Marzo de 2000
¡Fuera las manos de los revisionistas y oportunistas de Rosa Luxemburgo!
El PTS se pasó a las filas del oportunismo y el revisionismo que usurpó a la IV Internacional
Para la camarilla menchevique del PTS lo que se abrió en el ‘89 por la caída del aparato stalinista es una “crisis de dominio imperialista” generalizada, que inclusive ha roto el impasse estratégico a favor de la revolución. Nos hablan de un mundo tal, como si existiera una revolución rusa triunfante y una III Internacional con partidos de masas en todo el mundo, como fuera la década del ‘20. Nos presentan un mundo como si hubiera triunfado la revolución política en 1989 con una dirección revolucionaria al frente.
Han desarrollado la seudoteoría según la cual, por la caída del stalinismo y la crisis de las mediaciones contrarrevolucionarias, las masas gozan de un “handicap” que hace que las revoluciones sean más fáciles. Le dan a la caída de ese aparato contrarrevolucionario un valor absoluto tal, que sostienen que, si bien por la crisis de subjetividad, por el atraso en la conciencia, la revolución está atrasada y llegar a ella es difícil, una vez que ésta empieza es imparable porque enfrentan a direcciones contrarrevolucionarias muy débiles.
Esta “teoría del handicap”, completamente menchevique, no es sino una variante del objetivismo morenista. Nahuel Moreno planteaba que, por las condiciones de la época imperialista, por la absoluta madurez de las condiciones objetivas para la revolución proletaria, toda revolución, dirigida por cualquier dirección, era imparable y objetivamente socialista. Para el ex-PTS, es la debilidad extrema de las direcciones contrarrevolucionarias lo que le da un “handicap” a las masas y hace que, cuando entran a la revolución, ésta sea fácil.
Lo que no puede explicar la camarilla menchevique que dirige el ex-PTS es por qué ese “handicap” no aparece por ningún lado en Indonesia, donde las masas, luego de un año de iniciada su revolución, no logran aún construir soviets y armarse y derrocar al régimen suhartista en crisis, lo que le permite a la burguesía y al imperialismo intentar salidas “democráticas” para desviar la revolución, que les den tiempo para fortalecerse y pasar a la contraofensiva para aplastarla. No puede explicar, tampoco, por qué las masas ecuatorianas, con sus levantamientos recurrentes que descalabran una y otra vez al régimen y a los gobiernos, no logran avanzar en el camino de la revolución proletaria, derrocar al régimen e imponer un gobierno obrero y campesino basado en consejos de obreros y campesinos.
La “teoría del handicap” lleva a una concepción espontaneísta y facilista de la revolución. Tal teoría niega que cuando se siente amenazada, la burguesía agudiza su instinto de clase. Ante la revolución, la burguesía apela, ya sea al frente popular, a la unidad de los partidos obreros contrarrevolucionarios con la burguesía “democrática” y “progresista” para engañar y paralizar a los trabajadores con el veneno de la conciliación de clase, como también al intento de golpe contrarrevolucionario, lo que en Rusia del ‘17 fue la “Korniloveada”, para aplastar a la revolución. La teoría de las mediaciones “estructuralmente débiles” aplicada a Indonesia, a Ecuador o a cualquier otro proceso revolucionario abierto, quiere decir que no va haber acción de la contrarrevolución o que ésta va a ser muy débil; que no va a haber frentes populares ni tampoco “korniloveadas”. Dentro de este esquema, no puede explicarse, por ejemplo, la manera en que el ascenso de la clase obrera europea en el ‘95, que se expresó con grandes luchas políticas, fue desviado mediante la maniobra preventiva del voto a los partidos obreros burgueses y el surgimiento de los gobiernos socialdemócratas. Significa, además, que tomado el poder en un país, éste no se expone a la agresión directa del imperialismo porque por obra del “handicap” éste no va a poder actuar. Sólo alguien que no esté en su sano juicio puede sostener que la revolución tiene un “handicap estratégico” mientras exista el imperialismo, que, además del engaño del frente popular, hará todo lo posible por reventarla, armará ejércitos, invadirá, pagará “contras”, etc. Es por lo tanto una “teoría” para una revolución aislada, parecida a la de corrientes pequeñoburguesas como el Sandinismo, que creía que con el imperialismo se podía negociar y que no los iba a agredir. Entonces, si fuera así, ¿para qué la IV Internacional? La “teoría del handicap” lleva a una concepción de revolución sin enemigos a la vista, sin contrarrevolución, sin enfrentamiento al imperialismo, o sea, a una caricatura nacional-trotskista y pacifista.
