Marzo de 1999
La “crisis de subjetividad” de Albamonte y la fracción derechista del ex-PTS
La miseria ideológica de la izquierda revisionista y oportunista
“Las condiciones objetivas de la revolución proletaria, no solo están maduras sino que han empezado a descomponerse. Sin revolución social en un próximo período histórico, la civilización humana está bajo la amenaza de ser arrasada por una catástrofe. Todo depende del proletariado, es decir de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce en la crisis histórica de la dirección revolucionaria.”
León Trotsky, Programa de Transición
Introducción
Estrategia Internacional No. 10, publicada por la fracción derechista del PTS, como ella misma dice, “marcó un hito”. Pero no por los pretendidos avances “teóricos-políticos” sino por una brutal revisión de la tesis central del Programa de Transición trotskista:
En EI No. 10 decían: “...en lo inmediato el agravamiento de la crisis mundial, pone de manifiesto una enorme contradicción entre la putrefacción del capitalismo imperialista-y con ellas la madurez de las condiciones objetivas para la revolución proletaria-y la inmadurez de la subjetividad revolucionaria de la clase obrera”. Este concepto era repetido a lo largo de toda la revista.
En el BIOI No. 1 de la FPT (26/11/98), demolimos esta concepción de Emilio Albamonte y la fracción derechista desde todos los ángulos, empezando por oponerle la tesis central del Programa de Transición, tesis que sostiene que “La crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”. Les demostramos como, al igual que todos los centristas, le terminaban echando la culpa a las masas en lugar de a las direcciones traidoras, por las derrotas sufridas.
Demostramos que la desaparición de la categoría de la crisis de dirección llevaba al objetivismo morenista en lugar de a la Revolución Permanente; que al desaparecer la lucha contra las direcciones traidoras se iba a una concepción pacifista de la revolución sin obstáculos para las masas; que se caía en una concepción socialdemócrata de partido para ayudar a éstas con propaganda a superar la “crisis de subjetividad”, en lugar del partido leninista de combate, insurreccional, para derrotar a las direcciones traidoras y dirigir a las masas a la toma del poder; y por último les demostramos que tal concepción iba de la mano con la autoproclamación, a un falso “internacionalismo” académico y teoricista, encubridor del nacional-trotskismo, y a abandonar la lucha por la reconstrucción de la IV Internacional.
Albamonte y la fracción derechista no han podido contestar ni una sola de estas demoledoras críticas a su “tesis” revisionista. Existía la remotísima posibilidad de que les quedara un mínimo de honestidad revolucionaria y que reconocieran el error, que nos dijeran que dé últimas, lo escrito en EI No. 10 no pasaba de ser un exabrupto (con lo cual la discusión estaría cerrada en lo que a este punto se refiere).
Pero no. En un documento titulado Proyecto de resolución sobre balance y orientación de la política internacionalista del PTS y la FT (EI) del 18 de diciembre de 1998, presentado al congreso realizado ese mes, vuelven a insistir con lo mismo, e incluso, reaccionando como pequeñoburgueses ofuscados, avanzan formulando una tesis “teórica”, tesis que los pone a fin de siglo en el campo del menchevismo contra el bolchevismo, como vulgares reformistas. Ahora nos hablan de que “la crisis de subjetividad incluye la crisis de dirección”, que “la superación de la ‘crisis de subjetividad’ incluye la superación de la ‘crisis de dirección revolucionaria’”.
Como veremos, la de Emilio Albamonte, es una “teoría” nacional-trotskista, menchevique, que sirve por un lado para justificar el atraso de la revolución culpando a la conciencia de las masas, en un tono acorde a esos intelectuales que ven de muy mal gusto que se ataque a los partidos de “izquierda”, a las direcciones reformistas y contrarrevolucionarias responsables de las derrotas, con las que pactan y conviven pacíficamente todo el día. Y por otro, sirve para acompañar con armas y bagajes a la LRCI en su capitulación a los gobiernos de los partidos obreros burgueses en Europa, a su disolución junto a todo el centrismo en las democracias imperialistas y a su adaptación a la aristocracia obrera y a la burocracia sindical, que la fracción derechista repite en el único lugar en que tiene un pequeño trabajo obrero (Astilleros Río Santiago).
No dedicaríamos tiempo a contestar tal posición ni las incoherencias propias de la charca universitaria con las que se pretende sustentarla ahora -un enredo en sus propias palabras para intentar salvar, luego de que demoliéramos sus “frondosas elaboraciones”, el prestigio de “intelectuales orgánicos de la clase obrera”- si no fuera porque al igual que “en la locura hay método”, detrás de las incoherencias de pequeñoburgueses prestigistas hay concepciones que envenenan la conciencia de centenares de militantes trotskistas honestos y de elementos avanzados de vanguardia. Pero es tal la confusión que se mete, que, tapándonos la nariz, vamos a enfrentarla y combatirla, volviendo al ABC, batallando desde el bolchevismo contra estas “nuevas” elaboraciones mencheviques de Albamonte y Cía.
¿Qué sostienen, ahora, en esencia, Albamonte y la fracción derechista? Empiezan por preguntarse en este documento (las negritas son nuestras):
“La ‘recomposición reformista del movimiento obrero’ (expresada en un supuesto fortalecimiento de los sindicatos, aumento de afiliaciones, y en los triunfos electorales de los partidos socialdemócratas en Europa. N de R.) que hemos descripto más arriba, ¿Significa un avance en la ‘subjetividad del proletariado’ que en el editorial de EI No. 8 dijimos que era tendiente a ‘cero’?”
Y luego nos dicen:
“...la ‘crisis de subjetividad revolucionaria del proletariado’ incluye la ‘crisis de dirección revolucionaria’ pero abarca otros aspectos: la falta de nuevas instituciones de combate (las que surgen han sido por ahora efímeras); la desaparición de la idea de la revolución proletaria en el seno de las masas o al menos grandes sectores de vanguardia, la inexistencia de “centrismo de masas” como rupturas de los grandes aparatos reformistas. Por esto lo que fortalece la ‘subjetividad’ son las experiencias que impliquen jalones de independencia de clase, de conciencia de clase” (negritas nuestras).
Para contestarse:
“...la respuesta a la pregunta que formulamos al comienzo de esta tesis es: en la medida en que la ‘recomposición’ del movimiento obrero sea ‘reformista’, no significa un avance en la ‘subjetividad revolucionaria’”.
Y como conclusión, pontifican:
“...la subjetividad sigue siendo hoy extremadamente baja”.
Albamonte rompe con la Teoría-Programa de la Revolución Permanente
La teoría de la Revolución Permanente establece la relación entre el sujeto político, el partido revolucionario, y el sujeto social, la clase obrera. El revisionismo de la teoría de la Revolución Permanente se ha manifestado de dos formas: una objetivista, que reduce al partido a un papel secundario, sosteniendo como norma que la movilización de las masas, con cualquier dirección, puede alcanzar los objetivos históricos de la clase obrera; otra subjetivista, que invierte los términos, rechazando todo proceso revolucionario que no tenga al frente al partido revolucionario.
La tesis de Albamonte, de que “la crisis de subjetividad incluye la crisis de dirección”, y que “la superación de la ‘crisis de subjetividad” incluye la superación de la ‘crisis de dirección revolucionaria’” rompe con esa teoría porque significa la disolución del sujeto político en el sujeto social, del partido en las masas, en los momentos preparatorios, y en los revolucionarios, como veremos en el caso de la Revolución Rusa, a la disolución del partido en los soviets.
La fracción de Albamonte tiene la “teoría” de que a la alta “subjetividad” una vez alcanzada por las masas, sólo falta agregarle el partido, como elemento en “última instancia” para que esa subjetividad sea “verdadera”, cuando escribe:
“...lo que fortalece la ‘subjetividad’ son las experiencias que impliquen jalones de independencia de clase, de conciencia de clase.
La superación de la ‘crisis de subjetividad’ incluye la superación de la ‘crisis de dirección revolucionaria’. Esto significa que una verdadera subjetividad del proletariado será aquella en la que el proletariado cuente a su frente con un partido revolucionario, y dirija tras de sí a las masas pobres de la ciudad y el campo. Si no, todos los jalones de subjetividad que el proletariado conquiste terminarán en desvío de la revolución (Nicaragua del ’79, Portugal del ‘74, Francia del ’68, etc.), en derrotas (China de 1925-27, Indonesia del ‘65, Chile del ‘73, etc.) o, bajo condiciones excepcionales, en revoluciones brutalmente deformadas (Yugoslavia y China en la posguerra, Cuba, Vietnam)” (negritas nuestras).
Esta concepción es menchevique, porque significa lo siguiente: que las masas, que tienen “baja subjetividad” hoy, avanzan evolutivamente hacia una más alta, hacia la “independencia de clase en sentido amplio”, a lo que el partido colabora con propaganda, y al final, cuando las masas conquistan esa “alta subjetividad” confluirán con el partido para que éste las dirija a la toma del poder.
Porque, detengámonos en lo que sostienen:
“Lo que fortalece la ‘subjetividad’ son las experiencias que impliquen jalones de independencia de clase, de conciencia de clase”.
¿Y las direcciones, qué papel juegan? Decir lo que antecede sin aclarar esta cuestión, es solo una media verdad, o sea una mentira. Porque tiene en cuenta para el avance de la conciencia tan sólo el factor objetivo, la movilización, y no el subjetivo: la necesaria derrota de las direcciones contrarrevolucionarias y la reconstrucción de la IV Internacional. Tal cual él mismo lo manifiesta, para Albamonte, en el “fortalecimiento de la subjetividad” la resolución de la crisis de dirección juega un papel secundario, subordinado.
Nos dicen que sin partido revolucionario se derrotan, se desvían o se degeneran las revoluciones. Pero es nada más que un engaño para ocultar su verdadera concepción menchevique: el partido es nada más que un agregado a la “subjetividad de las masas”, cumple el papel de sentar los “jalones de subjetividad”, porque la verdadera estrategia es (ver EI Nro. 10) luchar por la “independencia de clase en un sentido amplio”.
Todos los centristas, ya sea en vena sectaria u oportunista, confunden la relación que hay entre lo objetivo (la movilización de las masas, sus acciones y las organizaciones que se dan para la lucha) y lo subjetivo (el partido revolucionario). El MAS de los ‘80 envenenaba la cabeza de sus militantes diciendo que “el partido iba a incluir a los soviets en su seno”, que iban a ser un apéndice del partido. Hoy el PTS, como la otra cara de la misma moneda, sostiene muy suelto de cuerpo que la “alta subjetividad”, los procesos de radicalización, las acciones en las calles, los piquetes, los comités de fábrica, etc., y llegado el caso las milicias obreras y los soviets, dominan sobre el partido revolucionario.
