y las asambleas populares".
La clase media expropiada de sus ahorros marchaba diariamente por la calles de Buenos Aires y las principales ciudades de Argentina y tomaba como blanco a los bancos, que se vieron obligados a blindar sus sucursales para resistir el odio y la bronca de los ahorristas expropiados, y saludaba entusiasta a los piqueteros y a los trabajadores cuando éstos marchaban por las calles, acercándoles agua y alimentos al grito de “¡Piquetes y cacerolas, la lucha es una sola”, porque veía en ellos a quienes podían resolver sus penurias, tomando los bancos, devolviéndoles sus ahorros, y dar una solución a las penurias inauditas de la crisis del sistema capitalista semicolonial argentino.
Al mismo tiempo, los trabajadores tomaban confianza en sus propias fuerzas y ocupaban las fábricas cerradas tras la huida de la patronal y las ponían a producir bajo formas de cooperativas, e inclusive, como las obreras de Brukman, luchando por la estatización sin pago y bajo control obrero de la fábrica.
Las masas tendían a la unidad, a la coordinación, y pugnaban por poner en pie un organismo nacional de trabajadores ocupados, desocupados y asambleas populares que centralizara su combate. Los políticos burgueses seguían sin poder caminar por las calles con libertad porque los escupían o los agredían físicamente. Tampoco podía aparecer ni hablar la burocracia sindical en sus distintas variantes, ni D’Elía de la FTV-CTA, ni Alderete de la CCC que cobardemente habían denunciando el 19 de diciembre a las masas hambrientas que tomaban los supermercados como “infiltrados”; ni Pitrola que jamás había estado en un corte de ruta y había corrido a besarle la mano a Rodríguez Sáa. A las corrientes de izquierda no se les permitía desplegar sus banderas porque las masas las veían, con justicia, como la izquierda del régimen.
La burguesía, con su instinto de clase agudizado, era perfectamente consciente del peligro que la acechaba. Así, el diario La Nación, que expresa a la más rancia burguesía argentina, ante el surgimiento de las asambleas populares, los organismos de democracia directa advertían en sus editoriales sobre el peligro de “sovietización” de la Argentina 2.
Por eso, la tarea del momento para los revolucionarios al inicio de la revolución era luchar porque el embate de las masas no se detuviera, por impulsar la tendencia a la autoorganización y al armamento de las masas, para que la clase obrera conquistara sus organismos de autodeterminación, los extendiera, desarrollara y centralizara, y de esta manera, pudiera preparar un nuevo 20 de diciembre que barriera definitivamente con el régimen y diera paso a un régimen de doble poder, preparatorio de la insurrección y de la toma del poder.
Se trataba, como decía Trotsky para la revolución española de “transformar esta revolución híbrida, confusa, medio ciega y medio sorda, en revolución socialista” ayudando a las masas a superar a las direcciones reformistas que “hacen todo lo que pueden por impedir la transformación de esta semirrevolución, mancillada y desfigurada, en revolución consciente y terminada”. (Los ultraizquierdistas en general y los incurables en particular, 1937).
El camino era impulsar el surgimiento de los organismos de doble poder, que a su vez podía abrir las condiciones para cerrar la brecha entre la madurez de los factores objetivos, y la inmadurez del factor subjetivo, es decir, la inexistencia de un partido revolucionario, puesto que en esos organismos, podía madurar y forjarse el partido revolucionario.
Las direcciones reformistas y los golpes selectivos de la contrarrevolución llevaron a una encrucijada a la revolución argentina
La revolución argentina y la contraofensiva imperialista
Si al calor de los golpes de la crisis económica mundial, en Argentina irrumpía la revolución, si sus ondas expansivas amenazaban con extenderse al conjunto de América Latina, como respuesta a las mismas, se profundizaba la contraofensiva del imperialismo para descargar la crisis sobre los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo, con guerras de coloniaje, golpes contrarrevolucionarios, y con escarmiento contra la revolución argentina para que a las masas explotadas de América Latina no se les ocurriera seguir por el camino iniciado en diciembre por la clase obrera y el pueblo.
Así, mientras en Argentina todavía humeaban las barricadas de la batalla del 20 de diciembre, mientras la sangre de los caídos no terminaba de secarse en las calles, el imperialismo yanqui terminaba de aplastar a bombazos limpios a Afganistán, secuestraba y encarcelaba en Guantánamo a los milicianos antiimperialistas sobrevivientes de las masacres de Kunduz y Mazar i Shariff, e imponía un gobierno títere en esa nación transformada en un protectorado ocupado por tropas imperialistas.
Apenas había terminado de aplastar a Afganistán, cuando lanzaba, a través de su gendarme, el Estado de Israel y su ejército genocida, una ofensiva militar, un verdadero intento korniloviano para tratar de aplastar la revolución de la clase obrera y el pueblo palestino, provocando una masacre en Tulkarem, Hebrón, Jenin, y demás campamentos y ciudades palestinas, y propinándole una brutal derrota parcial al pueblo palestino en la guerra nacional.
En América Latina, sacudida por la revolución argentina y sus ondas expansivas, en abril, el imperialismo yanqui concentró su mira en Venezuela, impulsando el golpe pinochetista y proimperialista que, ante la inmediata rendición de Chávez, sólo fue parado por la irrupción independiente de las masas trabajadoras que “bajaron de los cerros” y confraternizando con los soldados rasos, lo derrotaron.
En Argentina, la contraofensiva imperialista significó transformar el estallido brutal de la economía argentina en un verdadero golpe económico contra los trabajadores, despidiendo a mansalva a miles de trabajadores de las fábricas -en medio de una recesión que llevaba más de cuatro años- con el inicio de una inflación galopante que junto a la devaluación del peso destruyó el salario de los trabajadores y provocó una hambruna generalizada. Un golpe económico permanente, con el que el imperialismo no sólo buscaba doblegar a las masas argentinas, sino dar un verdadero escarmiento a los trabajadores y los explotados de América Latina, como muestra de lo que le sucedería a toda nación semicolonial que se atreviera aunque más no fuera a declarar el default.
Al mismo tiempo, esta contraofensiva burguesa imperialista, colocó a la vieja burocracia sindical peronista como verdaderos superministros, Atanasoff, el jefe de gabinete de ministros del gobierno de Duhalde es un burócrata sindical, para fortalecer al debilísimo gobierno de Duhalde. Se demostró así la corrección del programa trotskista que establece que "en tiempos de guerra o de revolución, cuando la situación de la burguesía se hace particularmente difícil, los dirigentes sindicales se convierten directamente en ministros burgueses" (Los sindicatos en la época de transición. León Trotsky).
Esta brutal contraofensiva del imperialismo y los resultados con ella obtenidos, fueron dándole soporte al debilísimo gobierno de Duhalde para que pudiera comenzar a cumplir sus objetivos. Pero no hubiera podido hacerlo sin la colaboración de la burocracia sindical y de las direcciones reformistas.
La respuesta de la burguesía y el accionar de las direcciones reformistas para impedir un nuevo embate de masas queterminara de demoler al régimen e instaurar un régimen de doble poder
Como explicamos anteriormente, a pesar de que la burguesía pudo cerrar la crisis revolucionaria, el estado de las masas seguía siendo preinsurreccional, y éstas comenzaban a poner en pie sus organismos de democracia directa. Las condiciones para extenderlos, desarrollarlos, armarlos y centralizarlos, y para organizar y preparar un nuevo embate de masas que terminara de barrer al régimen y establecer un régimen de doble poder, estaban dadas.
Se trataba de poner en pie organismos de las masas en lucha, y de centralizarlos en un gran Congreso nacional de trabajadores ocupados, desocupados, asambleas populares, de delegados con mandato de base de todos los sectores en lucha. Se ponían a la orden del día, al rojo vivo para los trotskistas, las lecciones del proceso revolucionario de Francia en la década del ’30: “No se trata de una representación democrática de todas y no importa cuáles masas, sino de una representación revolucionaria de las masas en lucha. El comité de acción (la forma que adquiría bajo esas condiciones precisas la lucha por organismos de autodeterminación de las masas en lucha, N. de R.) es el aparato de la lucha. Es inútil tratar de suponer de antemano qué capas de trabajadores estarán ligadas a la creación de los comités de acción: las fronteras de las masas que luchan se determinarán en la propia lucha.
El enorme peligro en Francia consiste en que la energía revolucionaria de las masas, desgastada poco a poco en explosiones aisladas, como en Toulon, en Brest, en Limoges, deje lugar a la apatía.”
“(...) La tarea consiste en que no hay que dejar pasar una sola de esas ocasiones. La primera condición para esto: comprender uno mismo claramente el significado de los comités de acción, como el único medio de quebrar la resistencia contrarrevolucionaria de los aparatos de los partidos y sindicatos”.
De la misma manera, en la revolución argentina donde las revueltas locales, las huelgas, los piquetes, los enfrentamientos con la policía, las movilizaciones no dejaban de desarrollarse, se trataba de no dejar pasar ni una sola de esas ocasiones para desarrollar esos organismos y centralizarlos, para vencer la resistencia conservadora de los aparatos de los sindicatos y de los partidos reformistas que abocaban todas sus fuerzas a poner en pie diques de contención a la lucha revolucionaria de las masas.