Contra toda esta charlatanería semi-intelectual de bajísimo nivel, los trotskistas principistas afirmamos que es siempre tortuoso y difícil el camino para que las masas inicien la revolución, la desarrollen y la hagan triunfar, y no por su “crisis de subjetividad”, sino por la acción de la ley de causalidad histórica fundamental de esta época de crisis, guerras y revoluciones: por la crisis de dirección revolucionaria del proletariado, la crisis de la IV Internacional. Es esta crisis la que le da un “handicap”, no a las masas sino al imperialismo, que jamás permite “vacíos de dirección” -como los que veía Moreno y hoy ve el ex-PTS- sino que permanentemente, comprando y corrompiendo, crea nuevas direcciones contrarrevolucionarias y recrea las viejas, para asegurarse la continuidad de su dominio. Así hemos visto, desde 1989, al imperialismo -a pesar de haber perdido su socio estratégico, el aparato stalinista mundial- creando y recreando nuevas direcciones contrarrevolucionarias: el zapatismo en México, el neomaoísmo en Ecuador, las burocracias “opositoras” como el CTA en Argentina, el MST brasilero, el reflote en Indonesia del partido de Megawati Sukarnoputri, los nacionalismos burgueses de manos vacías como Hugo Chávez en Venezuela, etc.
Para que su “teoría” del “handicap” cierre, es necesario explicar por qué la revolución tarda en llegar; por qué hasta que ésta empieza el proceso es tan tortuoso y difícil: es por la “crisis de subjetividad”, por el atraso de la conciencia de las masas, dicen. Llegan a hablar de “subjetividad casi cero”. Para reforzar este concepto, comparando, nos dicen que la “crisis de subjetividad” no era tan grave durante la I Guerra Mundial, como lo es ahora, producto de la acción del stalinismo. Aún más, sostienen: “Es interesante señalar que muchas corrientes que se reclaman trotskistas han transformado la definición de Trotsky de ‘crisis de dirección en un concepto suprahistórico, abstracto, disolviendo su contenido en una generalidad, que significa lo mismo en 1919, 1938, 1968-74 ó 1999. Esta revisión en los años de Yalta, conducía a ‘embellecer’ la labor contrarrevolucionaria del stalinismo, diluyendo su papel nefasto en la desmoralización del movimiento obrero y la degradación de su subjetividad”.
Podríamos decir, después de leer este párrafo, que el ladrón ha sido agarrado con las manos en la masa, porque se despliega en él todo su revisionismo. Pero este pasaje no ocupa un lugar central sino que se pretende que pase desapercibido, poniéndolo, semioculto, como llamada al pie, en la última edición de Estrategia Internacional. Como hacen los vulgares estafadores, lo importante figura en “letra chica”. Precisamente éste ha sido el método de los revisionistas del marxismo como Kautsky, Hilferding o Mandel, quienes introducían mucho de su veneno subrepticiamente, a través de “llamadas al pie”.
¿Por qué no aclaran, como deberían, con nombre y apellido a quiénes se refieren cuando hablan de los que “han transformado la definición de Trotsky de ‘crisis de dirección’ en un concepto suprahistórico, abstracto, disolviendo su contenido en una generalidad”? ¿Quiénes serán? La verdad que sólo conocemos a quienes han rechazado esta tesis fundamental del Programa de Transición: el centrismo usurpador del trotskismo ha negado siempre que “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”, y de esa manera le capitula a las direcciones contrarrevolucionarias. Es decir, el centrismo niega esta tesis, como hace la camarilla menchevique que dirige el PTS, porque la considera, precisamente... ¡una abstracción! Por supuesto que la crisis de dirección adquiere un carácter concreto en cada situación, pero no conocemos a nadie en las filas del centrismo menchevique que sostenga “que significa lo mismo en 1919, 1938, 1968-74 ó 1999” como se inventa en la “nota al pie”, sino todo lo contrario. Las corrientes del centrismo menchevique precisamente se han caracterizado por sostener que la tesis sobre la crisis de dirección escrita por Trotsky en 1936 es una generalización exagerada, que ya no tiene validez después de la II Guerra porque, como sostenía el pablismo, la burocracia stalinista iba a girar a la izquierda y convertirse en la dirección revolucionaria de la humanidad. Por otro lado, han existido las corrientes espontaneístas y objetivistas como el morenismo, a quienes la camarilla menchevique del PTS le sigue los pasos, para las que la crisis de dirección no existe porque la revolución se hace sola, con cualquier dirección. ¿Contra quiénes va dirigida, entonces, esta “nota al pie”?¿Qué es lo que se considera “suprahistórico"?
