Publicado originalmente en el BIOI Nº 4 (Segunda Época) de febrero de 2003
Nuevamente sobre la estafa stalinista de "convergencias y divergencias entre Grasmci y Trotsky". Toneladas de veneno se han vertido sobre cuadros y militantes socialistas al hacer pasar a Gramsci (un fiel militante stalinista) como uno de los grandes marxistas de los '30 aliado a Trotsky. Es una revisión perversa cuyo objetivo es hacer pasar el programa y la teoría del stalinismo como si fuera el de la IV Internacional. ¡Los trotskistas no vamos a permitir semejante estafa contra el legado de la IV!
Publicamos a continuación un artículo de nuestra corriente del año 2003 en polémica contra el PTS, que con su revisión quiere vestir a distintas alas del stalinismo (como lo es Gramsci) como trotskistas.
Ayer, para destruir al trotskismo y revisar su programa, glorificaban a otras alas stalinistas como Mao, Tito, Ho Chi Mihn, Castro... Hoy, buscan hacerlo reviviendo a Gramsci. |
La dirección del PTS
TRAS LOS PASOS DE GRAMSCI...
se abraza al “legado teórico y programático” del stalinismo
El PTS, en su revista “teórica” Estrategia Internacional N° 19 de enero del 2003, ha puesto como eje un artículo escrito por Emilio Albamonte y Manolo Romano, bajo el pretencioso título de “Trotsky y Gramsci: Convergencias y divergencias”.
Queremos aclarar a los lectores que si dedicamos algo de tiempo a desenmascarar a estos revisionistas, no es porque tengan algún peso real en la vanguardia revolucionaria del proletariado, sino sólo porque este grupo, el PTS, tiene la “virtud” de llevar hasta el final lo que muchos revisionistas piensan y aplican pero, más prudentemente, ocultan. El intento del PTS de demostrar, mediante falsificaciones, que habría alguna “convergencia” entre Trotsky, el fundador de la IV Internacional que combatió a muerte al stalinismo, y el stalinista Gramsci, enemigo acérrimo del trotskismo, no hace más que confirmar que es un grupo que rompió completa y abiertamente con la III Internacional de Lenin y Trotsky y con la IV Internacional.
No vamos a detenernos sobre todas y cada una de las falacias, falsificaciones e inventos que pueblan este artículo. Nos limitaremos a demostrar lo esencial: que no hay “convergencia” posible entre Trotsky y Gramsci, y que, por el contrario, es el PTS el que, rompiendo con el trotskismo, “converge” con el stalinismo.
Una verdadera impostura política
Para intentar demostrar las supuestas “convergencias”, lo primero que hacen es presentar a Gramsci como un “comunista revolucionario” al que, luego de su muerte, el stalinismo habría revisado para traicionar. Esta es la primera “convergencia” que el PTS inventa, tratando de hacer un paralelismo con Trotsky, cuyas posiciones y escritos, según el PTS, los “trotskistas de Yalta” se habrían “reapropiado”, luego de su asesinato a manos del stalinismo, para justificar sus capitulaciones.
Y aquí está la primera falsificación escandalosa: porque nadie puede encontrar una sola cita del Programa de Transición, ni del Manifiesto de la Guerra, ni de ninguna obra de Trotsky, para justificar una traición o una capitulación. Nadie puede decir: “Apoyo el frente popular, como dice el Programa de Transición”; “apoyo a la burguesía, como dice tal escrito de Trotsky”; o “apoyo a la burocracia sindical o al stalinismo, como dice en tal otro”.
Por el contrario, todo aquel que traicionó o capituló, tuvo que revisar a Trotsky, más abierta o más veladamente. Lo mismo tiene que hacer el PTS para tratar de demostrar la supuesta “convergencia” entre Trotsky y Gramsci: tiene que revisar y falsificar a Trotsky, porque, por ejemplo, no puede encontrar una sola cita que pueda apoyar su afirmación escandalosa de que en la segunda posguerra “se bloqueó la dinámica de la revolución permanente”, es decir, que las leyes de la revolución en la época imperialista habrían dejado de regir por un tiempo, y que el Programa de Transición, por lo tanto, habría dejado de ser válido durante el período de Yalta.