El marxismo, haciendo uso de las categorías de Hegel, diferencia a la clase en sí, la clase obrera tal como se da en la sociedad capitalista, de la clase para sí, consciente de su papel histórico revolucionario, entendido esto último como la existencia de un partido revolucionario al frente de las masas. Esta teoría de que la “crisis de subjetividad incluye a la crisis de dirección”, significa que la clase en sí incluye a la clase para sí, es decir líquida a la dirección revolucionaria. Los que nos decían, al comienzo de la lucha fraccional, que el partido revolucionario, que tendría la teoría y el programa correcto en manos de los intelectuales, no es moldeado por la realidad, ahora lo disuelven totalmente en ella. La tesis de Albamonte es por lo tanto, una tesis liquidacionista del partido revolucionario. Por eso la categoría de “partido leninista de combate, insurreccionalista”, ha desaparecido de sus “documentos sobre partido”.
Así como el mandelismo durante el período de 1968-1974 era un ejemplo de impresionismo ante la “alta subjetividad” mostrada por la clase obrera en esa etapa, elevando a ley histórica que los trabajadores podían llegar por sí solos a conocer la “ciencia social crítica”, Albamonte y su fracción de derecha, a la inversa, se impresionan por la “baja subjetividad”, por el atraso en la conciencia que las derrotas impuestas por las direcciones contrarrevolucionarias y la pérdida de conquistas produjeron. Pero ambos tienen el mismo método, el de ver una conciencia que avanza evolutivamente, por la propaganda, desde “cero” hasta la “verdadera” o histórica.
Están impresionados, y formulan, como una ley para todo un período histórico, que no valdrían la revolución permanente ni las lecciones de una escuela de estrategia revolucionaria que sacó la III Internacional, ni la tesis central del Programa de Transición de que “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”. Nos dicen que estas leyes no sirven más y renuncian a formar cuadros en ellas. La nueva ley es que ahora está todo determinado, por un período histórico, por la “crisis de subjetividad”, por el atraso de la conciencia del movimiento de masas. Por eso, lo único que se puede hacer es mucha propaganda del programa, esperando que otro período como el de 1968-‘74 caiga del cielo y el partido revolucionario también.
Para Albamonte, la culpa de todo la tienen las masas y no las direcciones traidoras
Estamos entonces ante la siguiente discusión: ¿cuál es la causa de la crisis de la humanidad, de las derrotas y retrocesos de la revolución? ¿Es la crisis de dirección, es decir la existencia de direcciones contrarrevolucionarias al frente del movimiento obrero y de masas y la debilidad de la dirección revolucionaria, como dice el trotskismo? ¿O acaso la causa es la “crisis de subjetividad” de las masas, como dicen Albamonte y la fracción derechista, o como han dicho otros centristas del tipo del POUM debido a la falta de “madurez”?
Contra esta tesis, Trotsky, en el Programa de Transición sostiene:
“La orientación de las masas está determinada ante todo por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y en segundo lugar por la política traidora de las viejas direcciones obreras”. O sea que la crisis de dirección, entendida como la existencia de direcciones contrarrevolucionarias, es tan pero tan determinante que está tan sólo un escalón más abajo que las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición.
Y agrega a continuación:
“El obstáculo principal en el camino de la transformación del estado prerrevolucionario en estado revolucionario es el carácter oportunista de la dirección proletaria.” (negritas nuestras)
“Principalmente”, “obstáculo principal”. ¿Es necesario que insistamos con más pruebas de cuál era la concepción de Trotsky?
Estamos entonces, ante dos tesis opuestas. Una trotskista, bolchevique; la otra la de Albamonte y cía., que, como veremos, encierra una concepción totalmente menchevique, socialdemócrata, sobre cómo se forja la conciencia de las masas.
Para la fracción mayoritaria la “crisis de subjetividad” tiene su máxima expresión a partir de 1989. Se abrió con el aborto de la revolución política en el Este y el comienzo del proceso de restauración capitalista, mientras que, según su concepción, bajo el imperio de Yalta la “subjetividad” era alta, se expresaba supuestamente en que las masas tenían la “idea” de la revolución proletaria, y en acciones independientes como las del período de gran ascenso obrero y de masas revolucionario del ’68-‘74. Pero, lo que Albamonte “olvida” es que las masas, aún con altísima “subjetividad”, estaban dominadas por los partidos comunistas y socialdemócratas (Chile, Francia, Portugal, etc.) que las traicionaron y derrotaron.
Es por la crisis de dirección que esfuerzos revolucionarios de tan vastos alcances como los del período del ’68-‘74 fueron abortados. El resultado final del proceso abierto en el ‘89, la bajísima “subjetividad” mostrada por las masas, ¿a qué es atribuible sino a estas derrotas provocadas por las direcciones contrarrevolucionarias, es decir, a la crisis de dirección revolucionaria? ¡Y los centristas, el “trotskismo de Yalta” que le capituló abiertamente a los aparatos contrarrevolucionarios, que se negó a construir partidos trotskistas en el Este, también tienen mucho que ver, por sus capitulaciones, en esa “baja subjetividad”!
Sobre la base de esta verdadera concepción es posible entender por qué la “subjetividad”, entendida como conciencia o “madurez”, y por lo tanto la orientación de las masas, por un lado, y la dirección por otro, pueden estar en completa contradicción, en un “ángulo de 180 grados” al decir de Trotsky. Es decir, que los trabajadores pueden hacer demostraciones de gran “madurez” y “subjetividad”, poner en pie organismos de tipo soviético, armarse, organizar milicias, hacer semiinsurreciones, derribar regímenes burgueses, pero son traicionados por los aparatos contrarrevolucionarios, muchas veces por la defección de los partidos revolucionarios, como en Alemania en1923, o por la traición de los centristas como los del POUM en España en 1936-‘39.
El “descubrimiento teórico” de Emilio Albamonte y Cía. consiste en que existiría una categoría del análisis marxista superior a la de crisis de dirección ya que la “incluye”: la “crisis de subjetividad”. Esta sería un cóctel dentro del cual la crisis de dirección estaría formando parte al mismo nivel que la falta de “instituciones de combate”, la “desaparición de la idea de la revolución”, la inexistencia de “rupturas” centristas de los aparatos.
Pero la realidad es que la crisis de dirección proletaria determina en última instancia “la falta de nuevas instituciones para el combate” o su carácter “efímero” afecta directamente, con las derrotas y la desmoralización que provocan las direcciones contrarrevolucionarias, a “la desaparición de la idea de la revolución en el seno de las masas o al menos en amplios sectores de vanguardia”. El gran ascenso revolucionario del ‘68-‘74, a pesar de que cumplía las condiciones que pretende Albamonte, fue abortado en Francia, Argentina, Portugal, Chile, etc., por las direcciones contrarrevolucionarias en particular el stalinismo. Es decir que la “subjetividad” terminó siendo baja a causa, producto de la crisis de dirección, de las traiciones de los aparatos contrarrevolucionarios. ¿Cómo puede, entonces, la crisis de dirección, si es una parte subordinada, imponerse por sobre el todo, la alta “subjetividad” de ese período? Estas son las incoherencias en que se cae al adoptar esta nueva “tesis”, que rompe con una ley tan simple de toda estructura como la que “el todo subordina a las partes”.
Pero para Albamonte, esto no vale más. En el ‘89, con la caída del stalinismo se abriría un período donde las lecciones del proletariado mundial, extraídas por la III Internacional y en la IV Internacional, que resumen 50 años de lucha revolucionaria del proletariado, no valdrían ni se aplicarían ahora. En este giro al menchevismo, borran de un plumazo las diferencias entre bolchevismo y menchevismo.
Menchevismo vs. Bolchevismo
El menchevismo surgió como una corriente del marxismo ruso a principios de siglo, opuesta al bolchevismo dirigido por Lenin, alrededor del carácter de la revolución rusa y el papel del proletariado en ella y el rol del partido revolucionario de la clase obrera. El menchevismo partía de que a Rusia, dado que era un país atrasado, le correspondía pasar por una larga etapa de desarrollo capitalista hasta alcanzar el nivel de desarrollo de los países más avanzados como Alemania. Partían de que Rusia era un país dominado por una autocracia representante de la nobleza terrateniente, con un campesinado enorme semifeudal y un proletariado débil numéricamente, poco o casi nada organizado, y atrasado cultural y políticamente.
Por lo tanto, según los mencheviques, no podía ni hablarse para Rusia de una revolución socialista, de que este proletariado tan débil, atrasado e inculto tomara el poder sobre una base material tan pobre. Por el contrario, la tarea de encabezar la lucha política contra el zarismo y de derrocarlo, instaurando la democracia burguesa, le correspondía a la burguesía liberal agrupada en el partido KDT (Demócratas Constitucionalistas), así como la de dirigir toda la etapa posterior de desarrollo capitalista, y al proletariado le correspondía un papel subordinado.
El menchevismo veía este proceso separado país por país, no existía para él la revolución mundial como estrategia, era profundamente nacionalista y dependiente de su propia burguesía al punto tal que en la II Guerra Mundial apoyó la guerra imperialista y mandó a los obreros de los distintos países europeos a matarse unos a otros para defender a “su patria”, es decir, a su propia burguesía imperialista.
Para el menchevismo, el papel de la clase obrera debía limitarse a la lucha económica, a construir sindicatos, a fortalecerse como clase, numérica, organizativa y culturalmente, hasta que, llegado un punto de este desarrollo, fuera capaz de derrocar a la burguesía para ese entonces gobernante e instaurar el socialismo. Para los mencheviques la revolución socialista, la dictadura del proletariado sólo era posible en un país capitalista adelantado como Alemania, donde el proletariado había forjado una alta conciencia en una escuela de sindicalismo y parlamentarismo.
Por lo tanto, la tesis menchevique es que el atraso de la clase obrera es una cuestión central para la política revolucionaria: que para hacer la revolución socialista aquella tiene que avanzar en su conciencia atrasada durante todo un período histórico, fortalecerse en sus sindicatos y mientras tanto, el único programa posible es profundizar la democracia burguesa.
Para los mencheviques, por lo tanto, se necesitaba un partido cuya tarea fuera realizar mucha propaganda para elevar esa ideología.
El partido para los mencheviques era, entonces, sin límites claros, un partido laxo, integrado por cualquiera que cumpliera la única condición de adherir a su programa, con los militantes dedicados a la lucha económica y sindical inmediata, mientras los dirigentes se reservaban la tarea de crear, mantener y fortalecer la ideología socialista, y de explicar y propagandizar las tareas históricas del proletariado. Así el programa se dividía en uno mínimo, para la lucha sindical y por conquistas reformistas, y otro máximo, para la propaganda, para educar a las masas incultas, elevar su conciencia y prepararlas por esa vía para cuando llegara el momento de tomar el poder.
Pero esta amplitud en cuanto al partido se correspondía con un absoluto ultimatismo respecto de las organizaciones de masas: éstas eran concebidas como colaterales del partido, el cual, a la par del desarrollo de la clase obrera, debía absorber a los sindicatos, a los clubes obreros, etc.
Las tesis del bolchevismo -y cuando hablamos de bolchevismo nos referimos al trotskismo, su continuador- son totalmente opuestas a las mencheviques.
