Afganistán
Reproducimos artículo de octubre de 2001
El rol archirreaccionario
de las burguesías nacionales islámicas
Al calor de la retirada yanqui de Afganistán y la vuelta del Talibán al poder, publicamos el artículo “El rol archireaccionario de las burguesías nacionales islámicas”, que fuera elaborado por nuestra corriente en Octubre del 2001, en momentos en que se iniciaba la invasión de EEUU contra la nación afgana.
Este artículo mantiene una enorme actualidad porque define con claridad el carácter reaccionario de las burguesías islámicas, como se pudo ver abiertamente también en los últimos años en todo el Magreb y Medio Oriente.
Ejemplo de esto es la política contrarrevolucionaria de los Ayatollahs y su Guardia Islámica iraní, que fueron utilizados como fuerzas de choque de la contrarrevolución en Siria y en Irak. En Irán, esa teocracia infame se enriquece mientras mata de hambre y a los tiros al pueblo.
Lo mismo en relación a Hezbollah del Líbano, que también hizo el “trabajo sucio” como tropas gurkas masacrando la revolución siria a cuenta del imperialismo. Ellos juegan un papel fundamental reprimiendo y disparando contra su propio pueblo en el Líbano, donde Hezbollah es parte del gobierno de millonarios de ese país, agentes del imperialismo francés.
Ni hablar del rol que jugó el ISIS de los viejos generales de Saddam Hussein en Irak, que entraron a las provincias de Deir ez Zor y Raqa en Siria a masacrar a las masas para custodiar los pozos de petróleo y los oleoductos, hasta que le dejaron las llaves de esas ciudades a los yanquis para que ellos los controlen directamente.
Mientras tanto, la burguesía sunnita del Ejército Nacional (ex ESL), agente de Turquía, fue la que entregó todas las ciudades rebeldes de Siria, y hoy controlan a las masas en ciudades del norte del país, a la vez que HTS (ex Al Nusra), en acuerdo con Erdogan, se mantiene en Idlib para impedir que los partisanos abran los frentes contra el fascista Al Assad y el sicario Putin, pactando en la Conferencia de Ginebra el estrangulamiento definitivo de la revolución en la Siria partida.
La actualidad de este artículo también está dada por la posición marxista que plantea frente a las burguesías nativas islámicas y para la resolución de las tareas democráticas estructurales de independencia nacional y la cuestión agraria en los países coloniales y semicoloniales. Es que Medio Oriente, así como todo el mundo colonial y semicolonial, demuestran la enorme vigencia que mantiene la teoría-programa de la Revolución Permanente del trotskismo, que plantea: “Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectivamente de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan solo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando este el poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas”. |
Parte de la campaña imperialista para justificar su guerra contra Afganistán, es el "cuco" del fundamentalismo islámico, al que sus voceros y periodistas a sueldo presentan como "bárbaro y oscurantista" y cuyo máximo "poder diabólico" estaría encarnado hoy en el nuevo "enemigo público número uno" para consumo masivo, el saudí Osama Bin Laden y en los talibán afganos.
Sin embargo, mientras los carniceros angloyanquis destruyen Afganistán a bombazos limpios, esos supuestos "enemigos mortales de los Estados Unidos", los talibán, Bin Laden, los mullahs pakistaníes que han llamado a la "guerra santa contra el infiel", no han tocado una sola propiedad o interés imperialista en la región, ni han llamado a la clase obrera y las masas a hacerlo, además de que se niegan a armarlas para enfrentar y derrotar al imperialismo. Es que estos no son más que sectores de las burguesías nacionales de los países semicoloniales de Medio Oriente -socias menores del imperialismo-, y el fundamentalismo islámico es el arma que tienen para impedir que el proletariado se organice en forma independiente, que hoy, frente a la guerra angloyanqui, se arme, que una sus filas en toda la región. Pese a ello, no logran impedir que, a través del propio movimiento islámico, se exprese, aunque en forma distorsionada, el justo odio y la creciente conciencia antiimperialista de los trabajadores y campesinos de Medio Oriente, del Magreb y del Asia Central.