De la misma manera que en Francia en los ’30, esto no significaba que dichos organismos reemplazaran a los sindicatos y a los partidos: “Las masas entran a la lucha con todas sus ideas, agrupamientos, tradiciones y organizaciones. Los partidos continúan viviendo y luchando. En las elecciones para los comités de acción, cada partido tratará naturalmente de hacer triunfar a sus partidarios. Los comités de acción tomarán sus resoluciones por mayoría de votos con entera libertad de agruparse para los partidos y fracciones. En relación con los partidos, los comités de acción pueden ser llamados parlamentos revolucionarios: los partidos no son excluidos, por el contrario, se los supone necesarios; al mismo tiempo, son controlados en la acción y las masas aprenden a liberarse de la influencia de los partidos putrefactos”. (...)
“Tareas tales como la creación de la milicia obrera, el armamento de los obreros, la preparación de la huelga general, quedarán en el papel, si la propia masa no se empeña en la lucha, por medio de sus órganos responsables. Sólo esos comités de acción surgidos de la lucha pueden asegurar la verdadera milicia, contando no ya con miles, sino con decenas de miles de combatientes. Nadie sino, los comités de acción, podrá elegir el momento de pasar a métodos más decididos de lucha, cuya dirección les pertenecerá de pleno derecho” (todas las citas extraídas de “Frente popular y comités de acción”, en “¿Adónde va Francia”?, León Trotsky).
Esto es, se trataba de conquistar una representación revolucionaria de las masas en lucha, un verdadero parlamento revolucionario, que era el camino para unir las filas obreras, y soldar la unidad con las clases medias empobrecidas, rompiendo la resistencia contrarrevolucionaria de los sindicatos y de los partidos. Este era el camino más corto para tirar abajo a la burocracia sindical, puesto que un organismo así habría contado desde el inicio con una enorme autoridad, e inmediatamente habría despertado el entusiasmo de los obreros ocupados en las fábricas y empresas bajo control de la burocracia sindical, fortaleciéndolos para deshacerse de ella y enviar sus delegados a ese parlamento obrero. Era el camino más corto para que las masas pusieran en pie sus comités de autodefensa, y para preparar y organizar el nuevo embate que, con la huelga general indefinida con piquetes, cortes de rutas, tomas de fábricas y lucha en las calles, terminara de completar las tareas inconclusas de la revolución que había empezado.
Pero el accionar de las direcciones colaboracionistas y oportunistas que controlaron la acción independiente del movimiento de masas, atrofiando y limitando los organismos de democracia directa que a cada paso tendieron a poner en pie las masas en lucha, y que se negaron a convocar a ese congreso nacional obrero y popular y los golpes selectivos de la contrarrevolución a la vanguardia que intentara dar un paso más allá de los límites que marcaba el reformismo como la masacre del Puente Pueyrredón, impidieron que hubiera un nuevo embate de masas que demoliera al régimen infame e impusiera un régimen de doble poder, llevando así a la revolución argentina a una encrucijada.
Así fue como pudo imponerse el control del reformismo. Es que de haberse conquistado esa representación revolucionaria de las masas en lucha, esos organismos de democracia directa donde las masas pueden unir sus filas, multiplicar por mil sus energías, éstas hubieran podido desembarazarse de las direcciones reformistas: porque en esos organismos, bajo la mirada atenta de las masas en lucha, se prueban rápidamente los programas y quedan al desnudo las traiciones de las direcciones tradicionales y de los centristas y oportunistas que le cubren su flanco izquierdo, y un pequeño grupo de revolucionarios puede pelear abiertamente por sus posiciones, permitiendo que las masas se convenzan de la justeza de las mismas por su propia experiencia, a condición de luchar irreconciliablemente contra esas direcciones reformistas. Es por esta razón que la burocracia sindical, los stalinistas, los reformistas de todo pelaje, incluidos los partidos que usurpan las banderas del trotskismo, son enemigos jurados de que surjan estos organismos, y con total conciencia, concentraron sus fuerzas en estrangularlos.
Así, mientras la burguesía concentraba un polo alrededor del gobierno de Duhalde para lanzar un ataque feroz sobre las masas con el golpe económico y la devaluación, las direcciones reformistas tanto las ya desprestigiadas ante las masas, como la CTA y la CCC-, como la dirección del movimiento piquetero combativo y de las comisiones internas y seccionales arrancadas a la burocracia mayoritariamente en manos de las variantes castristas del stalinismo y de las corrientes oportunistas usurpadoras del trotskismo en lugar de convocar a ese Congreso obrero y preparar un nuevo embate de las masas para terminar de derribar al régimen, sostuvieron al gobierno de Duhalde y al régimen de la transición.
Esta política reformista para estrangular a la revolución argentina, no fue, sin embargo, “nacional”: por el contrario, se discutió y resolvió en el II Foro Social Mundial de Porto Alegre, realizado a fines de enero de 2002. Allí, mientras las direcciones traidoras que conforman esa verdadera internacional contrarrevolucionaria discutían cómo poner un cerco a las ondas expansivas de la revolución argentina con el frente popular de Lula y Alencar en Brasil, con políticas de colaboración de clases en Uruguay y en todo el continente- les daban a la LIT-CI, al PO, al MAS, al MST bajo la batuta del stalinismo- la organización de todos los “foros” sobre Argentina. Allí discutieron y resolvieron la política de construir un “gran movimiento donde confluyan los movimientos sociales y las fuerzas de la izquierda”, esto es, la de subordinar a las organizaciones de masas y a los organismos de democracia directa que éstas estaban poniendo en pie a los aparatos conservadores de los sindicatos y los partidos. Apenas regresados de Porto Alegre, esta política comenzó a aplicarse en la “Asamblea piquetera” del 16 y 17 de febrero, donde la “mesa convocante” de la nueva burocracia sindical del movimiento de desocupados y los partidos de izquierda atacaron la democracia directa, acordando todo a espaldas de los trabajadores, y echando a punta de pistola a decenas de delegados docentes, ceramistas, piqueteros del Norte de Salta, asambleístas populares que osaron levantar la voz frente a semejante escándalo burocrático.
La política del Foro Social Mundial en acción en la Argentina
Como producto de la revolución, la sumisión de décadas de la clase obrera al peronismo se quebró. Cuando sectores enteros de la clase obrera y las masas rompían con el peronismo e iban a los partidos que durante años les dijeron que había que derrotar a la burocracia sindical y que había que hacer un “Argentinazo” y una “revolución socialista”, fueron estos mismos partidos el stalinismo en sus distintas variantes, y los liquidacionistas del trotskismo como el MST, PO, MAS, PTS-, los que impusieron que nunca más volviera a escucharse el grito de “Se va a acabar la burocracia sindical” ni en el movimiento piquetero combativo, ni en los sindicatos y comisiones internas que ellos dirigen, ni en las fábricas tomadas y puestas a producir por los trabajadores.
Fueron el stalinismo y el PO los que convertidos en una nueva burocracia piquetera que vive de administrar los planes trabajar sin ningún tipo de control por parte de la base los que liquidaron todo vestigio de democracia obrera al interior de las organizaciones piqueteras, las que se negaron a convocar a la Tercera Asamblea Nacional Piquetera y a poner en pie un verdadero congreso nacional obrero y popular unitario y democrático de todos los sectores en lucha, con delegados de los trabajadores ocupados y desocupados, las fabricas tomadas, las asambleas populares y los ahorristas.
Cuando los trabajadores y el pueblo en lucha tendían a atacar la propiedad de los capitalistas y los banqueros, las direcciones reformistas se negaron a levantar un programa obrero y popular de salida a la crisis, para que a ésta la paguen los capitalistas y el FMI, y se dedicaron a repartir miseria, a presionar por migajas y a administrar la crisis del capitalismo semicolonial argentino. Reemplazaron el grito de “trabajo para todos” con el que había nacido el movimiento revolucionario de desocupados, por la presión por Planes Trabajar y por microemprendimientos con mano de obra esclava, negándose a luchar por imponer la reducción de la jornada laboral con salario igual a la canasta familiar, la única demanda que podía unir a trabajadores ocupados y desocupados. Ante la hambruna que arrasa los hogares obreros, que plantea la lucha por la expropiación de los grandes monopolios alimenticios y las mejores tierras fértiles en manos de la oligarquía y los monopolios imperialistas, llevaron a los desocupados a hacer huertas al costado de las vías y a mendigar bolsones de comida a las municipalidades y los ministerios. Allí donde los obreros tomaron las fábricas abandonadas por los patrones y las pusieron a producir, el programa reformista del maoísta Partido del Trabajo y el Pueblo (PTP), del PO y el PTS se redujo a imponer la autogestión, cooperativas o cogestiones con jueces de quiebras, donde los trabajadores ponen sus salarios y sus conquistas para mantener la fábrica produciendo. Dejaron a las fábricas en crisis aisladas del conjunto de la rama de producción y de las fábricas que dan ganancias, y se negaron a luchar por imponer el control obrero de toda la rama de producción y por liquidar el secreto comercial para que lo obreros controlen las fábricas que dan ganancia y están en plena producción. Todos se negaron a decirle al proletariado la verdad: que ninguna conquista que obtenga el proletariado se podrá sostener si no toma el poder en sus manos, que no se pueden mantener fábricas cogestiononadas por mucho tiempo si éstas no son puestas al servicio de la lucha por el poder.