El bolchevismo (trotskismo) parte de que las condiciones objetivas para la revolución, preparadas por la crisis del sistema capitalista, no sólo están maduras sino que ya están descompuestas. Que la alternativa “socialismo o barbarie” está más vigente que nunca. Un crac generalizado, como puede ser posible en el futuro inmediato, sería nada más que un anticipo de la barbarie, es decir del retroceso de la civilización producto de que el proletariado no dé una salida socialista. Rusia y el sudeste asiático, con el estallido de sus economías, y África, un continente destruido por el imperialismo, son un adelanto del precio que las masas tienen que pagar por el atraso de la revolución socialista.
Pero el bolchevismo no hace este análisis país por país, no considera que haya países aptos y no aptos, maduros e inmaduros, para la revolución, y proletariados preparados y no preparados para su dictadura. Para el bolchevismo en tanto la economía capitalista es mundial, su crisis prepara las condiciones objetivas para la revolución en todo el mundo. Pero no en el sentido de que se realiza al unísono, sino que hay una sola revolución que combina distintas revoluciones “nacionales” en países atrasados y adelantados y, durante décadas, también la revolución política en los estados obreros degenerados y deformados, cuyo remate sólo puede ser la derrota del imperialismo en todo el planeta.
Así, como explica Trotsky, un país atrasado, puede llegar antes a la dictadura del proletariado que uno adelantado, pero más tarde que éste al socialismo, dependiendo esto último de la marcha de la revolución mundial, como la toma del poder en Alemania por el proletariado era la salida para la revolución en la atrasada Rusia. Con esta concepción, bajo la dirección bolchevique, la clase obrera rusa fue la más internacionalista de la historia, porque comprendía que su suerte estaba ligada a la de la revolución europea.
Para el bolchevismo, en la época de decadencia del capitalismo, no había programas nacionales, país por país, sino un programa internacional que tan sólo debía adaptarse a las particularidades nacionales. El bolchevismo veía a Rusia tan sólo como el eslabón más débil de la cadena imperialista, pero no hacía de esto ningún exclusivismo. El triunfo en Rusia era táctico en función de la revolución en Europa, especialmente en Alemania. ¡Los bolcheviques estaban de acuerdo en entregar Rusia a cambio de tomar el poder en Alemania, un país capitalista adelantado!
Durante la I Guerra Mundial, Lenin y los bolcheviques agruparon a los internacionalistas que enfrentaron la debacle de la II Internacional cuyos partidos se alinearon con las respectivas burguesías nacionales imperialistas. Lenin sintetizó su política en el derrotismo revolucionario, que planteaba que lo mejor para el proletariado era la derrota de su propio país. Y por eso llamaba a los obreros en armas a volver el fusil contra el enemigo en casa y a transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria contra la propia burguesía (lo que constituía un programa y una política de acuerdo en todo con la teoría de la Revolución Permanente). El bolchevismo plasmó toda esta concepción en la fundación de la III Internacional, el partido mundial de la revolución. Eran estrategas de la revolución internacional.
Para el bolchevismo, a diferencia de los mencheviques, en la época de decadencia del capitalismo, de guerras, crisis y revoluciones, la conciencia, la falta de preparación de las masas, la ideología de éstas, no son un obstáculo que para ser superado necesite de todo un período histórico. El bolchevismo está contra toda norma que se le quiera imponer al proletariado aduciendo que no está “preparado”; rechaza por principio todo argumento que se base en el “atraso” de las masas, en su falta de preparación, en su “crisis de subjetividad”, en su incultura. La conciencia puede avanzar rápidamente al calor de la movilización revolucionaria, e incluso sentar jalones de programa revolucionario, pero fundamentalmente avanza si el partido revolucionario se encuentra al frente la lucha contra la burguesía y el imperialismo, y contra la burocracia y las direcciones traidoras, contra las instituciones que corrompen la conciencia del proletariado diluyendo, desorganizando y derrotando todos los esfuerzos que las masas hacen.
Por eso el bolchevismo rechaza la división entre programa mínimo y máximo de los mencheviques, y levanta un programa de transición para movilizar a las masas, para que éstas, por su propia experiencia, lleguen a la conciencia, al convencimiento de que no hay otra salida que tomar el poder.
Y en tanto levanta ese programa, un partido bolchevique se opone por el vértice al menchevique. No es amplio, sino que se basa en una rigurosa selección y devoción a sus objetivos; no se prepara para “profundizar la democracia” por un largo período de existencia legal y lucha parlamentaria y sindical, sino para organizar la insurrección. Por eso Lenin sostenía: “¡Dadme 100 militantes profesionales y moveré a Rusia de sus cimientos!”
En tanto, en relación a las organizaciones de masas, el bolchevismo también es lo contrario al menchevismo: concibe a aquellas lo más amplias posibles y lucha por extenderlas. Porque cuanto más amplias éstas sean, más posibilidades tiene el partido revolucionario de desenmascarar a los traidores y capituladores frente a la vanguardia. El bolchevismo es lo opuesto al ultimatismo frente a las masas: se propone dirigirlas partiendo de que éstas, por su propia experiencia, comprendan que el programa revolucionario es el más justo.
¿Cuál fue la prueba de los hechos? El propio proceso de la Revolución Rusa significó una derrota en toda la línea del menchevismo. Las atrasadas masas rusas protagonizaron el primer intento de derrocar al zarismo en 1905, revolución que comenzó con una movilización dirigida por un cura, el “Pope” Gapón, que tenía el objetivo de pedirle al “padrecito Zar” conmiseración (¡eso sí que era “crisis de subjetividad”!). Pero en pocas semanas esta revolución realizada por ese proletariado débil y atrasado, en un mar de masas campesinas aún más atrasadas, ingresó a la historia porque puso en pie los soviets: en el corto lapso de semanas, pasó de Gapón y los íconos de la iglesia ortodoxa al Soviet de Petrogrado dirigido por Trotsky, mientras la burguesía liberal pactaba con el zarismo y la autocracia las tibias reformas democráticas que le permitieran presentarse ante las masas y poder convencerlas de que habían triunfado. La revolución de 1905 no triunfó, pero el partido bolchevique y los obreros conscientes hicieron una experiencia que sería de inigualable valor en 1917, cuando ese mismo proletariado dirigido por el partido bolchevique tomó el poder, dándole el remate final a la autocracia, a la burguesía y junto con ella, al menchevismo.
Sin embargo, a pesar de la derrota estrepitosa que sufrió esta concepción, de forma tan temprana como en 1917, el menchevismo sigue vivo en nuestros días, pero transformado en teoría y política contrarrevolucionaria por el stalinismo, que lo mantuvo vivo a lo largo de todo el siglo. Con las derrotas que provocó en las décadas del ‘20 y del ‘30 (China, Inglaterra, Alemania, Francia, España), con la degeneración primero y la destrucción después de la III Internacional y con la seudoteoría del “socialismo en un solo país”, el stalinismo provocó un salto atrás enorme en la conciencia del proletariado mundial, y en particular en el de la URSS, el más internacionalista de la historia dirigido por el partido bolchevique. Cortó así, hasta el día de hoy, la conciencia internacionalista de la clase obrera mundial que venía desde la I Internacional de Marx y Engels y que continuara en la II antes del paso al campo burgués imperialista de su dirección.
La política de Frente Popular del stalinismo, de conciliación de clases, consistía y consiste precisamente en decirle a las masas que todavía no son capaces, que no tienen ni la fuerza ni la conciencia necesaria, y que por eso deben confiar en la “burguesía democrática”, casi siempre en la sombra de ésta, o aún más, llegado el caso, en los militares “nacionalistas” o “democráticos”. Tomando prestada de los mencheviques esta concepción, el stalinismo que es “continuidad” del menchevismo, llevó a la derrota a cuanta revolución tuviera cerca, desde la China del ‘27, pasando por España y Francia en los ‘30 en Europa, y en todos los países coloniales y semicoloniales, como es el caso de Chile en 1971-73.
Los centristas y el menchevismo
La concepción menchevique, en tanto contrarrevolucionaria, ha calado hondo en el centrismo, que no hace más que oscilar entre revolución y contrarrevolución. Y el centrismo de hoy, el “trotskismo post ‘89” es fiel reflejo de esto.
― El centrismo es profundamente nacionalista. Aunque proclame de palabra su “internacionalismo”, la “reconstrucción de la IV Internacional”, etc., como el PTS, o clame por su “refundación” como el PO, su objetivo es construir sectas nacionales, desde partidos grandes pero “bobos” como el MAS de los ‘80 hasta pequeños grupos charlatanes como el PTS, sectas plenamente adaptadas a los regímenes burgueses, revestidas, como en el caso de la fracción derechista del PTS, de pomposos nombres como “centros de profunda elaboración teórica”. La “reconstrucción de la IV Internacional” es sólo una tapadera de sus múltiples capitulaciones a nivel nacional. Sus acuerdos para conformar “comités paritarios”, “tendencias”, “fusiones” de carácter internacional, son nada más que acuerdos sin principios, donde cada participante no se mete en las capitulaciones del otro, para sacar “chapa” de internacionalistas.
― El centrismo rechaza en los hechos, aunque lo proclame de palabra, la tesis bolchevique de que las condiciones están más que maduras para la revolución socialista. Niega que el atraso de la revolución proletaria, la crisis de la humanidad, como sostiene el Programa de Transición, “se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”. Niegan así que el principal obstáculo son las direcciones contrarrevolucionarias. Sostienen por el contrario que el problema central es el atraso de las masas, su conciencia.
Hay una variante centrista que sostiene que el capitalismo ha recobrado nuevas fuerzas; que estamos ante una “nueva fase” de desarrollo capitalista, en una nueva época reformista (como afirma toda una corriente del centrismo a la que pertenece el MAS). Por esta vía, también sostienen que el proletariado tiene que pasar por una larga escuela de sindicalismo y parlamentarismo, de “refundación”.
Pero con la que discutimos en este momento es con la primera de las dos variantes, la que nos habla de diez años de “subjetividad tendiente a cero”, y que ante esto adopta el programa de corrientes como la LRCI, no ya adaptadas sino, como todo el centrismo europeo, disueltas en la democracia imperialista. Ese programa del centrismo es una versión del programa menchevique:
- “Fortalecer” los sindicatos igual que el proletariado alemán (¡ver artículo para comprender qué es en verdad este “fortalecimiento”!)
- “Profundizar”, “ampliar” la democracia, o sea la “democracia” de los carniceros imperialistas, que se expresa en el apoyo de todo el centrismo en bloque al “Parlamento” europeo, en su renuncia a la lucha por los Estados Socialistas de Europa y en su defensa de la “Europa democrática”; e incluso, como en el caso de la LRCI, en la lucha por una “Asamblea Constituyente Europea”;
- De acuerdo con esto último, le plantean al proletariado no la lucha por la unidad de la clase obrera para enfrentar a la patronal imperialista sino que le fijan un objetivo tan sólo “democrático”: le dicen a los trabajadores “organizados”, dominados por la crema de la aristocracia obrera, que tienen que ser “solidarios con los inmigrantes”, combatir el “racismo” y organizar a los no-organizados.
― Sostienen como única política posible la movilización en los marcos de la democracia burguesa: son los campeones de poner “miles en las calles” y “rodear los parlamentos”, para cualquier objetivo: para que la justicia imperialista juzgue a Pinochet, para parar el ataque a Irak, etc.