Este venenoso y semioculto pasaje está dirigido precisamente contra esa tesis fundamental del trotskismo. Porque, ¿Nos pueden decir qué tiene de “abstracto” que “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”? El grado de desfachatez es tan grande que se con¬sidera que defender esta tesis contra los mencheviques que la niegan, como ellos, que viven a los pies de las direcciones contrarrevolucionarias y de los regímenes de la democracia imperialista, es... “‘embellecer’ la labor contrarrevolucionaria del stalinismo, diluyendo su papel nefasto en la desmoralización del movimiento obrero y la degradación de su subjetividad’’. ¡Que esto venga de los que sostienen que lo fundamental en esta época es la “crisis de subjetividad” de las masas, es decir de los que le achacan la culpa de las derrotas a las masas por su conciencia atrasada, no hace menos que sublevar! ¡Eso sí que es embellecer la labor contrarrevolucionaria de las direcciones traidoras y la burocracia sindical!
Pero ya que estamos en tren de no “embellecer” a nadie, si fuera cierto que la crisis de dirección “no significa lo mismo” bajo el imperio del stalinismo que en 1914 bajo el dominio absoluto de la socialdemocracia, ¿cómo llamar a un período en donde los trabajadores son convencidos por su propia dirección, la Segunda Internacional, de ir a matarse unos a otros en defensa de su burguesía imperialista? ¡Francamente, si hay una “subjetividad casi cero” -en caso de que tal grado existiera-, es esa! Precisamente, porque es válida a lo largo de todo el siglo, porque explica la razón por la cual el imperialismo puede seguir extendiendo su agonía, la tesis central del Programa de Transición, adquiere la validez de una ley, de una norma para toda la época. Pero los centristas que se revuelcan en el fango de la capitulación y adaptación a las direcciones contrarrevolucionarias la consideran... ¡“suprahistórica”!
Dejando de lado toda esta charlatanería, las masas empujadas por las condiciones objetivamente revolucionarias y aprovechando las brechas que se abren por arriba, llegan, en base a su espontaneidad y combatividad, a iniciar grandes acciones independientes que llenan de pánico, dividen y hacen retroceder a las clases poseedoras y a sus regímenes, las más de las veces con una conciencia contradictoria, cuando no directamente atrasadísima, con la sola convicción de que la situación actual es intolerable. Y al calor de esas acciones es que pueden superar esa conciencia y aumentar su experiencia. Pero esa “subjetividad” y conciencia atrasadas, no vienen caídas del cielo. Es la expresión ideológica de una cuestión material: la multitud de traiciones de las direcciones contrarrevolucionarias, la socialdemocracia y el stalinismo, de la impotencia en la que sumen estas direcciones a los sindicatos, de las derrotas que le propinaron a la clase obrera, de la pérdida de grandes conquistas producto de estas traiciones, como era la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta, los estados obreros que, aunque burocratizados, eran conquistas que estas direcciones han colaborado a entregar. Contra lo que sostienen todos los centristas, y en particular la camarilla menchevique del ex-PTS, que acostumbran a adjudicarle a las masas la responsabilidad por las direcciones que éstas poseen y a salvar de esa manera la suya, “la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria”.