Por el contrario, el stalinismo jamás tuvo que revisar ni falsificar a Gramsci para traicionar, como sí, por el contrario, tuvo que hacer con Lenin, del que la burocracia stalinista tuvo que falsificar directamente gran parte de su obra para tratar de utilizarlo contra el trotskismo. El stalinismo, en el caso de Gramsci, no tuvo más que aplicar al dedillo lo que éste pregonaba. Porque, ¿qué necesidad hay, para una dirección traidora como el stalinismo, de revisar o falsificar a alguien que, como Gramsci, hablaba de “neutralizar a la burguesía”; de crear “consenso” con otros sectores para ello, de luchar por una “reforma intelectual y moral”, entre otras cosas? ¿Qué necesidad tenía el stalinismo de falsificar a Gramsci, cuando éste era un acérrimo enemigo del trotskismo y de la teoría-programa de la revolución permanente?
No hace falta mucha perspicacia para descubrir la estafa del PTS, que quiere hacernos pasar al stalinista Gramsci como un “comunista revolucionario” con grandes “convergencias” con León Trotsky, y cuyas “diferencias” con el fundador de la IV Internacional sólo se limitan a que “Trotsky capta mejor que Gramsci”, “Trotsky comprende más consecuentemente”, “Gramsci no alcanzó la altura y los pronósticos estratégicos de Trotsky”; “Gramsci no terminó de ver...”, y así interminablemente. Repetimos: no hace falta ser muy perspicaz: solo hace falta leer a Gramsci, cuestión que -queda absolutamente claro- Albamonte y sus seguidores no han hecho, sino que, como vulgares copistas, han picoteado aquí y allá de las “interpretaciones” de los “marxistas” académicos al estilo de Perry Anderson y de las citas de Gramsci por ellos utilizadas.
Si se dejan de lado las elucubraciones seudofilosóficas de este supuesto “intelectual”, Gramsci –un verdadero “Fidel Pintos”, diríamos en Argentina, por el personaje de este actor que hablaba hasta por los codos sin decir nada sustancial- queda claro que dice sin ningún tipo de pelos en la lengua lo que piensa, demostrándose como un stalinista confeso, como un defensor a ultranza de la seudoteoría del “socialismo en un solo país”, y un no menos confeso enemigo de la teoría de la revolución permanente y de León Trotsky. Veamos qué decía al respecto el supuesto “comunista revolucionario” del que nos habla el PTS:
“Habrá que ver si la famosa teoría de Bronstein (por Trotsky, N. de R.) sobre la permanencia del movimiento no es el reflejo político de la guerra de movimiento o maniobra (recordar la observación del general cosaco Krasnov), y, en último análisis, reflejo de las condiciones generales económico-culturales-sociales de un país en el cual los cuadros de la vida nacional son embrionarios y laxos, y no pueden convertirse en “trinchera o fortaleza”. En este caso se podría decir que Bronstein, que se presenta como un “occidentalista”, era, en cambio, un cosmopolita, o sea superficialmente nacional y superficialmente occidentalista y europeo. En cambio, Ilici (por Lenin, N. de R) era profundamente nacional y profundamente europeo.
Bronstein recuerda en sus memorias que de su teoría dijeron que había demostrado su bondad... al cabo de quince años, y contesta a ese epigrama con otro. En realidad, su teoría como tal no era buena ni quince años antes ni quince años después, como les ocurre a los testarudos de los que habla Giucciardini. Bronstein adivinó en general, o se, tuvo razón, en cuanto a la previsión práctica más general; lo cual es como predecir a una niña de cuatro años que llegará a ser madre, y luego, cuando es realmente madre, concluir: “ya os lo había dicho yo”, sin recordar que cuando tenía cuatro años quería estuprar a la niña, seguro de que se habría convertido en madre”.
¡Así hablaba, coherentemente, el stalinista Gramsci, de Trotsky y la teoría de la revolución permanente, en sus escritos desde la cárcel entre 1929 y 1932! ¡Cuántas “convergencias”, señores impostores!
