Mayo de 2018
Presentación
En esta nueva publicación de la Editorial Socialista Rudolph Klement presentamos dos trabajos de Lenin: La Bancarrota de la II Internacional, escrito entre mayo y junio de 1915, y El imperialismo y la escisión del socialismo escrito en octubre de 1916. Asimismo acompañamos estos dos textos con un Apéndice sobre las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, realizadas en dichas ciudades de Suiza en 1915 y 1916 respectivamente. En ellas se reagruparon las fuerzas internacionalistas del movimiento socialista para combatir la traición de los dirigentes de la II Internacional.
Estas obras fueron elaboradas mientras se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, en la que las distintas burguesías imperialistas se disputaban el control del mercado mundial, las zonas de influencia y las colonias que saqueaban. Durante esta guerra inter-imperialista, la mayoría de la dirección socialdemócrata de la II Internacional sostuvo una política defensista, es decir, de “defensa de la patria” (o bien socialchovinista) que no significaba más que llevar a millones de obreros del mundo a morir en enfrentamientos unos contra otros, apoyando a su propia burguesía.
El Primer Congreso de la III Internacional Comunista (1919) definía:
“Desde el primer ruido de cañón que sonó en los campos de la carnicería imperialista, los principales partidos de la II Internacional traicionaron a la clase obrera y se ubicaron, con el pretexto de la ‘defensa nacional’, al lado de ‘su’ burguesía (...) exhortaron al proletariado a una ‘tregua’ con la burguesía de ‘su’ país, a renunciar a la guerra contra la guerra y en los hechos a convertirse en carne de cañón para los imperialistas.” (“Resolución sobre la posición respecto a las corrientes socialistas y la Conferencia de Berna”, del Primer Congreso de la III Internacional, 1919. Publicada en 1919-1923 Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Tomo I, Ediciones Pluma, 1973, Buenos Aires, Argentina).
La Bancarrota de la II Internacional, que publica la Editorial Socialista Rudolph Klement, es un trabajo de Lenin escrito contra los dirigentes socialdemócratas y su política socialchovinista que llevaron a los obreros del mundo a abandonar el internacionalismo proletario y a someterse a su propia burguesía, país por país.
En la mencionada obra, Lenin polemiza duramente contra los principales teóricos socialdemócratas como Kautsky, quien, renegando de todo principio de solidaridad de clase, cínicamente declaraba que “el verdadero internacionalismo consistía en reconocer a los socialistas de todas las naciones el derecho y la obligación de defender a su patria”. Por ello Lenin afirma que la guerra corrió el velo e hizo evidente esta traición mostrando al oportunismo en su verdadero papel de aliado a su burguesía.
Esa traición abierta de la mayoría de la II Internacional al socialismo y a la clase obrera se manifestó desde el inicio de la guerra y se fue acentuando con mayor claridad a medida que la conflagración mundial se desarrollaba. Pero la misma no fue sino la conclusión lógica de la profundización de las posiciones oportunistas que sostuvieron durante años los principales dirigentes de la socialdemocracia.
Antes de la guerra, un puñado de países “ricos” que ya tenían colonias a las que expoliaban y saqueaban, comenzaban a disputárselas, cuestión que hicieron abierta y militarmente en la Primera Guerra Mundial. Los partidos de la socialdemocracia, en lugar de enfrentar a sus propias burguesías que oprimían a otras naciones, daban poca importancia a lo que sucedía con las colonias. No solo no estaba en su programa enfrentar esta opresión, sino que incluso algunos dirigentes socialdemócratas, como Bernstein, llegaron a defenderla, planteando que la misma tenía un rol redentor e iba a llevar el progreso a esos países a los que se esclavizaba.
