Julio de 1999
Una polémica con el PTS sobre la clase obrera
Aprendices de reformistas
por Ana Negri
Tras ser anunciado durante meses, se publicó en Estrategia Internacional Nº 11/12 un supuesto “profundo estudio” de la clase obrera: veinte páginas tamaño tabloide en cuerpo pequeño. Podría esperarse, tras tanto escribir, que se mostrara algún avance o aporte. Pero en cambio nos encontramos ante un retroceso en toda la línea de todo lo que el PTS venía elaborando sobre la clase obrera.
Primero se enfrascan en una polémica contra los que preconizan la decadencia y pérdida de “centralidad” de la clase obrera y la “crisis del trabajo”. Pero a esta posición, sostenida por intelectuales al servicio de la burguesía, se limitan a oponerle tan sólo el argumento “sociológico”, menchevique, que la clase obrera sigue siendo fuerte por su número y por su concentración, es decir que no lo hacen desde el punto de vista del rol en la producción, de cómo actúan sus distintas capas y sectores, de las influencias de las otras clases, ni de su organización y de las direcciones que tiene.
Por el contrario, nos presentan la “teoría” de que en épocas de crisis, por la ofensiva capitalista, desaparecerían las divisiones en las filas de la clase obrera y, para reforzar esto, que la aristocracia obrera es un fenómeno “pasajero”. Por eso, levantan un programa como si estuviéramos en una época reformista del proletariado internacional, como en el siglo pasado, pretendiéndole hacer jugar a la consigna de “reparto de las horas de trabajo” el mismo papel que la lucha por la jornada de ocho horas, tras la cual, haciendo desaparecer las diferencias, las clases obreras de distintos países, sean estos imperialistas o semicoloniales, es decir opresores u oprimidos, y de distintas capas -sectores privilegiados, aristocracia obrera y capas más explotadas-, se “unirán”. “No hay crisis del trabajo sino crisis del capitalismo”, proclaman, pero, como veremos, para decir a continuación: “¡reformémoslo!”.
De esta manera, aunque se la pasan repitiendo que estamos en una época de “guerras, crisis y revoluciones”, no nos hablan de la unidad de la clase obrera desde la teoría y el programa de la revolución. Su “teoría”, en cambio, lleva a una versión del “partido único de la clase obrera”, acompañado de un programa, a tono con todos los centristas, desde la visión de las capas altas de la clase obrera de los países imperialistas y europea en particular, de “unidad” de la clase obrera mediante la subordinación a las direcciones burocráticas y reformistas,
Por tal razón, el “profundo estudio”, al estar hecho por fuera de las traiciones que estas direcciones le provocan a la clase obrera, derrotando, desviando, y expropiando sus luchas, es decir, sin tener en cuenta la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, sin partir de la ley de que en esta época para luchar por lo más mínimo hay que luchar por todo y que cualquier conquista en el marco del capitalismo es el subproducto de una lucha revolucionaria, nos habla de la “unidad” de la clase obrera con la vulgaridad de mencheviques: sin mencionar la acción directa, los comités de fábrica, los piquetes, las milicias obreras y cualquier forma de organización de tipo soviético, ni nos habla de la insurrección y la dictadura del proletariado. Por el contrario, esta “unidad” se la conquistaría dentro de la democracia burguesa, sin que la burguesía apele a métodos fascistas, “unidad” para luchar por la cual sólo bastan grandes campañas propagandísticas, y “miles en las calles” para presionar a los parlamentos por una ley.
El resultado es que nos quieren hacer pasar gato por liebre: a la IV Internacional y al bolchevismo como si fueran la II Internacional y el menchevismo. Nada nuevo, sino una repetición de las tesis sobre el movimiento obrero con las que una camarilla menchevique que refleja al movimiento estudiantil y a los semi-intelectuales académicos refundó al PTS como un grupo centrista y oportunista más. El “dossier” sobre la clase obrera es una basura que ni siquiera ellos defienden, cuestión expresada en que vergonzantemente han prácticamente retirado de circulación esta edición de Estrategia Internacional.
Una razón suficiente para tirar este “estudio” a la basura:
¡No se habla de la clase obrera de los ex-estados obreros!
Antes de entrar a polemizar con la chapucería reformista de este “dossier”, es necesario resaltar un hecho que es demostrativo del tipo de “estudios profundos” de estos “intelectuales”. A lo largo de 20 páginas tamaño tabloide, equivalente a una edición completa de Página 12, créase o no, no se menciona ni una sola vez a la clase obrera de los ex estados obreros, precisamente el ejemplo más extraordinario de concentración y fortalecimiento numérico de la clase obrera a lo largo del siglo.
Concentraciones como las que las bombas de la OTAN destruyeron en Pancevo, Yugoslavia, de 40 mil obreros, son cosa común en Rusia y en toda Europa del Este. De ser una clase ultraminoritaria en todos esos países, o casi inexistente como en China, la clase obrera pasó a ser, revolución obrera y socialista triunfante y expropiación de la burguesía mediante, cuando no la clase mayoritaria, una clase medida país por país en decenas y centenares de millones de miembros, ultraconcentrada en grandes complejos productivos industriales. Estos fenomenales batallones de la clase obrera fueron creados por grandes triunfos revolucionarios y es la contrarrevolución la que los socava. Ya sea descargando una brutal crisis económica como en Rusia, dirigida a doblegar a su clase obrera, ya sea con miles de bombas como en Serbia. Bombas cuyos blancos no se determinaban, lamentablemente, por los “estudios profundos” de Estrategia Internacional que no los mencionan, sino por el certero instinto de clase capitalista que sabe que tiene que quebrarle el espinazo a estos grandes batallones de la clase obrera.
Semejante olvido (¿?) es motivo suficiente para arrojar este “dossier” directamente a la basura sin siquiera molestarse en discutir sus conclusiones. Porque, ¿cómo puede alguien en su sano juicio hablar del aumento numérico de la clase obrera y de su concentración, dejando de lado precisamente a los países (un tercio de la humanidad) donde la expropiación de la burguesía permitió la creación de clases obreras poderosísimas, tanto por lo numérico como por su concentración, como la rusa y la china? ¡Es como hablar de la lluvia sin mencionar el agua! Realmente estamos ante algo merecedor de figurar en el “Créase o no” de Ripley.
Pero, precisamente, de lo que no se habla a lo largo de todo el “dossier”, como lo llaman, es de la relación entre las conquistas de la clase obrera y la revolución. Hablar, por lo tanto, de los ex estados obreros obligaría a hablar de ésta última, que es lo que estos émulos de Kautsky no hacen.
Mediante este pase de magia, que consiste en disolver a la clase obrera de los hoy ex estados obreros en liquidación, en la clase obrera internacional, lo que se esconde es la negativa de estos “intelectuales” a defender lo que esas conquistas representaron, y la liquidación de la tarea del proletariado mundial de restaurar la dictadura del proletariado en esos países. Como cacatúas, no son más que repetidores de lo que dice la burocracia sindical y la aristocracia obrera de los países imperialistas, y los intelectuales académicos.
La Tercera Internacional, Lenin y Trotsky, contra lo que afirma la camarilla menchevique
El “dossier” parte de la siguiente tesis: el que ante la crisis y la ofensiva capitalistas, la división en diferentes capas de la clase obrera tienden a desaparecer, lo que llaman la “homogeneización estructural” de la clase obrera, vía la nivelación “hacia abajo”:
“...el avance de la ofensiva burguesa, como consecuencia del agravamiento de la crisis de acumulación capitalista, al implicar un ataque cada vez más despiadado y una mayor pérdida de sus condiciones de vida para el conjunto de la clase obrera, y no sólo para los sectores más explotados, sino también para sus capas más privilegiadas: la aristocracia obrera, tiende a nivelar hacia abajo la situación de la mayor parte del proletariado.
Esto tiene enormes consecuencias sociales y políticas sobre la composición de la clase obrera. La liquidación de un amplio porcentaje de trabajadores calificados y su caída hacia los niveles de los sectores más oprimidos de la clase, significa un cambio en la composición de las fuerzas internas dentro de la clase obrera…
Aunque los efectos de la crisis y la enorme desocupación, como hemos señalado, puedan potenciar hoy las divisiones de la clase, debilitando en lo inmediato su capacidad de lucha, el fenómeno de la creciente homogeneización estructural, inducida por la propia ofensiva capitalista, plantea que las condiciones objetivas para la unidad de la clase obrera son hoy mucho más fuertes que en los años del boom, cuando el capital podía mantener la cooptación de una porción significativa de la clase obrera, sobre todo de los países centrales, y de esta manera garantizar la ‘paz social’” (Estrategia Internacional Nº 11/12, negritas nuestras).
Para reforzar esta tesis, la acompañan de esta otra: que, como una muestra más de la “nivelación hacia abajo”, la aristocracia obrera sería un fenómeno “pasajero”. Para eso se valen de tergiversar citas de Lenin.
Cuando llega el turno de presentar el programa, los “estudiosos” de la clase obrera nos dicen:
“...se trata de levantar un programa transicional, partiendo de medidas mínimas tales como la lucha contra los despidos, un seguro de desempleo inmediato para todos los trabajadores en paro forzoso y otras, articuladas con medidas transicionales como el reparto de las horas de trabajo como el comienzo de un programa del proletariado si éste no quiere cargar el enorme peso de la crisis.
Este programa se plantea como el punto de partida para lograr el frente único de las masas proletarias frente a la ofensiva capitalista, contra la política de dividir las filas obreras, avalada por las direcciones oficiales del movimiento obrero.
En este marco, la consigna de abolición del secreto comercial y el control obrero de la producción juegan un papel clave...” (Estrategia Internacional Nº 11/12, negritas en el original).
Lamentablemente, el “punto de partida” es, a la vez, punto final, porque no puede encontrarse a lo largo de este “dossier” ninguna consigna para la acción directa de la clase obrera; como ya dijimos no se habla de comités de fábrica, ni de piquetes de huelga, ni de milicias obreras, ni de nada que tenga que ver con la autoorganización de los trabajadores, con lo que la “unidad” se plantea dentro de la democracia burguesa, con una burguesía que jamás apelará al fascismo, y separada de un programa para la conquista del poder, es decir, desligado de la dictadura del proletariado.
La falsa “teoría” menchevique de un proletariado cada vez más “homogéneo estructuralmente”
Los autores del “dossier”, con su nueva tesis de la “homogeneización estructural” ni siquiera se dan cuenta que están cometiendo un serio error teórico: el de confundir el aumento de la pauperización de la clase obrera, es decir, el aumento de la miseria producto de la crisis (lo que ellos llaman “nivelar hacia abajo la situación de la mayor parte del proletariado” y “una mayor pérdida de sus condiciones de vida para el conjunto de la clase obrera”), con la desaparición de la división en las filas de la clase obrera, que son dos cosas completamente distintas. Nuestros “seudomarxistas”, tomando la categoría de “aumento de la pobreza”, la usan para hacer desaparecer el concepto marxista de la clase obrera y sus distintos sectores.
¿Puede verdaderamente hablarse de “homogeneización estructural” de la clase obrera cuando ésta se ve sometida a un proceso de descomposición de sus filas por la ofensiva capitalista, como es la desocupación crónica, el crecimiento del trabajo por contrato o directamente “en negro”? Por el contrario, la ofensiva de los capitalistas sobre el nivel de vida y las condiciones de trabajo y salarios de la clase obrera cuando hay crisis no “homogeneizan estructuralmente” a la clase obrera, sino que, aunque hagan retroceder a sus capas más privilegiadas, la sumen en una mayor descomposición y división de sus filas. Aparecen nuevas capas y sectores, fundamentalmente la de los desocupados que, de temporaria, se hace crónica y abarca a millones de trabajadores. Aún en EEUU, donde los porcentajes de desocupación son bajos, la ofensiva capitalista hace estragos dividiendo las filas de la clase obrera.
Reparemos en el pasaje del “dossier” que citamos más arriba: en él se sostiene que la división de la clase obrera producto de la desocupación sólo debilita “en lo inmediato su capacidad de lucha”, pero que en lo mediato -o sea a la larga-, a medida que transcurra el tiempo y la crisis se profundice, todo tiende a igualarse y la unidad de la clase obrera es más fácil y, por lo tanto, su “capacidad de lucha” es mayor. O sea que la crisis, la miseria y los padecimientos de las masas, por ahora, dificultan, pero a la larga, benefician.
Trotsky, sin embargo, sostiene una ley, una dinámica, opuesta a ésta. En ¿Adónde va Francia?, polemizando contra el “fatalismo optimista” socialdemócrata que el stalinismo copiaba, dice:
“La idea de que, en el camino hacia la crisis futura, el proletariado se hará infaliblemente más poderoso que ahora, es radicalmente falsa. Con la inevitable putrefacción ulterior del capitalismo, el proletariado no crecerá ni se hará más fuerte, sino que se descompondrá, haciendo cada vez mayor el ejército de desocupados y lumpenproletarios; entretanto, la pequeña burguesía se desclasará y caerá en la desesperación. La pérdida de tiempo abre una perspectiva para el fascismo y no para la revolución proletaria.” (Negritas nuestras).