Es el PTS quien no solamente falsifica a Trotsky, sino que falsifica a Gramsci para embellecerlo y hacer aparecer a este stalinista confeso, enemigo acérrimo del trotskismo, como un “comunista revolucionario”.
El método -–si se lo puede llamar así- que utilizan estos falsificadores de baja estofa para tratar de encontrar las “convergencias” entre Trotsky y Gramsci, es el de tratar de encontrar el “género próximo” entre un elefante y una mesa, partiendo del hecho de que ambos tienen cuatro patas. Es decir, quieren encontrar un “género próximo” que no puede existir entre un revolucionario como Trotsky y un contrarrevolucionario como Gramsci, y desde allí, ver cuáles son las diferencias específicas. El resultado es... una verdadera composición sobre “Tema libre: La vaca”, escrito por dos curanderos charlatanes de la universidad burguesa, definitivamente diplomados en la decadencia del arte de mentir.
Albamonte y Romano, tardíos “amigos de la URSS”
Albamonte y sus seguidores intentan convencernos de que la segunda “gran convergencia” entre Trotsky y Gramsci sería que ambos veían, en la década del ’30, que emergía y se fortalecía el imperialismo norteamericano, y que había entrado en decadencia el imperialismo dominante hasta entonces, el británico. ¡Vaya descubrimiento, vaya “convergencia”!
Cualquier persona con dos dedos de frente podía ver ese fenómeno en la década del ’30. Con el método del PTS, ¿por qué no buscar las “convergencias” entre Trotsky y, por ejemplo, Churchill, el primer ministro imperialista británico, que bien consciente era de ese problema?
El problema era que el sistema capitalista mundial no había logrado dirimir esta cuestión con la carnicería de la Primera Guerra Mundial, y necesitaba por ello una segunda guerra interimperialista para resolver qué potencia imperialista se erigiría en potencia dominante. Pero para poder llegar a la Segunda Guerra Mundial, las potencias imperialistas tenían primero que provocarle una feroz derrota a sus propias clases obreras; esto es, derrotar la revolución en Alemania, y luego en España y Francia. Y fue la traición de la burocracia stalinista la que lo permitió. Y lo que precisamente no dice el PTS es que lo esencial, lo determinante que había que ver y combatir en la década del ’30 no era “el ascenso americano y la decadencia británica”, sino la política contrarrevolucionaria del stalinismo que traicionó la Revolución de Octubre usurpando el estado obrero soviético y esto lo hizo, en nombre de la seudoteoría del “socialismo en un solo país”. Había que enfrentar al stalinismo que permitió el aplastamiento del proletariado alemán a manos del fascismo; que traicionó la revolución española haciendo “consenso” con la burguesía republicana en el frente popular para “neutralizar” a la burguesía franquista -–mientras, como quintacolumna, asesinaba a los trotskistas e inclusive a los centristas del POUM-. Había que enfrentar al stalinismo que traicionó la revolución francesa entrando al frente popular con Blum y sosteniendo el dominio de las 60 familias del régimen imperialista francés.
Pero lo más escandaloso es que el PTS se calla la boca, conscientemente, sobre la posición de Gramsci frente al problema central que dividió –y aún divide- aguas entre stalinistas y trotskistas, entre reformistas, centristas y revolucionarios a lo largo de todo el siglo XX: la cuestión rusa, esto es, la actitud ante la dictadura del proletariado, ante la burocratización del estado obrero soviético, y ante la seudoteoría del “socialismo en un solo país”. Alrededor, precisamente, de la cuestión rusa y de la lucha contra el “socialismo en un solo país”, surgió la Oposición de Izquierda; luego a partir de 1933, el movimiento pro-Cuarta Internacional, y finalmente en 1938, la IV Internacional, incorporando al programa de la revolución socialista mundial la tarea clave de la revolución política para derrocar a la burocracia stalinista con la guerra civil y restablecer el poder de los soviets en el país de la revolución de Octubre.
