Mayo de 2018
Prólogo
La revolución proletaria y el renegado Kautsky de V. I. Lenin fue publicada por primera vez en octubre de 1918 y es una pieza fundamental en la dura batalla teórica, política y programática que libraron los revolucionarios internacionalistas contra los reformistas de la socialdemocracia devenidos ya en traidores al socialismo (al decir de Lenin) al interior de la II Internacional y de los que Kautsky era el principal referente.
Cuando se publica la primera edición de esta obra (octubre de 1918), ya se habían delimitado con claridad dos tendencias opuestas en el seno de la II Internacional: los revolucionarios y los reformistas, oportunistas consumados que se habían pasado al campo de la burguesía. La fecha clave que marcó la bancarrota de la II Internacional fue el 4 de agosto de 1914 en los albores de la Primera Guerra Mundial, cuando renegando de las resoluciones votadas previamente en los Congresos realizados en Stuttgart (1907) y Basilea (1912), la socialdemocracia alemana y francesa, en los parlamentos de sus respectivos países, votaron a favor de los créditos de guerra, ubicándose cada uno en el bando de su propia burguesía imperialista.
Así lo expresaba León Trotsky:
“La II Internacional ha perecido. El 4 de agosto de 1914 firmó su propia condena a muerte cuando los socialdemócratas alemanes y franceses, con la misma ausencia de pudor, votaron a favor de los créditos de guerra, es decir votaron su apoyo a la masacre imperialista”. (“Grandes días”, 1919. Publicado en Los cinco primeros años de la Internacional Comunista, Pathfinder Press, 1972)
Esa fecha marcó, entonces, la bancarrota de la II Internacional, cuando los oportunistas de la socialdemocracia de casi todos los países, que constituían la mayoría de la misma, sostuvieron ante esta guerra inter-imperialista una política socialchovinista (es decir, de “defensa de la patria”). Así liquidaban el internacionalismo proletario, traicionando los intereses de la clase obrera en pos de su alianza con la burguesía y los gobiernos de “sus países” y renunciando a fomentar y apoyar cualquier acción del proletariado contra “su” burguesía. Ellos fueron cómplices y sostenedores de la masacre que significó la Primera Guerra Mundial que llevó a millones de trabajadores del mundo a matarse entre sí por los intereses de rapiña imperialista por el dominio del planeta.
El servilismo de este sector de dirigentes de la II Internacional ante la burguesía, que se expresó en toda su magnitud en la enorme traición al proletariado mundial en 1914, tenía bases materiales.
Así lo expresaba Trotsky en su trabajo “A 90 años del Manifiesto Comunista” de 1937:
“La revolución de 1848 no se transformó en una revolución socialista como el Manifiesto había calculado, sino que permitió a Alemania un vasto ascenso posterior de tipo capitalista. La Comuna de París comprobó que el proletariado sin tener a la cabeza un partido revolucionario templado no puede arrancar el poder a la burguesía. Entre tanto sobrevino el prolongado período de prosperidad capitalista que logró, no la educación de la vanguardia revolucionaria, sino más bien, la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, la cual a su vez se tornó en el principal freno de la revolución proletaria.” (Publicado en Escritos, Tomo IX, Volumen I, Editorial Pluma, 1979, Bogotá, Colombia, negritas nuestras).
Este “período prolongado de prosperidad capitalista” que se dio en el último tercio del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, fue el último ciclo de expansión “en bloque” del sistema capitalista, que generó un enorme avance de las fuerzas productivas. Fue el último respiro de este sistema antes de ingresar en su fase de decadencia en 1914, con el surgimiento del monopolio y el imperialismo. Es que el sistema capitalista a fines del siglo XIX aún no había agotado su “potencialidad creativa” pese a retardar el desarrollo de las fuerzas productivas. Pero ese retraso tenía un carácter relativo. Fue a partir del surgimiento del imperialismo donde, pese a las enormes conquistas de la ciencia y la tecnología, comenzó decididamente la época de estancamiento y declinación del sistema capitalista. La época en la que ya la humanidad comenzó a gastar a beneficio de un 1% de parásitos su capital acumulado y las guerras mundiales y los cracs económicos han demostrado que este sistema, en estado de putrefacción, tiende a destruir a cada paso inclusive los cimientos de la civilización humana.