Se negaron a luchar por la expropiación de los monopolios y de los bancos para imponer una banca estatal única bajo el control de los trabajadores, única manera de que la clase media expropiada pudiera recuperar sus ahorros, al mismo tiempo que realizaban la tarea sucia de dividir a las asambleas populares, liquidar a la Interbarrial nacional y su programa que luchaba por un gobierno de los trabajadores, los piqueteros y las asambleas populares. Jorge Altamira, jefe del PO, reconocía sin miramientos este objetivo contrarrevolucionario en las páginas del mismo diario La Nación que alertaba sobre la “sovietización”: allí, con palabras tranquilizadoras para la burguesía, Altamira declaraba abiertamente su política de disolver las asambleas y subordinarlas a los partidos políticos. Así decía La Nación del 24/02/02: “Jorge Altamira, legislador porteño y referente del Partido Obrero, señaló a La Nación que ‘se necesita una transformación social, pero para eso hay que tener un programa y sólo puede ser dado por los partidos. El dirigente del PO, que recorre las asambleas barriales, considera que no se puede inventar algo en dos meses, pero que esas reuniones no deben quedarse en una experiencia discursiva y nada más. ‘La clase media se siente cómoda participando con una metodología que le es afín’, dice. Prevé también que en algún momento esta militancia entrará en reflujo y espera que se canalice en los partidos”.
De esta manera, la nueva burocracia sindical del movimiento de desocupados y la izquierda del régimen, con su accionar y con su programa reformista y posibilista, socavó a cada paso la alianza obrera y popular, y permitiendo la disgregación de los sectores medios arruinados que habían entrado a la lucha: llevó a las asambleas populares a subordinarse al Frenapo y al CTA –como en la marcha del 24 de marzo-, luego al “espacio ciudadano” de Carrió, De Gennaro y Zamora, y así permitió que charlatanes como Nito Artaza terminaran desviando a las clases medias expropiadas hacia la confianza en la justicia patronal, mientras miles de jóvenes hijos de la clase media directamente han optado por el exilio.
Mientras el gobierno y los partidos patronales mandaban sus patotas a reprimir a los activistas de las asambleas populares, a sus perros de presa de la policía y la gendarmería a reprimir a los piqueteros, a los trabajadores del subte y a desalojar las fábricas tomadas, toda la izquierda reformista se negó a luchar por poner en pie comités de autodefensa unitarios y coordinados de las organizaciones obreras y populares.
Pero ante la enorme energía revolucionaria de las masas, toda esta acción del reformismo no bastaba para controlarlas y estrangularlas; a cada paso, sectores de las mismas se escapaban de su control. Por ello, al mismo tiempo que las direcciones reformistas se encargaban de dividir a la clase obrera, de estrangular sus organismos, de debilitar la alianza obrera y popular, la burguesía comenzó a dar golpes contrarrevolucionarios selectivos para disciplinar a la vanguardia que intentaba sobrepasar los límites que le imponía el reformismo. El primer golpe lo desataron contra el sector más combativo de la CCC de La Matanza, que había sido la vanguardia en la primera y segunda Asamblea Piquetera del año 2001 al grito de “se va acabar la burocracia sindical”. Así, el gobierno de Duhalde junto a D’Elía y Alderete les tendieron una trampa: los enviaron a reclamar comida al Mercado Central y allí los estaban esperando cientos de changarines organizados y armados por el intendente peronista Balestrini que al grito de “¡defendamos nuestro trabajo!” provocaron un baño de sangre con un muerto y más de cincuenta heridos. Inmediatamente después de este sangriento ataque, aparecieron D’Elía y Alderete que, “casualmente”, estaban reunidos en el mismo momento... con Balestrini. Como resultado, lo que había sido el corazón del movimiento piquetero en el Gran Buenos Aires no volvió a levantar cabeza, ni a cortar una ruta en forma total, quedando totalmente disciplinados a la dirección de Alderete (CCC) y D’Elía (CTA).
La masacre del Puente Pueyrredón: la revolución y la contrarrevolución se ven la cara.
Ante la enorme respuesta de masas a la masacre del Puente Pueyrredón, las direcciones reformistas se ponen a la cabeza para impedir un nuevo 20 de diciembre que concluya las tareas que dejó pendientes la revolución
El segundo golpe selectivo contrarrevolucionario fue la masacre del Puente Pueyrredón. El gobierno de Duhalde junto a todas las facciones burguesas, conformaron una verdadera "santa alianza" que preparó cobardemente la masacre del Puente Pueyrredón del 26 de junio de 2001 donde los piqueteros son brutalmente reprimidos y caen asesinados por la policía Darío Santillán y Maximiliano Kostequi. El objetivo de esta masacre es que nunca más los piqueteros corten una ruta en Argentina. La contrarrevolución planificó con premeditación y alevosía esta verdadera masacre, para con una derrota física, militar, a la vanguardia, poner un límite por izquierda a la lucha de masas, y que las direcciones reformistas pudieran terminar de controlar la espontaneidad revolucionaria de las masas, en lo que podríamos denominar una “mini-jornada de julio”de la revolución argentina.
La respuesta de las masas al ataque contrarrevolucionario y la masacre del Puente Pueyrredón fue tan grande como inmediata, mostrando una enorme predisposición a la lucha y a unir sus filas, como se demostró en que en menos de dos semanas se produjeron tres enormes movilizaciones a la Plaza de Mayo. Así el 9 de julio, decenas de miles de trabajadores ocupados y desocupados junto a las asambleas populares marcharon por las calles de Buenos Aires y coparon la Plaza de Mayo. Aún más masiva que las dos marchas anteriores del 27 de junio y del 3 de julio, la marcha del 9 de julio se realizó aún sin el apoyo ni de la CTA ni de la CCC.
Una vez más, las condiciones y las expectativas de millones estaban dadas para pasar a dar una lucha decisiva, para desde la misma Plaza de Mayo llamar a preparar y organizar la huelga general al grito de ¡Fuera Duhalde, y el régimen infame y todos los organizadores de la masacre de Avellaneda! La gran concentración del 9 de julio era una gran oportunidad para, desde allí mismo, convocar a un congreso nacional unitario y democrático de todas las organizaciones piqueteras, los trabajadores de las fábricas en lucha, las asambleas populares y los ahorristas estafados, para organizar esa gran lucha, para organizar la huelga general indefinida, para terminar de barrer al régimen odiado y descalabrar al estado patronal. Estaban dadas las condiciones para poner en pie rápidamente comités de autodefensa armados de todas las organizaciones obreras y populares en lucha coordinada y unitaria, para enfrentar la represión de la policía y gendarmería asesinas, odiadas por las masas aún más luego de la masacre de Avellaneda.
Sin embargo, esta gran oportunidad se perdió porque una vez más las direcciones reformistas no estaban dispuestas a hacer esta convocatoria. Lejos de llamar a los trabajadores a que hicieran piquetes y tomaran todas las fábricas, los bancos, que cortaran las rutas en todo el país, a echar a la burocracia de las organizaciones obreras, a atacar la propiedad privada de los capitalistas, de convocar ese congreso obrero y popular, cumplieron fielmente su rol de agentes de la burguesía. El terror impuesto por la burguesía con la “mini-jornada de julio” del Puente Pueyrredón cumplió su objetivo: que los sectores más combativos del movimiento piquetero, los que hasta entonces no lograba disciplinar, dejaran de atacar la propiedad y de impedir la circulación con sus cortes totales de rutas y de puentes, se sacaran los pasamontañas y se sentaran a negociar con el gobierno más planes Trabajar y bolsones de comida.
De esta manera, las direcciones reformistas transformaron las condiciones para organizar la huelga general y una lucha decisiva para derribar al gobierno y al régimen, en marchas de presión al gobierno, al mejor estilo de la burocracia sindical de Moyano y De Gennaro. Esta política de colaboración de clases de la burocracia sindical y las direcciones reformistas del movimiento piquetero echando agua al fuego de la revolución, le permitió al gobierno utilizar la excusa de la “crisis de seguridad” para volver a sacar a la policía y la gendarmería asesinas de sus cuarteles y militarizar las barriadas obreras del gran Buenos Aires, y preparar nuevos golpes contrarrevolucionarios selectivos para disciplinar a todo sector que amenazara escaparse del control del reformismo, y de esta manera, fortalecerlo. Así, cuando fueron brutalmente reprimidos y encarcelados los trabajadores desocupados de Jujuy –esa vanguardia fogueada en los grandes levantamientos del Jujeñazo-, quedaron solos, sin que las masas pudieran dar una respuesta unificada. Lo mismo sucedió cuando fueron atacados los obreros de Zanón por la patronal, la justicia, la policía y los carneros de la burocracia sindical.
El siguiente golpe certero fue contra los trabajadores del Subte, brutalmente apaleados en la puerta de la legislatura porteña. Este golpe –también dejado sin respuesta por las direcciones reformistas- tenía un objetivo crucial para la burguesía: impedir que su reclamo de reducción de la jornada laboral a 6 horas sin reducción salarial y la imposición de un turno más de trabajo se transformara en la bandera del conjunto de la clase obrera, ocupada y desocupada, el único reclamo que podía unir sus filas.
Los ataques posteriores a los choferes de la línea Libertador San Martín, a los trabajadores que habían tomado la Clínica Halac, volvieron a quedar sin respuesta unificada, y a encontrar a la clase obrera y a los explotados sin organismos de democracia directa, de coordinación y de autodefensa.
Estos golpes contrarrevolucionarios selectivos de la burguesía pudieron actuar y cumplir su rol, entonces, porque las direcciones reformistas llevaron a las masas a una política de presión sobre el gobierno y el régimen, sacándolas del camino que habían iniciado en diciembre de 2001, es decir, el de luchas políticas ofensivas donde la clase obrera y el pueblo en lucha tendían a tomar en sus manos la resolución de sus propios problemas. Así, las direcciones reformistas se dedicaron a hacer “cronogramas” de “planes de lucha” al mismo estilo de las “marchas federales” que durante años habían utilizado la burocracia sindical de Moyano y del CTA.