Pues bien, el PTS oculta que Gramsci fue un acérrimo defensor de la seudoteoría stalinista del “socialismo en un solo país”, explícitamente contra Trotsky y los bolcheviques leninistas. Decía Gramsci:
“Internacionalismo y política nacional. El escrito de Giusseppe Bessarione (Stalin, N. de R.) (por el sistema de preguntas y respuestas) de septiembre de 1927 acerca de algunos puntos esenciales de ciencia y arte políticos. El punto que me parece necesario desarrollar es éste: que según la filosofía de la práctica (en su manifestación política), ya en la formulación de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más reciente (por Lenin, N. de R), la situación internacional tiene que considerarse en su aspecto nacional. Realmente la relación ‘nacional’ es el resultado de una combinación ‘original’ única (en cierto sentido) que tiene que entenderse y concebirse en esa originalidad y unicidad si se quiere dominarla y dirigirla. Sin duda que el desarrollo lleva hacia el internacionalismo, pero el punto de partida es ‘nacional’, y de este punto de partida hay que arrancar. Mas la perspectiva es internacional y no puede ser sino que internacional. Por lo tanto, hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional tendrá que dirigir y desarrollar según la perspectiva y las directivas internacionales. La clase dirigente lo es sólo si interpreta exactamente esa combinación, componente de la cual es ella misma y, en cuanto tal, puede dar al movimiento una cierta orientación según determinadas perspectivas. En este punto me parece estar la discrepancia fundamental entre Leone Davidovici (por Trotsky, N. de R.) y Bessarione como intérprete del movimiento mayoritario. Las acusaciones de nacionalismo son inepcias si se refieren al núcleo de la cuestión. Si se estudia el esfuerzo realizado desde 1902 hasta 1917 por los mayoritarios (los bolcheviques, N. de R.), se ve que su originalidad consiste en una depuración del internacionalismo, extirpando de él todo elemento vago y puramente ideológico (en sentido malo) para darle un contenido de política realista. (...)
“Las debilidades teóricas de esta forma moderna del viejo mecanicismo quedan enmascaradas por la teoría general de la revolución permanente, que no es sino una previsión genérica presentada como dogma, y que se destruye por sí misma, por el hecho de que no se manifiesta fáctica y efectivamente . (Escritos de Gramsci, 1932-1935, negritas nuestras)
Así, queda claro que el PTS, en una forma que ya es siniestra, oculta que Gramsci sostenía con todas sus fuerzas la seudoteoría del “socialismo en un solo país”, y cantaba loas al gran “Giusseppe Bessarione” (Stalin, por su nombre Josip Vissarionóvich), y dice, muy suelto de cuerpo, y como al pasar que “Gramsci... no vio el surgimiento de la burocracia soviética”!!!
Lo esencial en los ’30 era precisamente, “ver” que el stalinismo había pasado de ser centrismo burocrático –- lo que ya a fines de los ’20 había significado la traición a la huelga general inglesa para sostener el Comité Anglo-Ruso con la burocracia sindical de las Trade Unions; y la traición a la segunda revolución china apoyando a la burguesía nacional del Kuomintang, con el saldo de más de un millón de comunistas masacrados-, directamente al campo de la contrarrevolución. Esto es, que su rol era, precisamente, el de traicionar la revolución mundial, que fue lo que le permitió a las potencias imperialistas tener las manos libres para dirimir a los bombazos cuál sería la potencia dominante, llevando a los obreros alemanes, franceses, italianos, norteamericanos, a masacrarse unos a otros en defensa de los intereses de su propia burguesía en la Segunda Guerra Mundial, y al imperialismo alemán –con la complacencia de sus adversarios en la guerra- a invadir la Unión Soviética para aplastar al estado obrero, lo que significó 20 millones de heroicos obreros y campesinos soviéticos muertos para defender esa conquista del proletariado mundial.
Desafiamos a Albamonte, a Romano y a sus seguidores a que nos muestren una sola cita de Gramsci donde éste hable de la traición del stalinismo a la revolución alemana, francesa, española; donde denuncie al frente popular, a la alianza de la burocracia soviética con los imperialistas “democráticos” contra el “fascismo”. No la van a encontrar. ¡Y no vengan a decirnos que “Gramsci no sabía nada porque estaba preso”, porque como sus mismas cartas lo demuestran, Gramsci estaba perfectamente al tanto de todo!
