Los revisionistas parten de negar la premisa básica de nuestra época: que las fuerzas productivas han dejado de crecer
“Marx dice que un régimen social debe desaparecer, cuando las fuerzas de producción (la técnica, el poder del hombre sobre la naturaleza) no pueden ya desenvolverse en los límites de ese régimen”, sostiene Trotsky en “Una escuela de estrategia revolucionaria”. Cuando esas condiciones están presentes, se dan las premisas básicas para cambiar el viejo orden social por uno nuevo.
En palabras de Marx: “Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua” (“Contribución a la crítica de la Economía política”,1859).
Para el marxismo revolucionario, el capitalismo ha entrado en su época de decadencia, ha cumplido el ciclo histórico del que hablaba Marx, a partir de 1914, abriéndose desde ese entonces una época imperialista, donde se dan las condiciones históricas para el cambio de una sociedad por otra. Lenin resumió magistralmente las características esenciales del capitalismo en la época imperialista:
“El imperialismo es un período histórico peculiar del capitalismo. Tiene tres particularidades: el imperialismo es: 1) capitalismo monopolista; 2) capitalismo parasitario o en descomposición; 3) capitalismo agonizante. La sustitución de la libre concurrencia por el monopolio es el rasgo económico fundamental, la esencia del imperialismo. El monopolio se manifiesta en cinco aspectos principales: 1) cárteles, sindicatos y trusts; la concentración de la producción ha alcanzado el grado que da origen a estas asociaciones monopolistas de capitalistas; 2) situación monopolista de los grandes bancos: de tres a cinco grandes bancos gigantescos manejan toda la vida económica de América, de Francia y de Alemania; 3) la ocupación de las fuentes de materias primas por los trusts y la oligarquía financiera (el capital financiero es el capital industrial monopolista fundido con el capital bancario); 4) se ha iniciado el reparto (económico) del mundo entre cárteles internacionales. ¡Son ya más de cien los cárteles internacionales que dominan todo el mercado mundial y se lo reparten `amigablemente`, mientras la guerra no lo haya redistribuido! La exportación del capital, como fenómeno particularmente característico, a diferencia de la exportación de mercancías bajo el capitalismo no monopolista, guarda estrecha relación con el reparto económico y político-territorial del mundo; 5) Ha terminado el reparto territorial del mundo (colonias).” (Lenin, “El imperialismo y la escisión del socialismo”, 1916. Negritas en el original).
Más adelante, Lenin definía que la descomposición del capitalismo en la época imperialista y su carácter parasitario se manifestaban “en la formación de un enorme sector de rentistas, de capitalistas que viven del `recorte del cupón´”, en la exportación del capital que “es parasitismo elevado al cuadrado”, y en que “el capital financiero tiende a la dominación y no a la libertad. La reacción política en toda la línea es propia del imperialismo”. (Ídem, negritas en el original).
La otra característica esencial del imperialismo, según definiera Lenin, era que “La burguesía de una `gran´ potencia imperialista tiene capacidad económica para corromper a las capas superiores de `sus´ obreros, dedicando a ello alguno que otro centenar de millones de francos al año, ya que sus súper-ganancias constituyen probablemente cerca de mil millones” (Ídem, negritas en el original). Esto es, el surgimiento de la aristocracia obrera, base social de las burocracias obreras, de los partidos reformistas y del oportunismo.
Es sobre la base de esta definición de la época imperialista como de agonía del capital que la tesis central del “Programa de Transición” (1938) sostiene lo siguiente:
“El requisito económico previo para la revolución proletaria ha alcanzado ya, en términos generales, el más alto grado de madurez que pueda lograrse bajo el capitalismo. Las fuerzas productivas de la humanidad se estancan. Los nuevos inventos y mejoras técnicas ya no consiguen elevar el nivel de la riqueza material. Las crisis coyunturales, en las condiciones de la crisis social del sistema capitalista en su conjunto, infligen a las masas privaciones y sufrimientos cada vez mayores. (…) Los requisitos previos objetivos para la revolución proletaria no sólo han “madurado”; empiezan a pudrirse un poco. Sin una revolución socialista, y además en el período histórico inmediato, toda la civilización humana está amenazada por la catástrofe. Todo depende ahora del proletariado, es decir, principalmente de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de dirección revolucionaria”.
Esta afirmación esencial ha sido negada por los revisionistas del marxismo a lo largo del siglo. Cuando el capitalismo culminaba su último ciclo de expansión durante la época anterior, de desarrollo orgánico del capital, y se acercaba el comienzo de la época imperialista, de decadencia capitalista, surgió la primera gran revisión del marxismo, encabezada por Bernstein, quien sostenía la perspectiva de un progreso continuo del capitalismo, y por ende de la democracia burguesa, lo que le permitiría al proletariado, en un proceso evolutivo, llegar al poder. Surgió también una corriente catastrofista, que esperaba el desmoronamiento automático del capitalismo por obra de su propia crisis.
Hoy, las distintas corrientes oportunistas que usurpan el nombre del trotskismo también revisan la premisa básica, objetiva, de nuestra época: que las fuerzas productivas han dejado de crecer. Aunque lo hacen en distintas variantes, todas son seguidoras de Mandel que afirmaba, en los `70, que estábamos ante un “neocapitalismo” basado en un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas, que habría comenzado después de la segunda guerra mundial. Están las corrientes que no hacen más que continuar esa posición del mandelismo desarrollada durante el corto período excepcional de Yalta, pero aplicándola a la actualidad: así, según esta posición, el capitalismo habría entrado en los `90 en una “nueva fase”, como afirman las corrientes que más se alejan declaradamente del trotskismo o ya han roto con él, como el MAS de Argentina, la LCR francesa, la SR de Italia.
También están los que niegan esta premisa vergonzosamente y se animan a hablar, entre líneas, de un “desarrollo parcial” de las fuerzas productivas -como hace el PTS-, que estaría ligado a los grandes avances tecnológicos y al surgimiento de los “mercados emergentes”. Y también están los que, como el PO de Argentina, suscriben la premisa marxista revolucionaria formalmente, pero en clave catastrofista socialdemócrata, lo que en la práctica, y por la negativa, los lleva a levantar un programa mínimo, puesto que si el capitalismo se cae solo, basta con un programa mínimo y un partido para ejercer presión en el marco del régimen burgués y sentarse a esperar que éste se derrumbe por su propio peso.
Estos nuevos saltos al revisionismo más atroz de las corrientes oportunistas que usurpan las banderas de la IV Internacional –con “teorías” que, por otra parte, no son sino repeticiones seniles de posiciones ya destruidas por el marxismo revolucionario a lo largo de todo el siglo XX- son la expresión no de una supuesta “crisis de subjetividad” de las masas, sino de la feroz reacción ideológica de los estados mayores oportunistas, que se florean en el revisionismo más putrefacto para intentar justificar su adaptación a los regímenes burgueses y a las direcciones contrarrevolucionarias a los que les cubren el flanco izquierdo. Estas nuevas “cruzadas revisionistas” que envenenan la conciencia de miles de jóvenes y obreros revolucionarios, son la expresión, al interior del movimiento marxista, de las derrotas y pérdidas de conquistas sufridas por el proletariado mundial a partir de 1989, y fundamentalmente de la mayor de ellas, la caída de esa gran palanca para la revolución mundial que eran los estados obreros aún deformados y degenerados, entregadas por el stalinismo a la restauración capitalista.
Si la premisa básica planteada en el Programa de Transición es falsa, como opinan los revisionistas, entonces habría que rever el programa y la estrategia de los revolucionarios. Es que se negaría el carácter de la época imperialista; de agonía del capitalismo; de crisis, guerras y revoluciones; su carácter explosivo de bruscas oscilaciones, flujos y reflujos, que deviene precisamente del hecho de que las fuerzas productivas han dejado de crecer. A diferencia de la época anterior, de desarrollo orgánico del capital, cuando las crisis eran la excepción y los ciclos de crecimiento y expansión la norma, “el carácter revolucionario de la época actual no consiste en que permite realizar la revolución, es decir, apoderarse del poder a cada momento, sino en sus profundas y bruscas oscilaciones, en sus transiciones frecuentes y brutales que le hacen pasar de una situación directamente revolucionaria, en que el partido comunista puede pretender arrancar el poder, a la victoria de la contrarrevolución fascista o semifascista, de ésta última al régimen provisional del justo medio (…) para hacer de nuevo, más tarde, las contradicciones cortantes como una navaja de afeitar y plantear claramente el problema del poder”. (Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”, 1929).
Los revisionistas de todo pelaje que niegan este carácter de la época imperialista rechazan que las condiciones objetivas para la revolución proletaria estén maduras y que, como dice el Programa de Transición, hayan comenzado a pudrirse, y por lo tanto, reniegan de que “la crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”. Estamos ante gente que nos está diciendo entonces que allí donde según ellos hay “desarrollo parcial de fuerzas productivas”, en los “mercados emergentes” como lo fueran China, Corea del Sur, Indonesia, Argentina, Brasil, las condiciones no estarían maduras para la revolución proletaria. Tampoco lo habrían estado durante casi veinte años en el período de Yalta en la posguerra, puesto que todos afirman, abierta o vergonzosamente, que en él se desarrollaron las fuerzas productivas –como veremos más adelante-, y que por lo tanto no estaba planteada la revolución proletaria y la toma del poder. Esto último es lo que explica que el fin del llamado “boom” de la posguerra y el comienzo del ascenso generalizado de 1968-74, haya encontrado a todos los pablistas disueltos al interior de los partidos comunistas.
Por ello, para los revisionistas, la clave no es la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, sino la existencia de un proletariado atrasado que debería hacer todo un tránsito evolutivo de “recomposición reformista”, fortaleciéndose al calor del desarrollo de las fuerzas productivas, organizando primero sindicatos para la lucha económica por todo un período, pasando después a la lucha política y, en un futuro lejano, llegando recién a la revolución y a la toma del poder. Esto es una utopía reaccionaria de gente completamente adaptada a la socialdemocracia contrarrevolucionaria y a las direcciones traidoras.