Fue esta la política de colaboración de clases de la burocracia sindical y las direcciones reformistas del movimiento obrero y de masas, -discutida en el Foro Social Mundial y aplicada a rajatabla- fortalecida por los golpes contrarrevolucionarios selectivos, la que sostuvo al régimen infame en crisis, a su transición, y al gobierno semikerenkista de Duhalde, que no lograba aún terminar de asentarse, desprovisto como estaba de toda base social. El sostén fundamental del régimen de la transición y del gobierno de Duhalde estuvo –y está dado aún- por la vieja burocracia sindical en todas sus variantes, y fundamentalmente por la nueva burocracia “piquetera” que comenzó a estatizar a las organizaciones de desocupados, y por la izquierda reformista tanto la stalinista como las corrientes que usurpan el nombre del trotskismo, como el PO, el MST, el MAS, el FOS, el PTS, que desorganizaron a cada paso todo lo que las masas ponían en pie con su lucha, impidiendo un nuevo embate que terminara de barrer con el régimen y abrir paso a un régimen de doble poder.
El régimen de transición y el gobierno de Duhalde, están entonces sostenidos fundamentalmente en los viejos sindicatos estatizados y en la estatización de las nuevas organizaciones de lucha que las masas habían conquistado. Esta estatización de las organizaciones obreras, es la base fundamental del bonapartismo semi-kerenkista de Duhalde, puesto que es a través de ella que el estado burgués semicolonial argentino puede volver a controlar a la clase obrera y los explotados.
Porque como plantea Trotsky, "Los países coloniales y semicoloniales no están bajo el dominio de un capitalismo nativo sino del imperialismo extranjero. Pe ro este hecho fortalece, en vez de debilitarla, la necesidad de lazos directos, diarios, prácticos entre los magnates del capitalismo y los gobiernos que, en esencia, dominan, los gobiernos de los países coloniales y semicoloniales. Como el capitalismo imperialista crea en las colonias un estrato de aristócratas y burócratas obreros, éstos necesitan el apoyo de gobiernos coloniales y semicoloniales, que jueguen el rol de protectores, de patrocinantes y a veces de árbitros. Esta es la base social más importante del carácter bonapartista y semibonapartista de los gobiernos en los países atrasados en general. Esta es la base de la dependencia de los sindicatos reformistas respecto del estado" (“Los sindicatos en la época de decadencia imperialista”).
Esa es la explicación de que el régimen de la transición y el debilísimo gobierno semi-kerenskista de Duhalde se sostenga: ese nuevo poder que ha surgido en la Argentina, el de la nueva burocracia del movimiento de desocupados, con Pitrola, Castells, Martino, D´Elía, Alderete junto con el Ministerio de Acción Social, administrando sin ningún tipo de control de la base cientos de miles de Planes Trabajar –por un monto de decenas de millones de dólares al año pagando decenas de miles de “punteros” y matones de sus “guardias de seguridad” que conforman una verdadera policía interna de la clase obrera, dispuesta a romperle la cabeza a todo aquel que levante una voz crítica o que pugne por romper los diques de contención que han levantado.
Gracias al control del reformismo sobre el movimiento de masas, la burguesía puede empezar a discutir cómo desviar la revolución
Así, el gobierno de Duhalde y la burguesía -basándose en el hecho de haber impuesto una derrota física, militar, sobre los trabajadores, que impone un límite a los cortes de ruta y acciones en las calles- pudieron, después de mucho tiempo, empezar a discutir abiertamente entre sí cual era el mejor camino para legitimar las instituciones con la que pasar a la ofensiva mayor que necesitan para liquidar la revolución que empezó en diciembre de 2001.
Recién después de la masacre de Puente Pueyrredón, la burguesía puede comenzar a discutir cómo imponer la transición. Así Duhalde junto a un ala de la burguesía llamaron a elecciones anticipadas para elegir presidente y vice, pretendiendo salvar lo esencial del maltrecho régimen del Pacto de Olivos, y con las elecciones volver a legitimar la forma "peronista" de este régimen, con fuerte base en la burocracia sindical de los sindicatos estatizados, sacando a las masas de las calles con palos y más jornadas contrarrevolucionarias como la del Puente Pueyrredón y comprando a los dirigentes del movimiento de masas. Se trataba de salvar a la institución fundamental del régimen del Pacto de Olivos: los partidos políticos.
Otra ala de la burguesía en cambio, sostenía que con ese plan de mantener lo esencial del viejo régimen se corría el serio peligro de que por la monumental crisis económica, por el enorme odio acumulado de las masas y la brutal crisis del peronismo- volviera a colarse la revolución con una nueva irrupción de masas, como lo había mostrado la enorme predisposición a la lucha y a la unidad de las masas en las movilizaciones posteriores a la masacre del Puente Pueyrredón.
Para este sector burgués, encabezado en un primer momento por Lilita Carrió, Ibarra y Kirchner, el plan de maquillaje del viejo régimen del Pacto de Olivos no era suficiente para engañar a los trabajadores y el pueblo y descomprimir el odio obrero y popular. Consientes de la profundidad de la crisis del régimen, proponían "elecciones a todos los cargos". Detrás de la demagogia de su propuesta, detrás de este espacio de operativo de "manos limpias", esta ala de la patronal buscaba expropiarle a las masas la consigna de "que se vayan todos" y, al mismo tiempo, mandar al basurero de la historia al viejo Pacto de Olivos cuidando de hacerlo antes de que lo hagan las masas con su movilización revolucionaria completando la tarea iniciada en diciembre de 2001. Pretendían una renovación total de las instituciones del régimen patronal, incluso con una "asamblea constituyente” que legitimara esta estafa. Este plan burgués fue apoyado por la burocracia de la CTA e incluso por el renegado del trotskismo, Luis Zamora, que junto a De Gennaro y Lilita Carrió conformaron el efímero "espacio ciudadano".
Pero pronto este plan burgués fue desechado porque la gran burguesía y el imperialismo vieron con claridad que ya no lo necesitaban, puesto que el accionar del reformismo y los golpes selectivos contrarrevolucionarios cumplían su cometido de controlar la espontaneidad de las masas y sacarlas de las calles. Pudieron así imponer régimen de la transición encabezado por Duhalde.•
Diciembre de 2002: Con la colaboración de las direcciones reformistas del movimiento de masas y con golpes contrarrevolucionarios selectivos, el gobierno y el régimen logran imponer la "paz social" interrumpiendo provisoriamente la fase de guerra civil de la revolución argentina
Este 20 de diciembre de 2002 fue lo opuesto al 20 de diciembre de 2001. Si en diciembre de 2001 vimos a las masas sobrepasar a la burocracia sindical y al conjunto de las direcciones reformistas y con sus acciones independientes protagonizar jornadas revolucionarias que derrocaron un gobierno y abrieron una crisis revolucionaria; en cambio, lo que presenciamos este 20 de diciembre último fue la imposición del reformismo haciendo retroceder los factores revolucionarios, apoyado en los golpes selectivos de la contrarrevolución.
La unidad de los reformistas en el palco del acto del 20 de diciembre de 2002 –donde estaban todos aquellos que fueron sobrepasados por la acción de las masas hace un año atrás- no es más que una versión criolla del “Comité Angloruso” (el frente único entre la burocracia stalinista y las direcciones de los sindicatos ingleses que liquidaron la huelga general inglesa en 1926), un frente único “por arriba” de todas las direcciones liquidacionistas de los organismos de democracia directa de las masas en lucha para estrangular a la revolución argentina.
Este 20 de diciembre vimos a las direcciones reformistas terminar de expropiar la lucha revolucionaria de las masas, después de haber domesticado y estrangulado su espontaneidad, permitiéndole al gobierno imponer la “paz social”, sacando a las masas de las calles y cerrando por el momento la fase de guerra civil que habían abierto las jornadas revolucionarias de diciembre de 2011.
Por supuesto que esta expropiación no se llevó a cabo en un día ni en un solo acto. Empezó a prepararse el 16 y 17 de febrero, cuando en la “Asamblea piquetera” convocada por el flamante Bloque Piquetero de las distintas variantes stalinistas y el PO –con el acompañamiento del MST, el PTS, el MAS- se entronizaba la nueva burocracia sindical del movimiento de desocupados, con el objetivo de liquidar la democracia directa que habían comenzado a conquistar los trabajadores y el pueblo en la revolución argentina. Esa nueva burocracia debutaba con una fantochada de “Asamblea” que no fue sino un acto de las “organizaciones convocantes”, donde todo estaba resuelto y decidido de antemano, y de dónde se expulsó a punta de pistola a decenas de delegados docentes, ceramistas, piqueteros del Norte de Salta, asambleístas populares, que exigían el derecho a hacer uso de la palabra.