Por si esto no alcanzara, en otro de sus grandes trabajos, relativo a Alemania, sostiene en el mismo sentido:
“La crisis persistente del capitalismo traza en el seno del proletariado la línea de separación más dolorosa y más peligrosa: la que lo divide en obreros ocupados y obreros en paro forzoso. El hecho de que sean los reformistas los que dominen en las obras y los comunistas entre los obreros parados paraliza las dos partes del proletariado. Los obreros que trabajan pueden esperar más tiempo, mientras que los parados son más impacientes. Actualmente, su impaciencia tiene un carácter revolucionario. Pero si el Partido Comunista no sabe encontrar la forma y las consignas de lucha que puedan unir a los obreros que trabajan con los sin trabajo y abrir la posibilidad de la salida revolucionaria, la impaciencia de los sin trabajo se dirigirá inevitablemente contra el Partido Comunista.” (Alemania, la revolución y el fascismo, negritas nuestras).
Siguiendo con el mismo pasaje de Trotsky, para el caso de Alemania en los ‘30, éste nos muestra como el proletariado está sometido a la influencia desde arriba, por las capas más altas, y desde abajo, por las capas más bajas, a la influencia de las otras clases:
“Los obreros no están en modo alguno garantizados de una vez y para siempre contra la influencia de los fascistas. El proletariado y la pequeñoburguesía son como vasos comunicantes, principalmente en las condiciones actuales en que el ejército de reserva de los obreros puede estar integrado por pequeños comerciantes, mozos de cuerda, etc. y la pequeñoburguesía, por proletarios y lumpenproletarios.
Los empleados, el personal técnico y administrativos, determinados sectores de los funcionarios constituían en el pasado uno de los apoyos importantes de la socialdemocracia. En la actualidad, estos elementos se han pasado, o se pasan, a los nacionalsocialistas. Pueden arrastrar tras sí, si no lo han hecho ya, a la capa aristocrática obrera. En este sentido, el nacionalsocialismo invade al proletariado ‘desde arriba’.
Mucho más peligroso es, sin embargo, su posible invasión ‘desde abajo’, por medio de los obreros en paro forzoso. No hay ninguna clase que pueda vivir mucho tiempo sin perspectivas ni esperanzas. Los obreros sin trabajo no constituyen una clase; pero son una capa social que, por demasiado compacta y firme, tiende vanamente a salir de una situación insoportable. En términos generales, es cierto que sólo la revolución proletaria puede salvar a Alemania de la descomposición y la ruina; pero es cierto, ante todo, en lo que concierne a los millones de obreros en paro forzoso.” (Alemania, la revolución y el fascismo, negritas nuestras).
Hablan los mencheviques de Estrategia Internacional: ante la crisis y la ofensiva capitalista, “las condiciones objetivas para la unidad de la clase obrera son hoy mucho más fuertes que en los años del boom”; en lo inmediato es una traba, pero a la larga, no, sino que mejora su “capacidad de lucha”.
Habla Trotsky, el revolucionario bolchevique: si la crisis dura mucho tiempo, el fascismo “invade” a la clase obrera desde arriba, por la aristocracia obrera, y desde abajo, por los desocupados. La pequeña burguesía y la clase obrera son “vasos comunicantes”, la una influye a la otra. Los desocupados no pueden esperar, su impaciencia es revolucionaria pero... “no hay ninguna clase que pueda vivir mucho tiempo sin perspectivas ni esperanzas”.
El lector acordará con nosotros que si una polémica contra chantas autodenominados “intelectuales orgánicos de la clase obrera”, como los autores y mentores del “dossier”, pudiera definirse con el sólo expediente de oponerle citas de Trotsky, ésta ya estaría terminada sin derecho a apelación. Pero en realidad, la cuestión recién empieza. Porque si adoptáramos el expediente de abandonarla en este punto, no podríamos alcanzar el verdadero objetivo de por qué gastamos nuestro tiempo en contestar las incoherencias que estamos obligados a leer: este objetivo es el de despejar hasta el final las telarañas y veneno mencheviques con que estos “intelectuales” pudren la cabeza de honestos jóvenes militantes que intentan acercarse a la revolución. Dispongámonos, entonces, a esta tarea higiénica.
Una tesis populista vulgar, de intelectuales sin ningún contacto ni conocimiento de la clase obrera
La falsa ley de los autores del “dossier”, de que el aumento de la crisis económica, el paro forzoso y el ataque de los capitalistas a las condiciones de vida del proletariado, fortalecen a la larga su capacidad de unirse y luchar contra el capital, no es una novedad nunca antes escuchada. Es sólo la repetición, con un ropaje algo distinto, de la misma tesis vulgar, no marxista, de los populistas, como por ejemplo las corrientes guerrilleras, para los cuales, a más miseria y más sufrimiento, entonces, más luchan las masas y más cerca está la revolución. Según esta concepción, las masas entran en lucha sólo cuando la situación se les hace insoportable. Sólo imbéciles pueden repetirla. ¡Y pensar que al comienzo de la lucha fraccional, nos decían populistas a nosotros!
Hay otra tesis, también vulgar, no marxista, opuesta a ésta, sostenida por otra categoría de imbéciles. Es la concepción de los economicistas, según la cual en las crisis no se puede pelear, y que las masas sólo luchan por objetivos económicos. Por lo tanto, hay que esperar a los períodos en que el capitalismo está, no en crisis, sino en ascenso.
El marxismo rechaza ambas posiciones. En realidad no se dan ninguna de las dos “leyes” de los imbéciles, sino las dos combinadas. En primer lugar, es cierto que la crisis y la ofensiva de los capitalistas atacan a todos, incluso a los sectores más privilegiados de la clase obrera y tiende a achatar hacia abajo, pudiendo hacer desaparecer a capas enteras superiores de la clase obrera como en una guerra, en un “crac” o bajo el fascismo. Pero para que haya una respuesta unitaria no es necesario esperar a que este fenómeno se desarrolle hasta su límite teórico, que por otro lado es inalcanzable salvo que triunfe el fascismo a escala mundial y provoque un nuevo grado de esclavitud. Basta, como dice Lenin, para el comienzo de la revolución, que junto a que “los de arriba no puedan” gobernar como hasta ese momento, que “los de abajo no quieran” soportar más su situación, y que todas sus capas, las más privilegiadas y las más explotadas, a pesar de las diferencias, se unan en esa respuesta.
Producto de grandes catástrofes, las masas pueden entrar en grandes luchas unitarias, sin necesidad de estar “homogeneizadas estructuralmente”. Los padecimientos inauditos que les provoca la crisis, un ataque de los capitalistas, o ambas cosas combinadas, pueden hacer que los distintos sectores y capas que componen la clase obrera sientan la necesidad de unirse contra el ataque del capital para mejor defenderse. Así, hay revoluciones que estallan después de grandes crisis y catástrofes económicas, guerras, etc. Tan sólo para dar algunos ejemplos, este es el caso de la revolución de febrero del ‘17, de las grandes revoluciones como en España y en Francia en los ’30, de la reciente huelga general política de Ecuador, de Indonesia luego del “crac” de su economía. Esta es la ley que ha predominado a lo largo del siglo, confirmando que estamos ante una época de “guerras, crisis y revoluciones”.
Pero hay otra posibilidad. Una irrupción de conjunto de la clase trabajadora, también puede darse en condiciones distintas, no de crisis abierta, sino cuando al final de un ciclo de auge y crecimiento económico, a causa de sus ilusiones reformistas reforzadas por este ciclo, ante los primeros ataque burgueses, las masas salen a la lucha esperando defender y mejorar sus posiciones ganadas. El choque con una clase capitalista que está decidida, apenas ve decaer sus negocios, a pasarle la factura a los obreros, barre esas ilusiones y empuja a transformar a estas luchas económicas en luchas políticas abiertas. Este es el ejemplo de la revolución de 1905 en Rusia, o más cercano, el auge proletario comenzado en Francia en el 68 y que se extendió a toda Europa y que se expresó también con el “Cordobazo” en la Argentina, entre otros países semicoloniales.
En ninguno de los dos casos se da la supuesta “teoría de la nivelación hacia abajo”. Sea cual fuere la génesis y la estructura del comienzo del proceso revolucionario, en ambos la clave es que se necesita un partido revolucionario al frente, lo que ni la tesis populista ni la economicista tienen en cuenta. Ambas comparten una visión espontaneísta, según la cual la clase obrera no sólo es capaz, en base a su combatividad y espontaneidad, de lograr la unidad en sus acciones históricas independientes, sino que es capaz de mantener esa unidad hasta la revolución triunfante, sin una dirección revolucionaria. Se niega así que en la época de “guerras, crisis y revoluciones” el factor decisivo es la dirección revolucionaria. Como dice la III Internacional, en el pasaje que ya citamos relativo a Alemania en los ‘20, que todo peligra “si el Partido Comunista no sabe encontrar la forma y las consignas de lucha que puedan unir a los obreros que trabajan con los sin trabajo y abrir la posibilidad de la salida revolucionaria”.
Estamos ante una sobrevaloración de la espontaneidad, típica de los economistas, contra los que Lenin combatía en el ¿Qué hacer?, y una subvaloración del rol consciente y perspicaz de las direcciones contrarrevolucionarias y de los estados mayores de las clases enemigas. Una clásica teoría menchevique a la que podrían adherir Kautsky o Martov.
Ninguna de las dos tesis vulgares, la populista y la economicista, por ser mecánicas, metafísicas, comprende qué significa una “época de guerra, crisis y revoluciones”: que en cualquiera de los dos casos, ya sea por luchas abiertamente políticas en las crisis mismas, o por oleadas huelguísticas al fin de un ciclo de crecimiento que se transforman en lucha políticas, vale la misma ley de la época: que para conseguir alguna reivindicación parcial, hay que luchar por todo. ¿Qué significa esto último? Ni más ni menos que lo que Trotsky sostiene en ¿Adónde va Francia?, que “en las condiciones actuales, para obligar a los capitalistas a hacer concesiones serias es necesario quebrar su voluntad; y no se puede llegar a esto más que mediante una ofensiva revolucionaria (...) La tesis marxista general: las reformas sociales no son más que subproductos de la lucha revolucionaria, en la época de la declinación capitalista tiene la importancia más candente e inmediata. Los capitalistas no pueden ceder algo a los obreros, más que cuando están amenazados por el peligro de perder todo”.
A decir verdad, los autores y mentores del “dossier” son una mezcla de las dos tesis vulgares. Por un lado, comparten con los populistas la estrategia, pero tan sólo eso, porque no es así con los ritmos. Es que la guerrilla veía en realidad toda una etapa de guerra revolucionaria prolongada. A diferencia de la ultraizquierda de los ‘60 y ’70, estos “populistas de la Tercera Vía”, ven una etapa de luchas bajo la legalidad burguesa, se arrodillan ante el régimen democrático burgués. Por otro, coinciden con los economicistas en que las masas luchan por causas económicas, mínimas, en donde las capas altas del proletariado imponen el ritmo y los objetivos de la lucha. Como vemos, todo populista es, en realidad, un economicista en las crisis, cuando éstas estallan.
La película del reformismo al revés
Nuestros “intelectuales”, aunque se llenen la boca a cada paso con la expresión “época de guerras, crisis y revoluciones”, en realidad ven la película del reformismo al revés: si éste sostenía que el proletariado se fortalecía evolutivamente a medida que obtenía más y más conquistas dentro de un capitalismo ascendente, nuestros “intelectuales” ven un proletariado cada vez más unido y con mayor “capacidad de lucha”, a medida que pierde conquistas porque la crisis del imperialismo avanza.
Pero si bien es cierto que las masas, ante los ataques del capital llegan a dar una respuesta unitaria, y a dar comienzo a revoluciones, esta no es la única ley que actúa. A la larga, si las masas no dan una salida revolucionaria, ocurre lo contrario a la ley de que hay mejores “condiciones objetivas para la unidad” y mayor “capacidad de lucha”: la unidad, la disposición a la lucha y las fuerzas de la clase obrera, se descomponen, y los capitalistas terminan por hacerle pagar la crisis a los explotados.
La acción de las leyes objetivas “económicas”, como esta que nos proponen, sólo puede verse a la larga, no en lo inmediato. Pero mientras el tiempo pasa, ¿Qué? Existen las otras clases que influyen, las direcciones, el estado burgués, que no dejan de actuar. En lo inmediato actúan los factores subjetivos, las direcciones contrarrevolucionarias, o las revolucionarias, la influencia de las otras clases distintas al proletariado, las enemigas y las que no lo son. “El proletariado y la pequeñoburguesía son como vasos comunicantes”, sostiene Trotsky.
El marxismo incorpora todos estos elementos, a los que hay que agregar el estado subjetivo del propio proletariado por el resultado de sus luchas recientes, si ha sufrido importantes derrotas en el período anterior, todo en su relación y en su dinámica. En cambio, para el pensamiento metafísico, lo negro es negro, y lo blanco es blanco, y lo demás, cosa de mandinga. Solo ven una clase obrera aislada, suprahistórica, relacionada tan sólo económicamente con la burguesía, cada vez más explotada y por lo tanto cada vez más unida, y con una “capacidad de lucha” en aumento, a la que hay que hacer revolucionaria, mientras el tiempo corre a su favor, con campañas propagandísticas de la consigna del “reparto de las horas de trabajo”.