Así, el metafísico ve la conciencia del proletariado dominada por la “sobreproducción de ideología burguesa”, como dice ahora el ex-PTS, pero no es por eso sino por ¡la “sobreproducción” de traiciones! Llegan a hablar de “subjetividad cero” y no ven que la conciencia se expresa en instituciones. El “ideal socialista del proletariado” eran conquistas, instituciones, expropiaciones a la burguesía realizadas con revoluciones triunfantes. Su conciencia actual no es más que la expresión de la pérdida de esas conquistas y de derrotas impuestas durante décadas por las direcciones contrarrevolucionarias, es decir, por la crisis de dirección revolucionaria. Porque la verdadera dialéctica del siglo XX es que los golpes por izquierda dados por las masas son respondidos a cada paso por golpes por derecha del imperialismo y de sus agentes, las direcciones contrarrevolucionarias, que es lo que permite la supervivencia de un sistema capitalista agónico.
Sólo la resolución de la crisis de dirección revolucionaria puede romper el “impasse estratégico”
entre revolución y contrarrevolución a favor del proletariado mundial
Una de las tesis centrales del ex-PTS para explicar las consecuencias de los acontecimientos de 1989, es aquella que sostiene que esos sucesos habrían roto el impasse estratégico entre revolución y contrarrevolución que se había abierto durante el período de Yalta, impasse que estaba marcado desde el punto de vista del proletariado por el hecho de que triunfos tácticos (las distintas revoluciones triunfantes a nivel nacional) llevaban a derrotas estratégicas por el carácter de las direcciones stalinistas y pequeñoburguesas que las encabezaban (China, Cuba, Vietnam, etc.). Según el ex-PTS entonces, el ‘89 rompió ese impasse estratégico, invirtiendo la ley: ahora el camino del proletariado estaría plagado de derrotas tácticas, pero que conducen inevitablemente al triunfo estratégico final.
Aquellas corrientes del centrismo menchevique que lloran la muerte del stalinismo, los nostálgicos de Yalta, son exactamente la otra cara de la misma moneda. Para ellas, no había impasse estratégico en Yalta, porque triunfaban revoluciones que, aunque dirigidas por la burocracia stalinista, fortalecían el “campo socialista”. Por el contrario, ahora que ha caído la burocracia contrarrevolucionaria y con ella el “campo socialista”, lo que ha triunfado es el imperialismo imponiendo una derrota al proletariado mundial. Ambas son caras de la misma moneda menchevique y objetivista, porque reniegan de la ley de causalidad histórica fundamental de la época de crisis, guerras y revoluciones: que la crisis de la humanidad se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria.
Nosotros, por el contrario, afirmamos que la caída del aparato stalinista mundial y el estallido y crisis de los partidos comunistas en 1989, no marcó la ruptura de ningún impasse estratégico, porque no existía una IV Internacional de masas, es decir no había una dirección revolucionaria que jugara el papel de la III Internacional después de la Primera Guerra. Esto es, la caída del stalinismo como aparato contrarrevolucionario mundial a manos de las masas movilizadas fue indudablemente un “golpe por izquierda” dado por estas últimas. Pero en tanto y en cuanto no existió una IV Internacional de masas, es decir, por la crisis de dirección revolucionaria, el imperialismo y las burocracias restauracionistas respondieron con un golpe por derecha, haciendo abortar la revolución política e imponiendo la contrarrevolución.
Si bien las masas, con sus acciones, pueden hacer entrar en crisis el dominio imperialista, nuestra corriente viene sosteniendo: “Nosotros hoy afirmamos que el ‘89 no rompe el impasse estratégico de la revolución y la contrarrevolución en el siglo XX. Porque ese impasse sólo puede romperse íntegra y efectivamente, y transformarse en un período revolucionario histórico, cuando triunfen revoluciones con partidos revolucionarios al frente, miembros de una Internacional revolucionaria del proletariado. Afirmamos -contra lo que decía el trotskismo de Yalta- que ese impasse estratégico en Yalta no fue roto pese al enorme triunfo que significó la expropiación de la burguesía en un tercio del planeta. Porque esas revoluciones tuvieron al frente a direcciones contrarrevolucionarias que desde el primer día trabajaron para hacerlas retroceder y entregarlas al imperialismo, porque eran enemigas de la revolución mundial.