Esa clara tendencia a defender a su burguesía se fue acrecentando entre 1898 y 1914. En ese período, se produjeron guerras parciales que ya adquirían un carácter de choques inter-imperialistas, que adelantaron la conflagración entre las potencias imperialistas que se dio en la Primera Guerra Mundial. Tales fueron los casos de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 por el control de las islas Kuriles y Sajalin, las guerras Anglo-Boer de 1880-1881 y 1899-1902 o la que estalló en 1912 por el control de los Balcanes. La II Internacional convocó a distintos congresos (como el de Stuttgart en 1907 o el de Basilea en 1912) y tomó resoluciones correctas sobre cómo posicionarse en un sentido revolucionario ante dichas guerras e incluso ante la Primera Guerra Mundial, enfrentando a las mencionadas corrientes oportunistas a su interior.
Sin embargo, como Lenin demuestra en la presente obra, en 1914 los dirigentes socialdemócratas renegaron de estas resoluciones aprobadas anteriormente y se pasaron al bando de la burguesía. Vandelverde, presidente del Buró de la Internacional Socialista, pasó a ser Ministro de Guerra en el gabinete belga. En Francia, los socialistas defendieron a su propio gobierno. En Inglaterra, los socialistas y el Partido Laborista habían realizado mitines contra la guerra el 1 y 2 de agosto y, a los pocos días, el Partido Laborista y la dirección de la Trade Union Congress (central sindical inglesa) prestó apoyo unánime al gabinete de guerra inglés.
Durante décadas, la clase obrera europea y mundial había puesto en pie partidos socialistas de masas y fuertes sindicatos para batallar por sus demandas contra la clase capitalista, sus gobiernos y sus Estados. Las poderosas organizaciones de clase para el combate, en las que la clase obrera invirtió tanto esfuerzo para construir, cuando vino la Primera Guerra Mundial, empujaron al proletariado a masacrarse entre sí por los negocios y las fortunas de las distintas pandillas imperialistas. Tomó años construir organizaciones para la lucha y en el momento decisivo estas se derrumbaron sobre los hombros de la misma clase obrera. El capital utilizó esas enormes conquistas y organizaciones de masas, comprando a un sector privilegiado de las mismas, la aristocracia obrera, para volverlas contra los trabajadores.
En Alemania, en la víspera de la declaración de la guerra, los 124 parlamentarios del partido socialdemócrata alemán hicieron una reunión en la cual solo 14 se opusieron a la guerra. Al día siguiente, el 4 de agosto de 1914, finalmente votaron los Créditos de Guerra, consumando la bancarrota de la II Internacional. Rosa Luxemburgo declaró entonces que la socialdemocracia era un cadáver maloliente y el 1º de noviembre de ese mismo año Lenin afirmaba: “La II Internacional ha muerto, vencida por el oportunismo.” (“La situación de las tareas de la Internacional Socialista”, publicado en Sotsial-Demokrat, nro. 33).
Junto a la obra de Lenin La Bancarrota de la II Internacional, desde la Editorial Socialista Rudolph Klement presentamos en este libro el trabajo El imperialismo y la escisión del socialismo. En el mismo, Lenin demuestra la relación que hay entre el pasaje de la socialdemocracia al campo de la burguesía y las condiciones de la época imperialista (de putrefacción del sistema capitalista mundial, que se desarrollaron a fines del siglo XIX y principios del siglo XX) y que la moldearon.
Así, Lenin afirmaba:
“Más de una vez, y no solo en artículos, sino también en resoluciones de nuestro partido, hemos señalado esta relación económica, la más profunda, precisamente entre la burguesía imperialista y el oportunismo, que ahora (¿y por cuánto tiempo será?) ha vencido en el movimiento obrero. De ello deducíamos, entre otras cosas, que es inevitable la escisión con el socialchovinismo.” (El imperialismo y la escisión del socialismo, pág. 116).