La cita de Trotsky sobre Alemania es una muestra excelente del método opuesto al de estos “profesores”. Por más ley “objetiva” económica que pudiera actuar, en las situaciones de crisis y catástrofes, si no da una salida revolucionaria, la clase, rápidamente, se descompone por arriba y por abajo por la influencia de la burguesía y de la pequeña burguesía, de los desclasados y los lumpenproletarios. En esta situación, el tiempo cuenta: los desocupados no pueden esperar mucho. ¡“No hay ninguna clase que pueda vivir mucho tiempo sin perspectivas ni esperanzas”, señores populistas de gabinete!
La receta de estos “intelectuales” para los desocupados, en cambio, es la contraria. Les dicen: “¡Esperad, compañeros desocupados, que la crisis ya está igualando hacia abajo al proletariado. Cuando por imperio de las leyes objetivas, las diferencias entre Uds. y los trabajadores ocupados desaparezcan, habrá una lucha unitaria! ¡Esperad!”.
Lo que encierra tamaña “teoría” es la misma posición mesiánica de las capas altas, de los sectores privilegiados del proletariado europeo, para quienes el PTS, junto a la LRCI, levanta el programa de que vayan en auxilio de los desocupados, de los contratados, de los trabajadores en negro, bajo el lema de “organizar a los no organizados”.
¡Mientras tanto -decimos nosotros- sería bueno que empezaran a organizar para los desocupados, que tienen que esperar, cursos de fakires! y que no cobraran sus rentas durante un tiempo para empezar a escribir cosas más sensatas!
Nuestros “intelectuales” terminan formulando la misma ley que todos los centristas: que no hay crisis de dirección revolucionaria
Si es cierta la ley de que a medida que avanza la crisis, la única ley que actúa sin alteraciones es la de que todo se iguala para abajo, de que desaparecerían las divisiones en las filas del proletariado, desaparecerían por ende las bases materiales para la existencia de partidos distintos en lucha, revolucionarios, reformistas y centristas, en la clase obrera.
Por lo tanto nos encontramos ante una novedosa “teoría” de la que se deduce que la lucha contra las direcciones contrarrevolucionarias sólo tiene importancia cuando el capitalismo está en ascenso y no hay situación revolucionaria, pero que cuando empiezan las crisis y las condiciones objetivamente revolucionarias, esta lucha cada vez se da menos porque se tiende a la “homogeneización estructural” de la clase obrera. ¿Pero por qué diablos, entonces, la clase obrera ha tenido la “costumbre”, opuesta a esta “teoría”, de expresarse a lo largo de todo el siglo, con crisis o sin ella, en partidos distintos, contrarrevolucionarios, centristas y revolucionarios? ¡De un plumazo, nuestros “teóricos” han borrado al leninismo y junto con él a toda la historia del siglo XX!
Lo que hacen los autores del “dossier” con su ley mecánica de “nivelación hacia abajo”, es negar la ley de causalidad histórica en la época de decadencia imperialista: que lo determinante son los fenómenos políticos, ley que tan magistralmente Trotsky enunciara como que “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”. Lo que las masas hacen empujadas por la crisis y la ofensiva de los capitalistas, sus grandes acciones unitarias, auges proletarios, huelgas generales políticas, grandes acciones históricas independientes, las direcciones contrarrevolucionarias lo deshacen. Porque tampoco es cierto la primera parte de la ley de nuestros “intelectuales” de que sea la crisis la que principalmente actúe sobre la clase obrera “debilitando en lo inmediato su capacidad de lucha”. Lo fundamental son las direcciones contrarrevolucionarias y las burocracias sindicales que paralizan al proletariado al comienzo de la crisis, cuando ya no le han proporcionado duras derrotas antes, e impiden que éste dé una respuesta a la altura del ataque de los capitalistas.
Con esta tesis, lo que estamos es ante una nueva variante de la teoría, ya expresada en las más recientes ediciones anteriores de Estrategia Internacional, del “handicap” de las masas, según la cual, debido al atraso en la conciencia de las masas, el proceso es arduo y difícil hasta que estalla la crisis y empieza la revolución, pero luego de esto todo se hace fácil, porque las masas no encuentran oposición dada la crisis de las mediaciones abierta por la caída del stalinismo en el ‘89. Tienen un camino despejado sin aristocracia obrera ni burocracia sindical ni direcciones contrarrevolucionarias poderosas que hagan de “policía política”, es decir, sin crisis de dirección revolucionaria.
Pero hasta ahora esta “teoría” se apoyaba en la caída del stalinismo en el ‘89. En cambio, ahora, al pretender que con sus crisis el capitalismo liquidaría periódicamente a sus agentes en el movimiento obrero, esta “teoría” se ha transformado en una no sólo para el post ‘89 sino para todo el siglo, cuya historia habría que reescribir, entonces, para explicar por qué en la década del ‘30, por ejemplo, en plena crisis del capitalismo, cuando todo era supuestamente fácil por el achatamiento “hacia abajo”, y la unidad de la clase obrera no enfrentaba por lo tanto impedimentos, sin embargo el fascismo triunfó en Alemania y fueron traicionadas las revoluciones en Francia y en España.
Los ejemplos de Alemania e Inglaterra en los ’20, y del triunfo del fascismo en Alemania y del Frente Popular en Francia y España en los ‘30
Los autores del “dossier”, aunque para su perdición, nos dicen que la actual situación se parece a la de la década del ‘20 y del ‘30, porque “las condiciones estructurales de la lucha de clases tienden a asemejarse más al período de entreguerras”. Así, nos traen como confirmación de su “ley” de la “igualación hacia abajo”, el que “La decadencia del Imperialismo inglés luego de la Primera guerra Mundial, erosionando las bases materiales que permitían ‘sobornar’ a las capas superiores de la clase obrera, llevó a un gran ascenso que incluyó el movimiento de los shopstewards (delegados de fábrica) y más tarde a la huelga general de 1926”.
Sin embargo cuidadosamente se olvidan de contarnos el final de la historia: que el para entonces centrismo burocrático stalinista, apoyado en la degeneración del estado soviético, producto del aislamiento al que quedó sometido principalmente por la derrota de la revolución alemana, y en el retroceso del proletariado y la naciente diferenciación social de la URSS, utilizando todo su prestigio como usurpadores de la revolución de octubre, junto a la burocracia laborista de las “Trade Unions”, a su vez sostenida ésta en la debilitada pero para nada “pasajera” aristocracia obrera inglesa y los prejuicios reformistas de la clase obrera que genialmente describió Trotsky en ¿Adónde va Inglaterra?, con el “Pacto Anglo-Ruso” traicionaron la huelga general.
La falsa ley que nos proponen desde Estrategia Internacional no puede dar cuenta de ninguno de los hechos más importantes de la lucha de clases mundial a lo largo del siglo, porque para eso hay que tener en cuenta bastantes cosas más de la realidad y no solamente ver a una clase obrera aislada sujeta a las leyes ciegas de la crisis del capitalismo.
Desde la “teoría” de la “homogeneización producto de la crisis” es imposible contestar a la pregunta de por qué la revolución no triunfó en Alemania en 1918, cuando la guerra y la crisis habían igualado todo “hacia abajo”. Junto a la inmadurez del Partido Comunista, hay que contar la acción de la Socialdemocracia, que, como gobierno, logró eludir al servicio de la burguesía imperialista el peligro revolucionario y asegurar la estabilización posterior. En esto influyó, no la crisis económica, sino la poderosa conciencia reformista imbuida desde arriba por la socialdemocracia, conciencia perfectamente a tono con los intereses de la aristocracia obrera. Por supuesto que la crisis y el ataque de los capitalistas, como siempre sucede, unió en un primer momento a la clase obrera, pero la pregunta es ¿Por qué no triunfó la revolución?
La III Internacional responde:
“Por tanto, para el momento en que la crisis industrial y comercial de posguerra se establecía de forma abierta e inconfundible (luego de un año de prosperidad ficticia), el primer asalto elemental de la clase trabajadora sobre la sociedad burguesa ya estaba en su etapa final (se refiere principalmente a la revolución en Alemania en 1918. N. De R.). La burguesía pudo mantener sus posiciones por medio de maniobras y engaños, haciendo concesiones, y en parte apelando a la resistencia militar. El primer asalto proletario fue caótico, sin ninguna idea ni objetivo político definidos, sin ningún plan, sin ningún aparato dirigente. El curso y el resultado de este asalto inicial demostró a los trabajadores que cambiar su suerte y reconstruir la sociedad burguesa era una tarea mucho más complicada que lo que podrían haber pensado durante las primeras manifestaciones de la protesta de posguerra. Relativamente homogénea en los estadios más primitivos de su estado de ánimo revolucionario, las masas trabajadoras de allí en adelante comenzaron a perder muy rápidamente su homogeneidad, estableciéndose en su seno una diferenciación. El sector más dinámico de la clase trabajadora, y el que estaba menos abrumado por tradiciones partidarias, luego de aprender por experiencia propia la necesidad de claridad ideológica y de unidad organizativa, se aglutinó en el Partido Comunista. Luego de los fracasos, los elementos más conservadores o menos conscientes retrocedieron temporariamente de sus intenciones y métodos revolucionarios. La burocracia sindical sacó provecho de esta división para recuperar sus posiciones.” (La coyuntura económica y el movimiento obrero mundial, discurso de Trotsky ante el tercer congreso de la III Internacional, publicado en Pravda en diciembre de 1921, negritas nuestras).
La misma explicación cabe para otro proceso revolucionario del período: ¿Cómo pudo triunfar Mussolini, luego de los consejos obreros armados de Turín en 1921, sino por la traición de los reformistas? ¿Cómo pudieron traicionar los reformistas, con qué base social, si la clase obrera debía estar, según nuestros teóricos, “homogeneizada estructuralmente” por la crisis?
Alemania, por otra parte, fue entregada en las manos del nazismo en 1933, tras un período de cataclismo social y económico, por la profunda división en sus filas producto de la política de la socialdemocracia y el stalinismo. La primera, expresión de la aristocracia obrera alemana, y el stalinismo, aunque apoyado en Alemania en los sectores más explotados de la clase obrera, actuando como expresión de los intereses de la naciente aristocracia obrera de la URSS, se opusieron a la política de frente único, la unidad en la acción de los dos partidos contra el fascismo que preconizaban Trotsky y la Oposición de Izquierda para que con sus piquetes comunes y una milicia obrera reventaran y pusieran en retirada al fascismo en las calles. Ni siquiera en las elecciones de 1933 que le dieron el poder a Hitler se unieron: la socialdemocracia obtuvo 12 millones de votos, y el Partido Comunista ocho millones. Sumados hubieran sido más que Hitler, que vio así facilitado, luego de que la Socialdemocracia y el Partido Comunista traicionaran a la clase obrera sin luchar, un acceso “legal” al poder, mientras una importante capa de obreros votaba por el nazismo. ¡Una profunda división desde arriba, no una “nivelación hacia abajo”, mal que les pese a los autores del “dossier” que demuestran una ignorancia supina en la historia del siglo
Para otra desgracia de los autores del “dossier”, la década del ‘30 estuvo signada por la política del Frente Popular, la unidad de los partidos obreros reformistas con la sombra de la burguesía, política con la que el stalinismo y la socialdemocracia traicionaron y estrangularon la revolución en Francia, luego de la oleada de ocupaciones de fábrica del ‘36, y en España, llevando a la derrota en la guerra civil. Nuevamente, la burocracia stalinista, utilizando todo el prestigio que le daba el estar al frente de la URSS, ya asentada como casta contrarrevolucionaria apoyada en la aristocracia soviética, junto a la Socialdemocracia apoyada en la aristocracia obrera europea para quién la política de “derrotemos primero al fascismo y la revolución para después” expresaba genuinamente la defensa de sus intereses y privilegios por sobre los de toda la clase obrera, traicionaron estas dos revoluciones. En Francia, la base del frente Popular fueron el Partido Socialista y el Partido Radical. Sobre el primero, decía Trotsky: “no es un partido obrero, ni por su política, ni por su composición social. Es el partido de las nuevas capas medias (funcionarios, empleados, etc.), parcialmente de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera” (¿Adónde va Francia?), con lo que mal podría hablarse de una “nivelación hacia abajo”. Y mucho menos de un carácter “pasajero” de la aristocracia obrera que tendería a desaparecer en épocas de crisis como sostienen estos seudointelectuales falsificando la verdad histórica.
La década del ‘30 estuvo signada por otro fenómeno; el New Deal rooseveltiano en EEUU, que confirma, no la ley del carácter “pasajero”, sino la de que el capitalismo imperialista recrea permanentemente una capa privilegiada de la clase obrera. Por orientación de Trotsky, el SWP penetró profundamente en la clase obrera haciendo frentes con los llamados “progresivos”, corriente sindical impulsada por el Partido Demócrata, que enfrentaban al stalinismo en los sindicatos. Pero, producto de la resistencia a abandonar esta táctica, el SWP estuvo a un paso de su degeneración sobre la base de la nueva aristocracia obrera creada por el New Deal.