No lo denunciaba, sencillamente, porque era un stalinista que apoyaba coherentemente la política contrarrevolucionaria de la burocracia soviética, y es más, desde la cárcel “teorizaba” sobre cómo mejor “neutralizar a la burguesía”, es decir, cómo fortalecer los frentes populares y la colaboración de clases con la burguesía; le declaraba la guerra a la teoría de la revolución permanente, y llamaba a “aplastar” a los trotskistas, tal como lo escribió literalmente:
“Racionalización de la producción y el trabajo. La tendencia de Leone Davidovici (por Trotsky, N. de R.) estaba íntimamente relacionada con esta serie de problemas, y me parece que esa relación no se ha puesto suficientemente de manifiesto. El contenido esencial de su tendencia consistía, desde este punto de vista, en una voluntad ‘demasiado’ resuelta (y por lo tanto, no racionalizada) de conceder la supremacía en la vida nacional a la industria y a los métodos industriales, acelerar con medio coactivos externos la disciplina y el orden de la producción, adecuar las costumbres a las necesidades del trabajo. Dado el planteamiento general de todos los problemas relacionados con su tendencia, ésta tenía que desembocar necesariamente en una forma de bonapartismo: de aquí la necesidad inexorable de aplastar su tendencia...” (idem, negritas nuestras)
¡Y el PTS quiere encontrar “convergencias” entre este stalinista contrarrevolucionario, que guió la mano de los agentes de la KGB al grito de “¡Aplasten a los trotskistas!”, y Trotsky y los bolcheviques-leninistas que fueron deportados, perseguidos, enviados a campos de concentración y asesinados por la burocracia stalinista!
¡A no dudarlo! De la mano de Gramsci, en la década del ’30, Albamonte y sus seguidores hubieran sido orgullosos “amigos de la URSS”, pregonando en Occidente los frentes populares, alabando el “socialismo en un solo país”, y repitiendo como loros las calumnias y acusaciones de los stalinistas contra los trotskistas. Habrían estado, sin duda, en la vereda de enfrente de la Oposición de Izquierda, y luego de la IV Internacional.
Albamonte y sus seguidores,
de la mano de Gramsci,
se hicieron pablistas en Yalta
En fin, como no podía ser de otra manera, Albamonte y sus seguidores no podían escribir semejantes alabanzas a un stalinista redomado como Gramsci, en nombre del Programa de Transición y de la teoría de la Revolución Permanente. Tienen que revisarlos abiertamente y de punta a punta.
Es por ello que afirman, muy sueltos de cuerpo, que si bien Trotsky habría demostrado su superioridad sobre Gramsci en los ’30, en sus pronósticos para la posguerra se habría equivocado de medio a medio, y allí sí serían útiles las posiciones de Gramsci.
Así, dicen “Sostenemos que por una serie de nuevas condiciones objetivas y subjetivas se establece un bloqueo de la dinámica permanente de la revolución”. Y ¿cuál sería la causa de semejante fenómeno?: si uno saca del medio todas las paparruchadas que dicen, los sinsentidos y la fraseología vacía de tinte rojillo que utilizan para encubrir su total revisión, encuentra la respuesta: que hubo, en la posguerra “un crecimiento parcial de las fuerzas productivas desde 1948 hasta 1968”. Es decir, que durante 20 años, se “interrumpieron” las condiciones de la época imperialista, y por lo tanto, ya no era útil el Programa de Transición. ¡Oh, casualidad!, exactamente lo mismo que afirmaban los pablistas, que decían que en Yalta se desarrollaban las fuerzas productivas, y "teorizaban" sobre el “neocapitalismo”.
Lo que nos está diciendo el PTS es que si esto era así, si se “bloqueó la dinámica de la revolución permanente”; es decir, si el capitalismo podía desarrollar fuerzas productivas –lo que significa que tendría todavía un rol redentor que cumplir- entonces no estaba planteada la necesidad de la revolución y el derrocamiento del capitalismo. Por esta vía, el PTS termina ubicado en la seudoteoría del “campo capitalista” y el “campo socialista”, es decir, de la “coexistencia pacífica” del stalinismo, no para derrocar, sino “neutralizar” a la burguesía haciendo “consenso”.