Esta expropiación de la lucha revolucionaria de las masas, continuó preparándose el 24 de marzo cuando las corrientes stalinistas, el MST, el PO, el PTS, el MAS, permitieron que la burocracia sindical del CTA –que desde diciembre no podía andar por la calle, ni aparecer en una sola asamblea popular o de desocupados sin ser echada a patadas- se pusiera a la cabeza de la marcha de repudio al golpe genocida de 1976, obligando a las asambleas populares a marchar detrás. Se preparó el 1 de mayo, cuando entre la CTA, D´Elía y Alderete de la CCC, el MST y el PO y el resto de la izquierda del régimen dividieron a las asambleas populares, a las fábricas tomadas y al movimiento piquetero en cuatro actos separados, rompiendo la unidad que las masas ansiaban conquistar. Se preparó liquidando la lucha revolucionaria del movimiento piquetero por trabajo genuino para todos, para llevarlo a luchas de presión para mendigar bolsones de comida y planes trabajar, sacándolos de las rutas, y separándolos así de los trabajadores ocupados.
Se preparó con el reformismo resquebrajando la alianza obrera y popular, negándose a luchar por la expropiación de los bancos y por una banca estatal única bajo el control de los trabajadores para devolverles los ahorros a la clase media expropiada, como parte de un plan obrero de salida a la crisis, e impidiendo de esa manera que la clase obrera demostrara en las calles que estaba dispuesta a ir hasta el final en la revolución que ha iniciado, esto es, impidiendo que el proletariado se plantara firmemente como caudillo de todos los sectores explotados y de la nación oprimida, cuestión que sólo podía hacerse bajo una dirección revolucionaria. Puesto que, tal como plantea el programa del trotskismo “Para atraer a su lado a la pequeña burguesía, el proletariado debe conquistar su confianza. Y para ello, debe comenzar por tener él mismo confianza en sus propias fuerzas. Necesita tener un programa de acción claro y estar dispuesto a luchar por el poder por todos los medios posibles. Templado por su partido revolucionario para una lucha decisiva e implacable, el proletariado dice a los campesinos y a los pequeñoburgueses de la ciudad: ‘Lucho por el poder; he aquí mi programa; no emplearé la fuerza más que contra el gran capital y sus lacayos, pero con ustedes, trabajadores, quiero hacer una alianza sobre la base de un programa dado’. El campesino comprenderá semejante lenguaje. Hace falta, solamente, que tenga confianza en la capacidad del proletariado para tomar el poder” (León Trotsky, “¿Adónde va Francia?”).
Así, como se pudo ver con nitidez el 20 de diciembre de 2002, como en una fotografía, con el accionar de las direcciones reformistas del movimiento de masas y los golpes contrarrevolucionarios selectivos, el gobierno y el régimen han logrado sacar a las masas de las calles e interrumpir provisoriamente la fase de guerra civil de la revolución argentina que se había abierto con las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001.
La burguesía festeja que las masas han sido sacadas de la escena por las direcciones reformistas
La burguesía festeja luego de este 20 de diciembre porque, gracias a la política del reformismo ya no tiene en la nuca el aliento de las masas revolucionarias. Porque las masas han sido sacadas provisoriamente de la fase de guerra civil por las direcciones reformistas que hicieron retroceder los organismos de doble poder, dándole libertad a la burguesía para que resuelva la terrible crisis política en que se encuentra e impidiendo que se transforme en crisis revolucionaria en las alturas. Así, el diario la Nación que al comienzo de la revolución advertía desde sus editoriales sobre el peligro de la “sovietización” de la Argentina que con el surgimiento de las asambleas populares, respira aliviada luego del 20 de diciembre de 2002: “el ruido de las cacerolas, las asambleas barriales, los piquetes, las imperativas consignas, las amenazas, los escraches –que ya no logran suficiente participación ni la calidad de frutos que corresponden a las expectativas- van quedando como las descoloridas murgas de un carnaval. El patético carnaval en que se fue descomponiendo nuestra joven y anémica democracia” (La Nación, 12/01/03).
El ministro de seguridad de la Provincia de Buenos Aires, el ex ministro de Acción Social de De la Rúa, Juan Pablo Caffiero, ha salido a felicitar a las direcciones reformistas por su accionar. Así, lo refleja el diario Página 12 del 24/01/03, bajo el título de “Grupos de contención”: “El ministro de Seguridad bonaerense, Juan Pablo Cafiero, defendió el rol de “contención” que cumplen las organizaciones piqueteras. “Si no hubiera una contención de parte de estas organizaciones la situación sería, digamos, más caótica y mucho más explosiva”, sostuvo el ministro provincial en declaraciones a radio Mitre. Cafiero, además, descartó que los piqueteros “extorsionen” con sus estrategias de protesta como le señalaron los periodistas en sus preguntas. “Son peticiones, no extorsión. En la forma en que se hacen estas peticiones, muchas veces afectan el derecho de otras personas. Creo que los dirigentes de esos movimientos saben perfectamente de esa limitación que tienen, pero yo lo saco del tema de la extorsión y lo pongo en el lugar de la petición”, manifestó el funcionario que intervino en varias oportunidades en situaciones críticas entre piqueteros y autoridades”. ¡Cuánta perspicacia que tiene la burguesía para apreciar la actual situación!
Porque gracias al accionar del reformismo y los golpes selectivos de la contrarrevolución, hoy las asambleas populares han sido reducidas a su mínima expresión; la alianza obrera y popular que se había forjado al calor de la revolución hoy está rota por la acción del reformismo, y el gobierno y el régimen infame comienzan a tratar de recomponer una base social en un sector de las clases medias que ven a Duhalde como “pacificador”, al tiempo que abriendo primero el “corralito” (los límites de extracciones de cuentas corrientes y cajas de ahorro), y a partir de enero, el llamado “corralón” (los depósitos en dólares ahora pesificados), permiten que un sector –aún pequeño- de las mismas comience a incrementar su consumo.
La burocracia del movimiento piquetero ha liquidado los piquetes y los cortes de ruta como método de lucha, han transformado la lucha por trabajo genuino para todos en luchas de presión sobre el gobierno y el estado para conseguir planes trabajar y bolsones de comida. Así han transformado a la clase obrera en mendiga y al movimiento piquetero -que fue la vanguardia en el ataque a la propiedad de los capitalistas como en General Mosconi y Tartagal- en un verdadero ejército industrial de reserva que el gobierno ha utilizado para bajar el salario de los trabajadores ocupados a 40 dólares, el más bajo de Latinoamérica. La traición del reformismo es enorme. Lo que no pudieron conseguir la dictadura militar con Martínez de Hoz y el genocidio, ni Alfonsín con Sorrouille, ni Cavallo con Memen y luego con De la Rúa, lo consiguió el gobierno de Duhalde con el ministerio de Acción Social y la burocracia piquetera de la FTV-CTA a CCC y el Bloque Piquetero: liquidar los convenios colectivos de trabajo. El resultado es que hoy la inmensa mayoría de la clase obrera está desocupada, o trabajando en negro sin ningún tipo de conquista. Tan es así, que la nueva burguesía china –la ex burocracia restauracionistamasacradora de la Plaza Tiananmen- hoy ha venido a instalar fábricas textiles a la Argentina para producir para la exportación, ya que la mano de obra, con salarios de miseria, es más barata aún que en la propia China restaurada, reservorio de mano de obra esclava del imperialismo!
La acción de la burocracia sindical y de las direcciones reformistas ha logrado así que las leyes del crac y el golpe económico descargado por el imperialismo, que al inicio de la revolución habían actuado empujando a la lucha política de masas, profundizando la tendencia a la unidad de las filas obreras y a la alianza obrera y popular con las clases medias expropiadas, comience a actuar en contra de las masas. Esto es, al haber liquidado la lucha por trabajo para todos y salarios dignos, han transformado al movimiento de desocupados en un ejército industrial de reserva utilizado por la burguesía para bajar el salario de toda la clase obrera e imponer una brutal flexibilización laboral, y permiten que el crac hoy actúe al revés que al inicio de la revolución, desorganizando las filas obreras y socavando la alianza obrera y popular.
El momento actual de la revolución: una situación intermedia, un interregno, cuya definición se resolverá en el terreno de la lucha de clases mundial
Trotsky explica en ¿Adonde va Francia? que “En el proceso histórico, se encuentran situaciones estables, absolutamente no revolucionarias. Se encuentran también situaciones notoriamente revolucionarias. Hay también situaciones contrarrevolucionarias (¡no hay que olvidarlo!). Pero lo que existe sobre todo, en nuestra época de capitalismo en putrefacción son situaciones intermedias, transitorias: entre una situación no revolucionaria y una situación prerrevolucionaria, entre una situación prerrevolucionaria y una situación revolucionaria o... contrarrevolucionaria. Son precisamente estos estados transitorios los que tienen una importancia decisiva desde el punto de vista de la estrategia proletaria”.
Este nuevo momento de la revolución, en que las direcciones reformistas han sacado a las masas de la fase de guerra civil y le están dando aire al régimen maltrecho para que intente recomponer las instituciones que las masas dejaron en crisis cuando abrieron la revolución, es una situación intermedia, transitoria.
A este nuevo momento dentro de la revolución, lo hemos denominado “interregno”. No es la primera vez en la historia que se produce un interregno en una revolución, una situación intermedia. La gran revolución española, iniciada en 1931, tuvo su propio interregno entre 1934 y 1936. Como subproducto del aplastamiento físico de la insurrección de Asturias, y de distintas luchas de las masas, es decir, de sucesivas derrotas de la clase obrera, la burguesía republicana en acuerdo con los vestigios de la monarquía, aunque no lograron derrotar estratégicamente a la revolución, impusieron un período verdaderamente reaccionario, el llamado “bienio negro”. Este período culmina en 1936, cuando bajo nuevas condiciones, con nuevas luchas de las masas, con el levantamiento de Franco y la insurrección en Cataluña, la revolución resurge con más fuerza y virulencia aún.