Precisamente, la década del ‘30, la que los “intelectuales” de Estrategia Internacional no proponen como un ejemplo de condiciones para la “homogeneización estructural” de la clase obrera, sobretodo en Francia y en España, estuvo cruzada por poderosos fenómenos políticos centristas (las corrientes que oscilan entre la revolución y la contrarrevolución), “el fenómeno más importante de nuestra época” según Trotsky, fenómeno que no mencionan ni una vez a lo largo de las veinte páginas del “dossier” (siguiendo la ley de que, según Trotsky, para los centristas, el centrismo no existe). Estas bruscas oscilaciones de la clase obrera se reflejaron no solo en el surgimiento de partidos como los agrupados en la Internacional “Dos y media”, sino en que, producto de la irrupción de destacamentos de masas que giraban a la izquierda en el seno de los partidos socialistas, como la SFIO en Francia, donde además su ala derecha era expulsada, estos partidos adquirían durante un corto período un carácter centrista, por lo que había que entrar en ellos para romper con el ala revolucionaria. O sea que la ley, al calor de la crisis que recorría al capitalismo en los ‘30, fue de mayor división y no menor. Esto no puede verse si se analizan las cosas, como hace el “dossier”, por fuera de la revolución y de la contrarrevolución, que provocan profunda oscilaciones a izquierda y derecha de la clase obrera.
Los aprendices de reformistas y la Revolución Rusa
Esta concepción de “unidad” de la clase obrera que defiende el “dossier” es, cuando menos, utópica - con todo lo reaccionario que es el utopismo en el siglo XX, lo que vimos cuando la intentamos aplicar al período que según ellos tiene puntos de semejanza con el actual. Y mucho más si intentamos aplicarla al curso de una revolución misma, cuando la realidad es que las direcciones contrarrevolucionarias despliegan todo su genio para ayudar a derrotar a la revolución.
Contra toda visión de la clase obrera aislada como la de nuestros “intelectuales”, el hecho de que la revolución de febrero entregara el poder a la burguesía, se explica por el enorme peso de los campesinos, que como una marea imbuían al proletariado al ser la mayoría de los soldados sublevados. Este ascenso de millones de campesinos pobres llevó en primer lugar para arriba a su partido, a los Socialistas Revolucionarios. Fue la pequeña burguesía la que dirigió al proletariado en los inicios de la revolución.
La guerra y los padecimientos de las masas, la “catástrofe que nos amenaza” según Lenin, efectivamente habían nivelado “hacia abajo” a la clase obrera. Pero los bolcheviques no obtuvieron la mayoría en los Soviets sino a fines de agosto, hasta poco más de un mes antes de la toma del poder, mientras que desde febrero estos soviets eran mayoritariamente mencheviques, conciliadores.
Trotsky, demostrando cuán alejado estaba de analizar la situación del proletariado desde el punto de vista de la “ley” de la “igualación hacia abajo”, escribió:
“En 1917, a pesar de la política justa del partido bolchevique y del desarrollo rápido de la revolución, las capas del proletariado menos favorecidas y más impacientes, hasta en el mismo Petrogrado, comenzaron entre septiembre y octubre a volver la espalda a los bolcheviques para acercarse a los sindicalistas y a los anarquistas. Si la Revolución de Octubre no hubiese estallado a tiempo, la desmoralización del proletariado, hubiera adquirido un carácter agudo y hubiera conducido a la descomposición de la Revolución. En Alemania no hay cuestión con los anarquistas; pueden ser reemplazados por los nacionalsocialistas, que unen la demagogia anarquista con fines conscientemente reaccionarios” (Alemania, la revolución y el fascismo, negritas nuestras).
Igual que Alemania e Italia del período posterior a la guerra, aunque triunfante, la Revolución Rusa, no fue un ejemplo de “unidad” de la clase obrera en el sentido pacífico y evolutivo en que lo pregonan nuestros “intelectuales” que no han perdido lamentablemente el tiempo en estudiarla, sino que, a pesar de la unidad lograda por las masas en la Revolución de Febrero y la conquista de los soviets como órganos del frente único, estuvo caracterizada por las luchas entre partidos que en última instancia, reflejaban a capas y sectores distintos de la clase obrera y a la influencia de clases no proletarias o directamente enemigas, al punto que los ferroviarios, una sección importante de la clase obrera rusa, obreros privilegiados, que respondían a los Mencheviques, desconocieron al poder de los Soviets una vez ya establecido después de Octubre del ‘17. Tan sólo el firme poder de estos y los “guardias rojos” armados, los destacamentos más decididos de la revolución, y la firme dirección bolchevique de Lenin y Trotsky, permitieron conservar el poder.
Sólo la dirección firme de un partido bolchevique insurreccionalista, basado en la organización soviética, pudo lograr que los sectores más revolucionarios y más explotados de la clase obrera impusieran su “impronta” en Octubre del ‘17 (mal que le pese esto último a Emilio Albamonte, enemigo declarado de esta perspectiva), que salgan triunfantes de la inevitable lucha de partidos interna al movimiento obrero. El partido leninista sólo puede ser el partido de lo más consciente de la clase obrera, tiene límites precisos, y expresa los intereses de los sectores más explotados contra los de la aristocracia obrera y sectores más conservadores de aquélla, ¡El partido leninista es la pluma que, en octubre de 1917, define la situación a favor de la revolución, nunca la expresión de la unidad de una clase obrera “homogénea estructuralmente”! ¡La concepción a la que lleva el “dossier”, en cambio, es socialdemócrata, evolutiva, hasta la médula!
La “teoría” de la camarilla menchevique, rompe con la teoría leninista del partido bolchevique,
o sea insurreccionalista, para la toma del poder
Como vimos, lo que se deduce de esta “teoría” es que si, en la medida en que avanza la crisis y las condiciones objetivamente revolucionarias, todo se nivela “hacia abajo”, desaparecen las fronteras entre revolucionarios y reformistas. A lo que marchamos, entonces, es hacia el partido único de la clase obrera, hacia la II Internacional, no por obra y gracia de una época reformista sino debido a la de “guerras, crisis y revoluciones”.
Sólo falta entonces, como propone el “dossier” en su parte programática, levantar el reparto de las horas de trabajo, para organizar a los desocupados en los sindicatos, sin comités de fábrica, sin piquetes, sin milicias obreras, sin dirección revolucionaria en los sindicatos, sin soviets sino para un futuro, es decir sin acciones revolucionarias de las masas que cuestionen el poder de la burguesía, y sin luchar contra las direcciones contrarrevolucionarias que tenderían a desaparecer y apostando a la crisis que juega a favor del proletariado. Lo que nos proponen es una campaña de propaganda, hasta convencer a todos los trabajadores y que así superen la “crisis de subjetividad”. O sea, volver a la II Internacional de fines del siglo pasado. Es lo mismo que en Alemania de los ‘20, la III Internacional hubiera levantado el Frente Único... sin llamados a la acción directa y sin lucha contra la Socialdemocracia. O que en Francia del ‘36, Trotsky levantara la política de “comités de acción”, no precisamente para organizar la acción revolucionaria y el armamento de las masas, contra la política del Partido Socialista y del Comunista, sino para hacer propaganda de “izquierda” dentro del Frente Popular.
Efectivamente, la concepción de partido en la que se cae no es la leninista, que parte de las condiciones de la época, del enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, sino de la acción de las leyes económicas, en una cadena causal que podríamos describir así: crisis-empobrecimiento general-homogeneización estructural-condiciones objetivas para la unidad. Entonces, elevamos el nivel de conciencia con la propaganda de una consigna, para lo que hace falta, no un partido bolchevique insurreccionalista, y no digamos la IV, sino volver a la II Internacional.
Una “unidad” de la clase obrera sin acción directa, piquetes, comités de fábricas, ni soviets.
Es decir, una vuelta a la Segunda Internacional para terminar siendo los encubridores de los alcahuetes de la patronal
Donde se termina viendo al servicio de qué política están las “teorías” que estamos combatiendo, es cuando pasamos a examinar el programa que nos presentan.
Porque lo que nuestros “intelectuales” tienen en mente, es que la unidad de la clase obrera debe darse sin programa revolucionario, al margen de la estrategia soviética y de la lucha por una dirección revolucionaria de los sindicatos, es decir por fuera de la lucha contra las direcciones Aprendices de reformistas contrarrevolucionarias apoyadas en la aristocracia obrera, o sea sin la necesaria guerra civil al interior del propio proletariado (guerra civil cuya expresión más alta es la propia revolución política en lo que fueron los estados obreros burocratizados). Una unidad sin lucha por la dictadura del proletariado, de manera evolutiva y pacífica bajo el imperio del capitalismo, alrededor de la subordinación de las capas más explotadas a las direcciones burocráticas en los sindicatos estatizados, sin situación revolucionaria.
Junto con confundir pauperización de la clase obrera con “homogeneización estructural”, los seudointelectuales reemplazan con un proceso objetivo de “nivelación hacia abajo” lo que en realidad sucede: la pérdida de las ilusiones reformistas de las masas producto de la crisis. Cuando hay crisis, según ellos, todo se iguala. Por ende, sólo basta desarrollar la unidad con un programa mínimo y sindical. Para el marxismo revolucionario, en cambio, lo fundamental es que, junto al aumento de los padecimientos inauditos de todos los sectores de la clase obrera, la crisis, mientras que las empuja por el camino de la lucha, produce la pérdida de las ilusiones reformistas que separan a las masas del camino de la revolución.
Así, sostiene la III Internacional en su cuarto congreso:
“...Las ilusiones democráticas y reformistas, que después de la guerra imperialista, habían recobrado terreno dentro de una categoría de obreros privilegiados, al igual que entre los obreros más atrasados desde el punto de vista político, se disipan aún antes de haber podido extenderse...
...Por otra parte, la ofensiva capitalista ha suscitado en las masas obreras una tendencia espontánea a la unidad, que nada podría contener y que va de la mano con el aumento de la confianza por parte del proletariado, de la que se benefician los comunistas...
...La fe en el reformismo está casi extinguida. En la situación actual del movimiento obrero, toda acción seria, inclusive si esta tiene su punto de partida en reivindicaciones parciales, llevara fatalmente a las masas a plantear las cuestiones fundamentales de la revolución.”
(Tesis sobre la unidad del frente proletario, Cuarto Congreso, noviembre de 1922, negritas nuestras).
Observemos, que la III Internacional, no habla para nada de “homogeneización estructural” ni de “nivelación hacia abajo” en un largo período de tiempo, como hacen los autores del “dossier”, sino de pérdida o disipación de “las ilusiones democráticas y reformistas”. La táctica del Frente Único de la III Internacional, a la que pertenecen estas líneas, tenía el objetivo de disputarle las masas a las direcciones contrarrevolucionarias, para que el PC pudiera ganar la dirección y poner rápidamente a los trabajadores a tono con la tarea de tomar el poder. Era una táctica a aplicar por un corto período de tiempo, para derrotar a la socialdemocracia, antes de que la crisis estallara.
Para los autores del “dossier”, en cambio, ante la ofensiva de los capitalistas, desaparecen las divisiones de la clase obrera, por lo tanto desaparece junto con ella la lucha contra las direcciones contrarrevolucionarias. Por eso repiten como cacatúas de Sweney y de la burocracia del IG Metall, que se encargaron de liquidar la oleada proletaria del ‘95, su “organizar a los no organizados”, porque no hay ninguna dirección contrarrevolucionaria que enfrentar ni tirar, porque éstas se extinguirían al compás de la crisis. ¡Cuando para la III Internacional, las ilusiones se “disipan”, ellos, las refuerzan!
Para el marxismo revolucionario, por el contrario, la crisis es el momento en que “las ilusiones democráticas y reformistas... se disipan” y en que las capas más explotadas y menos experimentadas son cruzadas por la inquietud y despiertan a una vida más activa. Por lo tanto ese es el momento en que las direcciones contrarrevolucionarias, apoyadas en la “ínfima minoría” que constituye la aristocracia obrera, pueden ser vencidas.
¡Esto es lo que no se dice nunca a lo largo de las veinte páginas del “dossier”! Entonces, si el olvido (¿?) de las clases obreras de Rusia, Europa del este y de China, es digno de un libro de récords, ¿A dónde hacer figurar el que se escriban veinte páginas tamaño diario para hablar de la situación actual de la clase obrera, de la desocupación como problema central y de su “unidad”, (declamando a cada rato ritualmente que estamos en “una época de guerras, crisis y revoluciones”) sin mencionar ni una sola vez las palabras “acción directa”, “piquetes”, “comités de huelga”, “consejos de fábrica”, “milicias obreras”, y ni digamos “soviets”, sin decir, como la III Internacional, que se plantearán “las cuestiones fundamentales de la revolución?
Les sacan todo su filo revolucionario a las consignas transicionales, como el “reparto de las horas de trabajo”
La manera de transformar las consignas del Programa de Transición - como el reparto de las horas de trabajo y escala móvil de salarios, la expropiación, el control obrero, etc. - en meras reformas, sin ningún filo revolucionario, consiste precisamente en levantarlas separadas de un programa dirigido a la estrategia de la dictadura del proletariado. Respecto a esto Trotsky escribió:
“La participación en la lucha viviente, siempre en primera línea del frente, el trabajo al interior de los sindicatos y la construcción del partido, todo ello va la par, una tarea sostiene a la otra. Todas las consignas de combate –control obrero, milicia obrera, armamento de los obreros, gobierno obrero y campesino, socialización de los medios de producción– están íntimamente ligadas a la creación de soviets obreros, campesinos y de soldados.” (El nuevo ascenso y las tareas de la IV Internacional, julio de 1936. Negritas nuestras).