EL MOVIMIENTO FUNDAMENTALISTA ISLÁMICO FUE IMPULSADO POR LAS POTENCIAS IMPERIALISTAS PARA CONTENER A LA CLASE OBRERA Y LAS MASAS DE MEDIO ORIENTE ANTE EL DESGASTE DEL NACIONALISMO BURGUÉS LAICO DE LA POSGUERRA
El surgimiento del movimiento fundamentalista islámico fue impulsado con todo por las propias potencias imperialistas a partir de las décadas del '70 y '80, justamente como mediación para contener y controlar a la clase obrera de las naciones árabes, ante el agotamiento y desgaste de las viejas direcciones nacionalistas burguesas laicas -como el Nasserismo en Egipto, como el Frente Nacional de Liberación en Argelia-, así como también de los Partidos Comunistas stalinistas.
Es que durante la segunda guerra mundial y en la inmediata posguerra, por las brechas abiertas por el enfrentamiento interimperialista se coló la lucha por la liberación nacional de las colonias de Medio Oriente y del Norte de Africa, que se expresaba y se continuó como un proceso de lucha y emergencia del joven y vigoroso proletariado de esas naciones. Aprovechando esas brechas abiertas por las disputas interimperialistas y la lucha revolucionaria de las masas, surgían los movimientos nacionalistas burgueses clásicos, como el Nasserismo en Egipto (el peronismo en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, el MNR en Bolivia, etc., fueron expresión del mismo fenómeno).
Estos movimientos eran la expresión de sectores de la burguesía nacional de esos países semicoloniales, es decir, oprimidos, riquísimos en materias primas como el petróleo o el gas. Esa burguesía nacional, que es mitad explotadora de su propio proletariado y mitad explotada por el capital financiero y los monopolios imperialistas -que se llevan la mayor parte de la plusvalía nacional y de la renta petrolera-, aprovechaban las brechas abiertas entre las distintas potencias imperialistas y la lucha de las masas para tratar de regatear una mejor tajada de la renta petrolera y de la plusvalía nacional. Para ello, utilizaban como chantaje la movilización y la lucha de la clase obrera y las masas y tomaron algunas medidas como la nacionalización del petróleo (eso sí, brindando a los monopolios expropiados jugosas indemnizaciones a los monopolios, que terminaron pagando con sangre y superexplotación las propias masas), mientras ejercían un férreo control sobre la clase obrera, estatizando sus sindicatos y con la colaboración del stalinismo. Durante toda la década del '50, y los primeros años de la del '60, emergió entonces el nacionalismo burgués, dando lugar a gobiernos bonapartistas sui géneris, es decir, a gobiernos que hacen de árbitros entre los dos colosos que se enfrentan en las naciones semicoloniales: el imperialismo, y la clase obrera como caudillo de la nación oprimida. Por ello, estos gobiernos siempre duran un corto período: cuando la lucha revolucionaria de las masas amenaza su propiedad y su dominio, estas burguesías nacionales se alinean y se disciplinan rápidamente al imperialismo -que a veces utiliza algunos tiros y bombazos para disciplinarlas- para aplastarlas. Así, todos los movimientos nacionalistas burgueses de aquel período -el MNR en Bolivia, el peronismo en Argentina, el FLN en Argelia, etc.- son hoy fieles agentes del imperialismo.
Durante este período, las potencias imperialistas -y fundamentalmente el imperialismo yanqui, que había salido de la guerra como potencia dominante-, controlaba Medio Oriente, región clave en las rutas y reservas del petróleo, con sus dos principales gendarmes armados hasta los dientes, como eran el Estado sionista-fascista de Israel aplastando al pueblo palestino (insertado como una cuña entre el norte de Africa, la península arábiga y el Mediterráneo), y el régimen del Sha de Irán, Reza Pahlevi, controlando el paso entre Medio Oriente y el Asia Central, donde se encontraban las entonces repúblicas musulmanas de la URSS; a los que se sumaba la burocracia stalinista de la URSS que -después de haber apoyado la creación del Estado de Israel- contenía a los movimientos nacionalistas burgueses, como en Siria y en la India, para impedir que la clase obrera en su lucha por la liberación nacional terminara abriendo la revolución proletaria. Así se expresaba en Medio Oriente el pacto de Yalta -pacto de contención de la revolución mundial: mientras el imperialismo controlaba con sus gendarmes directos, la burocracia stalinista contenía la revolución proletaria apoyando a los movimientos nacionalistas burgueses para ayudar a controlar férreamente a la clase obrera.