Fue en este cruce de caminos histórico, al comienzo de la Primera Guerra Mundial, en que se inicia la bancarrota de la II Internacional y también, sincronizadamente, se pone en pie y se reagrupa rápidamente una fracción internacionalista que se había fogueado en las luchas contra la autocracia en Rusia y en enormes combates de clases, inclusive al interior de Alemania, donde los grandes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht le presentaron una dura batalla al reformismo. En las Conferencias de Zimmerwald de 1915 y de Kienthal de 1916 ellos enfrentaron la descomposición de la socialdemocracia y de sus capas dirigentes, que estaban totalmente asimiladas a la vida y la ideología burguesas. Estas fuerzas internacionalistas son las que se reagruparon para presentar batalla. Esta obra que aquí presentamos, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, que escribe Lenin, es uno de los documentos programáticos más importantes de esta fracción revolucionaria contra la traición de la II Internacional.
Lenin definió las condiciones materiales en las que surgió y se desarrolló el reformismo en el movimiento obrero; cómo este fue moldeado con el devenir de la época imperialista, desarrollándose plenamente en el período 1898-1914.
Incluso este proceso descripto por Lenin ya había sido observado por Engels en 1892, en el prólogo a la segunda edición de su trabajo La situación de la clase obrera en Inglaterra. Allí plantea que “hay una aristocracia en el seno de la clase obrera”. Es que Inglaterra ya antes de 1892, presentaba dos rasgos distintivos del imperialismo: inmensas colonias y ganancias monopolistas. En la fase imperialista del capitalismo estos rasgos pertenecieron a todas las potencias imperialistas, como también la existencia de esa aristocracia obrera.
Lenin, en su trabajo El imperialismo y la escisión del socialismo (1916) insistía que en la época imperialista “la escisión con el oportunismo es inevitable e imprescindible” ya que el ala socialchovinista de los viejos dirigentes de la II Internacional no era más que una capa corrompida por la burguesía. Por ello, plantea que a partir de 1914 los partidos socialdemócratas se transformaron en partidos obreros nacional-liberales.
No solo se trataba de una escisión con la socialdemocracia ya vendida a la burguesía, sino de una batalla política, teórica y programática para disputarle la dirección de la clase obrera internacional, para llevarla al camino revolucionario y que no sea puesta a los pies de la burguesía país por país.
Como parte de esta pelea, en 1918 Lenin publica La revolución proletaria y el renegado Kautsky, obra que aquí presenta la Editorial Socialista Rudolph Klement. Este trabajo es, en el terreno programático, continuidad de la batalla teórica expresada en La bancarrota de la II Internacional (1915), El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916) y El estado y la revolución (1917). En esta última obra, Lenin combate todas las revisiones que había hecho la socialdemocracia sobre la cuestión del Estado, revisiones con las que negaban el carácter de clase del mismo y hasta falsificaban las lecciones de la Comuna de París de Marx, donde planteaba que no bastaba con sustituir la maquinaria estatal existente de la burguesía para que la clase obrera tome el poder, sino que había que demolerla y destruirla.
El programa, la teoría y el curso revolucionario defendido por Lenin y los revolucionarios internacionalistas, que, como dijimos, ya se habían agrupado en las dos conferencias internacionales de Zimmerwald (1915) y Kienthal (1916) contra la socialdemocracia, se demostraban correctos ante los acontecimientos en Rusia: en febrero de 1917 estalló la revolución que derrocó al zarismo y en octubre de ese mismo año, triunfaba la insurrección de los obreros y campesinos pobres.
Las consignas del ala izquierda de los internacionalistas de Zimmerwald y Kienthal de “dar vuelta el fusil” y “el enemigo está en casa” penetraron en las grandes masas durante la guerra y de forma particular en Rusia. Allí se logró transformar la guerra inter-imperialista en el inicio de la revolución socialista, que fue llevada a la victoria por la fracción internacionalista agrupada en la izquierda de Zimmerwald que orientó al Partido Bolchevique hacia la toma del poder. Ese núcleo revolucionario se convirtió luego en el núcleo fundador de la III Internacional, cuestión que puso a la orden del día la victoria de la revolución socialista en toda Europa. Justamente, de eso se trató la batalla de la III Internacional y de los nacientes, pero aún inmaduros, Partidos Comunistas que debían abrirse paso frente a la pudrición de la socialdemocracia que manipulaba y dirigía todavía a importantes capas de la clase obrera.