― La lucha por la dictadura del proletariado, queda, para los centristas, como para los mencheviques, postergada para un futuro lejano. ¡Cómo se la vamos a plantear a obreros tan atrasados, con “subjetividad tendiente a cero” o “muy baja”!, parecen decirnos.
― El único camino por delante, entonces, que tiene el movimiento obrero según el centrismo, es, al igual que para el menchevismo, una larga escuela de sindicalismo y parlamentarismo, de “fortalecimiento” de sus organizaciones, de “recomposición reformista” y de triunfos electorales (¡sí, como los de Blair y Jospin!), luego de los cuales les llegará el turno de luchas más políticas. En los hechos, esta es una capitulación absoluta a la burocracia sindical, a la aristocracia obrera y a la democracia imperialista.
― Para el centrismo, la tarea es la misma que para el menchevismo: desarrollar y meter en el proletariado la ideología socialista, la “idea de la revolución proletaria”, como dice Albamonte. Para el centrismo, ¡el proletariado necesita “ideólogos”! ¡Parecen Martov, Vera Sasulich, Axelrod, etc., los “marxistas legales” rusos! ¡Son los más grandes defensores de la división entre “trabajo manual y trabajo intelectual” adentro del partido! ¡La política, la “teoría”, la “dialéctica” es para los intelectuales que desde afuera se las dan a esos obreros “atrasados” e “incultos” con los que se “fusionan”!
― En relación a la cuestión del partido, también son una copia de los mencheviques: en el centrismo está prohibido hablar de la teoría leninista de partido, o ese “es un tema secundario”, al decir de Albamonte en sus pretendidas “respuestas” a la TBI, hoy FPT. El primer rasgo del centrismo es que deja de hablar en sus documentos de partido insurreccionalista. En distintas gradaciones, esto le parece “jacobino”, una “exageración”, o en el mejor de los casos considera que no vale la pena andar repitiéndolo mucho y educar a los cuadros en este concepto.
― En cuanto a las organizaciones de masas, el centrismo, al igual que el menchevismo, las ve como colaterales del partido. Para la historia quedará la afirmación del MAS de los ‘80 de que en el “faro del mundo”, la Argentina, no iba a haber soviets, que eran superfluos porque el partido los iba a contener organizando en su seno a todas las masas.
Pero estos eran delirios de un partido, aunque “bobo”, grande. Para las pequeñas sectas como el PTS el ultimatismo es de vuelo bajo: se limita a impulsar una organización de derechos humanos “amplia” como el Ceprodh, ¡de donde se expulsa a todo aquel que no esté de acuerdo con el PTS!
La “madurez” de las masas para Trotsky contra el menchevismo de Emilio Albamonte
Si nos hemos detenido en explicar, esquemáticamente, los rasgos centrales del menchevismo y del bolchevismo, es porque el centrismo sostiene la misma concepción que el menchevismo sobre la conciencia de las masas o la “subjetividad”, como prefiere decirle Albamonte.
Los mismos que levantan la tesis que lleva a sostener que las lecciones de revoluciones como la española no se aplican más, tienen la desfachatez de traer nada menos que el ejemplo de España para fundamentar su concepción sobre la “subjetividad”, conciencia o “madurez” de las masas. Pero en sus manos, armados con tal “teoría”, las analogías históricas se le vuelven en contra. En su afán de sancionar su tesis como justa, llegan a falsear a Trotsky cuando dicen:
“…Trotsky habla de la ‘madurez’ o ‘inmadurez’ del proletariado frente a las condiciones objetivas maduras para la revolución proletaria. Para tomar algunos ejemplos, en ‘Clase, Partido y Dirección’ pone al proletariado, traicionado por su dirección stalinista-socialista-anarquista-centrista en la Guerra Civil, como un ejemplo de ‘madurez’, y en “El atraso político de los obreros americanos’ (19 de mayo de 1938) muestra la inmadurez del proletariado norteamericano”.
Una concepción opuesta a la de Trotsky, para quien:
“La victoria de Octubre es un valioso testimonio de la ‘madurez’ del proletariado. Pero esta madurez es relativa. Pocos años después, ese mismo proletariado permitió que la revolución fuera estrangulada por una burocracia salida de sus propias filas. La victoria de ninguna manera es el fruto sazonado de la ‘madurez’ del proletariado. La victoria es una tarea estratégica. Es necesario aprovechar las condiciones favorables que ofrece una crisis revolucionaria para movilizar a las masas, tomando como punto de partida el nivel de su ‘madurez’, es necesario impulsarlas hacia delante, hacerles comprender que el enemigo de ninguna manera es omnipotente; está desgarrado por sus contradicciones, que detrás de su imponente fachada reina el pánico. Si el partido Bolchevique hubiera fracasado en esta tarea, no se hubiera podido ni siquiera hablar del triunfo de la revolución proletaria. Los Soviets hubieran sido aplastados por la contrarrevolución y los minúsculos sabios de todos los países hubieran escrito artículos y libros planteando que sólo visionarios sin fundamento podrían soñar en Rusia con la dictadura del proletariado, siendo éste como es tan pequeño numéricamente y tan inmaduro” (Clase, Partido y Dirección).
Por eso Trotsky, para quién lo “principal” era el accionar de las direcciones, dice categóricamente en Clase, partido y dirección, contra los centristas que hablaban como mencheviques, contra los que pretendían achacarle la culpa de la derrota en España a las masas por su atraso, “baja subjetividad” o inmadurez, y no a las direcciones contrarrevolucionarias, que:
“La ‘inmadurez’ del proletariado, la ‘falta de independencia’ del campesinado, no son factores decisivos ni básicos en los acontecimientos históricos. Por debajo de la conciencia de las clases están las clases mismas, su fuerza numérica, su rol en la vida económica. Por debajo de las clases está un sistema específico de producción que a su vez es determinado por el nivel del desarrollo de las fuerzas productivas. ¿Por qué no decir que la derrota del proletariado español fue determinada por el bajo nivel de la tecnología?” (negritas nuestras).
O sea, que la realidad es al revés: si puede hablarse de “crisis de la subjetividad del proletariado”, ella está determinada por la crisis de dirección revolucionaria. Para Trotsky, la categoría de “crisis de dirección revolucionaria” era tan globalizadora, tan determinante, que por eso abre el Programa de Transición empezando por decir:
“La situación política mundial en su conjunto se caracteriza principalmente por la crisis histórica de la dirección del proletariado” (negritas nuestras). Lo opuesto a lo que sostiene Albamonte.
Repetimos con Trotsky: la “subjetividad”, la “inmadurez” de las masas, no es un factor decisivo ni básico. El “obstáculo principal”, son las direcciones contrarrevolucionarias, la crisis de dirección revolucionaria del proletariado.
“El atraso político de los obreros norteamericanos” y la miseria del pensamiento nacional-trotskista de Emilio Albamonte
Estamos ante una visión de la conciencia de las masas profundamente nacionalista, no internacionalista como la del bolchevismo. Nos están hablando de una conciencia país por país; de que los trabajadores tienen una conciencia “nacional” en el sentido en que está determinada tan sólo nacionalmente. La realidad es que la conciencia de las masas se forma por múltiples determinaciones, una de las cuales son las marchas y contramarchas de la revolución mundial. No puede hablarse de una “madurez “española y de una “inmadurez” norteamericana, compartimentadas, sin relación entre ellas, porque para un marxista -y para esto hay que ser marxista y no un chapucero pequeñoburgués nacionalista- existe una clase obrera mundial con particularidades nacionales. Por lo tanto, el atraso de los obreros norteamericanos también era producto de la derrota de la revolución europea, del triunfo del fascismo en Alemania, de la derrota en Francia y en España. ¡Si se hubiera triunfado en España, la conciencia de los obreros norteamericanos hubiera cambiado radicalmente!
El atraso de los obreros norteamericanos en los ‘30, entonces, no era, ni lo es hoy, una “particularidad nacional” tan sólo. Era hijo directo de la traición del stalinismo que destruyó la III Internacional y de las derrotas que provocó en Europa.
Hablar del “atraso” de la clase obrera norteamericana y no mencionar la profunda tradición socialista e internacionalista de su vanguardia, es una falsificación. Al impulso de la Revolución Rusa de 1917, la vanguardia obrera norteamericana fue parte desde el principio de la fundación de la III Internacional, con el Partido Comunista surgido como ala izquierda del Partido Socialista y entroncando con la heroica tradición de los IWW (Trabajadores Internacionalistas del Mundo), que según J.P. Cannon (el fundador del trotskismo norteamericano) “era un movimiento obrero militante bastante grande. Entró en la guerra incuestionablemente como la organización que agrupaba a la mayoría del proletariado militante.” (“Historia del Trotskismo Norteamericano”)
Así surgió un poderoso Partido Comunista que luego arrastró la degeneración burocrática de la III Internacional, con la ayuda del ala derecha de la burocracia soviética, el Bujarinismo, que lo dividió (corriente conocida como el Lovestonismo por su dirigente Lovestone). Así dice J. P. Cannon: “...en los años siguientes nos encontramos con la degeneración de la Comintern, el comienzo de la stalinización. La dirección de la Comintern se dirigía a nuestro partido, como a cualquier otro, no con la intención de aclarar problemas, sino para mantener la cuestión al rojo vivo. Planteaban sacarse de encima a toda la gente independiente, a los peleadores, a los tercos, de manera que pudieran crear, a partir de ese momento, un dócil partido stalinista.” (“Historia del Trotskismo Norteamericano”)
Sólo por las traiciones del stalinismo en los ‘20 y los ‘30, puede entenderse por qué el Partido Demócrata, un ala política del imperialismo yanqui, pudo penetrar en la vanguardia obrera, haciéndolo precisamente con un programa de “democratización” de los sindicatos contra el control burocrático que imponía el PC. Tal peso de la burguesía imperialista en la vanguardia del movimiento obrero no puede entenderse si no se parte de la derrota sufridas por el proletariado de Alemania, de Francia, de España, si no se parte del impacto del pacto Hitler-Stalin, y de la desmoralización que eso provocó, o sea por la influencia de los hechos internacionales.
De la misma manera, en los ‘70, el triunfo de la revolución vietnamita no significó un avance de la conciencia de la clase obrera norteamericana, por culpa de la dirección stalinista. Ni un solo obrero norteamericano se hizo revolucionario a pesar de que fueron las masas de EEUU las que paralizaron desde adentro la maquinaria bélica yanqui, al punto de que contribuyeron a la primera derrota militar de su país. Es que, a pesar del heroico triunfo del pueblo vietnamita, esa aberración conocida como “socialismo” que eran los estados obreros degenerados y deformados no podían atraer ni a un solo obrero norteamericano.
Pero difícilmente pueda entenderse esto, si se ve a las clases obreras “nacionales” como cosas separadas, independientemente de las traiciones de los aparatos mundiales, de la crisis de dirección y de la política mundial.