A esto se sumaba la archirreaccionaria monarquía de Arabia Saudita -país donde se encuentra La Meca y otros lugares sagrados para el Islam-, a partir de la cual el imperialismo empezó a poblar preventivamente de mezquitas el Medio Oriente (recordemos que las escuelas coránicas, las "madrasas", y la versión talibán del Islam tienen su origen en el culto sunnita de la monarquía saudí, que las ha financiado generosamente). Este enorme dispositivo contrarrevolucionario para aplastar a las masas de Medio Oriente y controlar las rutas del petróleo fue la expresión en esa región de la "pax americana" de la posguerra.
ESTRANGULANDO LA REVOLUCIÓN IRANÍ DE 1979, EL MOVIMIENTO FUNDAMENTALISTA ISLÁMICO MOSTRÓ POR PRIMERA VEZ HASTA EL FINAL SU ROL ANTIOBRERO Y ARCHIRREACCIONARIO
Como hemos dicho, es fundamentalmente a partir de la década del '70 que emerge el movimiento fundamentalista islámico como mediación para controlar a las masas ante el desgaste de los movimientos nacionalistas burgueses y su transformación en fieles agentes del imperialismo. Fue una respuesta a la lucha revolucionaria de las masas, en primer lugar, a la de la heroica clase obrera y el pueblo palestino que inició un levantamiento no sólo en Palestina, sino también en Líbano y Jordania, y se transformó en la vanguardia de la lucha antiimperialista y contra el Estado sionista gendarme.
Ese gran levantamiento palestino fue aplastado por el estado de Israel y su ejército sionista en Palestina; por la burguesía siria masacrando a ese pueblo en el Líbano; y por el rey Hussein en Jordania reprimiendo a sangre y fuego en los campamentos palestinos de ese país y dejando 20.000 trabajadores y campesinos asesinados. Mientras tanto, el imperialismo yanqui terminaba de disciplinar a la burguesía nacional egipcia que había tenido la osadía de nacionalizar el Canal de Suez, y comenzó a imponer el movimiento fundamentalista islámico para controlar a las masas.
Pero donde el imperialismo se vio obligado por primera vez a usar hasta el final el rol archirreaccioanrio de la burguesía islámica, fue frente a la grandiosa revolución el proletariado y las masas iraníes que en 1979 derrocaron al gendarme del imperialismo, el régimen del Sha, y pusieron en pie sus propios consejos de obreros, campesinos y soldados -los shora-, desbordando el control del Partido Comunista (el Tudeh) que, al igual que los PC de toda la región se había desgastado conteniendo la revolución durante toda la posguerra.
Es entonces que ese movimiento islámico -expresión de sectores comerciales y terratenientes de las burguesías nativas, con base social fundamentalmente campesina- que el imperialismo había venido alimentando preventivamente, emerge como una nueva mediación contrarrevolucionaria para impedir el triunfo de la revolución proletaria y aplastar a la clase obrera con métodos de guerra civil. Fue ese sector de la burguesía, encabezada por el ayatollah Khomeini, el que estranguló a la revolución iraní, masacrando con sus bandas armadas -los "mujaidines", o "guerreros de Dios"- a más de 200.000 trabajadores, la flor y nata de la vanguardia revolucionaria de los consejos obreros (shoras).
Para terminar de aplastar a esa grandiosa revolución que había liquidado uno de sus principales gendarmes, el imperialismo yanqui montó nuevos dispositivos contrarrevolucionarios durante toda la década del 80: armó hasta los dientes a Saddam Hussein y a la burguesía del Partido Bath en Irak, para que aplastara primero la lucha de los obreros petroleros iraquíes y destruyera sus sindicatos, y para que lanzara una guerra fratricida contra Irán que le costó a ese país un millón de muertos más.
Mientras, en la frontera oriental de Irán, usaba a Afganistán como tapón contrarrevolucionario para impedir que el impulso de la revolución iraní penetrara en la URSS por las repúblicas soviéticas musulmanas del Asia Central y terminara provocando la irrupción de la revolución política contra la burocracia stalinista que ya había iniciado un franco pase al bando de la restauración capitalista. Así, mientras Reagan y la Thatcher ponían en el Kremlin a su agente directo, Gorbachov, montaban, financiaban y armaban en Afganistán a la "guerrilla mujaidín" (los mismos talibán, Bin Laden y compañía que hoy presentan como su "enemigo número uno"), para provocarle una derrota al Ejército Rojo, desmoralizar a su base de soldados rojos, y terminar así de disciplinar a la burocracia stalinista para convertirla en su agente directo restauracionista.