Y afirmamos que el ’89 -contra lo que dice el trotskismo post-Yalta- pese a haber tirado abajo el aparato stalinista mundial, no rompió el impasse estratégico, porque la burocracia, pasándose a agente directo del imperialismo, y las derrotas propinadas al proletariado en los ‘70 y los ‘80, por traición de sus direcciones, impidieron la sincronización de los procesos de oriente y occidente e hicieron abortar la revolución política (...)
Nosotros afirmamos, con Lenin y Trotsky (...) que lo único que puede romper ese impasse estratégico es una pluma Leninista cuartainternacionalista que defina la relación de fuerzas a nivel mundial apoyada en grandes acontecimientos revolucionarios de la clase obrera y de los pueblos oprimidos del mundo”. (Boletín de Informaciones Obreras Internacionales N° 3, abril de 1999).
Por ello afirmamos que el único momento del siglo en que ese impasse estratégico fue roto a favor del proletariado internacional, fue con la fundación de la III Internacional de masas luego del triunfo de la Revolución de Octubre. Y, aún así, la III Internacional en vida de Lenin, que se había propuesto en su fundación y como tarea inmediata la revolución proletaria y la dictadura del proletariado en los principales países de Europa -en los que la guerra imperialista y el impacto de la Revolución Rusa había parido procesos revolucionarios-, tuvo que dar un giro en su tercer congreso, dado el retraso que había provocado la inmadurez de los PCs, hacia la táctica de frente único, frente al refortalecimiento de la socialdemocracia, a cuyas filas ingresaban miles de obreros, luego de la derrota de la revolución alemana y de la revolución húngara en 1919-20 y frente al período de estabilización capitalista que, como consecuencia de esas derrotas, se abrió en Europa.
El mayor daño que le hicieron al proletariado internacional la socialdemocracia y el stalinismo a lo largo del siglo fue la liquidación de su conciencia internacionalista: la socialdemocracia llevando a los trabajadores a masacrarse entre sí en dos carnicerías imperialistas mundiales; el stalinismo, burocratizando al estado obrero soviético y levantando la pseudoteoría reaccionaria del “socialismo en un solo país”, liquidando la III Internacional como moneda de cambio en los pactos y negociaciones previos a la II Guerra Mundial con las burguesías imperialistas y haciendo ingresar a la URSS a la Sociedad de las Naciones, y traicionando y llevando a la derrota los procesos revolucionarios de la década del ‘30, de la inmediata posguerra, del ‘68-‘74.
Y la IV Internacional que tuvo la posibilidad, durante Yalta, de transformarse en una corriente poderosísima en el movimiento obrero, incluso de haber adquirido peso de masas, que debía luchar por construir secciones en Rusia, en Checoslovaquia, en Hungría, etc., es decir, de luchar por mantener la continuidad de la conciencia internacionalista del proletariado, en manos de los centristas y de los mencheviques que la usurparon, fue incapaz de hacerlo. La verdadera “crisis de subjetividad” entonces, no es la de las masas, señores centristas mencheviques, sino la vuestra, y tiene nombre y apellido: adaptación al stalinismo, a las direcciones contrarrevolucionarias de todo pelaje, y por esa vía, a los regímenes de la democracia imperialista. Parafraseando a Trotsky les decimos: ¡dejen de hablar de “las masas, las masas”, que el problema no son las masas sino en qué espíritu se disponen a educarlas ustedes, los “señores dirigentes”! Si en la década del ‘20 la revolución alemana y la revolución húngara fueron derrotadas a causa de la inmadurez de los Partidos Comunistas de esos países, jóvenes partidos que habían sido fundados casi al mismo tiempo que la III Internacional, en los acontecimientos de 1989 no hubo “inmadurez” de la IV Internacional, sino senilidad de las viejas sectas centristas mencheviques que usurparon el nombre y las banderas de la IV Internacional, causada por décadas de adaptación al stalinismo.