Si la “teoría” revisionista de Mandel del “neocapitalismo” en las décadas del `60 y del `70 no era sino la expresión de su total adaptación y capitulación al stalinismo; las “nuevas teorías” de “nueva fase del capitalismo”, de “desarrollo parcial de las fuerzas productivas”, de “expansión durante veinticinco años de la democracia burguesa” (como afirma el PTS), son la expresión de la adaptación de las corrientes oportunistas –repetidoras de la propaganda imperialista del “imperio de la libertad de mercado y la democracia”-, a la socialdemocracia (apoyada en la aristocracia obrera de los países imperialistas) que, después de 1989, ha tomado la posta del rol contrarrevolucionario de contención de la revolución mundial que jugara el stalinismo durante el período de Yalta.
Los revisionistas que usurpan las banderas del trotskismo “confunden” desarrollo de las fuerzas productivas con el surgimiento de nuevas ramas de producción
En su época de ascenso, el capitalismo siguió el comportamiento descrito así por Engels:
“…al venir el vapor y la nueva maquinaria constructora de herramientas a transformar la antigua manufactura en la gran industria, las fuerzas productivas creadas y puestas en movimiento bajo el mando de la burguesía se desarrollaron con una velocidad inaudita y en proporciones desconocidas hasta entonces” (“Del Socialismo utópico al Socialismo científico”, 1880).
La fuerza productiva fundamental es la energía humana para producir y la acción que ésta ejerce sobre la naturaleza para transformarla. Por ello, el marxismo define a las fuerzas productivas como la relación que el hombre establece con la naturaleza a través de su fuerza de trabajo, capaz de transformar aquella en su beneficio. Lo que media entre la fuerza de trabajo humana y la naturaleza son la técnica, la ciencia, y los medios de producción a través de los cuales el hombre ejerce su acción transformadora.
En la época de desarrollo orgánico, el capitalismo, como explica Engels, partió del desarrollo de la máquina movida a vapor y de la construcción de máquinas productoras de herramientas movidas por éste. El más grande avance fue el desarrollo del ferrocarril y con él, el del transporte barato de mercancías. Alrededor de su expansión se desarrollaron la minería, los altos hornos y la gran industria siderúrgica para la producción de acero, la extracción de carbón, la construcción, etc., o sea todas las industrias básicas. Este avance era de conjunto y “a escala mundial” porque hacía avanzar a todas las ramas de producción, y a su calor, a todos los países y regiones del mundo. Aún las más atrasadas se veían beneficiadas, aunque lo hicieran a distinto ritmo. Se daba lo que Marx llamó “el rol redentor del capital”.
Las crisis periódicas sólo eran cortos episodios en esta carrera hacia arriba. Es que las crisis industriales, comerciales y bancarias tenían su origen, en esta época, en los ciclos de agotamiento de la maquinaria, cuando se hacía necesaria su renovación. Por ello eran episódicas y no revertían la tendencia general hacia arriba, puesto que cada nuevo ciclo de crecimiento y expansión posterior a una crisis, no sólo recuperaba lo que había sido destruido por esta última, sino que superaba con creces el punto máximo que había alcanzado el ciclo de crecimiento anterior.
En el siglo XIX el capitalismo constituía tan solo un freno relativo al desarrollo de las fuerzas productivas. Los períodos de crecimiento, de ascenso capitalista, eran profundos. Abarcaban a todas las ramas, empezando por las de fabricación de medios de producción, y aunque con diferentes ritmos, provocaban un avance en todas las zonas del planeta. Trotsky ofrecía el siguiente análisis de esa época de desarrollo orgánico del capitalismo:
“Marx enseñó que ningún sistema social sale de la historia antes de agotar sus potencialidades creativas. El Manifiesto desuella al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas productivas. En aquel período, sin embargo, igual que en las décadas siguientes, ese atraso sólo tenía un carácter relativo. De haberse podido, en la segunda mitad del siglo XIX, organizar la economía sobre principios socialistas, sus ritmos de crecimiento hubieran sido inconmensurablemente más rápidos. Pero este hecho irrefutable teóricamente, no invalida el hecho de que las fuerzas productivas siguieran expandiéndose a escala mundial hasta la (primera) guerra mundial”. (“A 90 años del Manifiesto Comunista”, 1937).
Para el marxismo revolucionario, el cambio de época, la entrada del capitalismo en su etapa de decadencia, cuando se convierte en un freno absoluto al desarrollo de las fuerzas productivas, se pone de manifiesto con el estallido de la primera guerra mundial. Trotsky definía de la siguiente manera la crisis y decadencia de las fuerzas productivas, que es lo que le da su carácter a esta época imperialista, de decadencia del capitalismo.
“Hay en el fondo del carácter explosivo de la nueva época, con sus bruscas alternativas de flujos y reflujos políticos, con sus espasmos continuos de lucha de clases entre el fascismo y el comunismo, el hecho de que, históricamente, el sistema capitalista esta agotado; ya no es capaz de progresar en bloque. Esto no significa que ciertas ramas de la industria y ciertos países no puedan progresar con un ritmo desconocido hasta ahora. Pero ese progreso se realiza y se realizará en detrimento de otras ramas y de otros países” (“Stalin, el gran organizador de derrotas”, 1929. Negritas nuestras).
Sin embargo, el marxismo revolucionario es lo opuesto al catastrofismo, a las teorías tipo la del “derrumbe”, de que el capitalismo caería por su propio peso. Por ello, en otra obra, Trotsky acota:
“El capitalismo imperialista no es capaz de desarrollar las fuerzas productivas de la humanidad y por esta razón, no puede dar a los obreros ni concesiones materiales ni reformas sociales efectivas. Todo esto es justo. Pero no es justo más que a escala de una época. Hay ramas de la industria que se han desarrollado después de la (primera) guerra con fuerza prodigiosa (automóvil, aviación, electricidad, radio) a pesar de que el nivel general de producción no se ha elevado o se ha elevado muy poco por encima de los niveles de preguerra. Esta economía en descomposición tiene sus flujos y reflujos. Los obreros nunca terminan con la lucha aunque a veces tengan triunfos parciales. Es exacto que el capitalismo retoma con la mano derecha lo que les ha dado a los obreros con la mano izquierda. Así es que la suba de precios anula las conquistas de la época de León Blum (dirigente socialdemócrata francés que llegó a ser primer ministro de Francia, N. de R.). Pero este resultado, determinado por la intervención de diferentes factores, impulsa a su vez a los obreros en el camino de la lucha. Es precisamente esta potente dialéctica de nuestra época la que abre una perspectiva revolucionaria”. (“Los ultraizquierdistas en general y los incurables en particular”, 1937. Negritas nuestras).
Como vemos, para Trotsky, el desarrollo de las fuerzas productivas y la aparición de nuevas ramas de producción no eran la misma cosa, como tampoco que a pesar de su decadencia, el capitalismo presentara “flujos y reflujos”, es decir un comportamiento cíclico. Ni la creación de nuevas ramas de producción, ni la sucesión de ciclos de recuperación posteriores a una crisis, le impedían decir que las fuerzas productivas han dejado de desarrollarse. El criterio central del marxismo revolucionario es que los monopolios y el imperialismo no pueden generalizar los avances de la técnica a todas las ramas y a todas las naciones, como era la regla en la época de ascenso del capitalismo. El desarrollo de nuevas ramas y nuevas regiones se hace en detrimento de otras ramas y otros países. El capitalismo “ya no es capaz de progresar en bloque”, como en su etapa de juventud. Contrario al catastrofismo, para Trotsky: “Es precisamente esta potente dialéctica de nuestra época la que abre una perspectiva revolucionaria”.
Es que, de la misma manera que el capitalismo en su ascenso se expandió a todo el planeta, el imperialismo generalizó para toda la humanidad la época de agonía, de decadencia de las fuerzas productivas. Por ello, las corrientes revisionistas que, como el PTS, hablan de que “hay desarrollo parcial de las fuerzas productivas”, no hacen sino retomar la seudo teoría stalinista del “socialismo en un solo país”. El stalinismo afirmaba que la URSS podía alcanzar y sobrepasar las fuerzas productivas del capitalismo y construirse por ende el socialismo en las estrechas fronteras nacionales cuando en realidad se trataba de un país de desarrollo capitalista retrasado que, aún bajo el enorme impulso dado a las fuerzas productivas por la propiedad nacionalizada, el monopolio del comercio exterior y la economía planificada, no hacía más que alcanzar el desarrollo logrado por los países imperialistas. Los que hoy ven “desarrollo parcial de fuerzas productivas” en países o zonas del planeta, donde en realidad lo que hay son ciclos cortos de crecimiento basados en el desarrollo de ramas de producción específicas, tal como el stalinismo, niegan el carácter mundial de las fuerzas productivas bajo el capitalismo.
Las distintas ramas de producción se asientan y concentran en tal o cual país o región, a causa de la división mundial del trabajo impuesta por el imperialismo (esto es el aprovechamiento en su favor de las ventajas comparativas de cada país), y pueden abrir en ellos ciclos cortos de crecimiento económico –siempre a costa de hundir otras ramas de producción y otras regiones y países- que, cuando llegan a su término, provocan el hundimiento de esa rama de producción y llevan a esos países a la catástrofe y la crisis, como vimos en el caso de los llamados “tigres asiáticos” o de los “mercados emergentes”.
Esto es así porque las fuerzas productivas, que tienen un carácter mundial, no pueden desarrollarse justamente porque están constreñidas en los estrechos marcos de las fronteras nacionales y por la división mundial del trabajo que el imperialismo impone. Si para desarrollar las fuerzas productivas el capitalismo naciente necesitó romper las estrechas fronteras de los antiguos feudos medievales, las fuerzas productivas en la época imperialista chocan una y otra vez con las fronteras nacionales. Como decía Lenin, el monopolio, que lleva la socialización de la producción al máximo nivel posible bajo el capitalismo, es un homenaje que el éste le hace al socialismo, pero debe ser destruido porque no puede superar el límite impuesto por la apropiación privada ni por las fronteras nacionales. No puede generar una economía planificada armónicamente a nivel mundial, justamente porque el imperialismo significa una división mundial del trabajo basada en la opresión de unas naciones por otras y en la destrucción y hundimiento de ramas de producción y el surgimiento de nuevas. Esto es porque se acabó la época de desarrollo orgánico del capital y éste “ya no es capaz de progresar en bloque”. Tal como plateaban Lenin y Trotsky, el monopolio, lejos de suprimir la competencia, la pone de rodillas, la postra.