Al respecto, la III Internacional, en su Congreso de fundación, daba una precisa definición de la relación entre el cambio de época y la traición de la II Internacional:
“Gracias al desarrollo económico general, la burguesía de los países más ricos, por medio de pequeñas limosnas sacadas de sus inmensas ganancias, tuvo la posibilidad de corromper y de seducir a la dirección de la clase obrera, a la aristocracia obrera. Los ‘compañeros de lucha’ pequeñoburgueses del socialismo afluyeron a las filas de los partidos socialdemócratas oficiales y orientaron poco a poco a estos de acuerdo con los fines de la burguesía. Los dirigentes del movimiento obrero parlamentario y pacífico, los dirigentes sindicales, los secretarios, redactores y empleados de la socialdemocracia, formaron toda una casta de una burocracia obrera que tenía sus propios intereses de grupo egoístas y que fue en realidad hostil al socialismo. Gracias a todas esas circunstancias, la socialdemocracia oficial degeneró en un partido antisocialista y chovinista”. (“Resolución sobre la posición respecto a las corrientes socialistas y la Conferencia de Berna”, del Primer Congreso de la III Internacional, 1919. Publicada en 1919-1923 Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Tomo I, Ediciones Pluma, 1973, Buenos Aires, Argentina).
Contra la degeneración socialimperialista de la socialdemocracia, Lenin y el ala izquierda de la II Internacional se mantuvieron firmes en un curso revolucionario. Fieles a los principios del internacionalismo proletario, se opusieron a la guerra. Por ello, los internacionalistas rompieron con la vieja y corrupta socialdemocracia. Es que, como afirma Lenin en La bancarrota de la II Internacional, en la época imperialista no pueden coexistir en un mismo partido los elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia obrera, que se beneficia con las migajas de los privilegios proporcionados por la condición “dominante” de “su” nación. La época imperialista significó así la escisión del socialismo.
La fracción revolucionaria internacionalista reagrupaba sus fuerzas contra la traición de la II Internacional. Fueron los que se opusieron a la guerra y pusieron en pie las conferencias internacionales de Zimmerwald (1915) y Kienthal (1916) para enfrentar la política socialchovinista de los dirigentes de la socialdemocracia. En esas conferencias se buscaba dar continuidad a los hilos históricos del programa revolucionario, que se habían cortado por la traición de la socialdemocracia. Se puso en pie un estado mayor que comenzó a disputar, en una dura batalla política, teórica y programática, la dirección de la clase obrera mundial a la socialdemocracia ya vendida a la burguesía. Precisamente, los trabajos de Lenin La Bancarrota de la II Internacional y El imperialismo y la escisión del socialismo, junto a otros textos claves como El Estado y la revolución (1917) y La revolución proletaria y el renegado Kautsky (1918), entre otros, son las armas políticas, teóricas y programáticas con las que se rearmó el marxismo contra los renegados que lo traicionaban y lo entregaban a la burguesía.
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En la conferencia de Zimmerwald de 1915, donde los internacionalistas reagruparon sus primeras fuerzas, participaron delegados de todas las organizaciones obreras que permanecieron fieles al principio de la lucha de clases y a la solidaridad internacional (según constaba en la convocatoria a dicha conferencia). Acudieron desde varios países, como Alemania, Francia, Italia, los Balcanes, Suecia, Noruega, Polonia, Holanda, Rusia y Suiza. Eran dirigentes de sindicatos y de los partidos socialistas oficiales de cada país. Así fue que participaron Lenin, Trotsky, dirigentes de la Confederazione Generale del Lavoro de Italia, dirigentes del Partido Socialista de ese país como Morgari, socialistas franceses como Bourderon, el dirigente socialista de los Balcanes, Rakovsky y revolucionarios internacionalistas alemanes como Rosa Luxemburgo. Como desarrollaremos más adelante, Karl Liebknecht, parlamentario socialdemócrata alemán, envió una carta a dicha conferencia desde la cárcel, puesto que había sido arrestado por denunciar la guerra abiertamente desde el parlamento alemán y llamar a los obreros a luchar contra ella.