En cambio, con la “teoría” de la fracción derechista, se pretende que hay distintos grados de madurez, como la “española” y la “norteamericana”, en una escala absoluta y separada nacionalmente. Obreros preparados y no preparados, país por país. ¡Son mencheviques clásicos!
Con esta concepción se va de cabeza al exclusivismo nacional, el mismo método con el que la burocracia stalinista explicaba nada menos que el “socialismo” en un solo país aislado, o sea en Rusia: por las particularidades de ese país, entre ellas la conciencia adelantada de su proletariado frente al atraso del proletariado mundial que no había podido hacer la revolución.
Ya vimos que su teoría fracasa cuando se intenta aplicarla a una situación revolucionaria como la española. Pero Albamonte y la fracción derechista traen en su defensa el artículo de Trotsky sobre “El atraso político de los obreros norteamericanos”, como supuesta prueba de que Trotsky, en situaciones preparatorias, no revolucionarias, pensaba como ellos, es decir como un menchevique. Pero en dicho artículo no hay ni una pizca de lo que Albamonte quiere decir con “crisis de subjetividad”. Por el contrario, tal artículo, es una polémica con quienes sostenían que el Programa de Transición era muy avanzado para los obreros norteamericanos, y contra los que, como Albamonte, veían esa conciencia atrasada como un obstáculo. Y así dice:
“La conciencia de clase del proletariado es atrasada, pero la conciencia no es del mismo material que las fábricas, las minas, los ferrocarriles, sino que es más variable, y bajo los golpes de la crisis objetiva, de los millones de parados, puede cambiar rápidamente”.
Ya vimos que para Trotsky el atraso de la conciencia no es un factor “decisivo” en situaciones revolucionarias, como en España. Pero tampoco lo era en situaciones preparatorias, como en EEUU. Para Trotsky, el atraso de los obreros norteamericanos era sólo un dato de la realidad, que lejos de verlo como un obstáculo, lo llevaba tan sólo a la conclusión que había que adaptar la forma en que se exponía el programa, apelando a formas pedagógicas:
“El programa debe expresar las tareas objetivas de la clase obrera antes que el atraso de los obreros. Debe reflejar la sociedad como es, y no el atraso de la clase obrera. Es un instrumento para superar y derrotar el atraso. Por eso debemos expresar en nuestro programa toda la agudeza de la crisis social de la sociedad capitalista, incluyendo en primera línea a los Estados Unidos. No podemos aplazar ni modificar unas condiciones objetivas que no dependen de nosotros. No podemos garantizar que las masas resolverán la crisis, pero debemos expresar la situación tal cual es, y esa es la tarea del programa.
Otra cuestión es cómo presentar este programa a los obreros. Presentar la situación actual a los obreros es más que nada una tarea pedagógica y una cuestión de terminología. La política debe adaptarse a las fuerzas productivas, o sea, al alto desarrollo de las fuerzas productivas, a la paralización de las mismas por los formas capitalistas de propiedad, al paro creciente que se vuelve cada vez más profundo.” (Negritas nuestras)
Y ante el argumento de que los obreros no entenderían el programa, dice:
“Posiblemente. Pero esto solamente quiere decir que los obreros serán aplastados, ya que la crisis no puede ser resuelta por ningún otro medio que la revolución socialista”.
Y sostiene:
“En la actualidad, el proletariado americano también dispone de ciertas ventajas a causa de su atraso político. Parece un poco paradójico pero, sin embargo, es absolutamente cierto. Los obreros europeos han tenido un largo pasado de tradición socialdemócrata y comunista, y estas tradiciones son una fuerza conservadora... Los obreros americanos tienen la ventaja de que en su gran mayoría no están políticamente organizados, y sólo ahora empiezan a organizarse en los sindicatos”. Observemos: ¡no tenían “nuevas organizaciones de combate”! ¡Y menos aún “la idea de la revolución proletaria”! ¡Su “subjetividad” era bajísima! Sin embargo eso no le impedía a Trotsky, en lugar de las conclusiones lloronas sobre la “subjetividad tendiente a cero”, extraer de eso: “Esto proporciona al partido revolucionario la posibilidad de movilizarlos bajo los golpes de la crisis”.
Y todo el artículo está dedicado a explicar cómo, aún antes de los procesos de radicalización, en los momentos preparatorios, aún antes de los saltos adelante en la conciencia de las masas, el partido podía construirse y fusionarse con la vanguardia obrera sin que la conciencia atrasada fuera un obstáculo. Por eso plantea organizar en gran escala una campaña en los sindicatos, para ganarlos alrededor de consignas como la escala móvil de horas de trabajo y hasta la formación de piquetes de autodefensa contra la segura respuesta fascista al avance de esta campaña, para impulsar para adelante la acción del partido. ¡Esto decía Trotsky del proletariado y de la situación que Albamonte pone como ejemplo de “crisis de subjetividad” o de “subjetividad baja”!
Dice J. P. Cannon: “los obreros revolucionarios de la nueva generación eran repelidos por el stalinismo. En el curso del futuro desarrollo (después de la traición en Alemania en 1933. N.deR.), bajo la terrible presión de los eventos internacionales, y particularmente el surgimiento del fascismo en Alemania, los partidos socialdemócratas comenzaron a desplegar tendencias izquierdistas y centristas de todo tipo.” (“Historia del Trotskismo norteamericano”, negritas nuestras). El fin de los “días de perro” para el trotskismo norteamericano había llegado.
Con su teoría, Albamonte no puede explicar, por ejemplo, grandes hitos de la clase obrera norteamericana dirigidos por los trotskistas del SWP como fue la gran huelga de Minneapolis en los ‘30. Tampoco puede explicar la gran experiencia del SWP, bajo la dirección de Trotsky, en los sindicatos con el frente con los “progresivos” “roosveltianos” contra los stalinistas y el giro posterior exigiéndole a éstos que levantaran su propio candidato presidencial obrero; el “entrismo” al Partido Socialista; la fusión con el partido de Muste. Producto de todas estas grandes experiencias de intervención en ese movimiento obrero tan “atrasado”, y de construcción de un partido bolchevique, el SWP se convirtió en un gran partido de vanguardia en EEUU, en una potencia.
Los elementos de la “subjetividad” de Emilio Albamonte son una exigencia fantástica; piden tal grado perfecto de madurez o de “subjetividad”, que hacen que esta concepción se convierta en la cosa más derrotista que hay, porque transforma la construcción del partido en el movimiento obrero en un imposible. ¡Y nos quieren hacer creer, tergiversando las citas, que Trotsky no veía posible que los revolucionarios se fusionaran con la vanguardia, que dieran pasos de gigante en su construcción en el movimiento obrero y que incluso, “bajo los golpes de la crisis”, los dirigieran y los movilizaran, como en EEUU, por el atraso de la clase obrera!
Albamonte, en cambio, extrae la conclusión opuesta a Trotsky: que en situaciones preparatorias, producto del atraso de los obreros, sólo se puede hacer propaganda, porque mientras impere la “crisis de subjetividad” es para el futuro construirse en el movimiento obrero, y mientras tanto hay que construirse en la juventud pequeñoburguesa. Típico razonamiento de un grupo pequeñoburgués charlatán, formado en la Universidad de Buenos Aires, que mira a la clase obrera con desdén y quiere explicar “teóricamente” su impotencia hasta para acercarse a ella.
La conciencia según el Marxismo
¿Qué hay detrás de toda esta “teoría”? Si lo que se nos quiere decir es que la conciencia de las masas es atrasada, no están más que redescubriendo la pólvora, repitiendo algo elemental: en tanto la burguesía es la clase dominante, la conciencia dominante en las masas es por lo tanto burguesa, así como sería feudal la conciencia dominante bajo el feudalismo. El atraso de la conciencia no debe asombrar a nadie, porque “la conciencia está en general atrasada, desfasada en relación al desarrollo económico.” (Trotsky, “El atraso de los obreros norteamericanos”)
Pero la conciencia del movimiento obrero y de masas no es un problema “ideológico”. Se expresa, se materializa, en instituciones dominadas por la burocracia del movimiento obrero, sindical y política, apoyada en la aristocracia obrera, en millones de obreros cuyos privilegios con respecto a las grandes masas son preservados para que sirvan de base social a esa burocracia. Tal conciencia se debe nada más y nada menos que a la existencia del imperialismo, que compra a ese sector del proletariado y mantiene a un ejército de burócratas como carceleros y policías del movimiento obrero. Por supuesto que para Lenin, esta conciencia determinada por el capitalismo era el gran “enemigo” de los revolucionarios.
La conciencia del proletariado no es una expresión libre de su experiencia y su aprendizaje y de su lugar en la economía, sino que está moldeada, deformada y oprimida por la dominación que ejerce sobre ella la burocracia como correa de transmisión del imperialismo. Por eso, aunque la conciencia puede ser muy atrasada, nunca puede ser “cero”, salvo que se considere que el fascismo en sus tendencias más profundas ha triunfado y ha reducido al proletariado a una masa informe sin “subjetividad”, ni siquiera burguesa. Un dislate puro. Como también lo es la pretensión de una “alta subjetividad” conseguida por las masas en años de aprendizaje y educación, evolutivamente, concepción socialdemócrata, menchevique de cabo a rabo.
Por supuesto que las derrotas pesan en la conciencia de las masas y la moldean. Pero Trotsky sostiene, como ya citamos, que “la conciencia de clase del proletariado es atrasada, pero la conciencia no es del mismo material que las fábricas, las minas, los ferrocarriles, sino que es más variable y, bajo los golpes de la crisis objetiva, de los millones de parados, puede cambiar rápidamente.” (“El atraso de los obreros norteamericanos”, negritas nuestras).
El final de la década del 30 fue un período de intensas derrotas del proletariado a nivel mundial. La clase obrera había sido llevada a la carnicería de otra guerra mundial; el fascismo imperaba en toda Europa. Sin embargo, la IV Internacional decía en el “Manifiesto sobre la Guerra Imperialista y la revolución proletaria mundial”:
“Es cierto que en los últimos veinte años el proletariado sufrió una derrota tras otra, cada una más grave que la precedente, se desilusionó de los viejos partidos y la guerra indudablemente lo encontró deprimido. Sin embargo, no hay que sobrestimar la estabilidad o duración de esos estados de ánimo. Los produjeron los acontecimientos; éstos los disiparán”.
La conciencia avanza y retrocede ante los golpes de la crisis. Cristaliza en instituciones y en conquistas de las masas. La conciencia atrasada, la “crisis de subjetividad” que tanto impacta a Albamonte, tiene bases materiales: no es más que la expresión de la pérdida de conquistas, aunque el triunfo de la restauración no esté resuelto, de los ex-estados obreros deformados y degenerados, de la unificación imperialista de Alemania, de la derrota de las masas Chinas en Tiananmen. No puede entenderse el retroceso de la conciencia antiimperialista de la clase obrera argentina si no es como expresión de la derrota en la guerra de Malvinas a manos del imperialismo.
La conciencia de las masas es el resultado de múltiples determinaciones, en base a la ley del desarrollo desigual y combinado. Pero alguien armado no con el marxismo sino con el pragmatismo y el sentido común, no puede comprender esto y cae en el objetivismo de ver el desarrollo de la conciencia como algo lineal, evolutivo, de la “baja” a la “alta” hasta llegar a la “verdadera”.