En la Tercera Internacional se desarrolló una polémica por parte de los que veían que las fuerzas productivas se desarrollaban después de la primera guerra y preveían un largo período de ascenso capitalista. Trotsky contestaba:
“…la cuestión básica se resuelve no calculando la producción, sino por medio de un análisis de los antagonismos económicos. El meollo de la cuestión es éste: EEUU y, en parte, Japón, están empujando a Europa a un callejón sin salida, no dejándole ningún mercado para sus fuerzas productivas, que fueron solamente en parte rejuvenecidas durante la guerra”. (“Sobre la cuestión de la ‘estabilización’ de la economía mundial”, 1925. Negritas nuestras).
Y agregaba:
“No se puede sumar la riqueza perdida en Europa con la riqueza acumulada en Norteamérica (ni combinar) el valor de Europa y de América, cuando en realidad éstos se oponen uno a otro tanto económica como políticamente –esto es lo que determina en gran medida la situación sin salida de Europa- Y más aún: “… es absolutamente imposible caracterizar la situación revolucionaria actual por fuera del antagonismo entre EEUU y Europa. (Ídem, negritas nuestras).
Esta descripción es la opuesta a la que Trotsky daba acerca del siglo XIX. En “A 90 años del Minifiesto Comunista” (1937) afirmaba: “las fuerzas productivas siguieron expandiéndose a escala mundial hasta la (primera) guerra mundial”.
Sin embargo, el hecho de que el imperialismo se sobreviva, que a las crisis les sucedan períodos de ascenso (es decir, la repetición de los ciclos económicos), que en estos ciclos se desarrollen permanentemente nuevas ramas de producción y se produzcan grandes avances en la técnica (como veremos más adelante, ligados con el desarrollo de fuerzas destructivas), lleva a los centristas a negar la premisa básica de que, en la época imperialista, las fuerzas productivas han dejado de crecer.
El análisis de Trotsky que acabamos de citar sobre la economía mundial y la época de decadencia del capitalismo –y que correspondía a los de la III Internacional en época de Lenin- sería, para los revisionistas, sin embargo, válido sólo para las décadas del ‘20 y del ‘30, pero tras la segunda guerra y hasta nuestros días, el capitalismo habría obtenido una sobrevida, no a causa del retraso de la revolución proletaria, sino por su propia fortaleza intrínseca. Pero como vimos, para Trotsky la clave no es si la producción aumenta aquí o allá, sino que lo son los antagonismos y las contradicciones que se crean y que hacen que ya no puede haber un desarrollo de conjunto, “en bloque”. Salvo que se pretenda afirmar que las “nuevas tecnologías” como la computación y las comunicaciones celulares están jugando el mismo papel respecto al avance de todas las ramas y de todas las regiones del mundo, que la máquina a vapor y el ferrocarril en el siglo XIX.
Los “trotskistas post-Yalta”… nostálgicos del supuesto “boom” económico de Yalta
Nosotros afirmamos –y desafiamos a todos los revisionistas a que nos demuestren lo contrario- que desde el comienzo de la época imperialista en 1914, ningún ciclo de crecimiento de la economía mundial logró ni siquiera recuperar lo que la crisis había destruido, ni menos que menos superar el punto más alto alcanzado en el ciclo de crecimiento anterior, ni tampoco hubo períodos de “desarrollos parciales de fuerzas productivas” ni nada por el estilo. Estamos esperando ansiosamente que los señores revisionistas salgan a refutarnos, muñidos de sus seguramente frondosas estadísticas elaboradas por los monopolios imperialistas y los académicos burgueses para demostrar lo contrario.
Y esto es así porque, en última instancia y como demostraremos en este trabajo, lo que sí se han desarrollado, y poderosamente, bajo la época imperialista, son las fuerzas destructivas, es decir, la ciencia y la tecnología aplicadas a la destrucción masiva, fundamentalmente de la más importante de las fuerzas productivas que es la fuerza de trabajo, esto es, el hombre, que con su energía para producir es el generador de toda la riqueza existente, y la naturaleza, que es sobre la que actúa la fuerza de trabajo humana para poder transformarla.
Pero los señores revisionistas de las corrientes oportunistas que usurpan las banderas del trotskismo, más abierta o más vergonzosamente, niegan todo esto. Y todos, más allá incluso de las diferencias que tengan entre ellos, tienen acuerdo en una cuestión: que hubo desarrollo de las fuerzas productivas durante el llamado “boom” de la posguerra en el período de Yalta.
Por el contrario, nosotros afirmamos que no hubo ningún desarrollo de las fuerzas productivas durante ese ciclo de crecimiento que duró apenas 12 ó 13 años –más o menos como el ciclo de crecimiento actual de la economía norteamericana-, y que se cumplieron en él a rajatabla todas las leyes de la época imperialista formuladas por el marxismo revolucionario.
En primer lugar, porque dicho ciclo de crecimiento –que se iniciara en los primeros años de la década del ´50- fue precedido por entre 10 y 15 años de desarrollo, al interior de las potencias imperialistas, de ramas de producción destinadas a la producción para la guerra, esto es, desarrollo económico basado en la investigación, la tecnología y la industria bélica; desarrollo de fuerzas destructivas. Esas enormes fuerzas destructivas se emplearon en la segunda guerra mundial para destruir toda Europa desde el Atlántico hasta los Urales, incluida la URSS, así como también a Japón, para reducir a añicos todo el parque industrial, toda la infraestructura de puentes, caminos, vías férreas, diques, casas, edificios y fundamentalmente para destruir, aniquilando a 30 millones de trabajadores, la principal fuerza productiva que es el hombre.
En segundo lugar, en Yalta se demostró la total corrección de la tesis planteada por la III Internacional de que, en la época imperialista, el capitalismo avanza destruyendo y sobre la base de los antagonismos entre las distintas potencias imperialistas. Esto es que una potencia imperialista emerge y se desarrolla siempre en detrimento de una o varias de las demás, que entran en decadencia o se hunden en la crisis. La segunda guerra mundial y el período de Yalta confirmaron esta tesis puesto que el imperialismo yanqui para emerger como potencia imperialista dominante y desplazar definitivamente al viejo imperialismo británico, necesitó de la destrucción y el hundimiento de Francia, Alemania, Inglaterra, Japón, Italia, Grecia, etc., y de su transformación, por todo un período, en imperialismos subsidiarios o directamente vasallos, como fuera el caso de las potencias imperialistas derrotadas.
En tercer lugar, queda claro que el ciclo de crecimiento que se dio en llamar “boom” económico de la posguerra, recién pudo imponerse después de provocada esta destrucción masiva de toda Europa, Rusia y Japón. Recién ahí el imperialismo yanqui impuso el Plan Marshall que implicó una enorme inyección de capitales dedicados a reconstruir todo lo que había sido destruido por la guerra, y por ello fue un enorme negocio para los monopolios imperialistas: no había nada, la demanda superaba con creces toda oferta y el proletariado europeo trabajaba como esclavo cobrando la mitad del salario de la pre-guerra con lo cual la tasa de ganancia de los capitalistas era altísima. Por ello, el ciclo de crecimiento de la posguerra –que impactó a tal punto a los revisionistas que vieron en él un “desarrollo de las fuerzas productivas”- sólo fue posible justamente por la enorme destrucción previa de fuerzas productivas.
Pero aún así, después de semejante destrucción, después de la inyección de cientos de miles de millones de dólares del Plan Marshall, ese ciclo de crecimiento no duró más que unos míseros 12 ó 13 años y esencialmente en los países centrales. Y esta es la demostración más fehaciente de que es tan grave y tan absoluta la decadencia de las fuerzas productivas: se necesitaron de 10 a 15 años de desarrollo de fuerzas destructivas, más 5 años de su utilización para destruir Europa, Rusia y Japón, para lograr apenas… un ciclo de crecimiento de poco más de una década y además –como veremos más adelante- restringido fundamentalmente a las potencias imperialistas, puesto que, cuando comenzaba este ciclo de crecimiento en los países centrales, se inició la más brutal decadencia en la absoluta mayoría del mundo colonial y semicolonial.
En cuarto lugar, el llamado “boom” económico del período de Yalta estuvo basado en el desarrollo de nuevas ramas de producción como la aviación, la automotriz, la línea blanca, las comunicaciones, que no fueron más que el subproducto del reciclamiento de la técnica, la ciencia y la industria dedicada a la guerra y a la destrucción masiva –es decir, de fuerzas destructivas- para la producción civil. Toda la técnica, el conocimiento científico y las fábricas utilizadas para construir coches, lavarropas, televisores, aviones, etc., habían sido desarrolladas previamente antes y durante la segunda guerra mundial (e incluso en la primera guerra mundial) para la producción de fuerzas destructivas. Y además, el desarrollo de estas ramas de producción se dio casi exclusivamente al interior de las propias potencias imperialistas y casi en su exclusivo beneficio: ¡que los señores revisionistas nos convenzan de que en las décadas del ´50 y el ´60 millones de africanos, hindúes, pakistaníes, árabes, asiáticos y latinoamericanos se dedicaron a comprarse televisores, lavarropas y coches, a viajar en avión y a llenar sus casas de líneas telefónicas!
Durante el período de Yalta, los únicos países coloniales, semicoloniales o capitalistas atrasados que pudieron no sólo salir de la postración y la ruina sino además hacer avanzar las fuerzas productivas, fueron aquellos donde la clase obrera y los explotados expropiaron a la burguesía, como en China, Cuba, el este europeo y los Balcanes, más allá de la dirección stalinista traidora que tuvieron a su frente.