El 12 de enero de 1918, meses antes de la publicación de esta obra que presentamos al lector, el III Congreso de los Soviets de toda Rusia proclamaba la República de los Soviets de diputados obreros, soldados y campesinos. La Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, que hizo suya el Congreso, declaraba que en el momento de la lucha final del pueblo contra sus explotadores, no podía haber lugar para la burguesía en ninguno de los órganos de poder. Y por ello, el poder desde entonces debía pertenecer íntegra y exclusivamente a las masas trabajadoras y a sus representantes autorizados: los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos.
Como reacción a este acontecimiento, Kautsky, el teórico más importante de la II Internacional, a mediados de 1918 publicó La dictadura del proletariado, una obra en la que aborda, según sus palabras, la “oposición de las dos corrientes socialistas”, es decir entre los comunistas revolucionarios que habían dirigido la toma del poder en Rusia y la socialdemocracia que durante la guerra imperialista había tenido una política socialchovinista. En esta obra, Kautsky planteaba una oposición total a la dictadura del proletariado en Rusia a la que consideraba “antidemocrática” y se declaraba en contra de la toma del poder. Kautsky abogaba por la “vía pacífica” al socialismo a través del sufragio universal.
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La revolución proletaria y el renegado Kautsky, que aquí presentamos, es entonces una respuesta de Lenin al citado documento de Kautsky que ataca abiertamente al primer estado obrero de la historia. Este trabajo de Lenin es parte de una pelea en defensa de la conquista que significó la toma del poder en Rusia, en momentos en que el proletariado soviético se encontraba combatiendo contra la invasión de 14 ejércitos imperialistas.
Por ello la batalla contra el revisionismo despiadado de Kautsky era un combate de vida o muerte. Sin el apoyo de los obreros alemanes y de toda Europa que vieron con simpatía la Revolución Rusa y se levantaron contra su propia burguesía imperialista, las grandes potencias habrían aplastado a la Rusia soviética. Lenin y los bolcheviques lo comprendían muy bien. Sabían que la suerte del Estado Obrero dependía de la suerte de la revolución europea y de la solidaridad de los explotados de las potencias imperialistas y el mundo. Por ello Lenin dedicó sus mayores esfuerzos a esta batalla clave en la lucha contra los socialchovinistas y los renegados del marxismo como Kautsky, porque significaba ganar a los obreros europeos para la revolución.
Es así que Lenin escribe este trabajo contra el renegado Kautsky, quien antes de la guerra inter-imperialista se mostraba como el marxista más prominente para terminar luego defendiendo a la burguesía imperialista alemana y ser el líder de la reacción contra el marxismo. En La revolución proletaria y el renegado Kautsky, Lenin plantea que desde el inicio de la guerra el dirigente de la II Internacional se había vuelto un virtuoso en el arte de “ser marxista de palabra y lacayo de la burguesía en los hechos”, y ya en 1915 en La bancarrota de la II Internacional Lenin había alertado que esa posición “que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo” era tanto más peligrosa y perjudicial que el oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la masa obrera.
En esta obra, Lenin demuestra de forma palmaria que querer encerrar al proletariado dentro de los límites de la democracia burguesa como pretendían Kautsky y la socialdemocracia es una traición a la causa proletaria.
Reafirmando las definiciones de Marx y Engels de que el Estado es un instrumento para la opresión y la dominación de una clase sobre otra (denunciando la revisión de Kautsky), en esta obra que presentamos al lector Lenin nos advierte sobre aquellos liberales que hablan de “democracia pura” y “democracia en general”.
“Embriagado por la “pureza” de la democracia, Kautsky comete inadvertidamente el mismo pequeño error que siempre cometen todos los demócratas burgueses: ¡toma la igualdad formal (que no es más que fraude e hipocresía en el régimen capitalista) por la igualdad real! ¡Que nimiedad!