Pero en momentos de ascenso, la conciencia avanza a saltos a partir de las acciones y los combates que dan las masas. En situaciones revolucionarias, las masas pueden aprender en días y en horas lo que en épocas de paz no aprenden en años. En momentos agudos derriban regímenes odiados, dan comienzo a revoluciones, llegan a poner en pie organismos de tipo soviético, etc.
Como hemos venido sosteniendo, el resultado de los acontecimientos de 1989 es contradictorio; no está aún resuelto. Las masas han tenido, en este último período de diez años, momentos de altísima “subjetividad”, como en el amplio levantamiento armado de Albania, actualmente en la guerra civil en Kosovo, con los piquetes en las calles de Cutral Có y Jujuy en Argentina, paralizando a Ecuador con una huelga general indefinida -jornadas que ahora intentan volver a repetir-, con los piquetes que paralizaron Francia en el ‘95, en la revolución indonesia. etc. Lo que les faltó no fue “subjetividad” sino un partido revolucionario bien templado, con cuadros formados, que pudiera actuar en esos momentos. Y lo que sobró fueron las toneladas de agua fría que las direcciones contrarrevolucionarias, el stalinismo reciclado, la socialdemocracia, la iglesia, las direcciones nacionalistas pequeñoburguesas, etc., y el centrismo impotente y capitulador que se reclama “trotskista”, derramaron sobre las masas insurrectas para desviarlas, expropiar sus triunfos y derrotarlas.
Pero Emilio Albamonte se coloca lejos de esta concepción marxista. No sólo empieza por repetir el dislate de EI Nº8 de una “subjetividad proletaria...tendiente a cero” (del cual nos hacemos corresponsables ya que integrábamos el PTS en ese momento), sino que lo reafirma: hoy la conciencia sigue siendo “extremadamente baja”.
La base de semejante desbarranque es la adaptación a los medios pequeñoburgueses de izquierda que se lamentan: “¡qué atraso: en Rusia tiraban las estatuas de Lenin, en Cutral Có y Jujuy terminaron conformándose con unos pesos, en Indonesia hay una gran confianza en el partido opositor ‘democrático’, etc., etc.!... ¡La ideología burguesa reina!”. La inmersión en la clase media y en los medios intelectuales académicos los lleva a elaborar una “teoría” muy a gusto de esos medios, para quienes la revolución socialista es un objetivo inalcanzable porque no encuentran la garantía de una “madurez” perfecta de las masas. Diría Albamonte, la garantía de una “alta subjetividad”.
La “teoría” menchevique del “handicap” de Emilio Albamonte: Morenismo de derecha
Toda esta “teoría” de Albamonte sobre la “subjetividad” baja o “cero”, va acompañada por el análisis de que con la caída del stalinismo, las mediaciones tienen una debilidad “estructural”. Es la teoría del “handicap” de las masas, que lo lleva a ver al imperialismo como un “tigre de papel”. Dicen:
“...las burocracias obreras contrarrevolucionarias y las direcciones pequeñoburguesas se encuentran estructuralmente debilitadas....el imperialismo no cuenta ni con una potencia que tienda a reemplazar el rol claramente dominante a escala planetaria del imperialismo yanqui durante la pax americana de Yalta, ni tampoco cuenta con sólidos aparatos contrarrevolucionarios al interior del movimiento obrero como fue el stalinismo en ese período. Este es el handicap con el que cuenta el proletariado para revertir todas las contras que sufre hoy... En la medida en que la revolución (y por ende la contrarrevolución) comiencen a ser factores centrales en la situación mundial (lo que no ocurre hoy) este handicap demostrará sus efectos en toda su magnitud”.
Dicho en otras palabras: el proletariado cuenta con un “handicap” que recién se desplegará cuando revolución y contrarrevolución “sean centrales en la situación mundial (lo que no ocurre hoy)”; “handicap” que consiste en que la crisis de dirección es secundaria porque al caer el stalinismo tal crisis se ha superado en su mayor parte.
El método de Albamonte es extraño al marxismo, porque se basa, al igual que todos los revisionistas y centristas, en tomar un elemento cierto de la realidad, la caída del stalinismo y la ventaja que eso significa para las masas, pero absolutizándolo y sublimándolo, transformándolo en determinante, en lugar de basarse en el marxismo y en la ley del desarrollo desigual y combinado, en las múltiples determinaciones de elementos jerarquizados. Y la jerarquía es que la caída del stalinismo no resolvió, ni podía resolver, por sí sola, la crisis de dirección revolucionaria.
Porque, explíquennos esta contradicción, por favor: si ese “handicap” existe desde el ‘89, desde hace diez años, ¿por qué la revolución y la contrarrevolución no son “centrales” hoy? ¿Por qué ese “handicap” servirá en el futuro para “revertir” las derrotas y no ha servido para impedirlas en estos diez años en los cuales se ha producido, según las propias palabras de Albamonte, un “enorme retroceso en sus conquistas (proceso de restauración capitalista en Rusia, China, Europa del Este, Cuba, Vietnam, etc., altísima desocupación y precarización de las condiciones de trabajo, etc.)”? ¿Por qué ese “handicap” no ha actuado para impedirlo? Albamonte intenta zafar de semejante encerrona en la que sus propias incoherencias lo han metido pidiéndole herramientas al menchevismo: la causa es la “crisis de subjetividad”, la inmadurez de las masas y no las direcciones contrarrevolucionarias. Repite el viejo cuento de que las masas no están aptas; que son inmaduras.
El esquema que se nos presenta, entonces, es el siguiente: el proceso hasta el comienzo de la revolución sería difícil, tortuoso, por el atraso de la conciencia, pero una vez iniciada la revolución, se tornaría todo fácil por la caída del aparato stalinista, cuando “este handicap demostrará sus efectos en toda su magnitud”. Pareciera que las direcciones contrarrevolucionarias han dejado de actuar, o sea que desapareció la crisis de dirección revolucionaria.
Pero apliquemos este esquema del “handicap” a Indonesia, que ya lleva más de seis meses de revolución de febrero abierta, sin que el régimen termine de caer. Allí la revolución empezó apenas estallada la crisis económica, sin ningún retraso. Sin embargo, ahora, cuando la revolución se está desarrollando, los “efectos” del “handicap” no se ven por ningún lado “en toda su magnitud”. Por el contrario, la brutal crisis de dirección es la causa de que a las masas indonesias les esté costando enormes sacrificios vencer la resistencia de los explotadores. Está costando horrores lograr la unidad entre el proletariado y el campo y enfrentar la influencia del islamismo entre las masas es una tarea ciclópea. Por ende, por la crisis de dirección la revolución está amenazada de retroceder. ¿De qué “handicap” nos hablan?
Estamos ante una “teoría” antimarxista que no parte de la lucha de clases. Porque el análisis marxista empieza porque el verdadero handicap, la verdadera fortaleza de las masas es que desde 1989 no han dejado de luchar, primero con una feroz lucha defensiva, incluidos estallidos y revueltas espontáneos (Caracazo, Los Ángeles, Santiagueñazo, Intifada, etc.), y luego, desde el ‘95, con un intento de contraofensiva obrera en varios países europeos y en Sudamérica con grandes huelgas generales políticas. Esto es lo que ha impedido triunfos decisivos por parte del imperialismo.
Pero el imperialismo también cuenta con un handicap: la crisis de dirección que, contra lo que piensa Albamonte, se ha agudizado desde el ’89. En esta crisis, las capitulaciones del centrismo; la debacle del “trotskismo post 89”, tienen mucho que ver. Esta crisis es la explicación de por qué, pese a los enormes esfuerzos del movimiento obrero y de masas, la revolución y la contrarrevolución no sean “factores centrales” en la situación mundial. Mientras Albamonte y los intelectuales nos dicen: “¡pero miren qué conciencia más atrasada, qué efímeras son sus instituciones de combate, si no tienen ni siquiera la idea de la revolución proletaria!”, estamos con Trotsky cuando dice que “el obstáculo principal en el camino de la transformación del estado prerrevolucionario en estado revolucionario es el carácter oportunista de la dirección proletaria” y que “la orientación de las masas está determinada ante todo por las condiciones objetivas del capitalismo en descomposición, y en segundo lugar por la política traidora de las viejas direcciones obreras”. ¡Son estas direcciones las que han disuelto, desorganizado, vuelto “efímeras”, con la violencia y el chantaje más feroz, las “nuevas instituciones de combate” como los piquetes de los obreros franceses, los de los obreros norteamericanos, los de Cutral Có y Jujuy en Argentina! ¡Sólo intelectuales que no saben nada del movimiento obrero, que nunca lo vieron de cerca, pueden de manera tan pedante exigirle más a las masas y exigirse tan poco a sí mismos!
Esta crisis de dirección revolucionaria se expresa en la creación y recreación de nuevas y viejas mediaciones como la socialdemocracia, el stalinismo reciclado en Europa, las direcciones pequeñoburguesas nacionalistas en el Este, el Zapatismo, la guerrilla en Colombia, el maoísmo en Latinoamérica, etc., y la nueva capitulación del centrismo que se reviste de “trotskismo”. Si bien la caída del stalinismo fue un duro golpe “por izquierda”, esto no puede absolutizarse hasta transformarlo en un factor histórico autónomo, porque el que no estén basadas como el stalinismo de antaño en el estado obrero, no significa que estas mediaciones no se las arreglen, con la colaboración de las capitulaciones del centrismo, para colaborar con el imperialismo, desviando, traicionando y desorganizando todo lo que las masas hacen. Las exigencias para sancionar una “alta subjetividad” de parte de Emilio Albamonte son completamente fantásticas, porque no puede esperarse mayor heroísmo y disposición a la lucha que la que vimos en las masas sublevadas en Albania, en Ecuador, en Francia, en los paros de Argentina, en Cutral Có y Jujuy, en Indonesia hoy.
La “teoría” del “handicap” de Albamonte lleva a una concepción espontaneísta y facilista de la revolución, objetivista, “sin despeinarse el jopo”. Aplicada a Indonesia, o a cualquier otro proceso revolucionario abierto, quiere decir que no va a haber acción de la contrarrevolución, que no va a haber Frente Popular ni “Korniloveadas” (intentos de golpes contrarrevolucionarios), porque las mediaciones son “estructuralmente débiles”; que tomado el poder en un país, éste no se expone a la agresión directa del imperialismo porque por obra del “handicap” éste no va a poder actuar.
Entonces, lo que nos están diciendo es que la revolución internacional va a ser fácil, con la burguesía imperialista reducida a una ciudadela rodeada por las masas del mundo. Si esto es así, entonces ¿para qué la IV Internacional? ¿Para qué el álgebra de la revolución mundial? En lo que se termina es en un profundo nacional-trotskismo.