Al respecto de su participación en la conferencia de Zimmerwald, Trotsky en su trabajo Mi Vida expresaba:
“Nos acomodamos como pudimos en cuatro coches y tomamos el camino de la sierra. La gente se quedaba mirando, con gesto de curiosidad, a esta extraña caravana. A nosotros no dejaba de hacernos tampoco gracia que, a cincuenta años de haberse fundado la Primera Internacional, todos los internacionalistas del mundo pudieran caber en cuatro coches. Pero en aquella broma no había el menor escepticismo. El hilo histórico se rompe con mucha frecuencia. Cuando ocurre tal cosa, no hay sino que anudarlo de nuevo. Esto precisamente era lo que íbamos a hacer en Zimmerwald.” (Mi Vida, Editorial Antídoto, 2006, Buenos Aires, Argentina).
Así se ponía en pie el embrión de lo que luego fue la III Internacional (fundada oficialmente en 1919 después de la toma del poder en Rusia). Este bloque internacionalista fue templado en una dura lucha política contra la II Internacional vendida a la burguesía. Se formó y se forjó en una batalla política también al interior de las mismas conferencias de Zimmerwald y de Kienthal. En estas luchas políticas, se reagruparon los revolucionarios, seleccionando sus filas para conquistar un programa completo y acabado del marxismo revolucionario ante el inicio de una nueva época del capitalismo mundial, el imperialismo, una “época de crisis, guerras y revoluciones”.
Distintos afluentes de las corrientes socialistas internacionalistas confluyeron en esas conferencias, de los cuales los dirigentes más destacados fueron Lenin y los bolcheviques, Trotsky y la corriente revolucionaria de la socialdemocracia alemana encabezada por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
En Zimmerwald se expresaron dos programas: uno pacifista ante la guerra, que a la misma le oponía la consigna de “paz”; mientras que la Izquierda de Zimmerwald (encabezada por Lenin y Liebknecht) planteaba no tan solo la consigna de paz sino que también declaraba que había que “transformar la guerra imperialista en guerra civil”, es decir, convertir la guerra entre los piratas imperialistas por el reparto del botín en el inicio de la revolución socialista. De allí su programa de “dar vuelta el fusil”.
En estas conferencias, la fracción de Lenin fue el ala consecuente e intransigente, que no cedía ni un ápice a las presiones del socialchovinismo y de la aristocracia y las burocracias obreras que sometían a la clase obrera a sus propias burguesías.
No fue armoniosa la realización de estas conferencias que agruparon a los internacionalistas. Como no podía ser de otra manera, fue con duras luchas políticas al interior de ellas en que terminó de forjarse, bajo el fuego ardiente de la guerra y de la crítica marxista, el socialismo revolucionario del siglo XX.
Trotsky, en su trabajo Mi Vida, explica estos debates que cruzaron a los internacionalistas en Zimmerwald:
“Costó gran trabajo hacer que se aviniesen a un manifiesto colectivo, esbozado por mí, el ala revolucionaria, representada por Lenin, y el ala pacifista, a la que pertenecía la mayoría de los delegados. El manifiesto no decía, ni mucho menos, todo lo que había que decir; pero era, a pesar de todo, un avance. Lenin se mantenía en la extrema izquierda. Frente a una serie de puntos estaba solo. Yo no me contaba formalmente entre la izquierda, aunque estaba identificado con ella en lo fundamental. Lenin templó en Zimmerwald el acero para las empresas internacionalistas que había de acometer y puede decirse que en aquel pueblecillo de la montaña suiza fue donde se puso la primera piedra para la Internacional revolucionaria.” (ídem).
Este Manifiesto de la primera conferencia de Zimmerwald del 8 de septiembre de 1915, que al decir de Trotsky no decía “todo lo que había que decir”, está editado como Apéndice de este libro. Fue dirigido “a los proletarios de Europa” y firmado por todos los delegados que asistieron a dicha conferencia.