El explotador y el explotado no pueden ser iguales.
Esta verdad, por desagradable que le resulte a Kautsky, sin embargo hace a la esencia del socialismo.
Otra verdad: no puede haber igualdad real, efectiva, mientras no se haya destruido toda posibilidad de explotación de una clase por otra.” (pág. 56, cursiva en el original).
Es por ello que ante la falsedad de Kautsky de plantear que “la palabra dictadura significa la supresión de la democracia”, Lenin, en la presente obra, le responde:
“Es natural que un liberal hable de ‘democracia’ en general. Pero un marxista no se olvidará nunca de preguntar: ‘¿para qué clase?’” (pág. 30, negritas nuestras).
El lector verá que en esta obra, Lenin afirma que la “democracia” burguesa que defiende Kautsky no es más que una cobertura edulcorada de la más feroz dictadura del capital, para garantizar la explotación de la clase obrera. Toda república burguesa, aún la más democrática, ha sido siempre, y no podía ser otra cosa que una máquina para la opresión de los trabajadores por el capital, un instrumento del poder político del capital, es decir, la dictadura de la burguesía. Por ello, la dictadura del proletariado es un millón de veces más democrática, que la más democrática de las repúblicas burguesas. Esta es la verdad que Kautsky intenta enmascarar.
Hablando de “democracia pura” en oposición a la dictadura, Kautsky intentó encubrir esa feroz dictadura del capital contra los obreros, y al mismo tiempo ocultar a la clase obrera que la dictadura del proletariado y la violencia revolucionaria son necesarias tras la toma del poder para aplastar la resistencia de la burguesía, para inspirar temor a los reaccionarios y mantener la autoridad del pueblo armado contra los explotadores.
Como podrá ver el lector en este trabajo, contra la posición de Kautsky de que los soviets solo debían ser organismos de lucha y no debían convertirse en organismos estatales, Lenin los defiende como los organismos de poder de la clase obrera. Se trataba no solo de los soviets en Rusia, sino también de dotar a los obreros europeos de un programa revolucionario para la revolución alemana que estaba en ciernes contra la conciliación de clases que predicaba la socialdemocracia.
Así lo expresa Lenin en la presente obra:
“Querer tomar una posición intermedia y ‘conciliar’ al proletariado con la burguesía es pura estupidez y está condenada a un fracaso miserable. Esto fue lo que sucedió en Rusia con las prédicas de Mártov y otros mencheviques y esto es lo que inevitablemente sucederá en Alemania y en otros países si los soviets se desarrollan a gran escala, si llegan a unirse y a consolidarse. Decir a los soviets: luchen, pero no tomen el poder político completamente en sus manos, no se transformen en organizaciones estatales, equivale a predicar la colaboración de clases y la ‘paz social’ entre el proletariado y la burguesía. Es ridículo pensar que semejante posición en medio de una lucha encarnizada, pueda conducir a algo que no sea una vergonzosa derrota.” (pág. 73).
Esto que ya alertaba Lenin en octubre de 1918 fue lo que terminó sucediendo en Alemania apenas meses después, en 1919. Otro dirigente de la socialdemocracia alemana, Hilferding, planteó combinar los soviets -es decir los consejos obreros en Alemania- con la democracia burguesa… conciliar al proletariado con la burguesía. Así la revolución alemana fue derrotada en 1919, en la cual los dirigentes revolucionarios Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht fueron asesinados por la soldadesca del dirigente de la socialdemocracia Noske.
La pelea contra la socialdemocracia fue crucial para el proletariado mundial. La II Internacional fue un instrumento destinado a mantener el orden burgués, mientras los revolucionarios buscaban demolerlo. Por ello, en marzo de 1919 -pocos meses después de la publicación de este trabajo- se funda la III Internacional revolucionaria. Por el contrario, la socialdemocracia dirigida por Kautsky reunía su conferencia en Berna en febrero también de 1919, como un intento de “resucitar la vieja Internacional oportunista” en palabras de Trotsky. Se establecía así con claridad ante los ojos del proletariado mundial una neta separación entre los revolucionarios proletarios y los social-traidores, entre la III Internacional y la II Internacional. Contra el chovinismo de la II Internacional se ponía de pie la internacional del comunismo y el internacionalismo proletario.