Esto no significa que todo interregno en una revolución tenga que ser forzosamente un “bienio negro”. En Argentina, este interregno, esta situación transitoria, no impone un período reaccionario como fue en España, ya que no está basado en derrotas físicas de las masas en las calles –en España, significó 3.000 muertos, 7.000 heridos, 400.000 detenidos-, sino que fue impuesto por el accionar del reformismo que, acompañado de golpes contrarrevolucionarios selectivos dados por la burguesía, logró sacar a las masas de la escena, desorganizó y dividió sus filas, transformó las conquistas parciales obtenidas como los Planes Trabajar en un instrumento en manos de la burguesía para bajar el salario de toda la clase obrera, estranguló sus organismos de democracia directa y estatizó las nuevas organizaciones de lucha que habían conquistado.
Cuando comienza una revolución, como sucedió en Argentina, las condiciones de la época revolucionaria, de crac, crisis, guerras, revolución y contrarrevolución, de cambios bruscos, se vuelven inmediatas, cotidianas; las contradicciones del sistema capitalista putrefacto, las contradicciones agudas e irreconciliables entre las clases, salen a la luz abiertamente. Todo el año que pasó desde que comenzó la revolución argentina estuvo marcado por esa inmediatez de las condiciones de la época. La situación intermedia, el interregno actual, es una situación en la que estas condiciones se atemperan, se amortiguan, se vuelven menos inmediatas, aunque el conjunto de esas violentas y agudas contradicciones permanecen sin resolverse definitivamente. Es, por ello mismo, una situación intermedia que no puede durar mucho tiempo, que debe definirse, más temprano que tarde, en favor de alguno de los dos contendientes, pero en la que se postergan, por el momento, los enfrentamientos decisivos.
La resolución de la actual situación intermedia de la revolución argentina, se definirá en gran medida en el terreno de la lucha de clases mundial. Es que cuando en Argentina lograron sacar a las masas de la escena; cuando habían logrado comenzar a ponerle un cerco a las ondas expansivas de la revolución con la colaboración de las direcciones contrarrevolucionarias agrupadas en el Foro Social en Brasil, con el estrangulamiento de la lucha que habían iniciado los trabajadores y el pueblo uruguayo por parte del Frente Amplio y la dirección del PIT-CNT; con la negociación en curso en Venezuela para impedir que las masas vuelvan a irrumpir y aplasten el lock-out patronal abriendo la revolución como en Argentina, la situación mundial vuelve a polarizarse y a tensarse.
Es que el imperialismo yanqui, cuando la crisis mundial ya ha pegado a su interior, y después de haber lanzado una contraofensiva aplastando a bombazos a Afganistán, con el ejército sionista lanzando una korniloviada contra la clase obrera y el pueblo palestino, con golpes contrarrevolucionarios como el de Puente Pueyrredón en Argentina, con la masacre contra el pueblo checheno a través de sus agentes de la nueva burguesía rusa, necesita golpear decisivamente para volcar la situación mundial a su favor, imponiendo una situación reaccionaria que le permita descargar aún más los costos de la crisis sobre los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo, arrodillar en la competencia a las potencias imperialistas europeas y al Japón, e imponer así un punto de equilibrio precario en el desarrollo de la crisis económica mundial. Es precisamente con estos objetivos que viene preparando una guerra de agresión y coloniaje contra Irak.
Pero apenas comenzado el año 2003, la coalición de potencias imperialistas bajo la cobertura de la ONU que el imperialismo yanqui había debido aceptar hace unos meses atrás para preparar el ataque a Irak –que significaba que debía repartir el botín del petróleo irakí con sus competidores- empezó a romperse. Es que, a diferencia de la guerra del Golfo, en 1991, donde los carniceros yanquis había logrado formar una coalición de todas las potencias imperialistas para aplastar a Irak porque de lo que se trataba entonces era de terminar de consolidar la restauración capitalista en los ex-estados obreros y propinarle un escarmiento a las masas explotadas del mundo, hoy, bajo las condiciones de la crisis económica mundial, de lo que se trata es de qué potencia imperialista se queda, no sólo con el botín del petróleo de Irak, sino y fundamentalmente, con las nuevas zonas de influencia de Rusia, China y los demás ex estados obreros. Es decir, hoy las potencias imperialistas deben comenzar a dirimir semicolonias, colonias y protectorados de cuál de ellas serán esos estados.
Esto es lo que explica las brechas y disputas interimperialistas abiertas alrededor de la guerra contra Irak, polarizando y tensando toda la situación mundial, mientras por esas brechas ha comenzado a colarse el movimiento anti-guerra al interior mismo de los Estados Unidos, de Inglaterra, de Francia, de Alemania, aunque por ahora controlado por las direcciones reformistas que permiten así que los carniceros imperialistas franceses y alemanes lo utilicen, pintándose de “democráticos”, en su disputa con los Estados Unidos.
La situación mundial, entonces, es de polarización y extrema tensión, porque el imperialismo yanqui, al no haber podido Mundial, imponiendo el gobierno de frente popular de Lula y el patrón Alencar aún atacar decisivamente a Irak, no puede terminar de derrotar la revolución palestina ni argentina; así como tampoco puede terminar de definir a su favor la situación en Venezuela –con una crisis política y un lockout patronal que ya llevan más de 50 días.
En América Latina se expresa agudamente esta polarización de la situación mundial, con una enorme tensión entre las clases y una situación pre-revolucionaria continental, cuyo punto más alto lo constituye, indudablemente, la revolución argentina y la nueva irrupción de los campesinos y sectores de la clase obrera en Bolivia. Es precisamente para tratar de atenuar, de amortiguar esta extrema polarización –dando tiempo al imperialismo para que, aplastando a Irak, pueda volcar la situación mundial abiertamente a su favor- que están actuando fenómenos nacionalistas o semi-nacionalistas burgueses, como en Venezuela y Ecuador, frentes populares como en Brasil, políticas de colaboración de clases montadas por las direcciones stalinistas, pequeñoburguesas y las burocracias sindicales agrupadas en el Foro Social Mundial -que volvieron a reunirse en Porto Alegre-, y fundamentalmente, que intentan poner en pie, a través del “Grupo de países amigos de Venezuela” un nuevo TIAR, es decir, nuevos pactos que aten a las naciones semicoloniales al imperialismo, para obligar hoy a las masas y a la nación venezolana oprimida a rendirse.
Bajo estas condiciones mundiales, la situación intermedia y el interregno impuesto en la Argentina, tienden a transformarse en una situación transitoria, que tenderá a resolverse –a favor del imperialismo y de la burguesía; o bien a favor de la clase obrera y los explotados- en gran medida en función de la definición de la situación mundial y del resultado del ataque a Irak.
Esto significa que, por el momento, esta situación mundial de polarización, hace que la burguesía en Argentina no pueda terminar de usufructuar las conquistas logradas contra la clase obrera gracias al accionar de las direcciones reformistas. Porque si la revolución tiene tareas pendientes, también el gobierno y el régimen tienen todo a medio hacer. Porque han logrado sacar a las masas de la escena pero no han conseguido derrotar la revolución; porque persisten las condiciones internacionales que le dieron origen, la crisis económica mundial y en especial la crisis económica de los Estados Unidos, que son las que no permiten que Argentina pueda aún reinsertarse en la división mundial del trabajo, de la cual quedó dislocada. Gracias al accionar del reformismo, la burguesía argentina ha logrado que la crisis rebote y que las pre-condiciones para que comience un pequeño ciclo de expansión ligado a la exportación, estén dadas. En primer lugar, la devaluación del peso respecto al dólar, y la enorme retracción del consumo interno, que permiten las condiciones para exportar. En segundo lugar, con la imposición de un salario de 40 dólares y una brutal flexibilización laboral, está garantizada una enorme tasa de plusvalía. Esto, junto a la disponibilidad de materias primas, garantizan que el capital variable para reiniciar un nuevo ciclo de producción, esté dado. Pero el problema es que el altísimo precio del dólar respecto al peso, hace todavía muy cara la importación de las maquinarias (capital constante). Esta contradicción en la composición orgánica del capital es uno de los factores que impide que se plasme un nuevo ciclo de expansión.
La tendencia a la baja del precio del dólar que ha comenzado el último mes, es la expresión de tres cuestiones: en primer lugar, de que a través de las exportaciones comienzan a ingresar a las arcas del tesoro nacional dólares genuinos, esto es, de que la moneda –el peso- tiende lentamente a volver a reflejar el valor real de la riqueza producida. En segundo lugar, de que ha surgido una mercancía más barata que el dólar (mercancía en forma dinero), que además tiene la capacidad de reproducir más valor del que contiene: la fuerza de trabajo. La baja del dólar es la expresión de que comienza a haber más demanda de esa mercancía- fuerza de trabajo baratísima. Y en tercer lugar, de la necesidad que tiene la burguesía de que el dólar baje para poder facilitar la importación de maquinarias para poner a producir la fuerza de trabajo.
Pero este rebote de la crisis no termina de plasmarse en un nuevo ciclo corto de expansión, fundamentalmente porque Estados Unidos no logra salir de la crisis, y la situación del conjunto de la economía mundial es de recesión, por lo cual, aunque en Argentina se pudiera producir para exportar, no existen los mercados adónde hacerlo, y no terminan de delinearse así cuáles serán las ramas de producción que se desarrollen y que puedan dar lugar a ese ciclo de expansión.