Nuevamente, embellecen al stalinismo: porque en absoluto se “bloqueó la dinámica de la revolución permanente” a la salida de la Segunda Guerra Mundial, sino que fue nuevamente el stalinismo el que traicionó la revolución proletaria en Francia, en Italia, en Grecia, desarmando a los partisanos italianos, a la resistencia francesa, aplastando a la resistencia griega y permitiendo la división de Alemania. Ese era su rol de contención de la revolución mundial, rol al que se había comprometido la burocracia stalinista con su amo imperialista en los pactos de Yalta y Potsdam. Este rol se continuó con el stalinismo llevando al aborto a las revoluciones anticoloniales en África y Asia, traicionando la Revolución Boliviana en 1952; y aplastando a sangre y fuego los intentos de revolución política en Alemania Oriental en 1953 y Hungría en 1956. Y allí donde no pudo evitar que las masas protagonizaran revoluciones triunfantes y expropiaran a la burguesía, como en China, Yugoslavia o Cuba, las controló y las burocratizó desde el principio, transformando a esos estados obreros en deformados.
Pero, para el PTS, el problema fue que se “bloqueó la dinámica de la revolución permanente”: si esto era así, entonces, el PTS debería ir hasta el final y decir que Tito, Mao Tse Tung, y luego Fidel Castro, tuvieron razón en no poner los estados obreros conquistados al servicio de la extensión de la revolución mundial, puesto que, como el capitalismo seguía desarrollando las fuerzas productivas, no estaba planteado en absoluto la necesidad de tomar el poder en los países imperialistas centrales, y mucho menos, de extender el socialismo a nivel mundial, y por lo tanto estaba sí justificado el socialismo en un solo país. Así, tras los pasos de Gramsci, se llega a los pies de Stalin, Mao, Tito, Castro...
Hay que reconocer que los falsificadores del PTS son coherentemente gramscianos: si en los ’30 habrían sido “amigos de la URSS”; en los ’50, 60 y 70, colgados de los faldones del pablismo, habrían terminado a los pies del stalinismo.
Un silencio que no tiene nada de casual: el PTS se “olvida” de la década del ’80 y del pase de la
burocracia stalinista al campo de la restauración capitalista
En su afán de “descubrir” las “convergencias” entre Trotsky y Stalin, el PTS se “olvida” de un pequeño detalle: no menciona en absoluto lo sucedido en la década del ’80 –sobre todo luego del aplastamiento de la clase obrera polaca y de la revolución política que ésta había iniciado, a manos del chacal stalinista Jaruzelsky, con la colaboración de Walessa y el papa-, es decir, del pasaje de la burocracia stalinista al campo de la restauración capitalista. Y este “olvido” no tiene nada de casual: porque Albamonte y Romano quieren ocultar que en los '80 se cumplió a rajatabla el pronóstico de Trotsky sobre el destino de la URSS y de los estados obreros deformados. Decían Trotsky y la IV Internacional en el Programa de Transición:
“... el régimen de la URSS encarna contradicciones terribles. Pero sigue siendo un estado obrero degenerado. Este es el diagnóstico social. El pronóstico político tiene un carácter alternativo: o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el estado obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir al país en el capitalismo, o bien la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino del socialismo”.
En los ’80, este pronóstico comenzó a cumplirse: no avanzó la revolución socialista en Occidente; no triunfó la revolución política en los estados obreros degenerados y deformados, y la burocracia stalinista, pasándose al campo de la restauración capitalista, como agente directo de la burguesía mundial, comenzó a descomponer las bases de esos estados. Con el aborto o el aplastamiento de los procesos de revolución política que se iniciaron en 1989 –y contra los que las masas se levantaron enfrentando las consecuencias catastróficas de la política restauracionista de la burocracia-, este pronóstico terminó de cumplirse: la burocracia devenida en restauracionista derrocó las nuevas formas de propiedad y volvió a hundir a esos estados obreros en el capitalismo.