Por último, el factor fundamental que permitió no sólo que el régimen burgués saliera impune de la guerra, sino también el desarrollo del ciclo de crecimiento de Yalta, no fue en absoluto ninguna supuesta fortaleza intrínseca o un vigor particular del capitalismo en su época imperialista, sino la traición del stalinismo que firmó con su amo imperialista en Yalta y Postdam un pacto de contención de la revolución mundial e impidió el triunfo de la revolución proletaria en los países imperialistas europeos (Francia, Alemania, Italia y Grecia), salvándole la vida al sistema capitalista que estaba amenazado de muerte por el desarrollo de la lucha revolucionaria de las masas obreras explotadas en Europa occidental y también en Oriente. Esto es, que el factor fundamental que permitió el desarrollo del ciclo de crecimiento de Yalta fue la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, demostrándose una vez más en el siglo XX que esta es la ley de causalidad histórica fundamental que explica la supervivencia del capitalismo.
Los revisionistas miran al corto período excepcional de Yalta desde los balcones de la aristocracia obrera de los países imperialistas
Pero a los revisionistas aún les queda un “argumento”: nos dicen que el llamado “boom” de la posguerra fue generalizado, que desparramó sus “bondades” por todo el planeta, imponiendo el “Estado de Bienestar” y la abundancia en todos los países, no sólo imperialistas sino también semicoloniales y coloniales y que ésta sería la demostración fehaciente de que habría habido en su transcurso “desarrollo de las fuerzas productivas”.
Es que los señores revisionistas, ya sea que vivan en Europa, EEUU, América Latina o en la Luna, todos miran la realidad mundial –y, con particular embelesamiento el período de Yalta- desde los cómodos y mullidos sillones de la aristocracia obrera y las burocracias sindicales de los países imperialistas, las principales beneficiarias del ciclo de crecimiento de Yalta y del “Estado de Bienestar”.
Lamentamos tener que decirles que fue justamente al revés de lo que afirman. Es precisamente durante el período de Yalta cuando comienza la decadencia sin fin –que continúa en nuestros días- de los países semicoloniales. En el período inmediato previo al inicio de la Segunda Guerra Mundial y durante su desarrollo muchos países semicoloniales –sobre todo los antiguos dominios británicos- gozan de un corto período de relativa independencia que les permite iniciar cierto desarrollo económico –llamado de sustitución de importaciones- sobre la base de proveer a los países imperialistas en guerra. Esto fue así porque estos países aprovecharon las enormes brechas abiertas por arriba por el hecho de que el viejo imperialismo inglés en su decadencia comenzaba a perder sus posiciones y el imperialismo yanqui en ascenso no terminaba de emerger, y porque las potencias imperialistas estaban muy ocupadas destruyéndose unas a otras a bombazos limpios. Es el período del surgimiento del nacionalismo burgués en las semicolonias, de los gobiernos bonapartistas sui generis, como el de Lázaro Cárdenas en México, Perón en Argentina y Nasser en Egipto. Es el período de las nacionalizaciones de las empresas estratégicas, como las del petróleo, ferrocarriles, minas, etc., y de ascenso de la clase obrera y las masas que obtenían grandes conquistas como las vacaciones, la jubilación, el aguinaldo, los sindicatos, las obras sociales, etc.
Y fue justamente en los primeros años posteriores a la guerra, bajo las condiciones del pacto de Yalta, cuando el imperialismo yanqui se consolida como potencia dominante (y claramente hegemónica bajo ese corto período excepcional) y comienza la decadencia de los países semicoloniales. El imperialismo yanqui disciplina rápidamente a las burguesías nacionales, a los bombazos limpios donde fue necesario -como fue el caso de la guerra lanzada contra Egipto cuando Nasser decidió nacionalizar el canal de Suez- y lanza una contraofensiva recolonizadora sobre los mismos, pasando al ataque de todas las conquistas logradas por la clase obrera y las masas explotadas en ese período. Si el “Estado de Bienestar” pudo mantenerse muchos años más al interior de los países imperialistas (hasta comienzos de la década del ´80) fue justamente gracias a las superganancias extraídas por los monopolios imperialistas de la explotación y el saqueo de las colonias y semicolonias.
Y si en algunos países semicoloniales la clase obrera y las masas lograron mantener durante casi una década más, muchas de las conquistas logradas en el período anterior, no fue a causa del vigor del capitalismo, de que éste “desarrollara las fuerzas productivas” y desparramara sus “bondades” por todo el planeta como un cuerno de la abundancia, sino por la enorme energía revolucionaria desplegada por las masas explotadas de las semicolonias durante todo el período de Yalta, que tuviera su punto más alto en el ascenso revolucionario generalizado de 1968-74.
Los revisionistas que afirman que hubo desarrollo de las fuerzas productivas durante Yalta, que sus “bondades” se expandieron por todo el planeta, que hubo un “Estado de Bienestar” generalizado, nos están diciendo entonces que, en ese período, el imperialismo dejó de extraer superganancias de la explotación del mundo colonial y semicolonial. Nosotros, por el contrario, afirmamos que fue justamente en ese período en que comenzó el más brutal saqueo por parte de las potencias imperialistas y sus monopolios de los países africanos desangrados en mil y una guerras civiles, de América Latina, de los países asiáticos, del Medio Oriente, etc.
La mercancía: la “célula básica del capitalismo”
Lo que une a todos los revisionistas es que dejan de lado que el capitalismo es un sistema basado en la producción de mercancías, con el objetivo de obtener una ganancia. Ninguna de las corrientes revisionistas, ya sea las que hablan de desarrollo de las fuerzas productivas, como las que lo niegan, parte de la definición de mercancía. Partiendo de la técnica y la ciencia, todas desarrollan un método idealista opuesto al materialismo dialéctico.
La mercancía constituye “la célula básica del capitalismo”,al decir de Trotsky. Es que cualquier producto que tenga un valor de uso, puede ser potencialmente producido para la venta, es decir, ser transformado en un valor de cambio, esto es, una mercancía. Lo que tienen en común las distintas mercancías, que permiten que miles de capitalistas individuales las cambien en el mercado, es la cantidad de trabajo humano socialmente necesario para producirlas que éstas tienen incorporado, esto es, el funcionamiento de la ley del valor. Por ello, la misma fuerza de trabajo se constituye a su vez en mercancía, y en la más importante entre ellas, puesto que es la que al consumirse no se limita a transferir su valor, el de las máquinas y el de las materias primas al producto final, sino que crea más valor que el existente al iniciar la producción: la plusvalía.
El agrupamiento de las mercancías según su valor de uso es el que define las distintas ramas de producción: la rama textil, la automotriz, electrodomésticos, etc. El surgimiento constante de nuevas ramas de producción –y el hundimiento o desaparición de otras- es una ley del capitalismo. Lenin usó contra Rosa Luxemburgo –para quien las crisis del capitalismo se producían por la imposibilidad de expandir el mercado ilimitadamente- el argumento de que si bien el mercado tenía un límite dado por el planeta, eso no impedía que el capitalismo creara –en base a los avances de la técnica- nuevas mercancías, es decir nuevas ramas de producción que asegurando una alta tasa de ganancia fueran una salida para los capitales. Ponía como ejemplo para eso la desaparición de la rama de producción de carruajes y la aparición de la rama automotriz.
Esta ley sigue funcionando mientras el capitalismo exista, mientras se sobreviva por el retraso de la revolución proletaria, esto es, mientras subsista un sistema basado en la producción de mercancías. Por lo tanto, jamás puede confundirse la aparición de nuevas ramas de producción, es decir de nuevas mercancías, con el desarrollo de las fuerzas productivas. Si para decretar la decadencia del capitalismo hubiera que esperar a que no surjan nuevas ramas de producción, o sea nuevas mercancías, entonces lo que se pide es que el capitalismo deje de ser capitalismo y desaparezca por sí mismo porque deja de producirlas. Lo que marca la decadencia y la agonía del capitalismo no es entonces que dejen de surgir nuevas ramas de producción, sino que, como explicamos anteriormente, éstas no pueden progresar en bloque, sino unas en detrimento de otras.
Hoy, por ejemplo, el ciclo de crecimiento actual de EE.UU. no expresa ningún desarrollo de conjunto de las fuerzas productivas, sino que, por el contrario, está basado en el desarrollo de las nuevas ramas de producción de bienes de consumo de las comunicaciones y la informática, del Sector 2 de la economía, a costa de precisamente el hundimiento y la decadencia de las ramas de producción de máquinas-herramientas, de la siderurgia, la metalurgia, la automotriz, etc. Esto es lo que significa decir el surgimiento de nuevas ramas de producción a costa de la destrucción de otras.
El desarrollo de las nuevas ramas de producción llamadas “tecnológicas”, como Internet, la computación y la telefonía celular –al igual que lo sucedido en el período entreguerras, durante la Segunda Guerra Mundial y en Yalta- son un subproducto de las fuerzas destructivas, de las grandes inversiones que en los ´80 realizara el imperialismo norteamericano en investigación y tecnología aplicadas al aparato industrial militar y su proyecto de “Guerra de las Galaxias”. La red informática que hoy conocemos como Internet era el sistema de comunicaciones internas del Pentágono; los avances como la telefonía portátil son debidos al desarrollo de comunicaciones para el ejército norteamericano, para permitir operativos comando con infantes de marina comunicados uno a uno al comando central. Es decir, las nuevas ramas de producción “tecnológicas” son el resultado del reciclamiento en ramas de producción de bienes de consumo, de todo el avance tecnológico realizado para crear poderosas fuerzas para la destrucción.
Hoy las ramas de producción de las nuevas tecnologías amenazan con hundirse, como lo marca la tendencia a la caída de la tasa de ganancia en las mismas, mientras que el precio del barril de crudo a más de 34 dólares está marcando la emergencia de las ramas de producción del petróleo.
