Argentina - 20 de diciembre de 2021
Adelanto del libro Argentina 2001: Estallido de la revolución
20 de diciembre: La Batalla de Buenos Aires
3 de enero de 2002
La irrupción volcánica de las masas a lo largo y ancho del país tuvo en la juventud obrera a su vanguardia revolucionaria, a la cabeza de los enfrentamientos con las tropas de la contrarrevolución, en las calles del centro porteño y ante la mirada desesperada de decenas de patrones que desde las ventanas de sus lujosas oficinas en la “City” asistían perplejos a los combates del jueves 20 de diciembre, en tanto millones de explotados y oprimidos desbordaban de simpatía hacia los jóvenes obreros insurrectos. Las barricadas improvisadas ardiendo aumentaban el calor del día sofocante y los palos y piedras eran las armas con que este heroico destacamento enfrentaría, en las calles, a la “yuta” asesina hasta derribar al gobierno.
Desde entonces la burguesía se empeña en demostrar que la manifestación del miércoles 19 de diciembre por la noche, una “pacífica ‘pueblada’ de cacerolas y bocinas” (Clarín 22/12) ha sido –según ellos– el factor decisivo en el derrocamiento del gobierno de De la Rúa.
Pero tienen razón los periodistas de la burguesía, que preocupados, observaban cómo la multitud de familias de clase media, pacíficas que desfilaban el miércoles 19 de diciembre por la noche en las calles de Buenos Aires, no eran la misma composición social que la del jueves al mediodía que –como remarca el mismo diario Clarín– “con clara actitud coordinada y militante, combatieron durante horas con la policía en la Plaza de Mayo”. Al igual que cientos de miles de trabajadores hambrientos que en todo el país se vieron obligados a arrojarse sobre los supermercados en busca del pan, lo hacían conscientes de que los responsables de la situación eran los sirvientes del imperialismo y el FMI, De la Rúa-Cavallo, de los cuales pedían que rodaran sus cabezas. Su programa simple y claro se gritaba ante las cámaras de televisión: ¡Abajo este gobierno que nos mata de hambre! La impronta de su energía que atacaba espontáneamente la propiedad privada dejó una huella ahí por donde pasaba.
La juventud obrera y los trabajadores de vanguardia fueron la avanzada de la Batalla de Buenos Aires, un combate decisivo de decenas de miles de luchadores que odiaban al régimen
La fuerza que llevaba a la vanguardia obrera revolucionaria a ocupar el espacio que las clases medias dejaban en las calles, eran los millones que apoyaban la lucha pero no podían llegar al centro de Buenos Aires, víctimas de la campaña de terror que largaba la burguesía con sus servicios de inteligencia, la policía Bonaerense y los punteros del PJ para sembrar el pánico en los barrios obreros de la periferia, intentando enfrentar pobres contra pobres, agitando el fantasma del saqueo a los hogares de un supuesto “barrio vecino”, al tiempo que se “quemaban trenes”. Así la burguesía impidió que las movilizaciones fueran muy superiores en número y en composición obrera, de quienes habían roto las ligaduras de la burocracia sindical.
Por la acción de estas direcciones traidoras del movimiento obrero –Daer, Moyano, De Gennaro– la clase obrera actuó diluida en el conjunto de las manifestaciones y la vanguardia obrera juvenil quedó aislada combatiendo heroicamente. Ocho fueron las vidas que entregó en la batalla, decenas de heridos y centenares los presos. El culpable es De La Rúa y el aparato represivo que él comandaba. Pero el conjunto de la burguesía y de la burocracia sindical en todas sus alas fueron los cómplices, partícipes necesarios, de los asesinatos, ya que estos no impidieron en ningún momento el accionar represivo de la policía asesina y sus bandas de parapoliciales que disparaban desde los edificios y camionetas particulares.
A pesar de esto, jóvenes obreros ocupados y desocupados, junto a otros estudiantes dijeron ¡¡presente!! Mientras
De La Rúa mandaba la represión, otros sectores de la burguesía y sus cómplices de la burocracia sindical en todas sus alas, incluyendo a D’Elía y Alderete, pedían paz en medio del fragor del combate. Rodríguez Saá y la burocracia sindical hablaron de “rendir homenajes a nuestros mártires”. Pero cuando el fuego ardía ningún patrón o burócrata estuvo a la cabeza de los enfrentamientos en la primera línea. Pero lejos de bajar los brazos, las barricadas se multiplicaban, los compañeros que combatían también, el fuego lentamente iba devorando comercios, bancos, marquesinas y se escuchaban en todos lados los gritos de guerra de “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”; “¿A dónde está, que no se ve, esa famosa CGT?” y “Oh juremos con gloria morir”.