Emilio Albamonte y la fracción derechista expresan una variante de la concepción objetivista, morenista, de la revolución. Para Moreno, el solo peso de las condiciones objetivas, la crisis del sistema capitalista y la movilización de las masas garantizaban automáticamente la revolución, para lo cual el rol del partido era encontrar “la consigna que moviliza”. Para Albamonte, en cambio, el motor automático es el desarrollo de la “subjetividad”, que, aunque “baja” por ahora, no tiene vallas a la vista por la caída del stalinismo, con lo cual el rol del partido no es ya aportar “la consigna que moviliza” sino el “programa que educa”.
Para Moreno el partido no era necesario a nivel nacional, porque las masas tomaban el poder igual con cualquier dirección. Pero como éstas las dejaban encerradas en las fronteras del país -como Castro-, la IV Internacional era necesaria para garantizar que esas revoluciones se extendieran y tuvieran remate en la revolución internacional. Pero el esquema de Albamonte es más de derecha que el de Moreno porque en su esquema de difícil por ahora, por la baja subjetividad, pero fácil después por la caída del stalinismo, no entra la revolución internacional. Es una teoría para una revolución nacional, aislada, porque nadie en su sano juicio, salvo que sea un menchevique putrefacto, puede decir que la revolución tiene un “handicap” estratégico, mientras exista el imperialismo que hará todo lo posible por reventarla, armará ejércitos, invadirá, pagará “contras”, etc. Es la misma concepción exclusivista de direcciones pequeñoburguesas como el Sandinismo, que creía que con el imperialismo se podía negociar y que no los iba a agredir.
La tesis de Albamonte del “handicap” lleva a una caricatura de revolución, sin enemigos a la vista, sin contrarrevolución, sin invasión del imperialismo y sin la necesidad de la IV Internacional.
Para Albamonte, las masas tienen la culpa hasta de la crisis de los marxistas
Tanto es el impacto de la “crisis de subjetividad” en sus cabezas, que en otro documento preparatorio de un futuro congreso el 2, 3 y 4 de abril de 1999, abren éste diciendo claramente:
“Es imprescindible entender que es imposible hacer política revolucionaria hoy (es decir construir una liga como el PTS) sin asumir la crisis de subjetividad del proletariado y su expresión consciente, el marxismo revolucionario.
Quién pretenda ignorar que todos los grupos que se reclaman del marxismo, aún los centristas más recalcitrantes, formulan sus teorías y sus políticas y ‘educan’ a sus cuadros en una situación donde la ideología burguesa reina indiscutiblemente sobre la sociedad, no entiende nada de cuan contra la corriente es hacer política marxista revolucionaria hoy.”
Dejando de lado el “genial descubrimiento” de que “la ideología burguesa reina” (¿y cómo podría ser de otra manera en la sociedad burguesa?), dicen a continuación:
“No se trata solamente de que en nuestro país no haya diarios o publicaciones regulares que se reclamen del marxismo (?). Han desaparecido en estos últimos años los libros más elementales de los clásicos marxistas. No se pueden encontrar (lo que hubiera sido inimaginable en los ’70 y aún en los ’80) las obras de Lenin (salvo en alguna librería del PC) o de Trotsky (salvo textos aislados en casas de venta de libros usados).”
Pero, ¿qué tendrá que ver esto con la “subjetividad” de las masas? ¿Acaso éstas se educan leyendo los clásicos del marxismo? ¿El desvío de la oleada de masas del ‘95 en Francia, Argentina, etc., se debió a que las masas no visitan las librerías de libros usados? ¡Como si todo se redujera a una política editorial que saque de un supuesto olvido a Lenin y a Trotsky! Pero para Albamonte y Cía., sí lo es, porque la primera tarea que proponen en este documento es destinar “todos los recursos humanos y financieros que sean posibles y necesarios y... hacer todos los esfuerzos para difundir lo más ampliamente posible la obra de los maestros del marxismo revolucionario.”
Y luego dicen:
“En el Congreso sobre política internacional, planteamos que a la ‘miseria de la subjetividad del proletariado’ se correspondía una ‘miseria del pensamiento estratégico’ en el movimiento trotskista.”
¡Esto ya es gravísimo! ¡Las masas no tienen sólo la culpa del atraso de la revolución sino también... de las traiciones del centrismo! Les dicen: ¡respirad tranquilos, centristas del mundo, participad junto a la burguesía imperialista de la “Europa unida y democrática”, capitulad a la burocracia y a los partidos socialdemócratas en el poder, apoyad a Milosevic contra las masas kosovares, que en Buenos Aires han encontrado una justificación para sus traiciones! ¡La culpa la tiene la “baja subjetividad de las masas” y no vuestras capitulaciones a los aparatos contrarrevolucionarios!
Y lo que esconde esta “teoría”-justificación, es que desde el ‘89 ha habido grandes oportunidades para el trotskismo para construir fuertes partidos revolucionarios, que el centrismo traicionó, como en Francia, sacudida por las huelgas en el ‘95, en Argentina, cruzada por los paros generales en el ‘96 y por los levantamientos de desocupados de Cutral Có y de Jujuy, en Bolivia, con su huelga general traicionada por la COB con la colaboración de los centristas del POR lorista. ¡Esa es la verdadera causa de la crisis del “pensamiento estratégico del movimiento trotskista”!
Sobre esta base sería imposible explicar la fundación de la IV Internacional en 1938, uno de los puntos más altos del “pensamiento estratégico” marxista, en momentos en que imperaba una profunda “crisis de subjetividad” producto de las derrotas que el stalinismo había provocado en Alemania, España y Francia. Imperaba el fascismo y se preparaba la guerra. ¿De qué crisis del “pensamiento estratégico” del marxismo nos hablan?
Y en 1914, cuando la “crisis de subjetividad” era terrible, porque los obreros se mataban entre sí en la guerra llevados por la socialdemocracia, era el momento de mayor claridad estratégica de Lenin, quien levantaba la política de convertir la guerra imperialista en guerra civil contra la propia burguesía y predicaba el derrotismo revolucionario.
¿Nos empezarán a decir, acaso, en cualquier momento, como muchos centristas, que Trotsky se equivocó en fundar la IV Internacional en medio de una situación de crisis tan aguda de la “subjetividad”, y que tendría que haberse dedicado a montar una gran editorial para hacer conocer sus obras y las de Lenin? Algo de eso ya dijeron cuando desde LVO, en una nueva historia del trotskismo norteamericano, ponían a Trotsky como un profesor de dialéctica y de teoría marxista.
¿"Reversión ideológica"?
Esta concepción menchevique sobre la conciencia del movimiento de masas es tan marcada que cuando analizan la situación internacional, en el mismo documento con el que estamos polemizando, el primer elemento, acorde con lo que venimos discutiendo, es... ¡la ideología de las masas!
Entre distintos elementos que caracterizan a la situación mundial, el primero sería:
“a) La ‘reversión ideológica’ producto de los enormes saltos de la crisis económica en el ‘97 y ‘98 que liquidaron el triunfalismo burgués y mostraron a las masas la falacia de la ‘prosperidad capitalista’ en el mundo...”
El marxismo analiza la realidad con categorías tales como la base económica, la lucha de clases, la situación de la burguesía y del proletariado, sus direcciones, la relación de fuerzas. Pero estos señores han inaugurado un método nuevo: empiezan por la ideología, y no sólo por la ideología, ¡sino por su “reversión”, quizás para dar una buena noticia entre tanto llorar la “crisis de subjetividad”! ¡Es tal su capacidad de penetrar y de comprender la realidad, que pueden auscultar, desde Buenos Aires y todavía sin ningún “corresponsal”, el estado y la dinámica de la ideología de las masas del mundo! Con el mismo método de Fukuyama, pero al revés, parecen decirnos: ¡Aleluya, la “historia ha empezado de nuevo”!
Estamos ante la fantástica idea de que la “ideología” de las masas no es conformada por la acción de los aparatos contrarrevolucionarios, y su experiencia de lucha, sus triunfos y sus derrotas, sino porque aquellas pueden comprender, leyendo los diarios y viendo por la televisión la “caída de los mercados” y el valor del Dow Jones, el carácter de la crisis económica y la mentira de la “prosperidad capitalista”. Estamos ante una concepción socialdemócrata de cabo a rabo, que parte de la “cultura” de las masas, la que se adquiere por aprendizaje, evolutivamente.
El intelectual considera con alivio y como buen augurio que las masas descrean del neoliberalismo y de la Thatcher. Pero es que este cambio, el odio de esos millones de obreros, se expresa en el voto Blair, a Jospin, a Schroeder. Esto se nos presenta con una contraofensiva de masas expropiada por las direcciones contrarrevolucionarias. Pero en el esquema de Emilio Albamonte eso no importa porque las mediaciones son muy “débiles estructuralmente”; han dejado de ser un obstáculo; tenemos “handicap” para rato.
Pero, ¿nos podrían decir cómo se verifica esta “reversión ideológica” en Rusia donde se manifiesta con énfasis “la falacia de la prosperidad capitalista” pero donde con el estallido económico y el golpe inflacionario, el movimiento de masas se haya deprimido y con sus fuerzas atenazadas? ¿Quizás en Europa, donde la ofensiva de masas y la gran oleada de huelgas generales del ‘95 fue desviada y estrangulada por las direcciones reformistas y la burocracia sindical, y que ahora, hasta con el aval de los “trotskistas” van a meter a las masas en las elecciones al Parlamento “multinacional” en apoyo a la unidad europea alrededor de los monopolios más rapaces? ¿Quizás en Argentina donde la burocracia y la patronal metieron las luchas del ‘96 y ‘97 en el desvío electoral?
Mala memoria
Estamos entonces, ante una concepción socialdemócrata, menchevique, que define a la clase obrera en función de su conciencia. La II Internacional, mientras traicionaba todos los días, sólo veía colaborar con propaganda, al igual que Albamonte, al avance de la conciencia de la clase obrera, la cual, llegado a un punto, permitiría el tránsito al socialismo. La II Internacional hubiera dicho de conocer la “teoría” de Albamonte: “con mucha subjetividad llegamos al poder”. Pero las masas no se expresan con su conciencia en estado puro, sino a través de partidos, revolucionarios, contrarrevolucionarios y centristas, con distintas estrategias.
Por eso en 1993 el PTS decía correctamente en “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno” (Estrategia Internacional Nº 3):
“De aquella interpretación del atraso en la conciencia se desprende una concepción anti-leninista: para la LIT, la lucha por una conciencia revolucionaria de clase, no es una lucha contra los aparatos, sino una lucha ideológica, a través de la propaganda por el socialismo. No seríamos trotskistas, ni estaríamos haciendo esta polémica, si negáramos la lucha teórico política y la necesidad de la propaganda para organizar en nuestras filas a obreros conscientes, pero este es un componente indispensable en el movimiento trotskista sólo si es puesto en función de la lucha contra los aparatos contrarrevolucionarios en el movimiento obrero. O sea para poner en práctica ‘la máxima expresión de la lucha de clases: la lucha política entre partidos’, al decir de Lenin.”
¡Pero qué actualidad que tienen estas líneas! ¡Qué claridad tenían Albamonte y Cía. cuando querían romper con el centrismo del MAS y la LIT, que contrasta con sus revisiones actuales!