En cuanto al desarrollo de una región a costa del hundimiento de otras regiones, es decir de la ausencia del avance “en bloque”, trasladado al momento actual quiere decir que el ciclo de crecimiento que viven los EEUU desde hace 9 años es la contracara de la crisis y recesión de Japón, del estancamiento de Europa a la que ahora intenta doblegar por la vía de la escalada de precios del petróleo impulsada por los monopolios de esa rama. Es producto de que el imperialismo yanqui le impuso una feroz flexibilización a su propio proletariado y, sobre todo, de la catástrofe descargada sobre el mundo semicolonial. Es producto directo de la imposición de la restauración capitalista que hundió en la catástrofe a los ex estados obreros en liquidación; del crac del ´98 en Rusia y de la caída de su PBI en un 50% poniéndose al nivel de una semicolonia africana como Zaire; de la más absoluta miseria y explotación a la que están sometidas la clase obrera y las masas explotadas en China, que se encuentra al borde de una hambruna generalizada; de los 10 años de guerras de opresión nacional en los Balcanes y de la destrucción a bombazos limpios por parte de las potencias imperialistas de Serbia y del Kosovo transformado en un protectorado. Señores revisionistas, ¿de qué desarrollo de fuerzas productivas nos hablan?
Para Trotsky el capitalismo en esta época de decadencia y agonía podía alcanzar puntos de equilibrio inestables. Contestar si el capitalismo se halla en una de esas fases o si el equilibrio se encuentra dislocado, es de fundamental importancia para la táctica y la estrategia revolucionarias.
Para Trotsky: “el equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso los límites de su dominio. En el dominio económico, las crisis y las recrudescencias de la actividad constituyen las rupturas y restablecimientos del equilibrio. En el dominio de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En el dominio de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra generalmente, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo tiene, pues, un equilibrio inestable que, de vez en cuando, se rompe y se compone”. (“La situación mundial”, 1921. Negritas nuestras).
Para comprender este concepto veámoslo aplicado a un momento histórico. Dice Trotsky:
“…en el punto en que colocó antes de la (primera) guerra, el capitalismo estaba basado en la división mundial del trabajo y en el cambio también internacional de los productos”. (Ídem)
¿Qué debemos entender por “división mundial del trabajo”?
“Es necesario que América produzca determinada cantidad de trigo para Europa. Es preciso que Francia fabrique determinada cantidad de objetos de lujo para América. Es imprescindible que Alemania haga cierto número de objetos vulgares y económicos para Francia. Sin embargo esta división del trabajo no es siempre la misma, no está sujeta a reglas. Establecióse históricamente, y a veces se turba por crisis, competencias y tarifas. Pero, en general la economía mundial se funda sobre el hecho de que la producción del mundo se reparta, en mayor o menor proporción, entre diferentes países. Semejante división mundial del trabajo universal, conmovida hasta la raíz por la (primera) guerra, ¿se ha reconstruido o no? He ahí uno de los aspectos del asunto.” (Ídem).
Trotsky sigue analizando los otros aspectos que hacen a la cuestión del equilibrio, a saber: las relaciones entre la agricultura y la industria al interior de cada país, las relaciones entre las clases, el sistema político y por último, las relaciones internacionales entre los distintos estados capitalistas. Pero el aspecto de la división mundial del trabajo es el que analiza en primera instancia.
Esto es, el equilibrio capitalista se rompe fundamentalmente por la combinación de dos causas centrales: por el hundimiento de ramas de producción y el surgimiento de otras, que dislocan la división mundial del trabajo, y por la lucha revolucionaria de las masas ya sea antes, durante o después de la ruptura del punto de equilibrio.
Así, y para dar un ejemplo, desde 1989 hemos asistido a varias rupturas y restablecimientos del equilibrio capitalista.
En 1989, el equilibrio es roto por la irrupción de los procesos que marcaron el inicio de la revolución política en los estados obreros deformados del Este de Europa, en Rusia y China, justo en momentos en que Europa y Japón llegaban al fin de un ciclo de crecimiento y comenzaban a entrar en recesión. Es recién a partir de 1993 que el sistema capitalista logra reestablecer un nuevo equilibrio, en base al aborto de la revolución política por la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, a la imposición de la restauración capitalista –en primer lugar, con el gran triunfo imperialista que significó la reunificación de Alemania sobre bases capitalistas-, y el escarmiento propinado al proletariado mundial y a los pueblos oprimidos mediante la destrucción de Irak por la acción de los 22 ejércitos imperialistas durante la guerra del Golfo. El nuevo período de equilibrio logrado tiene su expresión en el inicio del ciclo de crecimiento norteamericano y en el surgimiento de los llamados “mercados emergentes”, mientras las potencias imperialistas europeas y el propio Japón no consiguen salir del estancamiento.
En 1997, el estallido de la crisis económica y financiera mundial –junto a la irrupción de la revolución en Albania, que la anticipó- rompe nuevamente el equilibrio capitalista mundial alcanzado en la etapa anterior, donde EE.UU., Japón y Europa estaban armonizados. Europa primaba en las ramas de producción clásicas (automotriz, línea blanca, siderurgia, etc.) y Japón actuaba de prestamista de EEUU reciclando los dólares que obtenía de la venta al mercado yanqui de la producción del sudeste asiático para las ramas de las “nuevas tecnologías”. Tras el estallido de la crisis en 1997, EE.UU. ya no puede comprarle a Japón ni éste puede seguir actuando como el prestamista del estado imperialista yanqui. La crisis se extiende en el sudeste asiático, golpea a Rusia con el crac de 1998 y marca el fin de la “primavera” de los “mercados emergentes”. Como respuesta a la misma, irrumpe la revolución en Ecuador e Indonesia y en la lucha nacional del pueblo albano-kosovar por su independencia como continuidad de la revolución albanesa. Recién a mediados de 1999 las potencias imperialistas logran imponer un nuevo punto de equilibrio precario y reconstruir una no menos precaria división mundial del trabajo, mediante la acción contrarrevolucionaria directa con la guerra de los Balcanes y con la masacre de las “jornadas de julio” de Timor Oriental en Indonesia, con los pactos sociales que maniatan al proletariado de los países imperialistas, con el mantenimiento artificial del ciclo de crecimiento de la economía yanqui, y sobre la base de la baja brutal de los precios del petróleo, condición necesaria para que las potencias europeas y Japón pudieran comenzar a salir de la recesión y el estancamiento.
Este punto de equilibrio precario vuelve a romperse en el 2000, a causa del estallido de la nueva ronda de crisis del petróleo -porque la escalada de precios favorece a los monopolios ligados al estado imperialista yanqui y perjudica a las potencias europeas, como Francia y Alemania que no tienen petróleo ni el control de sus rutas-, de la irrupción de la revolución Palestina y en Serbia, y la tendencia a la caída de la tasa de ganancia de las ramas de producción de las “nuevas tecnologías”, que amenazan con poner fin al ciclo de crecimiento de la economía norteamericana y que fortalecen las tendencias al crac mundial.
Queda claro así que el surgimiento de nuevas ramas de producción, la reconstitución de la división mundial del trabajo sobre la base de las mismas, y fundamentalmente la acción de las direcciones contrarrevolucionarias, esto es, la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, pueden ayudar al capitalismo a alcanzar un nuevo punto de equilibrio inestable. ¡Esto es lo que explica la sobrevida del capitalismo, señores revisionistas, y no una supuesta nueva vitalidad histórica de este sistema putrefacto que desarrollaría las fuerzas productivas! ¡Sólo el marxismo, el socialismo científico, puede develar a los ojos de la vanguardia obrera y juvenil los secretos de la economía y la política mundial, y no vuestras seudoteorías revisionistas! Por ello es necesario recuperarlo, rescatarlo de las manos infectas de los oportunistas y revisionistas que lo hunden en el fango.
La categoría que todos los revisionistas dejan de lado en sus análisis es la de fuerzas destructivas que es la clave de la época de decadencia del capitalismo: “El capitalismo, que sobrevivió a sí mismo, entró en la fase donde la acción destructora de sus fuerzas desencadenadas arruina y paraliza las conquistas económicas creadoras, ya obtenidas por el proletariado durante la esclavitud capitalista” (“Resolución sobre la táctica” de la Internacional Comunista, IV Congreso, 1922).
Los revisionistas acostumbran a impactarse por el desarrollo de la técnica. Pero se “olvidan” que a lo largo de la mayor parte de esta época de capitalismo decadente y agónico, éste se basa en un keynesianismo militar, en grandes inversiones estatales por parte de las principales potencias imperialistas para el desarrollo del aparato militar, de fuerzas destructivas ligadas a la guerra, aun en tiempos de “paz”. En los ´30 hubo un colosal desarrollo de la técnica, pero éste se daba en las ramas ligadas a la industria de la guerra (sobre todo aviación, radar, navegación submarina, etc.) para la conflagración que se estaba preparando. El “resurgir” de Alemania tuvo las mismas bases bajo el fascismo. No otra cosa sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la capacidad de producción de aviones de la industria automotriz norteamericana, reconvertida para la guerra, superaba con creces las necesidades del alto mando: no había suficientes pilotos ni misiones para usarlos y por eso la producción debía pararse. La posguerra no cambió nada esta tendencia, atizada por la “Guerra Fría” y la carrera armamentista con la URSS, y las decenas de guerras contrarrevolucionarias localizadas.
Lo mismo puede decirse de la tendencia del imperialismo yanqui en los ´80, basada en el desarrollo tecnológico ligado al plan conocido como “Guerra de las Galaxias”. Es sobre la base de estas nuevas tecnologías que EEUU, aplicándolas a la creación de nuevas ramas de producción de bienes de consumo, pudo superar en los ´90 a todos sus competidores, en base al aumento de la productividad del trabajo logrado en esas nuevas ramas de producción. Este crecimiento, sin embargo, se realiza en base a la crisis del Sector 1 de la economía –el de producción de máquinas-herramientas-, a la paralización y decadencia de todas las ramas básicas que pueden contribuir al progreso y al mejoramiento de la situación de las masas, cuya situación no ha hecho más que empeorar, aun en los mismos EEUU.
Es decir, los revisionistas no sólo se impactan ante el desarrollo de nuevas ramas de producción, “confundiéndolas”con un supuesto avance -aunque más no sea “parcial”- de las fuerzas productivas, sino que niegan que justamente, en la época imperialista, a lo que asistimos es al desarrollo de fuerzas destructivas, esto es, del armamento y de la tecnología militar para la destrucción masiva de fuerzas productivas en gran escala, como viéramos recientemente en la guerra de los Balcanes, donde las fábricas, las empresas, los puentes y los ferrocarriles de Serbia y Kosovo fueron el blanco central de los bombardeos imperialistas. A lo largo del siglo, a las dos guerras mundiales que destruyeron en masa fuerzas productivas, hay que agregarle un sinnúmero de guerras locales y regionales. En esto, el siglo XX es lo opuesto al siglo XIX, que no presenció ninguna destrucción en masa de fuerzas productivas como sucedió dos veces en este siglo.