Asimismo en este Apéndice está incluido el “Proyecto de resoluciones de la Izquierda de Zimmerwald” a dicha conferencia. Este proyecto de resoluciones no fue aprobado por la misma en su conjunto, de allí su nombre de “Proyecto”. Pero Lenin, como afirma Trotsky, “templó en Zimmerwald el acero para las empresas internacionales que había de acometer” y “puede decirse que en aquel pueblecillo de la montaña suiza fue donde se puso la primera piedra para la Internacional revolucionaria”. Magnífica definición del origen de la III Internacional. Por eso insitimos con ella, ya que da una idea muy precisa de lo que fue la conferencia de Zimmerwald y la de Kienthal un año después, pero de forma particular, del rol decisivo que jugó la Izquierda de Zimmerwald en esos críticos momentos para la clase obrera mundial.
Esta afirmaba y combatía contra viento y marea:
“Es deber de los socialistas, haciendo uso de todos los medios de la lucha legal de la clase obrera, subordinar todos y cada uno de esos medios a esta tarea inmediata y más importante, desarrollar la conciencia revolucionaria de los trabajadores, reunirlos en la lucha revolucionaria internacional, promover y alentar cualquier acción revolucionaria y hacer todo lo posible para convertir la guerra imperialista entre los pueblos en una guerra civil de las clases oprimidas contra sus opresores, una guerra por la expropiación de la clase capitalista, por la conquista del poder político por el proletariado y la realización del socialismo.” (pág. 154, negritas nuestras).
Por último, publicamos dos notas del gran revolucionario Karl Liebknecht, incluídos en este Apéndice. La primera de ellas es la fundamentación de su voto en contra de los Créditos de Guerra en el Reichstag (del 2 de diciembre de 1914), motivo por el cual terminó en prisión. Mientras tanto, Kautsky, el sirviente de la burguesía imperialista alemana (como verá el lector en La Bancarrota de la II Internacional), planteó en forma descarada que él no votó en contra de los Créditos de Guerra por miedo a “las consecuencias prácticas”.
El gran revolucionario Karl Liebknecht no solo votó en contra de los Créditos de Guerra, sino que fundamentó su oposición con una declaración de guerra contra la guerra imperialista, contra la burguesía imperialista alemana y su Estado. Su aclaración del voto, aún resuena en los oídos de la clase obrera mundial. Liebknecht denuncia:
“Es una guerra imperialista, una guerra por el dominio capitalista del mercado mundial y por la dominación política de los países importantes para el capitalismo industrial y financiero (...) La consigna alemana “¡Contra el zarismo!” fue inventada para la ocasión (...) con el objetivo de agitar el odio hacia otros pueblos (...) La liberación del pueblo ruso debe ser alcanzada por sus propias manos, al igual que la del pueblo alemán.” (pág. 135)
Por eso Liebknecht afirma:
“Debemos exigir una pronta paz, una paz sin anexiones. (...) La única paz duradera será la paz basada en la solidaridad internacional de la clase obrera y en la libertad de todos los pueblos. Por lo tanto, es deber de los proletariados de todos los países llevar adelante una labor socialista común a favor de la paz.” (pág. 136)
No nos olvidemos que Liebknecht era diputado socialista en el parlamento alemán. ¡Que diferencia entre un revolucionario que utiliza el terreno mismo del enemigo de clase para proclamar y organizar desde allí el combate revolucionario extraparlamentario de las masas, como Liebknecht, y un Kautsky ya sumiso y puesto de rodillas ante su propia burguesía imperialista, con la excusa de “no ir preso”!
Estos dos caminos que se abrieron bajo esas circunstancias históricas se tornaron irreconciliables en la historia. De un lado, el reformismo que sometía y somete a la clase obrera a la burguesía, y del otro los revolucionarios, que mantenían y mantienen una política irreductible ante la burguesía que combate por derrocar.
Meses después, cuando se reunía la conferencia de Zimmerwald, Liebknecht envió una carta de adhesión a la misma (de septiembre de 1915), que también publicamos en este apéndice. Y contra el cobarde Kautsky, agente de la burguesía imperialista alemana, comenzaba afirmando:
“Estoy encarcelado y encadenado por el militarismo, y por eso no puedo estar con ustedes. Pero mi corazón, mi mente y mi espíritu completo están allí.” (pág. 147)
Entre socialchovinistas e internacionalistas se abría, ya entonces, un río de sangre que llegaba de las trincheras de la Europa imperialista, a donde los obreros habían sido llevados por la traición de sus direcciones.