Provocarle esa derrota al ejército rojo fue también la política consciente de Gorbachov y la burocracia del Kremlin que se habían hecho agentes directos de la restauración capitalista. El mito de un Afganistán inexpugnable fue levantado por los burócratas stalinistas para disimular que los soldados soviéticos, helados de frío y muertos de hambre, desertaban por cientos de miles, abandonando sus armas y sus tanques a manos de los mujaidín armados, entrenados, pagados y alimentados por la CIA. El Afganistán "inexpugnable" es un verdadero mito, porque esa guerra la podría haber ganado el estado obrero de la URSS casi sin balas, sólo con altavoces y propagandistas, si el Ejército Rojo hubiera sido el brazo armado de una dictadura del proletariado revolucionaria. Es decir, si hubiera triunfado en la URSS una revolución política; si los obreros y las masas soviéticas -comenzando por llamar a los soldados del Ejército Rojo a que, formando comités de soldados, revienten a la casta de oficiales restauracionistas-, hubieran tirado abajo a la burocracia, poniendo en pie nuevamente los soviets revolucionarios como avanzada de la revolución mundial. Porque sólo ese ejército podría haber expropiado a la burguesía afgana, en primer lugar la burguesía terrateniente (donde tiene su origen los actuales talibán, en ese momentos "guerrilleros mujaidines" entrenados por la CIA), nacionalizando la tierra y dándosela a los campesinos pobres y desposeídos, ganándose el apoyo de las masas explotadas con lo cual esos supuestos "terriblemente valientes", "imbatibles" mujaidines no hubieran durado ni una semana.
Por ello, la criminal política militar del Kremlin en Afganistán, fue totalmente consciente, parte de un plan acordado con el imperialismo norteamericano e inglés; la derrota y desbande del ejército soviético fue fundamental entonces para reforzar su reciclaje y acelerar la transformación en burguesía de la burocracia restauracionista.
Como explicamos en la Declaración, el régimen talibán es subproducto de ese triunfo contrarrevolucionario del imperialismo en Afganistán, triunfo que se fortaleció con la derrota y el aborto de los procesos que marcaban el inicio de la revolución política a partir de 1989 y la imposición de la restauración capitalista en los antiguos estados obreros; y posteriormente con el aplastamiento de Irak en la guerra del Golfo.
Así, si en los '80 Afganistán había sido un tapón contrarrevolucionario para que la revolución iraní no impactara en las naciones musulmanas de la URSS, dando inicio en ellas a la revolución política; en 1989 y en los primeros años de los '90, fue también un tapón, pero exactamente a la inversa: esto es, para impedir que la revolución política que se iniciara bajo la forma de la lucha nacional de los pueblos musulmanes del Cáucaso y el sur de la URSS -haciéndola estallar como cárcel de naciones que era-, terminara por contagiarse a la clase obrera y las masas explotadas de Medio Oriente, y en particular la heroica Intifada palestina.
Por eso, contra todos los revisionistas socialdemócratas usurpadores de la IV Internacional que cacareaban como estúpidos en los '90 que por la caída del aparato stalinista mundial el imperialismo se debilitaba y las masas tenían un handicap a su favor para hacer la revolución, la emergencia del movimiento islámico dirigido por sectores de las burguesías nativas, por los ayatollas, los mullahs, ulemas, etc., como mediación contrarrevolucionaria para impedir la revolución de la clase obrera y las masas de Medio Oriente y todo el mundo árabe y musulmán, no hace más que confirmar que el capital financiero imperialista crea y recicla a cada paso nuevas y viejas direcciones burguesas, pequeñoburguesas, burocracias sindicales, pagadas y compradas, sin las cuales no podría mantenerse el dominio de un puñado de parásitos sobre los miles de millones de explotados.
AL CALOR DE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL, ENTRE LAS BRECHAS ABIERTAS POR LAS DISPUTAS INTERIMPERIALISTAS POR LAS RUTAS DEL PETRÓLEO Y POR LA EMERGENCIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA DE LAS MASAS, RESURGE UN MOVIMIENTO NACIONALISTA BURGUÉS ISLÁMICO
Así, los mismos Bin Laden o los talibán que la propaganda imperialista presenta hoy como el "enemigo público número uno", no son sino esos sectores de las burguesías nacionales árabes islámicas que fueron utilizadas por el imperialismo para aplastar a la clase obrera y las masas de la región. Lejos de ser "atrasados y oscurantistas" son, como los talibán, burguesía terrateniente; o como Bin Laden (ingeniero e hijo de un burgués contratista del estado saudí que se quedó en los años '70 con todos los contratos para construir y mantener las mezquitas, los lugares sagrados del Islam y las bases norteamericanas) la expresión de una generación de hijos de los nuevos ricos surgidos al calor del boom petrolero de los '70, a los que la monarquía saudí, en medio de una terrible crisis económica que sacude a Arabia Saudita en los últimos años, ha desplazado de los negocios y de la posibilidad de ser socia menor del imperialismo.