Es tan importante el concepto de fuerzas destructivas, que lo que define cuál es el imperialismo dominante es la cantidad de fuerzas destructivas que controla. Esto le permite controlar lo fundamental de los avances de la técnica para aplicarlos en otras ramas. Sobre esta base el imperialismo yanqui pudo superar a sus antagonistas, gracias al gran desarrollo de la técnica ligada a la producción militar, aplicada luego al desarrollo de las nuevas ramas de producción de alta productividad del trabajo, como la telefonía y la computación.
La manifestación más categórica y la demostración más cabal de que las fuerzas productivas han dejado de crecer y se descomponen es que en lugar de aprovechar la inmensa fuerza de trabajo humano disponible, el rasgo característico de la actual época es la desocupación crónica, el enorme y cada vez mayor desperdicio de fuerza de trabajo humano. Como explicamos antes, la fuerza de trabajo humano es la fuerza productiva y la mercancía más importante, puesto que es la que modifica y transforma la naturaleza, le da valor a todas las demás mercancías y a la vez crea más valor que el existente al inicio de la producción, la plusvalía.
¡Cómo pueden hablar los señores revisionistas de que habría desarrollo de las fuerzas productivas, cuando hay miles de millones de desocupados en todo el mundo; cuando países enteros como China, India y Pakistán no son sino enormes reservorios de mano de obra para cuando los monopolios decidan utilizarlos; cuando millones de seres humanos jamás han trabajado, constituyendo, tal como lo definiera la III Internacional, no ya un “ejército industrial de reserva” sino una verdadera “subclase de los desocupados”!
Trotsky decía que sólo en un pequeño período de 9 años –entre 1930 y 1938- y sólo en un país imperialista, “la desocupación ha privado a la economía de EEUU de más de 43 millones de años de trabajo humano. Si se considera que en el cenit de la prosperidad, había 2 millones de desocupados en EEUU y durante esos 9 años el número de trabajadores potenciales ha aumentado hasta 5 millones, el número total de años de trabajo humano perdido deber ser incomparablemente mayor” (“La crisis de la economía imperialista”, 1939. Negritas nuestras). ¡Multipliquen, señores revisionistas, esas cifras por las 6 décadas que han pasado desde entonces, por los más de 150 países que existen en el planeta, y agréguenle el crecimiento de la población mundial, y traten de calcular la cifra de años de trabajo desperdiciados!
Si en la etapa de ascenso del capitalismo la masa de desocupados seguía, en su aumento y disminución, los ciclos de suba y baja del capitalismo; en esta época, la principal manifestación de la decadencia de las fuerzas productivas es la transformación de enormes masas de trabajadores en desocupados crónicos que forman un ejército industrial de reserva permanente, que aun en los ciclos ascendentes no deja de crecer. Las nuevas técnicas e inventos y el aumento de la productividad del trabajo que conllevan, no son usados para liberar a la humanidad de la carga del trabajo sino que sirven a los capitalistas para redoblar la explotación de la fuerza de trabajo, extender la jornada laboral y utilizar a ese ejército industrial de reserva permanente y en constante aumento –que en muchos países ya ha dado lugar a la aparición de una sub-raza- como una forma de chantaje permanente para los obreros ocupados. El capitalismo en esta época imperialista de agonía y decadencia de las fuerzas productivas, como hemos explicado, desarrolla aquí y allá nuevas ramas de producción y nuevos ciclos de crecimiento. Puede incorporar a la producción a una muy pequeña porción del ejército de desocupados, pero jamás a todos. Jamás puede garantizarle a la inmensa mayoría de sus propios esclavos ni siquiera el derecho a ser explotados.
La verdadera visión marxista sobre esta cuestión, a diferencia de la de Moreno que era humanista porque hablaba de los “hombres”, se basa en la destrucción de la única clase creadora de la humanidad, la clase obrera, en el constante deterioro de su nivel de vida, en el aumento absoluto de la miseria, en las pérdidas de sus conquistas y en la descomposición permanente de sus filas. Las siguientes líneas de Trotsky, conservan toda su actualidad: “El actual ejército de desocupados ya no puede ser considerado como un ´ejército de reserva´, pues su masa fundamental no puede tener ya esperanza alguna de volver a encontrar trabajo; por el contrario, está destinado a ser engrosado con una afluencia constante de nuevos desocupados. La desintegración del capitalismo ha traído consigo toda una generación de jóvenes que nunca han tenido un empleo ni esperanza alguna de conseguirlo” (“El marxismo y nuestra época”, 1939).
Los señores revisionistas, cuando nos hablan de que habría desarrollo de las fuerzas productivas, nos quieren mostrar como méritos de este sistema putrefacto a los que no son sino méritos (cuando los ha habido) de la revolución proletaria y de la expropiación de los capitalistas. Porque lo único que permitió durante el siglo XX el aprovechamiento de la fuerza de trabajo de millones y millones de seres humanos, incorporándolos a la producción, fue precisamente el triunfo de la revolución proletaria y la expropiación de los capitalistas en Rusia, China, el Este europeo, en Cuba, en casi un tercio del planeta. Y la prueba más fehaciente de que esto es así es que luego de 1989, con el aborto de los procesos de revolución política por la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, y con la imposición de la restauración capitalista en los antiguos estados obreros deformados y degenerados, esos países han vuelto a tener millones de desocupados, cuando no se han transformado directamente en inmensos reservorios de mano de obra semiesclava como es el caso de China.
Esta es la historia del siglo XX, del primer siglo de la época imperialista de descomposición del capitalismo y de decadencia de las fuerzas productivas. Estas son las condiciones de esta época, que crean divisiones terribles en las filas de la clase obrera, que las descomponen; que generan una ínfima capa de aristócratas y burócratas obreros (sostenidos en las migajas que les conceden las burguesías imperialistas de las superganancias extraídas de la explotación del mundo colonial y semicolonial), y un inmenso mar de trabajadores súper explotados; que dividen a la clase obrera entre ocupados y desocupados, trabajadores nativos e inmigrantes, contratados y efectivos, entre obreros de los países imperialistas y de los países oprimidos, etc. Y son bajo estas condiciones de la época que, para conseguir la más básica de sus demandas, el proletariado y los explotados se ven obligados a cada paso a luchar por todo, a entrar en el combate revolucionario. Cada pequeña lucha económica plantea la necesidad de la lucha política de masas, de atacar la propiedad de los capitalistas para resolverla, de donde surge la necesidad de un programa revolucionario para unir las filas obreras. Son estas condiciones objetivas las que están en la base del Programa de Transición (1938), que supera la vieja división entre el programa mínimo y el programa máximo de la socialdemocracia en la época anterior, de desarrollo orgánico del capital: “Es necesario ayudar a las masas, en el proceso de la lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa socialista de la revolución. Este puente debe contener un sistema de reivindicaciones transitorias, que partan de las condiciones actuales y de la actual conciencia de amplias capas de la clase obrera y conduzcan invariablemente a un solo resultado final: la conquista del poder por el proletariado (…) En la misma medida en que las viejas y parciales reivindicaciones ‘mínimas’ entran en conflicto con las tendencias destructivas y degradantes del capitalismo decadente –y esto se produce a cada paso- la IV Internacional propone un sistema de reivindicaciones transitorias, cuya esencia se encierra en el hecho de que se orientarán cada vez más decisiva y abiertamente contra las bases mismas del régimen burgués. El viejo programa ‘mínimo’ queda reemplazado por el programa de transición cuya tarea consiste en la movilización sistemática de las masas para la revolución proletaria”.
“El siglo XIX estuvo signado por la fusión del destino de la nación con su economía, pero la tendencia básica de nuestro siglo es la creciente contradicción entre la nación y la economía.” (León Trotsky, “El nacionalismo y la economía”, 1933).
La afirmación de que las fuerzas productivas se desarrollan, sólo puede entenderse en un único sentido: la ponderación de un desarrollo de conjunto, “en bloque”, lo que significaría decir que las fronteras nacionales, seguirían siendo hoy, como en el siglo pasado, tan sólo un freno relativo a su expansión. Pero bajo el capitalismo decadente, las fuerzas productivas se hallan sometidas a la contradicción entre la economía y las fronteras nacionales de una manera cada vez más aguda. Las fuerzas productivas, la altísima capacidad de producción de mercancías, se insurreccionan contra los límites que les impone el estado nacional y esa es la causa en última instancia de las dos carnicerías humanas que fueron las guerras mundiales interimperialistas. Pero las fuerzas productivas no chocan sólo contra el corsé de las fronteras nacionales sino también con el interés privado de los capitalistas. En teoría, el capitalismo podría, aprovechando el “boom” actual de la rama de producción de las llamadas “nuevas tecnologías”, producir teléfonos celulares para abastecer a toda la población china –superior a los mil millones- pero antes de que esto suceda la tendencia a la caída de la tasa de ganancia provocaría el desaliento de la inversión, luego el retiro de capitales y finalmente la crisis de superproducción. Por esa razón, a los efectos de contener el caos creado por ella misma, los monopolios se ven obligados a restringir artificialmente ramas de producción que permitirían desarrollar la economía y la cultura de otros países.
Continentes enteros como África, regiones como Latinoamérica o países superpoblados como la India, Pakistán, China y el conjunto del continente asiático, suman en total más del 70% de la población mundial, en donde difícilmente pueda hablarse, ante la decadencia y destrucción generalizada, incluso de la civilización humana, de que estén gozando los beneficios de las “nuevas tecnologías” o experimentando los beneficios del crecimiento yanqui. Las guerras civiles en África, que reflejan la crisis agraria mundial y de las industrias extractivas, no son más que la expresión de que el imperialismo ha sumido a ese continente en la más espantosa de las decadencias. ¿Pueden unas cuantas decenas de millones de teléfonos celulares resolver el problema del hambre en esas regiones devastadas, cuando lo que muestran las estadísticas de los propios organismos “humanitarios” del imperialismo es que la mitad de la población mundial sobrevive con menos de 2 dólares por día? Las perspectivas para las masas chinas, otros mil millones de hombres y mujeres, tampoco son las de estar conectados entre sí vía satélite, sino la de una existencia miserable como uno de los reservorios de mano de obra barata para los monopolios imperialistas.