Como vemos, lo que Trotsky plantea para todas las “consignas de combate”, puede decirse acerca de la de “reparto de las horas de trabajo” sin alterar para nada el sentido de la cita. Es que el problema de la unidad de la clase obrera, en un país, en esta época de crisis agónica del capitalismo, de guerras, crisis y revoluciones, no se puede resolver con programas mínimos sindicales, y con una consigna del Programa de Transición (o varias) aislada. Por el contrario, todas las “consignas de combate... están íntimamente ligadas a la creación de soviets obreros, campesinos y de soldados”.
Mientras es posible ignorarla en un documento como éste escrito por fuera del enfrentamiento entre la revolución y la contrarrevolución, o sea menchevique, por el contrario, la relación entre la unidad de la clase obrera y sus luchas, su autoorganización y la estrategia revolucionaria, queda clara a poco que recordemos estas citas del Programa de Transición:
“...La importancia primordial del comité (de fábrica) reside, sin embargo, en que se convierte en el estado mayor para la entrada en combate de las capas de la clase obrera que los sindicatos son habitualmente incapaces de movilizar. Precisamente de esas capas más oprimidas procederán los batallones más abnegados de la revolución” (Programa de Transición, capítulo sobre Comités de fábrica).
Y más adelante:
“...Al mismo tiempo, la profundización de la crisis social, no sólo aumentará los sufrimientos de las masas, sino también su impaciencia, su persistencia y su presión. Constantemente nuevas capas de oprimidos levantarán la cabeza y avanzarán con sus reivindicaciones. Millones de ‘pobres diablos’, trabajadores míseros a los que los dirigentes reformistas no han dedicado nunca un pensamiento, empezarán a golpear insistentemente a las puertas de las organizaciones obreras. Los desempleados se unirán al movimiento. Los obreros agrícolas, los campesinos arruinados y semiarruinados, los oprimidos de las ciudades, las obreras, las amas de casa, las capas proletarizadas de la intelligentsia, todos ellos buscarán la unidad y una dirección.
¿Cómo pueden armonizarse las distintas reivindicaciones y formas de lucha, aunque sólo sea en los límites de una ciudad? La historia ha respondido ya a esta pregunta: a través de los soviets. Ellos unirán a los representantes de todos los grupos en lucha. Nadie hasta ahora ha propuesto, a este efecto, ninguna forma distinta de organización, y, realmente, sería difícil imaginar otra mejor. Los soviets no están restringidos por un programa de partido a priori. Abren sus puertas a todos los explotados. Por esas puertas entran representantes de todos los estratos, arrastrados a la corriente general de lucha...” (Programa de Transición, capítulo sobre los Soviets, negritas nuestras).
Verdaderamente, ¡hay que ser vulgares reformistas para hablar de la “unidad” de la clase obrera en esta época sin hacer mención alguna de los comités de huelga, de los piquetes, de las milicias obreras y de ninguna forma de organización de tipo soviético! Porque si hay una ley que se ha demostrado como exacta a lo largo de todo el siglo, es la de la impotencia de los sindicatos, la de la tendencia de las masas que se unen en grandes acciones independientes, revolucionarias, a poner en pie distintas formas de organismos de carácter soviético, o a la transformación de los sindicatos en organismos de doble poder, mientras las direcciones contrarrevolucionarias hacen todos sus esfuerzos para que no surjan estos organismos.
Consejistas de las “nuevas direcciones” en los sindicatos
Por supuesto que nadie va a negar aquí el carácter mundial de la ofensiva imperialista sobre la clase obrera de todos los países, y como ésta se traduce en un ataque igual de generalizado a todos los países a las conquistas obreras, con la flexibilización laboral, la precarización, la desocupación como mal endémico. Ni tampoco que esta situación obliga, como sostiene el Programa de Transición, a “consignas y métodos de lucha generalizados” por parte de los obreros, a levantar consignas que sirvan para cohesionar sus filas con demandas para que la crisis no sea descargada sobre sus espaldas y sí sobre las de los capitalistas, ni a tener un programa para la organización de los desocupados en los sindicatos y por una dirección revolucionaria en estas organizaciones. Pero tal programa sólo tiene este sentido si tales consignas están puestas en la perspectiva correcta, la de la estrategia de luchar por el poder.
Como sostiene el Programa de Transición:
“En consecuencia, las secciones de la IV Internacional deben esforzarse constantemente no sólo en renovar la dirección superior de los sindicatos, proponiendo valiente y resueltamente, en los momentos críticos, a dirigentes combativos en lugar de los funcionarios rutinarios y de los arribistas, sino también de crear, en todos los casos posibles, organizaciones de combate independientes que se adaptan más estrechamente a las tareas de la lucha de masas contra la sociedad burguesa, no titubeando, si es preciso, ni siquiera ante la ruptura abierta con los aparatos conservadores de los sindicatos. Si es criminal volver la espalda a las organizaciones de masa para alimentar tinglados sectarios, no lo es menos tolerar pasivamente la subordinación del movimiento revolucionario de masas al control de camarillas burocráticas abiertamente reaccionarias o disimuladamente conservadoras (‘progresistas’). Los sindicatos no son fines en sí; no son sino medios a lo largo del camino de la revolución proletaria”.
Para Trotsky, “los sindicatos de nuestro tiempo pueden servir como herramientas secundarias del capitalismo imperialista para la subordinación y adoctrinamiento de los obreros y para frenar la revolución, o bien convertirse, por el contrario, en las herramientas del movimiento revolucionario del proletariado.” (Los sindicatos en la época de decadencia imperialista).
La lucha por una dirección revolucionaria de los sindicatos, es en boca de estos “intelectuales”, apenas una caricatura: sin luchar contra su estatización, tan sólo plantean una política de presión sobre una burocracia y direcciones reformistas que sólo se apoyan en la débil base una aristocracia obrera “pasajera” y en extinción. No consiste en la organización de fracciones revolucionarias en los sindicatos, es decir, una fracción de obreros conscientes para enfrentar a la burocracia y a la “ínfima minoría” en que se apoya, para inclinar la balanza a favor de la revolución. A lo sumo, se reduce a la lucha por el surgimiento de “nuevas direcciones” a las que habría que darle, como consejeros, algunas consignas “progresivas” a modo de “programa”.
Una burguesía pacifista y “democrática”
¿Por qué tanto silencio sobre la acción directa, los comités de fábrica, los piquetes, la milicia obrera? La razón hay que buscarla en que estos aprendices de reformistas ven la ofensiva capitalista sin contrarrevolución, y a que sólo conciben que la burguesía puede contestar a una lucha generalizada por el “reparto de las horas de trabajo” sin salirse de la democracia burguesa, desde el parlamento, o a lo sumo con leves medidas bonapartistas, pero todas dentro de la legalidad burguesa. Lo que no se ve ni se dice a lo largo de todo el “dossier” es que en cuanto los obreros empiecen una lucha seria por el reparto de las horas de trabajo, como por cualquier otra demanda anticapitalista, la respuesta burguesa inevitablemente redoblará su respuesta apelando a métodos de guerra civil contra el proletariado.
“La burguesía es enemiga irreconciliable de la disminución de la jornada laboral”, nos ponen sobre aviso desde Estrategia Internacional. ¿Algún alerta para que los obreros se preparen con piquetes y milicias, para que, como dice Trotsky en el Programa de Transición, no sean agarrados desprevenidos? ¡Nada de eso! Nos ponen como ejemplo el que una iniciativa para reducir la jornada semanal a 34 horas en EEUU en los ‘30 encontró fuerte oposición al punto que Roosevelt debió bloquear el trámite parlamentario. El otro ejemplo que nos traen es el de Francia donde “el gobierno de Jospin ha aprobado una ley (de reducción de la jornada laboral semanal) en este sentido, (que) es una farsa total...”. Por lo tanto, para los autores del “dossier” parecería que vivimos en el mundo de la plena realización de la democracia burguesa, donde a lo sumo la burguesía responderá con el engaño de leyes que son “una farsa” o a lo sumo con un bloqueo parlamentario. Por supuesto que será así, si la lucha es encarada como una caricatura menchevique como la que ellos proponen, como un objetivo reformista, como lucha de presión sobre los parlamentos.
Por el contrario, “la agudización de la lucha del proletariado supone la agudización de los métodos de contraataque del capital...La burguesía se da perfectamente cuenta de que en la época actual la lucha de clases tiende irresistiblemente a transformarse en guerra civil” sostiene Trotsky en el Programa de Transición, hablando precisamente de lo que nuestros “intelectuales” no hablan, los piquetes de huelga y la milicia obrera. En el mismo sentido, relativo al lanzamiento por parte del SWP de la consigna de un partido de trabajadores en EEUU en los ‘30, decía: “La crisis, la agudización de las relaciones de clase, la creación de un partido de trabajadores, de un partido obrero, expresa inmediatamente una agudización terrible de fuerzas. La reacción será inmediatamente un movimiento fascista. Por eso debemos relacionar la idea del partido obrero con las consecuencias, de lo contrario apareceremos sólo como pacifistas con ilusiones democráticas”.
Pero esta idea tan profunda y tan sencilla, que cualquier obrero puede entender, no figura ni a lo largo ni a lo ancho del “dossier”. Lanzar una consigna de lucha desafiante contra la burguesía como el reparto de las horas de trabajo y no relacionar esto con que la burguesía responderá con métodos cada vez más violentos incluso los fascistas, es de reformistas redomados, “pacifistas con ilusiones democráticas” que se creen la mentira de la “democracia por 100 años”. Imaginémonos a los obreros organizando a los desocupados en los sindicatos, imponiendo el reparto de las horas de trabajo y su vuelta a la fábrica, y a la burguesía, no organizando grupos fascistas sino diciendo: “Sí señores, pasen”, mientras en el Parlamento tratan de bloquear las leyes. ¡Y esto es precisamente lo que hacen los autores de nuestro “estudio”!
Una vuelta a la II Internacional, después de vivir un siglo
La profundización de la crisis económica y el redoblamiento del ataque del imperialismo contra las conquistas del proletariado y de las masas, redoblaran la tendencia de estas a intervenir de manera unitaria, por sobre las divisiones “estructurales” y la descomposición que los capitalistas imponen sobre la clase obrera, a su transformación inevitable en grandes acciones políticas, incluso a que realicen acciones independientes, revolucionarias, y a poner en pie nuevos organismos de lucha, por fuera de las organizaciones tradicionales, organismos de democracia directa, de carácter soviético, que unan a las más amplias masas. Este es el eje alrededor del cual se debe organizar el programa revolucionario. “Hoy no puede haber programa revolucionario sin soviets y sin control obrero” sostiene Trotsky en A noventa años del Manifiesto Comunista. ¡Sin embargo los autores del “dossier” no siguen este apotegma cuando ya se cumplieron más de 150 años, y 60 desde que Trotsky escribiera estas líneas! Nuestros “intelectuales marxistas” nos hablarán del peligro del “fetichismo de las formas soviéticas” (una formulación ultraizquierdista que esconde el negarse a realizar trabajo en los sindicatos dominados por la burocracia), repetirán como ya se ha hecho costumbre en ellos la cháchara posibilista de que “no hay condiciones”, que “no pasa nada”. “¿No ven que la clase obrera de los países imperialistas ni se movió por la guerra de los Balcanes?”, dicen. Pero, ¿nos pueden decir, en el caso de que un nuevo giro brusco de la situación ponga otra vez a la clase obrera de los países centrales, como en el ‘95, por el camino de la contraofensiva de masas que la burocracia sindical y las direcciones contrarrevolucionarias le expropiaron, a dónde estará puesto el eje del programa revolucionario sino es en retomar y profundizar las tendencias embrionarias a poner en pie ese tipo de organismos que se reflejó en la pasada oleada de luchas?
De lo que nos hablan, en cambio, estos aprendices de reformistas, es de todo un período histórico, en donde la clase obrera conquistará su unidad gracias a que se hace más “homogénea estructuralmente”. Nos hablan de época de “guerras, crisis y revoluciones” pero, en realidad liquidan el carácter de la época, porque ven un período histórico de luchas económicas (las que según Lenin, eran la “escuela de la guerra”, en donde el proletariado tensa y reconoce sus fuerzas, avanza en su conciencia y se fortalece) mientras se hace más y más “homogéneo estructuralmente”.
Pero esta época obliga a la clase obrera a transformar cualquier lucha económica seria en lucha política, o a entrar de entrada en ellas producto de que no tiene salida ante la ofensiva del capital y la crisis. Lenin llamaba a estas luchas, por oposición a las sindicales, “la guerra misma”. La clave de las direcciones contrarrevolucionarias, con la ayuda del accionar de los centristas, es precisamente mantener las luchas en los límites económicos. Evitar, si pueden, que se transformen en abiertas luchas políticas, como en el caso de la huelga de los estatales franceses en 1995, donde la burocracia sindical impidió la huelga general que derribara al gobierno de Juppé. Si efectivamente fuera cierta la “teoría” de los aprendices de reformistas, de que estamos ante un período histórico de “escuela de la guerra”, entonces quiere decir que no es cierto que la clase obrera en esta época sólo se puede unir contra el capital de manera definitiva en el camino hacia la revolución, sobre la base de acciones, una dirección y un programa revolucionarios.