La burguesía no puede terminar de usufructuar el haber sacado a las masas de la calle y provisoriamente de la fase de guerra civil, porque no logran recomponer las instituciones del régimen y del estado, que continúan totalmente desprestigiadas ante los ojos de las masas, y son profundamente odiadas por ellas, ni tampoco ha logrado un gobierno fuerte que garantice la transición hasta el final metiendo a las masas en la trampa electoral.
Por ello, esta situación intermedia, este interregno de la revolución argentina, se definirá en gran medida en la lucha de clases mundial: si los carniceros yanquis logran aplastar a Irak rápidamente, indudablemente en Argentina se fortalecería la burguesía para pasar a un contraataque decisivo de la contrarrevolución. Si las brechas entre las potencias imperialistas permanecen abiertas y se profundizan, veremos actuar con todo a las direcciones reformistas para impedir que por esas brechas abiertas pueda colarse la irrupción de las masas. Si el imperialismo yanqui no puede atacar, o bien si por las divisiones en las alturas comienza a irrumpir la lucha de la clase obrera y los explotados en Medio Oriente y sobre todo, al interior mismo de las potencias imperialistas, serán las mejores condiciones para que el proletariado y las masas en Argentina puedan superar el chaleco de las direcciones reformistas, y para que vuelvan a irrumpir en el centro de la escena, definiendo a su favor esta situación intermedia.
La crisis de dirección revolucionaria es el factor decisivo para que avance o no la heroica revolución argentina
Bajo las actuales condiciones convulsivas a nivel mundial, y en el interregno de la revolución argentina, no hace más que ponerse al rojo vivo la crisis de dirección revolucionaria del proletariado. Pero dialécticamente, a pesar de que el reformismo ha logrado sacar a las masas de la escena por el momento, existen las condiciones para que madure el partido revolucionario que la clase obrera necesita tener a su frente. Porque al inicio de la revolución argentina las masas fueron a los partidos que conocían y que durante años les prometieron una revolución, pero hoy, luego de un año de traiciones, miles de obreros avanzados e hijos de la revolución, han hecho su experiencia con estos partidos, los han visto deshacer a cada paso todo lo que las masas pusieron en pie con su lucha, comienzan a sacar lecciones y hierven de deseos de venganza. Pero estas moléculas se encuentran dispersas, y de seguir así, pueden terminar desmoralizadas.
En el momento actual, el problema de la crisis de dirección revolucionaria es el factor decisivo para que avance o no la heroica revolución argentina. Se ha vuelto más urgente que nunca la necesidad de luchar por construir un verdadero partido obrero revolucionario e internacionalista, capaz de liberar al proletariado de sus direcciones reformistas y abrir nuevamente el camino a la huelga general y a un nuevo embate de masas que termine de hacer volar por los aires al régimen infame e imponer un régimen de doble poder. La tarea del momento es reagrupar en un partido revolucionario a los miles de luchadores obreros y populares, a los militantes de la revolución que odian al reformismo por sus traiciones a la revolución pero que hoy se encuentran dispersos y separados entre sí.
Pero las fuerzas que se conjuraron ayer y se conjuran hoy para estrangular a la revolución argentina, no son “nacionales”: se concentran en esa verdadera “internacional” contrarrevolucionaria que es el Foro Social Mundial. Es Lula y su frente popular con el patrón Alencar, es Fidel Castro y el stalinismo en todas sus variantes, son las burocracias sindicales y la nueva burocracia piquetera; son los fenómenos nacionalistas burgueses de manos vacías como Chávez. Ya hemos visto cómo hace un año allí se decidió la política que luego aplicaron a rajatabla sus agentes en Argentina. Pero estas direcciones contrarrevolucionarias no podrían jugar el rol que están jugando si no fuera por la legitimidad que les han dado los revisionistas y liquidacionistas que usurpan las banderas de la IV Internacional en los distintos países y también en Argentina.
Hoy, cuando la situación mundial se polariza y se tensa, cuando esas condiciones se agudizan en América Latina, las direcciones contrarrevolucionarias de todo pelaje que hoy han vuelto a reunirse en el III Foro Social Mundial, con el objetivo de impedir, en primer lugar, que la clase obrera mundial pueda dar una respuesta unificada a la guerra de los carniceros imperialistas contra Irak: todas las fuerzas están concentradas para impedir que el imperialismo sea derrotado, que se imponga la victoria militar de Irak, es decir, para que no haya la más mínima posibilidad de propinarle a los carniceros imperialistas una derrota como la de Vietnam en 1975. Se reúnen para imponer el nuevo TIAR para obligar a rendirse a las masas venezolanas e impedir que estas vuelvan a irrumpir abriendo la revolución, como en Argentina; se reúnen para fortalecer, con el frente popular en Brasil, el cerco contra la revolución argentina. Y junto a ellos, están, hoy como ayer, de la mano del stalinismo, las corrientes revisionistas y liquidacionistas usurpadoras del trotskismo en Argentina, diciéndoles a los trabajadores y el pueblo argentino hoy sacados de las calles y maniatados, que el 20 de diciembre de 2002 fue un “enorme triunfo”, que la revolución sigue viento en popa porque se hizo una “demostración de fuerza” el 20 en la plaza, porque se fortalecieron las “organizaciones combativas enormemente” y fundamentalmente porque es un triunfo enorme que los trabajadores empiecen a poner en pie trabajos productivos, alternativos, paralelos, para poder subsistir y resistir, que hay que extender este “mercado alternativo” con los demás trabajadores, con las fábricas ocupadas y al resto de América Latina y el mundo. La política que plantean, entonces, es agrupar a todas las organizaciones que estuvieron el 20 de diciembre de 2003 en el palco en Plaza de Mayo y poner en pie un “polo de referencia” para “luchar por el poder”. Esto es, ni más ni menos que llevar hasta el final la política de “movimientos políticos y sociales”, y hacer así un “polo” para “luchar por el poder”... con la burocracia piquetera de Castells, el PO, Barrios de Pie, el stalinismo, junto al morenismo en sus distintas variantes, es decir, precisamente los que sostienen al gobierno de Duhalde y al régimen de transición.
Es por ello que la tarea de derrotar a estas direcciones que llevaron a la encrucijada a la revolución argentina, y de poner en pie el partido revolucionario que la clase obrera argentina necesita y se merece, es inseparable de la lucha contra esa verdadera Internacional V y un cuarto del Foro Social Mundial, contra los revisionistas y liquidadores del trotskismo que se han subordinado a ella, y por un reagrupamiento internacional de las fuerzas sanas del trotskismo, una Conferencia internacional para avanzar en poner en pie un centro internacional revolucionario, en el camino de regenerar y refundar la IV Internacional.
Es que sin esa dirección internacional, que le presente combate en todo el mundo a las direcciones contrarrevolucionarias del FSM y a los liquidacionistas del trotskismo, será muy difícil para los revolucionarios en Argentina orientarse correctamente, sin ceder a la presión del reformismo y al terror de la represión del estado patronal; será muy difícil reagrupar a la vanguardia revolucionaria para poner en pie un partido revolucionario que pueda dirigir a las masas a la insurrección y a la toma del poder. E inclusive si, bajo circunstancias excepcionales, esto se lograra, una revolución triunfante en Argentina no podría sostenerse sin una dirección internacional revolucionaria, un partido mundial de la revolución socialista con fuertes secciones en Estados Unidos, en los países de Europa, que pueda sublevar al proletariado de los países imperialistas en su apoyo. Es por ello que la tarea de poner en pie el partido revolucionario, leninista-trotskista, que pueda llevar al triunfo a la revolución argentina, es una tarea insoslayable de todas las fuerzas sanas del trotskismo a nivel internacional.
La revolución argentina, y las condiciones para poner en pie un partido revolucionario leninista-trotskista viven en los combates de la lucha de clases mundial y en las fuerzas de las masas argentinas que no están agotadas
Que se haya cerrado la fase de guerra civil abierta con las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001 y que se haya impuesto esta situación intermedia, este interregno en la revolución, ¿significa acaso que ya está derrotada la revolución argentina, que ya ha sido estrangulada o abortada definitivamente? No, en lo absoluto. Las fuerzas de la revolución están vivas, pero están controladas, maniatadas, divididas por las direcciones reformistas, sin una dirección revolucionaria a su frente, impotentes para avanzar en un nuevo embate de masas que barra con el régimen infame y abra un régimen de doble poder en el camino de una insurrección proletaria triunfante que lleve a la clase obrera al poder.
Pero la revolución argentina, y los requisitos para conquistar una Conferencia internacional de las fuerzas sanas del trotskismo y por ello mismo, para avanzar en poner en pie en Argentina un partido revolucionario internacionalista, viven en las condiciones de crisis, crac, guerras y revoluciones, que hoy se expresan en una situación de enorme polarización y tensión entre las clases, que aún el imperialismo no logra volcar a su favor.
Viven también en la lucha de la clase obrera y los explotados a nivel internacional, en la resistencia heroica de los trabajadores y el pueblo palestino a la ofensiva genocida del ejército de Sharon y Bush, en los combates contra la ofensiva imperialista del proletariado latinoamericano que hoy resurge nuevamente en las rutas, las ciudades y en el campo de Bolivia, en los combates de la clase obrera y los explotados de Medio Oriente y del proletariado mundial contra la agresión imperialista a Irak.