Los múltiples y constantes choques al calor de los combates callejeros demostraron que la energía revolucionaria de las masas y su heroicidad liberadas de las ataduras que les impone el gran capital daban cuenta de la conciencia de los combatientes de que el gobierno no caería con cacerolazos y bocinazos, había que empujarlo, había que tirarlo en las calles. Las granadas de gas envenenado, las balas de goma de las itakas que dispersaban a los manifestantes y también las de plomo de los francotiradores, el accionar de los motociclistas de la federal que perseguían a los combatientes y les disparaban a quemarropa, no mellaban en los batallones de avanzada.
Las barricadas, los piquetes con piedras y palos, colectivos y vehículos volcados e incendiados, el heroico accionar de los motoqueros que ubicaban a la policía, informaban de los movimientos del enemigo, llamaban a las ambulancias y se ganaban el odio y la persecución con saña de la policía asesina que se convirtió en una cacería después de la batalla sacudían al centro porteño de la “Reina del Plata”. Reagruparse y volver a la carga contra la policía asesina, la dispersión y nuevamente el reagrupamiento, y una vez más jugarse la vida para que, lo que se coreaba a viva voz se hiciera realidad, defendido por el cuerpo y la sangre de la vanguardia obrera. Solo el certificado de defunción del gobierno, que fuera exhibido a todo el país y el mundo en directo por TV, pudo descomprimir la tensión. Había caído el gobierno hambreador, entregador y represor, cipayo del imperialismo yanqui. El ex presidente huyó en helicóptero, mientras los criminales de la federal le cubrían la espalda. Enceguecidos de sangre las bandas parapoliciales recorrían el centro humeante de la ciudad atacando a lo que quedaba de los combatientes, mientras tanto las CGTs y la CTA iban levantando el paro que horas antes habían anunciado y que jamás se atrevieron a garantizar.
La juventud obrera y los estudiantes revolucionarios quedaron combatiendo hasta derrocar a De la Rúa. Ocho de los suyos fueron asesinados en las calles por la policía
Hoy no hay organización alguna que pueda decir que organizó o dirigió los combates en las calles, pero sí hubo miles de jóvenes obreros que, sin dirección centralizada, sin contar con un estado mayor, marcaron el camino al conjunto de su clase y supieron soportar, en carne propia y con su sangre, el embate de la contrarrevolución para sellar la suerte del gobierno hambreador y asesino. En tanto las direcciones de izquierda esperaban en Congreso que apareciera la CTA, la juventud obrera daba la vida en las calles. Las banderas de la izquierda aparecieron en la avenida 9 de Julio y ante el primer embate de la represión se retiraron. No fue así con cientos de sus cuadros y militantes que abriendo un ángulo de 180° con sus direcciones se quedaron a su bautismo de fuego en las revolucionarias calles de Buenos Aires.
Y en este combate desigual de la heroica vanguardia obrera contra la “yuta” armada hasta los dientes, quedó demostrado ante los ojos de todo el mundo que no es predisposición al combate lo que le falta a nuestra clase, y no fue su “atraso de conciencia” lo que jugó en contra. Esta mostró, en horas de combate, apenas la punta del iceberg del estado de ánimo revolucionario de las masas y su profundo odio de clase, antiburocrático y antimperialista.
Esa postal del centro de Buenos Aires con su atmósfera irrespirable, destruido y ardiendo sobre una interminable alfombra de piedras que recorrió el mundo, mostrando el escenario de los combates callejeros, se había transformado en la sepultura del gobierno. Y fue así, violentamente, porque no podía ser de otra forma, hacía su entrada al combate uno de los batallones más explotados de la clase obrera argentina, que había quedado aislada masticando bronca por fuera de un trabajo y un salario digno para vivir. Fue así como la juventud obrera combatiendo hasta el final puso al rojo vivo, en La Batalla de Buenos Aires, la evidente falta de dirección revolucionaria para afrontar los próximos combates decisivos que sellarán el destino de nuestra clase en las calles.
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