Este programa de la Izquierda de Zimmerwald y Kienthal, conquistado en una dura lucha política en el movimiento socialista internacional, fue lo que forjó los primeros pasos de un estado mayor internacional, que pudo luego reorientar y dirigir al Partido Bolchevique hacia la toma del poder en Rusia en 1917. Sin este programa de “dar vuelta el fusil” y de “transformar la guerra inter-imperialista en el inicio de la revolución socialista”, el Partido Bolchevique no se hubiera podido orientar en un sentido revolucionario ante las enormes presiones nacionales y de la guerra a las que estaba sometido, desde que se iniciara la revolución de Febrero.
La política de “ni un milímetro de apoyo al gobierno provisional de Kerensky, que es un gobierno imperialista que mantiene a Rusia en la Primera Guerra Mundial”, orientó todo el combate del Partido Bolchevique de febrero a octubre de 1917 por lograr mayoría en los soviets y llevarlos al poder.
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La conferencia de Zimmerwald tuvo su continuidad en el año 1916 en Kienthal. Allí, la Izquierda de Zimmerwald siguió dando una dura batalla con su programa contra los “elementos centristas, pacifistas y vacilantes”.
En Kienthal se tomaron resoluciones criticando al pacifismo y a la política del Buró de la Internacional Socialista. Ya había corrido mucha sangre en las trincheras y el ala revolucionaria de Zimmerwald se fortalecía paso a paso, al decir de Lenin, no solo en Kienthal sino también en las filas de la vanguardia del proletariado mundial. La lucha ideológica y política desarrollada por Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Liebknecht tuvo una importancia histórica decisiva. Parecían un puñado, parecían aislados, eran perseguidos y encarcelados. Sin embargo, la firmeza de su programa les dio perspectiva y solidez históricas. Ellos habían definido históricamente el desarrollo del capitalismo en su fase imperialista y habían conquistado el programa para la victoria.
Esta Izquierda internacionalista no lograba conquistar mayoría en Kienthal, pero sí lo logró encabezando la Revolución de Octubre en Rusia y poniendo en pie la III Internacional. Así, la Izquierda de Zimmerwald luego de la toma del poder en Rusia en 1917, llamó a poner en pie y a votar la constitución de la III Internacional. El Congreso de fundación de la III Internacional en 1919 se inicia con la siguiente moción de la Izquierda de Zimmerwald:
“Las conferencias de Zimmerwald y de Kienthal fueron importantes en una época en que era necesario unir a todos los elementos proletarios dispuestos a protestar de una forma u otra, contra la carnicería imperialista. Pero penetraron en el agrupamiento de Zimmerwald, junto a los elementos netamente comunistas, los elementos ‘centristas’, pacifistas y vacilantes. Estos elementos centristas se unen actualmente, como lo demuestra la conferencia de Berna, a los socialpatriotas para luchar contra el proletariado revolucionario, usando así a Zimmerwald en beneficio de la reacción.
Al mismo tiempo, el movimiento comunista crecía en una serie de países y la lucha contra los elementos centristas que obstaculizan el desarrollo de la revolución social se convierte ahora en la tarea principal del proletariado revolucionario. El agrupamiento de Zimmerwald ha cumplido su etapa. Todo lo que había de auténticamente revolucionario en el agrupamiento de Zimmerwald pasa y se adhiere a la Internacional Comunista.
Los participantes de Zimmerwald abajo firmantes declaran que consideran al agrupamiento de Zimmerwald como disuelto y exigen al Buró de la Conferencia de Zimmerwald que remita todos sus documentos al Comité Ejecutivo de la III Internacional.
Rakovsky, Lenin, Zinoviev, Trotsky, Platten.” (“Declaración dirigida por los participantes en la Conferencia de Zimmerwald al Congreso de la Internacional Comunista”, del Primer Congreso de la III Internacional, 1919. Publicada en 1919-1923 Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Tomo I, Ediciones Pluma, 1973, Buenos Aires, Argentina).