Aunque la pérdida de conquistas signifique siempre una derrota, si existe una dirección revolucionaria internacional que saque lecciones revolucionarias de esas derrotas, que las exprese en programa revolucionario y en lucha contra las direcciones traidoras, hay posibilidad de triunfo estratégico. Por ello lo único que puede romper el impasse estratégico entre revolución y contrarrevolución a favor del proletariado, es la resolución de la crisis de dirección revolucionaria, la existencia de un partido mundial de la revolución social, de masas, es decir, la IV Internacional regenerada y refundada sobre bases bolcheviques, expurgándola de los centristas mencheviques que han usurpado sus banderas, y de partidos leninistas de combate insurreccionalistas que puedan llevar al proletariado y a las masas explotadas, enfrentando y derrotando a todas las direcciones contrarrevolucionarias, al triunfo: al derrocamiento de la burguesía, a la toma del poder y a la instauración de la dictadura revolucionaria del proletariado.
¡Fuera las manos de los revisionistas y oportunistas de Rosa Luxemburgo!
Todos los centristas mencheviques que se enrolan en el ala pro-socialdemócrata toman la figura de la gran revolucionaria polaca que fue Rosa Luxemburgo para oponerla a Lenin. Pero para eso, castran todo su carácter revolucionario. Igual que hace la II Internacional, la transforman en una vulgar reformista y de esta manera atacan las bases de la teoría leninista del partido insurreccionalista, niegan el “terror rojo” y rechazan la dictadura del proletariado, es decir, realizan un ataque en toda la regla contra el marxismo revolucionario del siglo XX. En este ala militan corrientes como Socialismo Revolucionario de Italia y los restos del viejo MAS de Argentina.
Con sus teorías espontaneístas, objetivistas, facilistas y pacifistas de la revolución, acerca del “handicap del proletariado” y de la “crisis de subjetividad”, el PTS hoy, ha pasado a formar parte de este ala pro-socialdemócrata del centrismo menchevique. Aunque guardan las formas y no rompen de palabra con el leninismo, levantan una concepción de la clase obrera en esta época de guerras, crisis y revoluciones que termina en el parti¬do único de la clase obrera que es una vuelta a la II Internacional, liquidan los piquetes de huelga, las milicias obreras, el armamento del proletariado. Como todo un síntoma, también se anota entre los que reivindican el espontaneísmo luxemburguista con la célebre cita de que “el camino del proletariado a su triunfo definitivo está plagado de derrotas”.
Esto no es nuevo. Todos los que se volvieron a lo largo del siglo contra el marxismo revolucionario, quisieron valerse de la figura de Rosa Luxembur¬go tergiversando sus posiciones y tomando sus concepciones erróneas y sus diferencias circunstanciales con Lenin para volverlas como un arma contra éste. Respecto a las apelaciones de la socialdemocracia a la figura de la le-gendaria revolucionaria polaca, el propio Lenin escribió:
“Paul Levi quiere hacer buenas migas con la burguesía -y en consecuencia con sus agentes, las internacionales Segunda y Dos y Media- publicando los escritos de Rosa Luxemburgo en los que ella se equivocó. A esto responderemos con una frase de una vieja fábula rusa: ‘Suele suceder que las águilas vuelen más bajo que las gallinas, pero una gallina jamás puede remontar vuelo como un águila’. Rosa Luxemburgo se equivocó respecto de la independencia de Polonia, se equivocó en 1903 en su análisis del menchevismo, se equivocó en la teoría de la acumulación del capital, se equivocó en junio de 1914 cuando, junto con Plejanov, Vandervelde, Kautsky y otros abogó por la unidad de los bolcheviques y mencheviques, se equivocó en lo que escribió en prisión en 1918 (corrigió la mayoría de estos errores a fines de 1918 y comienzos de 1919 cuando salió en libertad). Pero, a pesar de sus errores fue -y para nosotros sigue siendo- un águila”.
Y culmina, en homenaje y defensa de Rosa:
“‘Desde el 4 de agosto de 1914 la socialdemocracia alemana es un cadáver putrefacto’: esa frase hará famoso el nombre de Rosa Luxemburgo en la historia del movimiento obrero. Y desde luego, en el patio de atrás del movimiento obrero, entre los montones de estiércol, las gallinas tipo Paul Levi, Scheideman y Kautsky cacarean en torno de los errores de la gran comunista. Cada uno hace lo que puede.” (Notas de un periodista, Lenin, escrito en 1922 y publicado por primera vez en 1924).