La imposibilidad del capitalismo en la época imperialista de resolver esa contradicción aguda entre las fuerzas productivas y las fronteras nacionales llevó, en el siglo XX, a la carnicería que significaron dos guerras mundiales interimperialistas por el reparto de las zonas de influencia, del espacio vital de cada potencia imperialista. Y en el siglo XXI que comienza, la disputa y la lucha interimperialista, llevarán sin duda alguna, a carnicerías y nuevas guerras a un nivel aun superior, puesto que esta es la única “solución” del capitalismo a las fuerzas productivas constreñidas en el marco de las fronteras nacionales, si el triunfo de la revolución socialista no logra impedirlo.
Vayamos al argumento que esgrimen los revisionistas: la fluctuación de los ciclos económicos de crisis y de crecimiento, niega o relativiza la premisa de la decadencia y agonía de las fuerzas productivas. Al respecto de los ciclos, en junio de 1921, Trotsky escribía:
“Por razón de sus contradicciones interiores el capitalismo no se desarrolla en línea recta, sino de manera zigzagueante: ora se levanta, ora cae. Es precisamente este fenómeno el que permite decir a los apologistas del capitalismo: ‘Desde que observamos luego de la guerra una sucesión de booms y crisis, se desprende que todas las cosas están trabajando juntas para lo mejor del capitalismo’. Sin embargo, la realidad es otra. El hecho de que el capitalismo continúe oscilando cíclicamente, luego de la guerra, indica, sencillamente, que aún no ha muerto y que todavía no nos enfrentamos con un cadáver. Hasta que el capitalismo no sea vencido por una revolución proletaria, continuará viviendo en ciclos, subiendo y bajando. Las crisis y los booms son propios del capitalismo desde el día de su nacimiento; le acompañarán hasta la tumba. Pero para definir la edad del capitalismo y su estado general, para saber si aún está desarrollándose, o si ya ha madurado, o si está en decadencia, uno debe diagnosticar el carácter de los ciclos, tal como se juzga el estado del organismo humano, según el modo como respira: tranquila o entrecortadamente, profundo o suave, etc.”. (“La situación mundial”. Negritas nuetsras).
Además, en esta época de decadencia, el imperialismo muchas veces, mediante el intervensionismo estatal, crea ciclos ficticios de crecimiento, como después de la Primera Guerra Mundial ante el temor de la revolución obrera en Europa, o como ahora, prolongando artificialmente el ciclo de crecimiento yanqui mediante el manejo de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal, para evitar que la crisis entre a EEUU y se produzca un crac mundial como el de los ’30.
Trotsky agrega:
“Claramente se ve que, durante los períodos de desarrollo rápido del capitalismo, las crisis son breves y de carácter superficial mientras que las épocas de boom son prolongadas. En el período de decadencia, las crisis duran largo tiempo y los éxitos son momentáneos, superficiales, y están basados, en la especulación. En las horas de estancamiento las oscilaciones se producen alrededor de un mismo nivel. He aquí cómo se determina el estado general del capitalismo según el carácter particular de su respiración y su pulso”. Para terminar diciendo: “Las fluctuaciones cíclicas seguirán teniendo lugar, pero en general, la curva del desarrollo capitalista no se inclinará hacia arriba sino hacia abajo” (Ídem. Negritas nuestras).
La marcha del capitalismo es, entonces, como el borde de un serrucho. Pero mientras que en su época de ascenso ese serrucho se inclina hacia arriba, en la época de decadencia se inclina hacia abajo. Que la curva general desciende, quiere decir que tras una crisis, los auges son incapaces de recuperar el nivel del pico ascendente anterior. Por esa razón, ciclos de ascenso después de la crisis y el desarrollo de nuevas ramas ligado a ellos, pueden alterar, pero no modificar la curva general hacia abajo que marca que las fuerzas productivas están en decadencia, que el capitalismo ya no hace avanzar de conjunto a la humanidad.
Esta es la principal conclusión de Trotsky acerca de los ciclos: “Los viejos ciclos eran el mecanismo de un amplio movimiento ascendente; los nuevos sólo pueden ser el mecanismo de la decadencia capitalista”. Sin embargo, corrientes revisionistas como el PTS, que publican un grueso volumen de escritos económicos de Trotsky donde se desarrollan estas conclusiones, bajo el título de “Naturaleza y dinámica del Capitalismo y la Economía de Transición”, lo hacen precediéndolos de un prólogo donde se evita, a lo largo de decenas de páginas de repetición de citas de Trotsky y comentarios merodeadores sobre ellas, el exponer blanco sobre negro, taxativamente, este análisis central sobre los ciclos en la época de decadencia del capitalismo.
Trotsky sostiene en un sentido general que:
“Épocas enteras de desarrollo capitalista existen cuando un cierto número de ciclos están caracterizados por auges agudamente delineados y por crisis débiles y de corta vida. Como resultado, obtenemos un agudo movimiento ascendente de la curva básica del desarrollo capitalista. Obtenemos épocas de estancamiento cuando esta curva, aunque pasando a través de parciales oscilaciones cíclicas, permanece aproximadamente en el mismo nivel durante décadas. Y finalmente durante ciertos períodos históricos, la curva básica, aunque pasando como siempre a través de oscilaciones cíclicas, se inclina hacia abajo en su conjunto, señalando la declinación de las fuerzas productivas.” (“La curva de desarrollo capitalista”, 1923). Pero esta cita es a cuenta de la metodología con que se analizan los ciclos, la respiración, del capitalismo. Pero Trotsky, como vimos, no se confunde a la hora de determinar cuál es el carácter de la “curva básica” en esta época de decadencia del capitalismo iniciada en 1914: hacia abajo.
Pero en la presentación que hace de estos trabajos de Trotsky el PTS, estos conceptos están presentados bajo el título de “Las tendencias de la curva del desarrollo capitalista en la primera posguerra”. No es casual que los revisionistas vergonzantes del PTS pretendan limitar las conclusiones de Trotsky a ese período de las décadas del ’20 y del ’30, mientras por otro lado evitan por todos los medios extenderlas a toda la época y pronunciarse acerca de en cuál de esos “períodos históricos” se encuentra actualmente el capitalismo. Es que en el fondo se ven los ciclos como una oscilación alrededor de un mismo punto de un capitalismo que habría recuperado su vitalidad en base al desarrollo de las nuevas ramas de producción y de los nuevos avances tecnológicos, donde el capitalismo recuperaría lo que destruyó en la etapa anterior, y aún más se deja abierto que pueda iniciar un período ascendente. En ese sentido no son más que continuadores del mandelismo. Es decir, se niega el carácter de la época con el agregado de dejar entrever que el capitalismo puede iniciar, no sólo un ciclo, sino todo un “período” ascendente.
A lo largo del siglo XX hemos visto, indudablemente, grandes combates de la clase obrera que se han desarrollado hacia el fin de un ciclo de crecimiento, como respuesta a los capitalistas cuando éstos comienzan a atacar las conquistas que el proletariado obtuvo al calor de ese ciclo. Son procesos en los que la clase obrera comienza realizando luchas económicas pero que rápidamente se generalizan y se transforman en lucha política de masas, e incluso, en revolución abierta. Así fue como comenzó la revolución de 1905 en Rusia, ese ensayo general revolucionario que anticipaba las condiciones de la época imperialista de crisis, guerras y revoluciones que terminaría de desplegarse en toda su amplitud unos años más tarde, en 1914. Este fue también el caso del ascenso revolucionario generalizado de 1968-74, que se dio al fin del ciclo de crecimiento del período de Yalta. La clase obrera comenzó luchando por reivindicaciones económicas, defendiendo sus conquistas ante el ataque con que el capital respondía al inicio de la crisis. Estos combates se generalizaron rápidamente, llevando a grandes acciones de lucha política de masas, como fuera, por ejemplo, el Cordobazo en Argentina, la huelga general de casi un mes del proletariado en el llamado Mayo Francés, y que llevara en Chile a la apertura de la revolución misma, la grandiosa revolución de los Cordones Industriales.
Como decía Trotsky: “El capitalismo agonizante, como es sabido, también tiene sus ciclos, aunque son ciclos declinantes, enfermos. Sólo la revolución proletaria puede poner fin a la crisis del sistema capitalista. La crisis coyuntural dejará inevitablemente el lugar a un nuevo y breve reanimamiento, si no sobreviene en el interín la guerra o la revolución”. (“¿Adonde va Francia?”, 1936).
Al venir un reanimamiento, al inicio de un ciclo de crecimiento, la clase obrera puede fortalecerse y comenzar un proceso de luchas económicas. Pero aún en esos momentos, “en el caso de una lucha huelguística extendida, sería criminal limitarse a las reivindicaciones económicas parciales. El reanimamiento de la coyuntura no puede ser ni profundo ni largo, pues ya tenemos conocimiento de los ciclos de un capitalismo irremediablemente enfermo. La nueva crisis –después de un breve reanimamiento- puede resultar más terrible que la presente”. (Ídem).
Por ello, en estos casos, es una obligación de los revolucionarios impulsar toda lucha económica, por más parciales que sean sus reivindicaciones, pero en la perspectiva correcta, revolucionaria, esto es, ligándolas y orientándolas cada vez más decisivamente, mediante un sistema de reivindicaciones transitorias, a la lucha contra la propiedad privada de los capitalistas, por la revolución y por la toma del poder por el proletariado.