Luego de esta moción presentada, se toma la siguiente decisión en el Primer Congreso de la III Internacional:
“Después de haber escuchando el informe de la camarada Balabanov, secretaria del Comité Socialista Internacional, y de los camaradas Rakovsky, Platten, Lenin, Trotsky y Zinoviev, miembros del agrupamiento de Zimmerwald, el primer Congreso de Zimmerwald comunista decide: considerar como disuelto el agrupamiento de Zimmerwald.” (“Decisiones sobre el agrupamiento de Zimmerwald”, del Primer Congreso de la III Internacional, 1919. Publicada en 1919-1923 Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista, Tomo I, Ediciones Pluma, 1973, Buenos Aires, Argentina).
Como decía Trotsky, ese núcleo de internacionalistas, en una lucha política y con un programa basado en el internacionalismo revolucionario, permitieron anudar los hilos de continuidad del marxismo que la socialdemocracia había cortado con su servilismo ante su propia burguesía imperialista. Esta tarea era culminada con la fundación de la III Internacional.
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Desde la Editorial Socialista Rudolph Klement presentamos entonces al lector estos trabajos: La Bancarrota de la II Internacional, El imperialismo y la escisión del socialismo y el Apéndice de este libro que da cuenta de la lucha realizada en las Conferencias de Zimmerwald y Kienthal por mantener la continuidad del programa marxista en la época imperialista.
Estos son trabajos que, sin duda alguna, serán de utilidad puesto que hoy también se trata de unir los hilos de continuidad que fueron cortados por el estalinismo y los hoy llamados partidos de la “Nueva Izquierda”, donde han ingresado también los renegados del trotskismo y de la IV Internacional, autoproclamados “anticapitalistas” de palabra pero antisocialistas en los hechos y en la vida.
Anudar estos hilos de continuidad es una tarea de los internacionalistas del siglo XXI. La tardanza en resolver esta cuestión ya le está costando demasiadas crueles derrotas a la clase obrera mundial. Ya es hora de crear las condiciones para la victoria. La pelea dada por los internacionalistas a comienzos del siglo XX conserva una enorme actualidad y es la base fundamental para recuperar las banderas del marxismo revolucionario en el siglo XXI.
Por ello hacemos nuestras las palabras de Trotsky, quien en octubre de 1914, en su trabajo La Guerra y la Internacional, como un afluente del reagrupamiento de las fuerzas del marxismo revolucionario, describía de forma precisa los combates y el punto de vista que tenían los internacionalistas en ese momento tan crítico para la clase obrera mundial:
“Si la guerra ‘se le fue de las manos’ a la II Internacional, sus consecuencias inmediatas se les irán de las manos a la burguesía mundial. Nosotros, los socialistas revolucionarios, no queríamos la guerra. Pero no le tememos. No nos hemos entregado a la desesperación por el hecho de que la guerra rompió la Internacional. La historia ya se ha encargado de ella.
La época revolucionaria creará nuevas formas de organización surgidas de los recursos inagotables del socialismo proletario, nuevas formas que estarán a la altura de la grandeza de las nuevas tareas. Nos dedicaremos a este trabajo de inmediato, entre el rugir de las ametralladoras, el derrumbe de las catedrales y el patriótico aullido de los chacales capitalistas. Conservaremos nuestras mentes claras, nuestra visión aguda, dentro de esta música infernal de muerte. Nos sentimos como la única fuerza creadora del futuro. Hoy ya existen muchos de nosotros, más de los que parecen. Mañana, seremos más de los que somos hoy. Y pasado mañana, millones se levantarán bajo nuestra bandera, millones que todavía hoy, sesenta y siete años después del Manifiesto Comunista, no tienen nada que perder, salvo sus cadenas.” (La Guerra y la Internacional, 1914, Young Socialist Publications, 1971).
Ana María Ocampo y Carlos Munzer