La revolución argentina y las condiciones para construir un partido revolucionario, viven en la imposibilidad por parte del estado burgués argentino de poner en pie instituciones prestigiadas ante los ojos de las masas que siguen odiando al gobierno, la justicia, el parlamento, los partidos políticos, a la policía, la gendarmería y a la casta de oficiales del ejército genocida. Viven en la permanente crisis de las mediaciones con que el régimen intenta controlar y desviar la lucha revolucionaria de las masas. Es que el régimen para lograr que el reformismo controle a las masas e imponer la paz social, tuvo que quemar ya varias mediaciones: la vieja burocracia peronista del “combativo” Moyano prácticamente desapareció de la vida política nacional; la CCC ya no es la fuerza hegemónica del movimiento piquetero y ha quedado reducida a un aparato montado alrededor del manejo de los Planes Trabajar; del “espacio ciudadano” de la CTA junto a Zamora y la Carrió no quedan ni rastros, y hoy los sostenedores fundamentales del régimen de transición encabezado por Duhalde son las distintas variantes stalinistas, los altamiristas y las distintas alas del morenismo renegados del trotskismo, es decir, las mediaciones más “de izquierda”, que es precisamente lo que le da un carácter semi-kerenskista al gobierno de Duhalde.
La revolución argentina y las condiciones para que madure el partido jacobino están vivas en las energías revolucionarias de la clase obrera y las masas explotadas de este país, que están maniatadas y enchalecadas, pero en absoluto agotadas. Vive también en la posibilidad de que se reconstituya un nuevo proletariado. Es que si hay reactivación económica y decenas de miles de trabajadores desocupados ingresan al proceso productivo en las fábricas, el salario tenderá a subir. Esta perspectiva plantearía que difícilmente los trabajadores desocupados que no entren a la producción sigan tolerando miserables subsidios de 150 lecops, lo que podría reabrir un proceso de lucha feroz del movimiento de desocupados, y al mismo tiempo al interior mismo de las fábricas, pero ahora con un nuevo proletariado que viene de una enorme experiencia de lucha como parte del movimiento piquetero combativo.
El destino de la revolución argentina hoy, depende entonces del desarrollo de la crisis económica mundial y de la lucha de clases internacional, y fundamentalmente de la acción consciente y denodada de las fuerzas sanas del trotskismo a nivel internacional por reagrupar sus filas en una Conferencia internacional para presentar combate a las direcciones traidoras y a los liquidadores de la IV Internacional, que es el único camino para poner en pie el partido revolucionario que la clase obrera argentina necesita para enfrentar al reformismo, derrotarlo, y volver a liberar la energía revolucionaria de las masas para que la semi-revolución mancillada y desfigurada, medio ciega, medio sorda y medio muda que ha comenzado, pueda transformarse en revolución socialista, consciente y terminada. Esa es la tarea candente del momento actual.
Hace más de setenta años, frente al inicio de la revolución española –una semi-revolución, medio ciega, medio sorda y medio muda, como la Argentina- León Trotsky y los bolcheviques-leninistas, decían: “La gran revolución francesa empleó más de 30 años para llegar al punto culminante: la dictadura de los jacobinos. La revolución rusa condujo en ocho meses a la dictadura de los bolcheviques. Vemos aquí una diferencia enorme de los ritmos. Si en Francia los acontecimientos se hubieran desarrollado más rápidamente, los jacobinos no hubieran tenido tiempo para formarse, pues en vísperas de la revolución no existían como partido. De otra parte, si los jacobinos hubieran representado una fuerza ya en vísperas de la revolución, los acontecimientos indudablemente se habrían desarrollado con más rapidez. Tal es uno de los factores que determina el ritmo (...) El Partido Comunista español ha entrado en los acontecimientos en un estado de debilidad extrema. España no está en guerra; los campesinos españoles no están concentrados por millones en los cuarteles y en las trincheras, ni se hallan bajo el peligro inmediato del exterminio. (A diferencia de la revolución rusa, donde la guerra aceleró aún más los tiempos, N. de R). Todas estas circunstancias obligan a esperar un desarrollo más lento de los acontecimientos y permiten, por consiguiente, confiar en que se dispondrá de un plazo más largo para la preparación del partido y la conquista del poder”. Pero Trotsky y los bolcheviques-leninistas, sabían que la tarea de poner en pie ese partido revolucionario en España, no era sólo de los revolucionarios españoles, sino y fundamentalmente, una enorme tarea internacional. Es por ello que, desde el inicio mismo de la revolución española, el grito de guerra de la Oposición de Izquierda, y luego de la IV Internacional, era “¡el 90% de nuestras fuerzas a España”, en un combate internacional sin cuartel contra el stalinismo.
Salvando las distancias de la analogía histórica, podríamos decir que lo mismo ha sucedido en la revolución argentina: ésta se inició sin que el partido revolucionario, el partido jacobino del proletariado, constituyera ya una fuerza en la víspera de la revolución, a causa de décadas de capitulaciones de los centristas y revisionistas que llevaron a la degeneración a la IV Internacional, y también a las fuerzas que usurpan sus banderas en Argentina. Pero bajo las condiciones convulsivas mundiales, al calor mismo de la revolución en Argentina, sacando las lecciones de los combates dados y preparando los próximos, puede madurar el partido jacobino. Pero esta tarea se hará únicamente a condición de que las fuerzas sanas del trotskismo a nivel internacional sean capaces de poner no ya el 90, sino el 99% de sus fuerzas al servicio de la lucha por reagruparse alrededor de las lecciones y el programa revolucionario frente a la guerra de Afganistán y ahora de Irak, frente a la revolución palestina y argentina, frente a los convulsivos acontecimientos de Venezuela, frente al despertar de la clase obrera de los países imperialistas, para declararle la guerra en todo el mundo al Foro Social Mundial y a los renegados del trotskismo que se han sumado a esa “Internacional V y un cuarto”, y para avanzar en poner en pie una dirección internacional revolucionaria que pueda centralizar esta pelea en todo el mundo.
Un reagrupamiento internacional, una Conferencia internacional que se levante con ese grito de guerra, tendría un impacto inmediato en Argentina, y aceleraría sin ninguna duda el reagrupamiento de las fuerzas que ya existen para poner en pie el partido jacobino, un nuevo partido revolucionario, verdaderamente trotskista e internacionalista, que no esté cargado de los viejos errores, capitulaciones y agachadas ante el estado burgués, que no esté manchado de oportunismo ni de ningún deseo de conciliación con las clases explotadoras esclavistas nativas y extranjeras.
Las fuerzas para poner en pie este nuevo partido revolucionario ya existen, pero se encuentran dispersas: están en los miles de obreros avanzados, que conocen al trotskismo y que lucharon por él, y que al calor de la revolución volvieron a la lucha y son animadores de muchos de sus combates y de los intentos de poner en pie organismos de democracia directa. Están en los obreros sindicalistas revolucionarios que buscan un camino para salir del atolladero al que han llevado a la revolución las direcciones reformistas. Están en los sectores del movimiento piquetero que se rebelan contra la nueva burocracia sindical que los ha expropiado y estatizado; en los militantes hoy dispersos que se rebelan contra la política reformista de los estados mayores de las corrientes usurpadoras del trotskismo, devenidas en centristas burocráticas o directamente contrarrevolucionarias como PO. Están en los miles de hijos de la revolución, constructores de las asamblea populares que hierven de odio ante la acción del reformismo que las ha reducido a su mínima expresión, y en los obreros de las fábricas ocupadas que enfrentan consecuentemente a la burocracia sindical y la política de las direcciones reformistas de mantenerlos aislados y llevarlos a hacer cooperativas, o autogestiones con la justicia y las legislaturas burguesas. Las fuerzas para poner en pie ese partido están también en corrientes que se niegan a arrodillarse ante el régimen, que defienden los principios de clase y revolucionarios, que enfrentan consecuentemente a la burocracia sindical, y que buscan un camino revolucionario, como los compañeros de Convergencia Socialista y de la LSR.
A todas estas fuerzas, las llamamos a luchar por un reagrupamiento revolucionario de la vanguardia, sacando las lecciones revolucionarias de los combates dados por nuestra clase en Argentina, pero también en Palestina, en Venezuela, y de los acontecimientos más agudos de la revolución y la contrarrevolución, para preparar los próximos combates y lanzar una guerra a muerte contra las direcciones reformistas y los liquidacionistas del trotskismo, agrupados en el Foro Social Mundial. Los llamamos a entablar una discusión fraternal, y a la vez sin diplomacias, que nos permita clarificar las diferencias y acuerdos que tenemos, discusión y pelea común que, a nuestro entender, no puede estar separada de la lucha por poner en pie una Conferencia Internacional de las fuerzas sanas del trotskismo, para declararle la guerra a las direcciones contrarrevolucionarias y a los liquidadores de la IV Internacional en todo el mundo, en lucha por regenerarla y refundarla, puesto que sólo como producto de ese combate internacional podrá ponerse en pie el nuevo partido revolucionario, trotskista e internacionalista que la clase obrera argentina necesita para derrotar a las direcciones reformistas, para sacar a la revolución de la encrucijada, para que esta semi-revolución mancillada y desfigurada, pueda transformarse en revolución consciente y terminada, es decir, completar su tarea histórica: derribar al régimen burgués, conquistar los organismos armados de doble poder de las masas, y avanzar en preparar la insurrección que derroque a la burguesía y lleve al poder a la clase obrera.
Es la tarea de la hora, no hay tiempo que perder. De que esta tarea se cumpla en el momento justo, depende la vida o la muerte de la revolución argentina.
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