Pero cuando estalla la crisis –que, como ya hemos visto, es la norma en la época imperialista, mientras que los ciclos de crecimiento son la excepción-, ésta golpea desigualmente sobre el proletariado. En algunos países, actúa desorganizando y descomponiendo las filas obreras, desmoralizando al proletariado, impidiéndole actuar ante la misma y ante la catástrofe que ésta descarga sobre sus espaldas; mientras que en otros, las penurias y padecimientos inauditos que ésta provoca, empujan a las masas a la lucha política abierta e incluso a la revolución misma. Que la crisis actúe en uno u otro sentido, depende de múltiples factores, entre los que son de gran peso la situación en la que llega el proletariado y las masas explotadas al estallido de la crisis; si vienen de lograr triunfos importantes o de sufrir duras derrotas en el período anterior; de su tradición; de su experiencia previa y fundamentalmente, de si las direcciones contrarrevolucionarias que tienen a su frente logran maniatarlos y contenerlos, o si logran irrumpir a pesar de ellas.
Así, el estallido de la crisis económica y financiera mundial en 1997, y sus sucesivas rondas, actuaron desorganizando las filas obreras en Rusia y en Brasil, y por el contrario, en Ecuador y en Indonesia llevaron a la irrupción de las masas y al inicio de la revolución. Bajo estas condiciones, el proletariado, como decía Lenin, no tiene tiempo de templar sus músculos en la lucha económica, parcial, en la “escuela de la guerra”, sino que se ve obligado a hacerlo al calor de la guerra misma.
La lucha política de masas no niega la lucha económica, sino que la incluye, la supera y la eleva a un terreno superior. Por ello, en ese caso, y tal cual lo explicara Trotsky, “la fórmula política marxista (...) debe ser la siguiente: explicando todos los días a las masas que el capitalismo burgués en putrefacción no deja lugar, no sólo para el mejoramiento de su situación, sino incluso para el mantenimiento del nivel de miseria habitual; planteando abiertamente ante las masas la tarea de la revolución socialista, como la tarea inmediata de nuestros días; movilizando a los obreros para la toma del poder; defendiendo a las organizaciones obreras por medio de las milicias; los comunistas (...) no pierden, al mismo tiempo, ni una sola ocasión de arrancar al enemigo, en el camino, tal o cual concesión parcial, o por lo menos, impedirle rebajar aún más el nivel de vida de los obreros”. (Ídem).
Todos los revisionistas, al negar la decadencia de las fuerzas productivas, no hacen más que darle la razón al mismísimo Stalin, ya que su teoría del “socialismo en un solo país” significaba que era posible desarrollar las fuerzas productivas al nivel de una sociedad socialista en un país aislado, sin derrotar al imperialismo en todo el mundo. Como vemos, la negación de la premisa objetiva básica de que bajo el imperialismo las fuerzas productivas ya no se desarrollan, es la madre, no sólo de todas las revisiones de los centristas, sino de las más grandes traiciones al proletariado en este siglo: las de la socialdemocracia y las del stalinismo, y las de cuanta dirección pequeñoburguesa o nacionalista burguesa haya usurpado el combate revolucionario de la clase obrera y los explotados.
Queda claro ahora que todas las seudoteorías que nos hablan del “desarrollo parcial de las fuerzas productivas” y de las “nuevas fases” del capitalismo, no son sino la continuidad de Stalin, Bujarin y su “teoría” antimarxista del “socialismo en un solo país”: son las “tesis” revisionistas con las que las corrientes oportunistas que han usurpado las banderas de la IV Internacional y del trotskismo intentan justificar su absoluta degeneración al socialismo nacional, esto es, al nacional-trotskismo más abyecto, al pablismo.
Queda claro entonces que todo el siglo XX no fue más que una absoluta confirmación de todas y cada una de las tesis revolucionarias sobre el carácter de la época imperialista, sobre la agonía del capitalismo, sobre la decadencia de las fuerzas productivas, sobre la relación entre ramas de producción, ciclos económicos, lucha de clases, división mundial del trabajo, equilibrio y desequilibrio, que desarrollaran Trotsky, Lenin y los cuadros y dirigentes de la III y de la IV Internacional. Todo el siglo XX confirma que las “tesis” revisionistas de los viejos y los nuevos Bernstein, Kautzky, Hilferding, Pablo, Mandel, Moreno y demás, no merecen otro destino que el basurero de la historia. Camaradas de la III y la IV Internacional revolucionarias: ¡sus pronósticos fueron completamente acertados! Se cumplieron a rajatabla en este siglo XX, el primero de la época imperialista de crisis, guerras y revoluciones ¡Viva la III y la IV Internacional de Lenin y Trotsky, verdaderas escuelas de estrategia revolucionaria! ¡Mueran todas las revisiones y falsificaciones de sus epígonos! El siglo XXI deparará, indudablemente, mil y una ocasiones de confirmar la exactitud milimétrica del socialismo científico de Marx, Engels, Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, al igual que lo hiciera el siglo XX.
Es debido a esta decadencia de las fuerzas productivas que en esta época imperialista, la normal prosecución de los ciclos económicos, se ve totalmente alterada por los factores políticos. Ya hemos explicado como la tendencia a una nueva depresión mundial tras el estallido de la crisis del ’97 fue evitada prolongando de manera ficticia el ciclo de crecimiento yanqui, de la misma manera que la burguesía evitó la revolución en Europa tras la primera guerra mundial poniendo a funcionar la máquina de hacer papeles sin valor. Es esto lo que le lleva a decir a Trotsky en esos momentos: “¿Qué fue lo que el capitalismo recibió precisamente porque no había ningún partido revolucionario en el momento crucial y el proletariado no pudo tomar el poder en sus manos? Un respiro, es decir la posibilidad de reorientarse más pacíficamente hacia la situación que se estaba formando: restaurar la moneda, sustituir la paja por cubiertas de goma, alcanzar acuerdos comerciales, etc.” (“Sobre la cuestión de la ‘estabilización’ de la economía mundial”, 1925. Negritas en el original).
El papel de las direcciones contrarrevolucionarias que le dan tiempo a la burguesía para que pueda apelar a estas medidas, pasa entonces a ser fundamental:
“El rol del factor subjetivo puede quedar completamente subordinado durante la época de la evolución orgánica lenta, cuando nacen justamente los diversos proverbios de la gradualidad: ‘quien mucho corre, pronto para’, ‘nadie está obligado a hacer más de lo que puede’, etc., que reflejan la sabiduría de la época de crecimiento orgánico, que no puede soportar que se ‘salten etapas’. En tanto que, cuando las premisas objetivas están maduras, la clave de todo el proceso histórico pasa a manos del factor subjetivo, es decir del partido. El oportunismo, que vive consciente o inconscientemente bajo la sugestión de la época pasada, se inclina siempre a menospreciar el rol del factor subjetivo, es decir la importancia del partido revolucionario y su dirección” (Trotsky, “Stalin, el gran organizador de derrotas”, 1929. Negritas nuestras).
En base a esta concepción, que pone al factor subjetivo como la clave, Trotsky afirmaba en 1925: “No es debido a que el capitalismo haya creado con éxito y por sus propios medios condiciones para el desarrollo mayor de las fuerzas productivas, que no existe hoy una situación revolucionaria en Europa”. (“Sobre la cuestión de la ‘estabilización’ de la economía mundial”).
La explicación se hallaba en el retraso en construir partidos comunistas aptos para tomar el poder.
Todos los centristas sostienen una visión opuesta a la del marxismo revolucionario acerca de la decadencia y agonía de las fuerzas productivas, y por ello niegan que el factor determinante, la ley de causalidad histórica fundamental que explica la supervivencia agónica del capitalismo en su fase imperialista, es la crisis de dirección revolucionaria de la humanidad, que es lo que le permite al capitalismo subsistir con nuevos ciclos de crecimiento como excepción y nuevas y más profundas crisis como norma, con ruptura del equilibrio y la imposición de nuevos equilibrios permanentemente, creando nuevas ramas de producción y hundiendo otras, sometiendo a la catástrofe, la miseria, la desocupación y al hambre al 90% de la humanidad.
Fue la traición de la socialdemocracia en 1914 la que explica que el proletariado haya sido llevado a desangrarse en la primera carnicería mundial imperialista. Después del triunfo de la Revolución Rusa y de la fundación de la III Internacional, es el surgimiento del stalinismo contrarrevolucionario lo que explica la burocratización del estado obrero soviético, las terribles derrotas sufridas en la década del ‘30 por el proletariado mundial en Alemania, en España y en Francia, y a causa de ellas, la nueva masacre imperialista perpetrada con la Segunda Guerra Mundial.
A la salida de la misma, y como lo hemos expuesto, es nuevamente el rol contrarrevolucionario del stalinismo el que explica el supuesto “boom” económico del corto período de Yalta que tanto adoran los revisionistas. Fue la acción de la socialdemocracia y el stalinismo, y toda su progenie de direcciones nacionalistas burguesas o pequeño-burguesas, la que llevó al desvío, al aborto o al aplastamiento directo al ascenso revolucionario generalizado de 1968-74, permitiendo así, sobre su derrota, el pase con armas y bagajes de la burocracia stalinista al campo de la restauración capitalista en los ’80 que llevó a los estados obreros a la más brutal descomposición. Fue el stalinismo el que en 1989 entregó al imperialismo esa enorme conquista del proletariado mundial que fueran los estados obreros, aún deformados o degenerados, e impuso la restauración capitalista en los mismos.
La tesis fundamental de nuestro Programa de Transición se confirmó a lo largo de todo el siglo y está escrita con la sangre de las mil y una revoluciones derrotadas y de los millones de obreros y explotados asesinados por este sistema putrefacto, gracias a la acción de la socialdemocracia y el stalinismo contrarrevolucionarios: ¡la crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria! Esto es lo que niegan los oportunistas y revisionistas de todo pelaje que usurpan las banderas de la IV Internacional. Y la cloaca madre, la fuente primigenia de esta negación no es sino su completa revisión en clave socialdemócrata del carácter fundamental de la época imperialista: que en ella, las fuerzas productivas han dejado de crecer. ¡Hasta allí, hasta la fuente de las revisiones de los Bernstein, los Kautsky, los Hilferding y los Mandel, de los que ustedes son continuadores, los hemos ido a buscar, señores revisionistas! |