El PTS se olvida de los ’80, porque la realidad demostró allí definitivamente la superioridad de la teoría de la revolución permanente sobre la seudoteoría del “socialismo en un solo país” de la que el supuesto “comunista revolucionario” Gramsci era devoto. El PTS se calla, porque si no, debería admitir que, si Gramsci hubiera vivido en los ’80, habría estado en la trinchera opuesta a la de los obreros polacos en 1980-82; habría estado del lado de Jaruzelsky, de Gorbachov, de Yelstin, y de Deng Xiao Ping, gritando esta vez “hay que aplastar inexorablemente a los obreros chinos que se levantan en Tiananmen”.
De la mano de Gramsci, el PTS
ha comenzado el camino a su transformación en demócratas vulgares
El PTS insiste e insiste con Gramsci, porque ha roto clara y totalmente con el trotskismo. Es que semejantes barbaridades no pueden decirse ni hacerse en nombre de León Trotsky y de la IV Internacional: por ello, tienen que romper con el trotskismo, pasarse de barricada. Esta corriente, como ya lo hemos dicho muchas veces, se ha ganado el “honor” de figurar en el libro de los récords Guinness, porque realmente es difícil encontrar alguien que se haya equivocado tanto en tan poco tiempo, y ni aún proponiéndoselo. Hace apenas un par de años decían que el imperialismo yanqui administraba su decadencia expandiendo la democracia burguesa en todo el mundo, y vinieron los bombazos contra Afganistán, la masacre de la clase obrera y el pueblo palestino a manos del ejército genocida de Sharon y Bush, la intentona golpista en Venezuela, y ahora se prepara una maquinaria de guerra jamás vista para destruir a Irak. Decían que en América Latina se venían los “gobiernos de la 3° vía a la latinoamericana” que iban a tratar de apoyarse en “pactos y consensos sociales”, y vinieron gobiernos como el de De la Rúa, Cardoso, Batlle, Toledo, de ataque feroz contra los trabajadores y el pueblo. Decían que por la “crisis de subjetividad” el proletariado tenía que empezar de nuevo, con un lento proceso de recomposición reformista, recuperando los sindicatos, organizando a los no organizados, y que la lucha política de masas -y ni qué decir la revolución-, quedaban para las calendas griegas; y vinieron la irrupción de las masas en lucha política, abriendo la revolución, en Palestina, en Argentina.
Decían que por la caída del stalinismo las masas tenían un hándicap a su favor y que, si bien era más difícil que una revolución comenzara –por la “crisis de subjetividad”-, allí donde ésta empezara sería muchísimo más fácil que triunfara. No terminaban de decirlo, cuando el stalinismo llevaba al aborto a la revolución ecuatoriana, la revolución palestina era traicionada por las direcciones nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas, y la revolución argentina era llevada a la encrucijada por el stalinismo y los renegados del trotskismo, PTS incluido, todos formando parte de la nueva Internacional contrarrevolucionaria que es el Foro Social Mundial.
Y hoy, sin decir “nos equivocamos en todo”, silenciosamente, anuncian que el imperialismo yanqui se está armando para defender su “hegemonía”, que se vienen las guerras. Y aquí es donde queda claro adónde lleva tanta insistencia sobre Gramsci, porque esta posición “teórica” y esta adaptación al stalinismo, más temprano que tarde se verán en los hechos. Si Albamonte y sus seguidores las llevan hasta el final, van a terminar completa y absolutamente a los pies del Foro Social Mundial y su política de “neutralizar” a los Estados Unidos, oponiéndole al “fascismo” norteamericano, un amplio “consenso” con todos los sectores que luchen “por la paz y la democracia” de la mano de la ONU, de los carniceros imperialistas franceses y alemanes que se visten de “democráticos” para disputar con los yanquis el botín del petróleo, de la mano de Le Monde Diplomatique y los “globalifóbicos”, de la mano de Fidel Castro y del stalinismo en sus distintas variantes.
No hay ninguna duda: si Albamonte y sus seguidores continúan por la senda de Gramsci, avanzarán raudamente por el camino que siguieron todos los renegados del trotskismo y charlatanes de las universidades burguesas al estilo de Burnham y Schatchman: terminarán transformados en vulgares demócratas liberales.•
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