Trotsky también tuvo que salir en defensa de Luxemburgo cuando Stalin pretendió, sobre la base de las diferencias entre ellos, oponer la figura de aquella a la de Lenin, sosteniendo que mientras Lenin había combatido a Kautsky permanentemente, Luxemburgo se limitaba a defenderlo desde la izquierda (para terminar volviendo esta maniobra contra Trotsky, aduciendo que Luxemburgo se había aliado a éste en la Teoría de la Revolución Permanente, contra Lenin).
Contra esta tergiversación, Trotsky escribe en 1932, un artículo titulado Fuera las manos de Rosa Luxemburgo, en el que cita al propio Lenin reconociendo que Rosa Luxemburgo fue la pionera en la lucha contra el oportunismo en la socialdemocracia alemana e internacional. Para ello cita una carta del propio Lenin donde éste así lo reconoce:
“...odio y desprecio a Kautsky ahora más que a todo el resto del rebaño hipócrita, roñoso, vil y autosuficiente... R. Luxemburgo tiene razón, ella comprendió hace mucho que Kautsky poseía en tal grado el ‘servilismo de un teórico’: dicho más claramente, fue siempre un lacayo, un lacayo de la mayoría del partido, un lacayo del oportunismo.’’
Trotsky demuestra, con las palabras del mismo Lenin, que Luxemburgo había tenido razón en la lucha contra el oportunismo y la degeneración de la II Internacional, que lo había visto y lo había combatido mucho antes que él, cuando aún el propio Lenin se consideraba discípulo de Kautsky en sus disputas contra el ala derecha de la II Internacional encabezada por Bernstein.
El método que practicaba el stalinismo es el de transformar las personalidades, como Rosa Luxemburgo y al mismo Lenin, en algo estático, siempre iguales a sí mismos. El stalinismo convertía a Lenin en una figura a-histórica y a Rosa Luxemburgo, para calumniarla, en otra; ambos permanentemente enfrentados y donde Lenin siempre tuvo razón. Por el contrario, Trotsky sostenía; “Lenin no nació plenamente formado, como lo pintan los serviles aduladores de lo ‘divino sino que se hizo Lenin”. Y agrega: “Si Lenin hubiera comprendido y formulado todo lo que requerían los tiempos venideros, el resto de su vida hubiera sido una constante sucesión de reiteraciones. Pero no fue así, en realidad. Stalin simplemente le pone a Lenin el matasellos stalinista y lo acuña en moneditas de los refranes numerados”.
Mientras Kautsky desarrollaba, antes de 1914, posiciones pacifistas contra el militarismo creciente, las que eran combatidas por Luxemburgo como ilusiones reformistas, el propio Lenin llegó a defender las posiciones de Kautsky. Sin duda que después cambió, ¡y cómo cambió, convirtiéndose en el más enconado enemigo de toda ilusión pacifista, llamando al “derrotismo revolucionario’’, a “dar vuelta el fusil”, a convertir la guerra interimperialista en guerra civil revolucionaria! Pero eso no obvia que en este punto central de la época, la lucha contra las direcciones contrarrevolucionarias, en ese momento bajo la forma de la degeneración de la II Internacional, Rosa Luxemburgo se anticipó a todos, marcó caminos, al punto que el propio Lenin reconoce que por eso su nombre será famoso en la historia del movimiento obrero.
¡Verdaderamente la sangre no puede menos que hervir cuando vemos a los centristas mencheviques, que le capitulan a las direcciones traidoras, invocar el nombre de la gran revolucionaria que fue la primera en combatirlas!
Pero Trotsky no sólo defendió a Luxemburgo de los ataques de Stalin, sino que también hizo otra defensa de ella que tiene una gran actualidad, ante la utilización de Luxemburgo por los centristas pro-socialdemócratas, apelando al espontaneísmo. En 1935, escribió; “Actualmente se están haciendo esfuerzos en Francia y en otras partes para construir el llamado luxemburguismo como defensa de los centristas contra los bolcheviques leninistas”. Se refería al SAP, Partido Socialista Obrero, una escisión centrista de la socialdemocracia, que se acercó a la Oposición de Izquierda en los ‘30, y luego retrocedió. Si hubo algo en que se caracterizó el SAP fue en su oportunismo más abyecto. ¡Lo mismo podríamos decir ahora sobre los “esfuerzos” que se realizan desde las filas del centrismo de corte pro-socialdemócrata!