Ante lo que estamos es un programa para la “recomposición reformista” del proletariado que tanto entusiasma a nuestros “intelectuales”, “recomposición” expresada en un supuesto aumento de la afiliación a los sindicatos en los países imperialistas y de fortalecimiento de los sindicatos, de un supuesto “fortalecimiento del movimiento obrero” expresado en los triunfos electorales de los partidos reformistas como en Europa o en la alta votación del PT en Brasil, de una etapa de luchas sindicales a la que luego le seguirán las luchas políticas. Por eso todo el eje del “dossier” está puesto en, como dice la LRCI, “organizar a los no organizados”, en incorporar a los desocupados a las organizaciones gremiales, en conquistar la “unidad” del movimiento obrero alrededor de una lucha reformista por la “reducción de la jornada laboral” en los sindicatos.
La burguesía alemana pudo engañar a los obreros de su país con la “semana de 37 horas” mientras a la vez los convertía en una de las clases obreras más flexibilizadas del mundo y extendía sus “maquiladoras” hacia el Este, gracias a que la lucha estuvo dirigida por la burocracia de IG Metall, precisamente de la manera en que nos proponen Emilio Albamonte y cía. Sin embargo, el de Alemania es otro de los grandes “ejemplos” que nos ponen nuestros “intelectuales” sobre la lucha por la reducción de la jornada laboral, que según ellos fue exitosa en ese país salvo por... “la degradación de las condiciones de vida y de trabajo (¡!) de las capas no organizadas (¡!) y no protegidas por el sindicato (¡) o por los trabajadores no contemplados en el acuerdo (¡!)”. O sea que no tuvo ningún efecto ni en “unir” ni en mejorar la situación de la mayoría proletariado alemán sino que fue aprovechado por la burguesía alemana para avanzar aún más en su ataque a las conquistas obreras.
Llegados a este punto, uno se da cuenta por qué no nos hablan de piquetes, de grupos de autodefensa obrera, de milicias, como una consecuencia lógica de que el proletariado emprenda una lucha revolucionaria contra la desocupación y por la unidad de las filas obreras. ¡Es que la conciben, igual que la LRCI, como una lucha reformista, evolutiva y pacífica de los sectores sindicalizados, a la que habrá que incorporar a todos los que no están “contemplados en los acuerdos”, una visión totalmente adaptada a la burocracia sindical y a la aristocracia obrera de países como Alemania! ¡Estamos ante una perfecta política para ser los encubridores de los alcahuetes de la patronal!
Nuestros “intelectuales marxistas” no hacen más que repetir, en versión de “izquierda”, la misma política que el ala “renovadora” de la burocracia sindical norteamericana de la AFL-CIO y su campaña de “organizar a los organizados”, política con la cual desorganizaron a los sectores más combativos de la clase obrera norteamericana, expresados en su despertar de luchas como la de UPS y GM y otras en los últimos años, realizadas con piquetes generalizados, convenciéndolos de que no se puede luchar porque “primero hay que unir para poder luego combatir”.
Estamos ante una orientación opuesta a la tendencia de la clase obrera y las masas a responder con luchas políticas que se evidenció en toda la última etapa, “hacia a la transformación de cualquier protesta importante en lucha política de masas con tendencia a desbordar los estrechos límites de los sindicatos y, aunque embrionaria pero significativa, a la autoorganización de masas por fuera de las organizaciones tradicionales” (“Nuevos acontecimientos mundiales, nuevas lecciones revolucionarias”, BIOI Nº 1).
El “dossier” repite ritualmente a cada tanto lo de una “política independiente de la clase obrera”, pero vaciado de todo contenido revolucionario, con un contenido de evolutivo de una etapa de luchas sindicales, en donde el proletariado conquista la unidad de sus filas en el marco de la democracia burguesa, y luego vienen los soviets. Por eso no se dice en ningún lado que el proletariado para conquistar la unidad de sus filas va a tener que retomar y profundizar las tendencias embrionarias a la autoorganización que mostró en la contraofensiva de masas del ‘95 (piquetes en la gran huelga estatal francesa del ‘95, “asambleas populares” y piquetes en Argentina), ni que la unidad del movimiento obrero y de masas se lograra al calor de grandes luchas políticas, como la huelga general política en Ecuador o las luchas que derribaron a la dictadura de Suharto en Indonesia y que abrieron la revolución en ese país. No hay a lo largo del “dossier” ni una sola lección extraída de las principales luchas de los últimos años, ni una sola línea de programa revolucionario que las exprese, de las huelgas generales políticas de Ecuador, de la revolución indonesia, de la contraofensiva de masas protagonizada por el proletariado europeo en el ‘95, del Sitramf, de los levantamientos de Cutral Có y Jujuy en Argentina ¡Sino su absoluta negación reformista y menchevique!
Una ruptura total con la Teoría de la Revolución Permanente
Para meter un programa reformista, los autores del “dossier” se ven obligados a reducir a la clase obrera a un concepto abstracto. Nuestros “intelectuales”, hablando de una clase obrera sin diferencias en sus filas, nos presentan a una clase obrera “mundial” en lucha contra una burguesía mundial, para lo cual basta un programa reformista único y mundial que empieza y termina en el “reparto de las horas de trabajo” y la “organización de los no organizados” en los sindicatos. De esta manera, se pone un signo igual entre por ejemplo la clase obrera que está en medio de un proceso revolucionario, como en Indonesia, la que está sufriendo las consecuencias de un “crac” sin responder, como en Rusia, la que, como en Serbia, es bombardeada por las potencias imperialistas, o la que ve sus luchas desviadas y expropiadas, en una situación todavía de relativa estabilidad, como en Europa. Situación ofensiva, defensiva, derrota: ¡da todo igual!
Pero junto con esto, lo que han decidido hacer desaparecer también, junto a la clase obrera de los ex–estados obreros, es toda diferencia entre las clases obreras de los países imperialistas, opresores, y la de los países semicoloniales, oprimidos. Tras la trampa de hablarnos de una clase obrera abstracta, en realidad, están expresando a una clase obrera en particular, que es la clase obrera de los países imperialistas, en particular la de algunos países europeos, y más en particular a un sector de ella, el más privilegiado de las clases obreras alemana, inglesa y francesa. La visión que no repara en la diferencia entre las distintas capas de la clase obrera, y entre la clase obrera de los países imperialistas y la de los países semicoloniales, y lo reduce todo a una lucha por el “reparto de las horas de trabajo”, es una visión adaptada a estos sectores privilegiados, aunque se vean atacados profundamente en sus conquistas, de la clase obrera mundial.
Pero sucede que el Programa de Transición dedica toda una sección a los países atrasados sometidos por el Imperialismo, sección que sostiene que:
“Los países coloniales y semicoloniales son por naturaleza atrasados. Pero los países atrasados forman parte de un mundo dominado por el Imperialismo. Su desarrollo, por tanto, tiene un carácter combinado: las formas económicas más primitivas se combinan con el último grito de la técnica y la cultura capitalista. De la misma forma se ven determinados los esfuerzos políticos del proletariado de los países atrasados: la lucha por los más elementales logros de independencia nacional y democracia burguesa se combina con la lucha socialista contra el imperialismo mundial. Las consignas democráticas, las reivindicaciones transitorias y los problemas de la revolución socialista no se dividen en esta lucha en épocas históricas, sino que surgen directamente unas de otras”.
Y más adelante dice:
“Sobre la base del programa democrático revolucionario, hay que oponer a los obreros a la burguesía ‘nacional’” (negritas nuestras).
Como vemos, el hablar de la clase obrera como si no hubiera diferencias entre los países opresores y oprimidos, como hacen estos “intelectuales”, sin tareas, aunque combinadas, distintas, lleva a liquidar nada menos que la teoría de la Revolución Permanente. Niega que la lucha del proletariado de los países semicoloniales se ve determinada por el “carácter combinado” del desarrollo de esos países. Esta nueva “teoría”, sin embargo, lleva a la liquidación del programa democrático revolucionario, que es el que, según Trotsky opone en esos países “a los obreros a la burguesía nacional”. También niega las tareas democráticas en los países centrales, como la obligación de la clase obrera en ellos de apoyar la liberación de las colonias. Así la lucha de clases y la revolución, que aunque de carácter internacional, se desarrolla en el terreno nacional, pasa a ser en manos de estos “intelectuales” un concepto metafísico, abstracto, un enfrentamiento que se realiza sin la deformación y mediaciones que introduce el Imperialismo de las fronteras nacionales y la división entre países opresores y pueblos oprimidos (que sólo se tiene en cuenta al pasar en el “dossier” pero como un saludo a la bandera), incluso las divisiones raciales dentro de un mismo país, una lucha que se realiza entre una clase obrera “mundial” y una burguesía “mundial”. ¡Pero para esto habría que aceptar “teorías” tales como la de la transformación del Imperialismo en un “superimperialismo”, donde éste habría podido, contrario a las tendencias reales, eliminar las fronteras nacionales!
¿Es entonces la unidad internacional de la clase obrera imposible? En absoluto. Sólo que no puede haber “unidad” alrededor de una sola tarea, como es el “reparto de las horas de trabajo”. La unidad de las distintas clases obreras de los distintos países, opresores y oprimidos, sólo puede lograrse cumpliendo y combinando, cada una de ellas, tareas distintas. No son las mismas las tareas, ni las consecuencias programáticas que de ellas se desprenden, para la clase obrera de un país oprimido que para la de un país opresor. La clase obrera Serbia y la del resto de los Balcanes, sólo podían unirse durante la guerra sobre la base de que cada una de ellas llevase adelante las distintas combinaciones de tareas que tienen para emanciparse. En Serbia, partiendo de enfrentar al Imperialismo y de luchar por liberar al Kosovo de la opresión Gran Serbia; en el Kosovo luchando por liberarse de esa opresión.
¡Cómo si pudiera unirse la clase obrera norteamericana, blanca, con el proletariado negro norteamericano con el simple programa de “reparto de las horas de trabajo”, sin un programa para la autodeterminación e incluso la separación como nación independiente de la minoría negra de EEUU! ¿Es posible, acaso, unir a la clase obrera inglesa (país opresor) e irlandesa (país oprimido) sobre la base del “reparto de las horas de trabajo”? ¿Nos podrán decir cómo aplicar este programa para la “unidad” entre las clases obreras de Serbia, Kosovo, y del resto de los Balcanes, con la clase obrera alemana, francesa, inglesa, etc., cuando llovían las bombas sobre los primeros y todas las direcciones reformistas trabajaron para meter a las masas del continente en el Parlamento Europeo (con la ayuda de los centristas y, desde lejos, del PTS)? ¿Nos podrán aclarar cómo se aplica su receta para la unidad de las clases obreras palestina e israelí? El programa “universal” que nos presentan no sirve para “unir” a nadie sino para, como con la “recomposición reformista”, supeditar a los sectores más explotados de la clase obrera a las organizaciones dominadas por la burocracia obrera sindical y la aristocracia obrera, al proletariado de los países oprimidos al de los países opresores.
Renegados del Trotskismo
La “unidad” de la clase obrera se ha transformado para estos “intelectuales”, en una conquista a conseguirse dentro de la democracia burguesa, “unidad” para luchar por la cual sólo bastan grandes campañas propagandísticas, y “miles en las calles” para presionar a los parlamentos por una ley que imponga la “reducción de la jornada laboral”. Lo que nos están proponiendo es una vuelta a la II Internacional, con el “reparto de las horas de trabajo” convertida en la nueva versión de “la consigna que moviliza” morenista, o sea un MAS como el de los ‘80, pero de carácter “mundial”.
Así nos dicen:
“En el pasado, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la lucha por las ocho horas de trabajo, se convirtió en una bandera del conjunto del proletariado mundial, que en cada Primero de Mayo ponía este estandarte como objetivo de lucha. Esta bandera fue incorporada a la pelea de la Segunda Internacional. Hoy en día, el proletariado debe recuperar la bandera del internacionalismo proletario en su lucha contra la explotación capitalista y la reducción de la jornada laboral si no quiere perecer como la única clase progresiva que con su liberación libera al conjunto de la humanidad”.
Podríamos decir: a confesión de parte, relevo de pruebas. Estamos ante una visión del internacionalismo, como repetición de la II Internacional, por fuera de la época de “guerras, crisis y revoluciones” donde lo único que puede unir a la clase obrera es la revolución socialista internacional, que tiene comienzo en la escena nacional y tiene remate a escala mundial.
Por eso, dice Trotsky en A noventa años del Manifiesto Comunista:
“El desarrollo del capitalismo ha predeterminado el carácter internacional de la revolución proletaria”. Y citando al propio Manifiesto escribe a continuación: “La unidad de acción, al menos de los principales países civilizados, es una de las condiciones primordiales de la emancipación del proletariado”. Y continua: “El desarrollo posterior del capitalismo ha enlazado tan estrechamente todas las partes de nuestro planeta, tanto las ‘civilizadas’, como las ‘no civilizadas’, que el problema de la revolución socialista ha adquirido completa y decisivamente un carácter mundial” (negritas nuestras).