En el Congreso de fundación de la III Internacional Lenin pronuncia el discurso de apertura y en él presenta las tesis sobre democracia burguesa y dictadura proletaria, sintetizando la lucha política dada alrededor de este punto crucial, abordado en La revolución proletaria y el renegado Kautsky.
En palabras de Lenin: “La III Internacional recogió los frutos de la labor de la II Internacional, eliminó de ella toda la basura oportunista, socialchovinista, burguesa y pequeñoburguesa y comenzó a implantar la dictadura del proletariado.” (“La III Internacional y su lugar en la historia”, publicado en Obras Completas, Tomo XXIX, Editorial Cartago, 1960, Buenos Aires, Argentina).
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En esta obra el lector encontrará que nada nuevo presenta la izquierda reformista, continuadora de la socialdemocracia, tanto en el siglo XX, ni ya entrado el siglo XXI. Ellos, como continuadores de la política socialimperialista y antisocialista kautskista –como el estalinismo, que Trotsky definió como una nueva hornada de menchevismo-, llevaron al proletariado a duras y crueles derrotas y a salvar al sistema capitalista de la revolución proletaria. La burocracia estalinista, a partir de mediados de los años ’20, usufructuando el poder soviético, sostuvo al sistema capitalista mundial con su política de “coexistencia pacífica”, “socialismo en un solo país”, con mil y un pactos contrarrevolucionarios como los de Yalta y Potsdam, derrotando a la revolución mundial, pregonando aquí y allá las “vías pacíficas al socialismo” y las así llamadas “revoluciones democráticas” que sometían y someten al proletariado a la burguesía. Así, esta burocracia estalinista terminó en 1989 entregando los estados obreros, es decir, la dictadura del proletariado, a la burguesía y al imperialismo, deviniendo ella misma en una clase dominante. La bestia estalinista llevó hasta el final el programa de Kautsky, enemigo de la dictadura del proletariado.
Nuevas hornadas de menchevismo en el siglo XXI surgieron para abortar los procesos revolucionarios de las masas a nivel internacional. El Foro Social Mundial y la así llamada hoy “Nueva Izquierda” o “anticapitalistas” no inventan nada nuevo. Retoman las pseudoteorías y programas contra la dictadura del proletariado del renegado Kautsky y sus continuadores del estalinismo. Solo aportan viejas recetas ya perimidas por la historia, a las cuales el marxismo le presentó duras batallas.
Desechos del estalinismo, del castrismo y renegados del trotskismo y la IV Internacional pregonan ahora por doquier que “el socialismo ya no es más posible, ni siquiera en Cuba” (como afirmaran los hermanos Castro luego de haber entregado la isla al imperialismo). Algunos de ellos se proclaman “anticapitalistas”, pero solo luchan por “una democracia real y generosa”. Le dicen al movimiento obrero que este puede mejorar su nivel de vida bajo los límites de la democracia burguesa, es decir, bajo la dictadura del capital. Son abiertamente kautskistas.
Algunos de ellos pregonan ya abiertamente que luchan por poner en pie el partido de Lenin y el “socialista” reformista Jean Jaurès, o el de Trotsky y el estalinista Gramsci (valiente defensor de la teoría estalinista del socialismo en un solo país). Podrán camuflarse, pero todos van a recoger agua contaminada del manantial de Kautsky para envenenar la conciencia de las masas.
Por ello es necesario que esta obra de Lenin sea conocida por amplias capas de la clase obrera a nivel mundial.
Se vuelve necesario reconstituir nuevamente los hilos de continuidad del programa marxista que el reformismo ha roto. Para ello, esta obra, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, jugará un rol tan central y decisivo tal cual lo jugó hace 100 años. La Editorial Socialista Rudolph Klement publica esta obra en su centenario, porque estamos convencidos de su actualidad, claridad estratégica y bases programáticas para agrupar a las fuerzas revolucionarias internacionalistas a nivel mundial.
Nuevamente, a la bancarrota del reformismo hay que contraponerle el combate contra los renegados del marxismo.
Nadia Briante y Carlos Munzer