Trotsky no ve en la teoría de Rosa sobre la espontaneidad una concepción que vaya contra Lenin, sino, desde un punto de vista general, totalmente opuesta a los aparatos reformistas:
“Es innegable que Rosa Luxemburgo contrapuso apasionadamente la espontaneidad de las acciones de las masas a la política conservadora ‘coronada por la victoria’ de la socialdemocracia alemana, sobre todo después de 1905. Esta contraposición revestía un carácter absolutamente revolucionario y progresivo. Mucho antes que Lenin, Rosa Luxemburgo comprendió el carácter retardatario de los aparatos partidarios y sindicales osificados y comenzó a librar la lucha contra los mismos. En la medida en que contó con la agudización inevitable de los conflictos de clase, ella siempre predijo con certeza la aparición elemental independiente de las masas contra la voluntad y la línea de conducta del oficialismo. En este sentido histórico general, está comprobado que Rosa tenía razón. Porque la revolución de 1918 fue ‘espontánea ’, es decir las masas la llevaron a cabo contra las previsiones y precauciones de la dirección del partido. Pero por otra parte toda la historia de Alemania demostró ampliamente que la espontaneidad sola está lejos de ser suficiente para lograr el éxito, el régimen de Hitler es un argumento de peso contra la panacea de la espontaneidad.” (“Luxemburgo y la Cuarta Internacional”, 1935. Negritas nuestras).
Y agrega:
“Puede decirse sin temor a exagerar: lo que determina la situación mundial es la crisis de dirección proletaria. Hoy, en el campo del movimiento obrero todavía está lleno de inmensos remanentes de las viejas organizaciones en bancarrota. Luego de innumerables sacrificios y desilusiones, el grueso del proletariado europeo se ha retirado, al menos, al cascarón. La lección decisiva que ha extraído, en forma consciente o inconsciente, de estas amargas experiencias, dice: grandes acciones requieren de una gran dirección. Para asuntos corrientes, los obreros todavía le dan sus votos a las viejas organizaciones. Los votos, pero de ninguna manera su confianza ilimitada.
El otro aspecto de esto es que, después del colapso miserable de la III Internacional, resulta mucho más difícil hacerles depositar confianza en una nueva organización revolucionaria. Es ahí justamente, donde yace la crisis de la dirección proletaria. Cantar una monótona canción sobre acciones de masas en un futuro indeterminado en esta situación, en contraposición a una selección cuidadosa de cuadros para una nueva internacional, significa llevar adelante un trabajo totalmente reaccionario.” (“Luxemburgo y la Cuarta Internacional”, 1935. Negritas nuestras).
A 80 años del asesinato de la gran revolucionaria polaca a manos de la policía dirigida por la socialdemocracia alemana, los centristas de hoy, como émulos del SAP de los años ‘30, mientras desarrollan el más abierto oportunismo, se consuelan con la “monótona canción” sobre el espontaneísmo de las masas, con la esperanza, de carácter místico y reaccionario, de que las duras derrotas se convertirán en triunfos estratégicos por obra y gracia de la “panacea” del “handicap del proletariado” y de la superación de la “crisis de subjetividad". ¡Podemos decir, como Lenin, que desde lejos se les ve el volar de las gallinas que nunca podrán remontar el vuelo de águila de Rosa Luxemburgo! ¡Podemos decir como Trotsky: fuera las manos de Rosa Luxemburgo!
Rosa Luxemburgo fue la enemiga de los traidores del proletariado y de las direcciones contrarrevolucionarias; la primer combatiente de esta lucha, que la unía a Lenin en la perspicacia de reconocer a los traidores de la clase obrera. Decía Trotsky:
“Los confusionistas del espontaneísmo tienen tanto derecho a referirse a Rosa como los miserables burócratas de la Comintern a Lenin. Dejemos de lado los incidentes superados y con toda justificación, podremos colocar nuestro trabajo por la IV Internacional bajo el signo de las ‘tres L’: no sólo bajo el signo de Lenin, sino también de Luxemburgo y Liebknech.”•
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