Todo termina en una capitulación, de la mano de la LRCI, a los gobiernos de los partidos obreros-burgueses en Europa
Todas las volteretas sobre “subjetividad cero”, “muy baja”, “verdadera”, es para terminar diciendo, sin embargo, que:
“...sólo un sectario empedernido puede negarse a ver que al poner el proletariado europeo a sus direcciones reformistas en el poder, se abre la posibilidad de eventuales enfrentamientos entre el movimiento obrero y su dirección, indispensables para que surjan procesos de radicalización política verdaderamente revolucionarios”.
Estamos ante la tesis que han levantado todos, absolutamente todos los centristas, de una forma u otra, para capitularle a los gobiernos de los partidos obreros-burgueses y de frente popular, desde Andrés Nin y el POUM en España del ‘30, pasando por Lambert y la OCI en Francia de los ‘80 ante el gobierno de Miterrand, y terminando con la LRCI ante el gobierno de Blair. Según esta tesis, las masas en su ascenso hacia la izquierda llevan al poder a sus direcciones reformistas, y luego cuando hacen la experiencia con ellas en el poder, avanzan más hacia la izquierda y hacia la revolución. La etapa de los gobiernos obreros de los partidos obreros burgueses y de frente popular, una expresión del “fortalecimiento del movimiento obrero”, como dice la LRCI, y una muestra de la “recomposición reformista” según la fracción derechista del PTS, permitiría el avance de la conciencia; sería una antesala de la revolución.
Comparemos esta concepción con la visión marxista revolucionaria, y exactamente opuesta a la de la fracción derechista, que escribíamos en el Boletín de Informaciones Obreras Internacionales Nº1:
“...el ascenso obrero en Europa fue desviado y canalizado electoralmente con el triunfo de los partidos obrero-burgueses que se hicieron del gobierno como el Laborismo en Inglaterra, el PS y el PC en Francia y más recientemente en Alemania con el triunfo de Schroeder, y lo mismo en la mayoría de países de Europa Occidental. Estos gobiernos de los partidos reformistas vienen jugando el papel, utilizando las ilusiones de las masas en ellos, de desorganizar y frenar las tendencias a la lucha revolucionaria que el movimiento obrero europeo empezó a mostrar en el ‘95. Si este proceso se profundizaba, si la oleada iniciada en el ‘95 no era desviada por la acción de las direcciones traidoras, se abría la perspectiva de un auge proletario que acelerara la tendencia de enfrentamiento más directo entre revolución y contrarrevolución, panorama éste que los gobiernos de los partidos reformistas evitaron preventivamente. Son gobiernos socialimperialistas... que apoyándose en la aristocracia obrera juegan un papel preventivo, de impedir que se abra la revolución proletaria”.
El oportunista nunca ve el accionar de las direcciones contrarrevolucionarias, o las minimiza, porque está dispuesto a capitularle. Ve entonces tan sólo un avance de las masas hacia la izquierda, sin contar que en el camino los trabajadores se encuentran con los partidos contrarrevolucionarios y centristas que a cada paso desorganizan, desvían y ayudan a derrotar a las masas. La tesis marxista, como decimos en el Boletín de Informaciones Obreras Internacionales Nº1, sostiene lo contrario:
“Estos gobiernos no expresan ningún fortalecimiento de la clase obrera, sino todo lo contrario, porque en realidad han sido el principal instrumento para estrangular la contraofensiva abierta en el ‘95 con la huelga de 22 días en Francia. En caso de que la crisis económica lo plantee, no harán más que preparar el escenario para variantes más bonapartistas e incluso fascistas” (“Nuevos acontecimientos mundiales, nuevas lecciones revolucionarias”, BIOI Nº1, negritas nuestras). Hablando claro: los gobiernos del PS y del PC en Francia, del Laborismo en Inglaterra, de Schroeder en Alemania, etc., son la respuesta burguesa imperialista a la contraofensiva de masas, nunca la expresión deformada de este ascenso, como sostienen los oportunistas.
Y mucho menos pueden ser la expresión de una “recomposición reformista del movimiento obrero”. Tal afirmación es una capitulación clásica de renegados kaukistas, lo que nos obliga a volver al ABC del marxismo, ya que es una ruptura con la teoría marxista del Estado, tan bien explicada por Lenin en El Estado y la Revolución, según la cual el estado y las instituciones que lo componen tienen un carácter de clase. Bajo el capitalismo son burgueses. Albamonte y Cía. nos están diciendo que la clase obrera se “recompone” con una institución burguesa del estado patronal imperialista, tan importante como el gobierno, o que tales gobiernos imperialistas expresan esa “recomposición”. Los gobiernos de los partidos obreros-burgueses no pueden expresar nada del proletariado, porque son imperialistas de cabo a rabo, son gerentes de la patronal imperialista. ¡Si se quiere, estamos ante una “recomposición reformista” de la patronal imperialista europea!
Comprenderíamos, aunque la realidad demuestra que no es así, si nos hablaran de la que la “recomposición reformista” se expresa en los sindicatos y en su fortalecimiento, pero nunca en una institución del estado burgués, el órgano de dominación de la clase capitalista sobre el proletariado.
Estamos ante una caracterización oportunista de los gobiernos de los partidos obreros-burgueses (lambertismo) que serían la antesala de “procesos de radicalización política verdaderamente revolucionarios”, y un camino despejado hacia la revolución sin “despeinarse el jopo”. La misma visión del MST, del imperialismo como “tigre de papel” (morenismo). La fracción de Albamonte no ha inventado nada nuevo. Su pretendida “fortaleza teórico política” no es más que repetir tesis mencheviques sobre la conciencia de las masas, además de tomar ideas prestadas de lo peor del arsenal del “trotskismo de Yalta”.
¡Sáquense la careta de trotskistas!
La fracción derechista cuando intenta cubrir su menchevismo con un disfraz “trotskista”, no hace más que pedirle la ropa prestada al morenismo: termina así en la misma concepción de éste de que “crisis de dirección” significa sólo la inexistencia de dirección revolucionaria, y no que se expresa en el carácter contrarrevolucionario de la vieja dirección; en que al frente de las masas se encuentran direcciones traidoras. Así, el concepto de “crisis de dirección revolucionaria”, una categoría concreta que habla de direcciones, aparatos y partidos concretos, y que para Trotsky es el “factor principal” para caracterizar “la situación mundial en su conjunto”, se toma como un hecho más, al mismo nivel que el atraso de la conciencia de las masas, que su baja “subjetividad”, y se la transforma en una categoría vacía, abstracta, metafísica. Por eso, la superación de la crisis de dirección la ven como un elemento más del avance de la conciencia de las masas; “incluida” como un elemento más en su “subjetividad”; como un vacío que sólo falta llenar, y no que esta crisis se manifiesta como el “obstáculo principal”, las direcciones y aparatos contrarrevolucionarios.
Por eso, no se ha “descubierto” nada nuevo. Estamos ante una regresión de Albamonte y Cía. que los lleva directamente... al MAS y a la LIT morenistas. Contra ellos, el PTS decía en “Polémica con la LIT y el legado teórico de Nahuel Moreno” (Estrategia Internacional Nº3) en 1993:
“¿Qué significa crisis de dirección revolucionaria? En primer lugar, no significa ‘vacío de dirección’ como se sostuvo durante mucho tiempo en la LIT. Crisis de dirección revolucionaria en la época imperialista por el contrario significa para nosotros, la capacidad que tiene el imperialismo en cooptar, comprar, corromper y utilizar como correa de transmisión de su política a las direcciones del movimiento obrero y de masas. Es decir, esto significa no una falta o vacío de dirección, sino la conformación de aparatos contrarrevolucionarios de la burocracia y de la aristocracia obrera en el seno del proletariado, desde sindicatos y partidos hasta estados obreros dirigidos por contrarrevolucionarios.”
Y más adelante se sostiene:
“Como lo demuestra el rol del stalinismo en el caso de la revolución española, se desprende que la lucha por una conciencia revolucionaria de clase, significa la lucha a muerte política y física, contra los aparatos contrarrevolucionarios del movimiento obrero.
Por el contrario, la posición de la LIT, semiidealista, lleva de cabeza a la capitulación completa a los aparatos contrarrevolucionarios. Por empezar, ¿de dónde viene el monumental atraso en el nivel de conciencia de las masas rusas y del Este, sino de la existencia del aparato stalinista que las oprimió y reprimió, creando una conciencia hostil al socialismo? Por otra parte, llamemos a las cosas por su nombre: la definición negativa de atraso en la conciencia es, por la positiva, conciencia procapitalista. Y ésta, ¿de dónde proviene sino, de los aparatos contrarrevolucionarios como la socialdemocracia, las corrientes pequeñoburguesas y principalmente la propia burocracia que, con Gorbachov desde el aparato del estado, envenenaron la conciencia de las masas sembrándolas de ilusiones en las reformas capitalistas?”
Esta concepción que Albamonte defendía en 1993 contra el morenismo (y a la que habría que agregarle, como conformadoras de la conciencia, la pérdida de conquistas como la reunificación alemana sobre bases capitalistas y el avance del proceso de restauración en el Este, a causa de la traición de las direcciones), y con la que hoy rompe a velas desplegadas, está en pleno acuerdo con lo que desde la FPT escribíamos en el Boletín de Informaciones Obreras Internacionales Nº1:
“Desde la FPT seguimos sosteniendo que la clave de nuestra época, en las puertas del siglo XXI, sigue siendo la crisis de dirección revolucionaria, como proclama el Programa de Transición. La ‘crisis de subjetividad proletaria’ en un momento dado, al revés de lo que dice la fracción derechista, no es más que el subproducto de esa crisis de dirección, es decir de las derrotas (tanto recientes como las acumuladas históricamente) que las direcciones contrarrevolucionarias le impusieron a las masas, y de las traiciones del centrismo que se adaptó a esas direcciones. La clave de la “continuidad” del marxismo revolucionario está dada por la lucha por resolver la crisis de dirección, o sea reconstruir la IV Internacional, y no como dice la fracción derechista, por la lucha por ‘la independencia de clase en sentido amplio’.” (“La refundación centrista del PTS”, BIOI Nº1)
Emilio Albamonte y su fracción no dejan piedra sobre piedra de la tesis central del Programa de Transición, de la fundación de la IV Internacional y de la escuela de estrategia revolucionaria que fue la III Internacional bajo Lenin y Trotsky. Pero lo hacen vergonzantemente, sin decir que están metiendo el veneno centrista y poumista y por ende menchevique. Al menos, renegados del trotskismo, como Nora Ciapponi, rompen con éste y no lo ocultan. Se hacen poumistas y dicen claramente que Trotsky se equivocó. “¡Viva el POUM!”, proclaman. Pero los dirigentes de nuestro “centro teórico” no tienen tanta valentía como Nora Ciapponi. Son el tipo de centrista cobarde políticamente, que se oculta detrás de las banderas del trotskismo para hacer sus tropelías. Por eso no podemos menos que decir: ¡fuera del trotskismo las manos de los renegados! ¡Sáquense la careta! ¡Vayan al tarro maloliente del centrismo poumista!•
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