Los aprendices de reformistas hablan, en cambio, como si fuera posible un “internacionalismo” donde, por ejemplo, el movimiento obrero europeo, en la reciente guerra de los Balcanes, le proponga la unidad internacionalista a la clase obrera serbia sobre la base de una manifestación el primero de mayo por la reducción de la jornada laboral, en lugar de luchar por la paralización de la maquinaria bélica y por la derrota de su propio imperialismo, y por transformar la guerra de agresión imperialista en guerra civil revolucionaria al interior de los países imperialistas. Sólo sobre la base de estas condiciones era posible y podía hacerse efectiva la unidad internacional de las clases obreras para luchar juntas con un programa para que la crisis la paguen los capitalistas. Lo contrario es como pretender que en medio de la 1º Guerra Mundial, los internacionalistas se definieran por una campaña mundial por las ocho horas y no como definía Lenin, por luchar por transformar la guerra imperialista en derrota del propio país, por “dar vuelta el fusil”. Los que pregonan la “homogeneización estructural” y la “nivelación hacia abajo”, ¿Nos pueden decir si acaso esta política podía ser aceptada por la aristocracia obrera de los distintos países imperialistas europeos, profundamente chovinista? El que siguiera la receta de “internacionalismo” de Emilio Albamonte y su “dossier” sería un vulgar traidor. Si la III Internacional hubiera surgido sobre esas bases y no sobre las de Lenin, hubiera estado condenada de antemano por la historia como un engendro contrarrevolucionario. Estamos ante una concepción de “internacionalismo” que nada tiene que ver con el trotskismo porque está por fuera de la revolución socialista, que mientras publicaban este “dossier” hicieron desaparecer de la guerra de los Balcanes, levantando un programa mínimo, de revolución por etapas.
Al liquidar la ley de desarrollo desigual y combinado y su relación con la Teoría de la Revolución Permanente y el Programa de Transición, los aprendices de reformistas se muestran tal cual son: liquidadores de la necesidad de un Partido Mundial de la Revolución Social, de la IV Internacional de masas. El grado de descomposición política de la camarilla menchevique del PTS se mide en que se suman a las filas de los renegados declarados del trotskismo como Nora Ciapponi, Aldo Casas, Krivine, Lambert; en que se dan la mano, “recomposición reformista” mediante, con los teóricos de la CLACSO y del PT, (o sea el CTA en la Argentina), en que nos proponen el reformismo a fines del siglo XX, la vuelta al movimiento obrero de los “orígenes”, a su refundación, como en el siglo pasado, pero en plena época de decadencia del capitalismo. Si consideran que en los ‘30 era posible la “unidad” de la clase obrera como ellos la conciben, entonces digan con claridad que Nora Ciapponi y el MAS tienen razón y que Trotsky fue “sectario” al fundar la IV Internacional y combatir, además de a la III stalinizada, a los engendros centristas que querían juntar a la II Internacional con la III revolucionaria en una “Segunda y media”. ¡Digan como todos los renegados que el POUM tenía razón y pónganse a construirlo juntos! ¡Júntense todos y refunden el MAS, con alas, incluido el MST que defiende la “unidad” con el Partido Comunista! ¡Fuera los usurpadores y renegados de la IV Internacional!
Un consejo para Emilio Albamonte
Escribir cien veces:
“No debo decir nunca más que no hay aristocracia obrera en los países semicoloniales,
ni volver a negar que existían millones de obreros stajanovistas, base social de la burocracia stalinista”
Para reforzar su “tesis” de desaparición de las diferencias en las filas del proletariado producto de la crisis, los autores y mentores del “dossier” sobre la clase obrera, nos ofrecen esta otra: nos dicen que la aristocracia obrera es un fenómeno “pasajero”, sólo existente en los momentos de auge del capitalismo cuando éste puede darse el lujo de comprar a las capas más altas, minoritarias, de la clase obrera con privilegios, pero que en momentos de crisis y de ofensiva capitalista contra las masas, como ahora, tiende a desaparecer o perdería toda su importancia y su peso.
Para intentar demostrarlo, dedican gran parte de las veinte páginas que tiene esta sección de Estrategia Internacional.
Pero, en realidad el objetivo no es ese, sino el cubrir la retirada de un grupo de “intelectuales” que recibió de nuestra parte una paliza después de que, en medio de la lucha fraccional que terminó con nuestra expulsión del PTS, a su principal dirigente, Emilio Albamonte, se le ocurriera escribir, en el periódico, que no había aristocracia obrera en los países semicoloniales y la negativa a reconocer la existencia de la aristocracia obrera en los que fueran estados obreros burocratizados.
Esto ya merecería estar inscripto como otro récord de la estupidez en el libro Guinness, a poco que reparemos en Sudáfrica, donde dos millones de blancos, entre ellos una minoría de obreros privilegiados, oprimen a varios millones de negros en su gran mayoría obreros explotados.
Estos seudointelectuales pequeñoburgueses, en lugar de decir que se equivocaron, eligen la vía de malgastar páginas y páginas de Estrategia Internacional, para tratar de salvar su prestigio, pero en realidad se terminan hundiendo más.
Como siempre, esta vía no proletaria no es la más económica, ni la que aclara más las cosas para los jóvenes militantes honestos que pretenden avanzar hacia la revolución.
Dice Estrategia Internacional:
“En la época de crisis, guerras y revoluciones, si bien el surgimiento de la aristocracia obrera es un rasgo estructural de las transformaciones del proletariado, tiene un carácter pasajero, tal como plantea Lenin, ya que está sujeta, aunque desde una posición más privilegiada, a las vicisitudes de la acumulación capitalista y del desarrollo de la lucha de clases. Su carácter conciliador y sus políticas oportunistas no pueden salvarla de que en momentos de agudización de la crisis capitalista y del enfrentamiento revolución-contrarrevolución, sus posiciones sean socavadas así como las del conjunto de la clase obrera” (negritas nuestras).
Y a modo de resumen de sus características centrales, nos dicen:
“... [la aristocracia obrera] se trata de un fenómeno económico, social y político, posibilitado por las superganancias de la explotación capitalista. En este sentido, se trata de un fenómeno estructural de la época imperialista. Pero que sea estructural no significa, como hemos visto, que sea suprahistórico, y como define Lenin, se trata de ‘un fenómeno pasajero’ cuya solidez depende de los vaivenes de la acumulación capitalista”.
A pesar de aportar ellos mismos multitud de citas de Lenin en donde éste describe la importancia y el peso políticos de esta minoría, cuando pasan a resumir las características principales, a modo de unas “tesis”, solo se ocupan, como vemos, de destacar su carácter “pasajero”. Nos dicen, que aunque existe, no tiene importancia, porque sería un fenómeno “pasajero”, que desaparece en los momentos de crisis.
Falsifican a Lenin
Para Lenin, en 1914, partiendo de que el Imperialismo es la fase superior del capitalismo, “la base económica del oportunismo y del socialchovinismo es una y la misma: los intereses de una capa ínfima de obreros privilegiados y de la pequeña burguesía, que defienden su situación de privilegio y su ‘derecho’ a las migajas de los beneficios que obtiene ‘su’ burguesía nacional del saqueo de naciones ajenas, de las ventajas que da a aquélla su situación de gran potencia, etc.” Los autores del dossier aportan además de ésta, una multitud de citas de Lenin relativas al proceso de aristocratización de una “ínfima minoría” de obreros privilegiados en los países imperialistas.
Pero entre ellas, una en la que Lenin dice: “Naturalmente [la aristocracia obrera] no puede tratarse más que de un fenómeno pasajero”. Pero esta cita es de un trabajo de Lenin de los años 1907-1908, antes que la II Internacional terminara de transformarse en contrarrevolucionaria. En la gran cantidad de citas posteriores que aportan de Lenin, durante la Primera Guerra y muchas ya correspondientes al período de la III Internacional, no vuelve a hablarse de este carácter “pasajero”. Nuestros autores no se han detenido a pensar el por qué de esto. Es que el fenómeno de la influencia y el peso de la aristocratización de las capas más altas de la clase obrera en la política reformista de sus organizaciones y el carácter reformista de la II Internacional y sus partidos darían un salto cualitativo a la contrarrevolución recién a partir de la Primera Guerra Mundial, cuando llevaron al proletariado europeo a la carnicería imperialista. Esa es la razón por la cual no pueden aportar ni una sola mención más por parte de Lenin y Trotsky sobre el supuesto carácter “pasajero” de la aristocracia obrera.
Con este arte de sacar una cita aislada de Lenin de contexto, los autores del “dossier”, nos quieren hacer creer, con el cuento de que es “pasajera”, que, por lo tanto, no es cierta la ley de que el Imperialismo, a través de los estados, ya sean estos imperialistas o semicoloniales, de manera permanente, compra, corrompe y convierte en sus agentes directos, y jamás deja de hacerlo, haya o no crisis y ofensiva capitalista, a las direcciones y a una pequeña capa privilegiada de la clase obrera internacional. Si así no fuera, querría decir que el Imperialismo, ¡También es “pasajero”! Estamos ante una visión de la clase obrera propia de intelectuales que jamás pisaron una fábrica, en donde la patronal compra dirigentes, reparte “ayudas”, tiene buchones. Les pasamos un aviso: ¡Intelectuales, salgan de sus gabinetes!, ¡Producto de la acción de la patronal, de su estado, y de las direcciones contrarrevolucionarias, en la clase obrera, hay corrupción!
¿Quiere decir, entonces, que si la aristocracia obrera no es “pasajera”, es, entonces, un fenómeno “suprahistórico”, como nos previenen los autores del “dossier”? En absoluto. Es un fenómeno permanente de la clase obrera mundial en la época imperialista, aunque relativo en su extensión, peso, poder, e inclusive su existencia, país por país y rama por rama de la producción. Por supuesto que la aristocracia obrera, analizada país por país, está sujeta a sufrir también las crisis del capitalismo, y a los avatares de la lucha de clases. Incluso en situaciones excepcionales, como una gran catástrofe económica, como en Rusia hoy, o como en las dos guerras mundiales imperialistas, puede, en determinados países, perder parte importante de sus privilegios, incluso todos desapareciendo como sector diferenciado de la clase obrera. Pero eso no significa que ese proceso sea definitivo, irreversible, ni que se dé por igual en todos los países al unísono ni, en un mismo país, en todas las ramas de la producción a la vez. La tendencia real del imperialismo, independientemente de los vaivenes, es a mantenerla como sector privilegiado de la clase obrera internacional relativamente a la situación del conjunto de la clase, y llegado el caso, luego de destruirla, a recrearla. Esta es la razón por la cual el papel político y social de la aristocracia obrera no lo juega siempre el mismo sector sino que es cambiante, con la diferencia de que en los países imperialistas más fuertes es más estable, aunque esto también es relativo.
En los países semicoloniales, aunque es menor numéricamente, y son menores sus privilegios si la comparamos con un país imperialista, esto también es relativo, ya sea porque emerge y se destaca entre una clase obrera a su vez más pobre, pero también porque, por ejemplo, en Sudáfrica, la aristocracia obrera blanca era y es una minoría poderosa. Bajo el fascismo, una vez consumada la derrota no cumple ningún papel, pero no porque se “nivela hacia abajo” sino porque sus capas más altas son absorbidas por aquél. Por ejemplo, bajo el franquismo, los sindicatos organizados por éste se apoyaban en la aristocracia obrera, mientras las Comisiones Obreras, impulsadas por el stalinismo, se nutrían de los sectores más explotados. Y contradictoriamente, fue en los estados obreros burocratizados en donde la aristocracia obrera alcanzó su mayor peso. Tan poderosa y tan poco “pasajera”, que fue la base social del aparato stalinista durante décadas. Por eso Lenin y Trotsky, en lugar de sostener que su carácter fuera “pasajero”, la veían como un fenómeno central de nuestra época.
La posición de la Tercera Internacional, de Lenin y de Trotsky
Veamos entonces cómo interpretaba el bolchevismo la cuestión de la aristocracia obrera, ya en la época de “guerras, crisis y revoluciones” inaugurada por la Primera Guerra Mundial, y no en la época reformista anterior.
La III Internacional, acerca de la crisis del período posterior a la guerra - luego de que la burguesía la había mitigado en un primer momento con grandes subsidios y gastos estatales - decía:
“Pero este boom ficticio se consumió rápidamente, chocando contra el empobrecimiento generalizado. La industria de bienes de consumo fue la primera en estancarse debido a la capacidad extremadamente reducida del mercado, y montó las primeras vallas de superproducción que obstruyeron la expansión de la industria pesada. La crisis asumió proporciones sin precedentes y formas no vistas hasta entonces. Habiendo comenzado a principios de la primavera del otro lado del Atlántico, la crisis se propagó a Europa a mediados de 1920, y alcanzó su punto más profundo en mayo de 1921, o sea del año que está llegando a su fin".