Es decir, estamos hoy nuevamente ante la emergencia -aprovechando las brechas abiertas por las disputas interimperialistas por el petróleo y el gas, y por la irrupción de la revolución palestina- de sectores de las burguesías nacionales que intentan regatear con las potencias imperialistas y sus monopolios su tajada de la renta petrolera y gasífera, utilizando para ello como chantaje la movilización de las masas, y también los atentados terroristas.
Se trata, entonces, de nuevos intentos de imponer gobiernos bonapartistas sui géneris. Pero, a diferencia de los movimientos nacionalistas burgueses de la posguerra que se apoyaban en la clase obrera -y a la vez la controlaban férreamente-, hoy se trata de burguesías terratenientes o desplazadas, con base fundamentalmente campesina.
El fundamentalismo islámico, aún en sus expresiones más extremas -como las ejecuciones y mutilaciones, en el caso de los talibán-, no es más que la forma que adquieren los mecanismos de control y disciplinamiento por medio del terror hacia el proletariado de las naciones árabes y musulmanas, una clase obrera golondrina, que va de pozo petrolero en pozo petrolero, de país en país, superexplotada con salarios de hasta 10 centavos de dólar diarios por las empresas petroleras y las constructoras imperialistas y también por estas burguesías naciones cipayas que son sus socias menores. Es la forma de mantener controlado a ese proletariado superexplotado que hoy tiene su vanguardia revolucionaria en Palestina, y en los centenares de obreros petroleros y de la construcción paquistaníes que comienzan a volver a Pakistán desde Yemen, Arabia Saudita e inclusive Indonesia, a alistarse como voluntarios para pelear contra el imperialismo.
El rol archirreaccionario de la burguesía islámica -como se ve frente a la guerra de agresión del imperialismo angloyanqui- es impedir que la lucha nacional y antiimperialista de los pueblos árabes se generalice y se extienda en una sola lucha revolucionaria; es impedir el armamento de las masas y que éstas ataquen la propiedad de los monopolios imperialistas. Como explicamos en la Declaración, prefieren incluso una derrota nacional a manos del imperialismo que impulsar la movilización revolucionaria de las masas -única manera de derrotar a los carniceros imperialistas-, porque tienen terror a que esa lucha se transforme en revolución y guerra civil, poniendo en riesgo su propia propiedad y su dominio.
Y en segundo lugar, las burguesías nacionales son utilizadas a su antojo por las potencias imperialistas, como piezas de ajedrez en sus disputas por las materias primas, los mercados y las zonas de influencia, y también como dispositivos de control contrarrevolucionario. Así, por ejemplo, Gran Bretaña armó a Pakistán con la bomba atómica, mientras el imperialismo yanqui hizo lo propio con la India. Lo hicieron ya sea para empujarlas a usar ese poder nuclear uno contra la otra cuando sea necesaria una guerra fratricida -como la que ya impulsan en Cachemira, pero en gran escala- para aplastar revoluciones y disciplinar a las masas; o ya sea contra un tercer país, por ejemplo contra China, cuando su proletariado y su campesinado superexplotado por los monopolios imperialistas y por los nuevos mandarines burgueses restauracionistas, vuelva a levantarse dando inicio a la cuarta revolución china.
Es por esto que ningún sector de las burguesías nacionales de los países oprimidos, semicoloniales o coloniales, puede llevar hasta el final la lucha por la independencia nacional y por derrotar al imperialismo: sólo el proletariado como caudillo de la nación oprimida puede realizar íntegra y efectivamente los fines democrático-revolucionarios que la burguesía ya no puede resolver -es decir, la ruptura con el imperialismo y la revolución agraria-, derrocando a las burguesías nacionales cipayas, sean islámicas o laicas, e instaurando gobiernos obrero-campesinos apoyados en la autoorganización y el armamento generalizado de la clase obrera y las masas, que rompan con el imperialismo, nacionalicen la tierra, y expropien a los monopolios imperialistas y a las propias burguesías nativas. |
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