Sin embargo, el segundo congreso de la III Internacional, en 1920, para nada sostenía, ante esa situación de crisis y de “empobrecimiento generalizado”, que la aristocracia obrera perdiera importancia, sino todo lo contrario:
“Uno de los obstáculos más grandes para el movimiento obrero revolucionario en los países capitalistas más desarrollados deriva del hecho de que, gracias a las posesiones coloniales y a la plusvalía obtenida por el capital financiero, la burguesía ha podido crear una pequeña aristocracia obrera relativamente importante y estable. Esta se beneficia obteniendo mejores retribuciones, y por ello, posee un estrecho espíritu corporativo, prejuicios capitalistas y pequeñoburgueses. Constituye el verdadero apoyo social de la II Internacional, de los reformistas y ‘centristas’ y es, en la hora actual, el principal punto de apoyo de la burguesía dentro del movimiento obrero. No es posible una preparación previa del proletariado para derribar a la burguesía sin una lucha directa, sistemática, prolongada, declarada, abierta, contra esa pequeña minoría, que, sin lugar a dudas, (como lo ha demostrado la experiencia) dará muchos de sus miembros a la guardia blanca de la burguesía después de la victoria del proletariado” (Las tareas principales de la Internacional Comunista, julio de 1920).
Como vemos, donde el “dossier” dice “pasajero”, la III Internacional de Lenin y Trotsky decía “relativamente importante y estable” y que requiere de una lucha “sistemática” y “prolongada”. Tan poco “pasajera”, que, cuando se daban las condiciones según la cual debería desaparecer, según los autores del “dossier”, el período de crisis posterior a la guerra, la III la calificaba como “uno de los obstáculos más grandes”, “el verdadero apoyo social de la II Internacional, de los reformistas y centristas y es, en la hora actual, el principal punto de apoyo de la burguesía dentro del movimiento obrero “, y que aún después de la toma del poder “dará muchos de sus miembros a la guardia blanca de la burguesía”.
Fue Trotsky el que completó el concepto de aristocracia obrera, a la luz de los nuevos hechos durante el resto del siglo, incorporando a los países semicoloniales (para los que la III, que no había adquirido la Teoría de la Revolución Permanente, sólo reservaba la lucha por la liberación nacional) y a los estados obreros. Lo que Trotsky desarrolló es un fenómeno nuevo a partir de 1914, el de la estatización creciente de las organizaciones obreras. Por eso, en “Los sindicatos en la era de la decadencia imperialista”, escribió:
“Hay una característica común, en el desarrollo, o para ser más exactos en la degeneración, de las modernas organizaciones sindicales de todo el mundo; su acercamiento y su vinculación cada vez más estrecha con el poder estatal... la tendencia a ‘estrechar vínculos’ no es propia de tal o cual doctrina sino que proviene de condiciones sociales para todos los sindicatos”.
Y más adelante:
“Esta posición armoniza perfectamente con la posición social de la aristocracia y la burocracia obreras, que luchan por obtener unas migajas de las superganancias del imperialismo capitalista. Los burócratas hacen todo lo posible, en las palabras y en los hechos, por demostrarle al estado ‘democrático’ hasta qué punto son indispensables y dignos de confianza en tiempos de paz, y especialmente en tiempos de guerra. Al transformar a los sindicatos en organismos del estado el fascismo no inventó nada nuevo: simplemente llevó hasta sus últimas consecuencias las tendencias inherentes al imperialismo”.
Y agrega:
“El capitalismo monopolista cada vez tiene menos interés en transigir con la independencia de los sindicatos. Exige que la burocracia reformista y la aristocracia obrera, que picotean de las migajas que caen de su mesa, se transformen en su policía política a los ojos de la clase obrera. Cuando no se puede lograr esto, se reemplaza a la burocracia por el fascismo. Dicho sea de paso, todos los esfuerzos que haga la aristocracia obrera al servicio del imperialismo no podrán salvarla, a la larga, de la destrucción”.
Como vemos, en opinión de Trotsky, la aristocracia obrera, como fenómeno mundial, de “pasajero” no tiene nada. Y si no es así deberían explicarnos por qué no menciona este rasgo a lo largo de un artículo dedicado a los sindicatos en la época imperialista donde habla profusamente de la aristocracia obrera. Si bien es cierto que está condenada a la “destrucción” esto es, en palabras de Trotsky, “a la larga”, no por ningún proceso de “nivelación hacia abajo” sino porque la alternativa es “comunismo o fascismo”. Pero ese futuro no impide que actúen, burocracia y aristocracia obreras, como “policía política” interna del movimiento obrero. Contra lo que sostienen los autores y mentores del “dossier”, que en los períodos de crisis desaparecería, es para los momentos de crisis que la prepara y sostiene el Imperialismo, para que juegue su papel “especialmente en tiempos de guerra” que es cuando más la necesita. (Si la aristocracia obrera fuese “pasajera”, ¿Nos pueden explicar de dónde saca hoy el imperialismo su base social para atacar a los proletariados y pueblos de los Balcanes, si no es del carácter “relativamente estable” de las capas privilegiadas de la clase obrera europea y norteamericana, a pesar de que hay crisis y ofensiva capitalista y todo se achata “hacia abajo”?).
La aristocracia de los Estados obreros fue un fenómeno... ¿“pasajero”?
Trotsky no solo amplió, como los autores del “dossier” se ven obligados ahora reconocer, el fenómeno de la aristocracia obrera a los países semicoloniales, sino que lo extendió y amplió a la URSS como estado obrero degenerado, burocratizado. Precisamente, una negación rotunda del carácter “pasajero” de la aristocracia obrera lo constituyeron lo que los autores del “dossier” se olvidaron: los que eran estados obreros degenerados y deformados. El fenómeno de la aristocratización de las capas más altas del proletariado por la existencia del imperialismo es tan general, contra lo que dicen nuestros “intelectuales”, que abarcó hasta los estados obreros degenerados y deformados, al punto que el Programa de Transición para los países que estaban dominados por la burocracia stalinista empieza por ¡Abajo los privilegios!, ¡Fuera la burocracia y la aristocracia soviética de los Soviets!, ¡Abajo el stajanovismo!, refiriéndose no sólo a la cúspide de la burocracia stalinista sino a una capa de millones de funcionarios y de obreros privilegiados. Y si no es así, ¿En qué se apoyó el stalinismo, ya convertido en burocracia contrarrevolucionaria, en los estados obreros degenerados y deformados, tanto para su política nacional como internacional, sino en un ejército de burócratas y aristócratas obreros stajanovistas? Ahora queda clara la causa del “olvido” de los ex-estados obreros en su análisis de la clase obrera mundial: es que deberían reconocer, contra su “teoría”, que allí la aristocracia obrera, no fue “pasajera” sino que fue soporte del aparato stalinista mundial, ¡Por más de 50 años!
Un tufillo a centristas ingleses para los que su propio imperialismo no explota a los países semicoloniales
Esta nueva y falsa “teoría”, que nada tiene que ver con el marxismo, significa, como ya vimos, terminar negando la existencia misma del imperialismo, porque la burocracia de las organizaciones obreras y la aristocracia son producto directo de la existencia del imperialismo, que los compra; nacen con él y morirán con él. Es negar que el surgimiento de la aristocracia obrera y la burocratización de las organizaciones del proletariado son un fenómeno permanente de la época imperialista, que la ley no es el carácter “pasajero” de la aristocracia obrera, sino la de que el Imperialismo compra a las direcciones y crea una capa de aristócratas obreros que es su base social, “relativamente estable” como dice la III Internacional y no “pasajera”.
Pero si una de las fuentes de recursos para sostenerla es la superexplotación de las colonias, como la cita de Lenin que presentamos al principio lo remarca, la posición del “dossier” lleva a la conclusión de que la explotación de las colonias y semicolonias por parte de los países imperialistas resultaría también... ¡”pasajera”!, con lo que el imperialismo desaparecería también de tanto en tanto, también resultaría “pasajero”. Como vemos, la camarilla menchevique que dirige al PTS ha terminado por hacer suya la posición de sus socios de la LRCI, de que el Imperialismo extraería muchos más recursos de su propio proletariado que de las colonias y semicolonias a las que casi no explotaría, posición desde la cual la LRCI calificaba al PTS de “tercermundista”.
Los autores del “dossier” han liquidado con su “teoría” nada menos que la teoría leninista del Imperialismo, lo que, siguiendo la máxima del propio Lenin de que una desviación de un milímetro en la teoría lleva a desviaciones de kilómetros en la práctica política, los lleva a estar junto al Papa exigiendo que el FMI ayude a la reconstrucción de los Balcanes.
Un fenómeno mundial, intrínseco, de la época imperialista, permanente, y para nada “pasajero”
Por lo tanto, lo que caracteriza a la aristocracia obrera, como fenómeno mundial, es su carácter permanente y a la vez relativo, mientras exista el imperialismo. O sea, lo contrario a “pasajero”, cuestión que no puede verse si, como hacen los autores del “dossier”, se la ve como un fenómeno país por país, sujeto a los avatares de los ciclos económicos y a la lucha de clases a nivel de las fronteras nacionales. La aristocracia obrera, sin duda que retrocedió e incluso desapareció en Alemania y en los países dominados por el fascismo durante la II Guerra. Pero la política imperialista de aparecer como el campeón de la “democracia” contra el fascismo, tenía un firme soporte de carácter internacional en la aristocracia de la clase obrera norteamericana. Y el otro apoyo social internacional se lo propinaba la aristocracia obrera de la URSS en la que se apoyaba el aparato stalinista. La revolución europea fue traicionada y la aristocracia obrera pudo así ser reconstruida en el boom posterior a la Segunda Guerra, sobre la base de la contrarrevolución triunfante en la URSS y de la derrota de la revolución europea. Por lo tanto, la ley no es que sea “pasajera” sino que su existencia, su peso e importancia relativas, como hemos demostrado, sigue la ley de los triunfos y de las derrotas de la clase obrera internacional.
Habría que reescribir la historia:
Las fundaciones de la III y la IV Internacional obedecieron a motivos “pasajeros”,
y la “crisis de dirección revolucionaria” no es la clave de nuestra época
Si fuese cierto, como nos quieren hacer creer, que la “aristocracia obrera” es un fenómeno “pasajero”, esto quiere decir, entonces, que la burocracia del movimiento obrero y las direcciones contrarrevolucionarias que se apoyan en ella también son “pasajeras”. Adonde lleva esta “teoría” es a que, si la aristocracia obrera sube y baja al calor de los ciclos del capitalismo como la temperatura baja y sube del invierno al verano, junto con ella la burocracia y las direcciones contrarrevolucionarias que la tienen como base social siguen la misma “ley”. ¿Cómo se explica, entonces, que el siglo comenzó con la socialdemocracia pasándose al campo burgués, y termina con gobiernos socialdemócratas, agentes directos de los monopolios en toda Europa?
Ya que los autores del “dossier” se ocupan tanto de destacar el carácter de “ínfima minoría” de la aristocracia obrera, lo que es cierto, pero para no darle importancia porque además es “pasajera”, lo que es falso, deberían explicarnos por qué esta “ínfima minoría” juega un papel tan importante, ya sea en imbuir de prejuicios burgueses la conciencia del proletariado como de ser el principal sostén de una política contrarrevolucionaria. ¿Cómo puede ser que una “ínfima minoría”, constituya, como vimos que decía la III Internacional “el verdadero apoyo social de la Segunda Internacional, de los reformistas y 'centristas' y es, en la hora actual, el principal punto de apoyo de la burguesía dentro del movimiento obrero”?
Lo que explica esto, el que, como decía Lenin, “las decenas de miles de dirigentes, funcionarios y obreros privilegiados corrompidos por el legalismo desorganizan al ejército de millones de hombres del proletariado socialdemócrata”, es, precisamente, la crisis de dirección revolucionaria, porque sólo una dirección revolucionaria, otra “ínfima minoría”, puede hacer realidad lo que proclamaba la III: “una lucha directa, sistemática, prolongada, declarada, abierta, contra esa pequeña minoría”.
De la “teoría” de que es “pasajera”, en cambio, se deduce que la fundación de la III Internacional, contra la degeneración de la II, y a su vez la de la IV contra la degeneración stalinista de la III, obedecieron a motivos “pasajeros”. Las contradicciones en las que se entra son flagrantes: ¡Las respectivas fundaciones, y las propias existencias, de la III y, a su momento, de la IV, habrían obedecido a momentos de auge del capitalismo! ¡La “teoría del socialismo en un solo país”, con la que la burocracia stalinista traicionó la revolución mundial, a lo largo de todo el siglo, es tan sólo una ideología “pasajera”! ¡La Oposición de Izquierda no surgió ante la burocratización, y surgimiento de una aristocracia obrera, de la Unión Soviética y de la III Internacional, sino vaya a saberse por qué! ¡La resolución de la crisis de dirección revolucionaria de la humanidad, es una necesidad “pasajera”!
¿Para qué, entonces, la IV Internacional, la lucha a muerte contra el stalinismo y la Socialdemocracia y todas las direcciones pequeñoburguesas, si desaparecen las bases para partidos distintos, contrarrevolucionarios y revolucionarios? Esta es, en última instancia, la razón de por qué, se termina, desde el campo del “trotskismo”, capitulándole al CTA en Astilleros, o en la Universidad de Buenos Aires levantando un programa que suene bien a los oídos de los estudiantes centroizquierdistas.•
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