Comparación entre los movimientos obreros de Estados Unidos y Europa
31 de mayo de 1938
Pregunta: En las filas de nuestro Partido el tema más polémico relacionado con la aceptación del programa de transición parece ser el referente al Partido obrero de EEUU. Algunos camaradas mantienen que es incorrecto abogar por la creación de un Partido obrero. Sostienen que no existen indicios que señalen la existencia de un sentir generalizado a favor de tal Partido, y que, aun cuando estuviera gestándose, aunque fuera solamente al nivel de una corriente generalizada, nuestra tarea sería dotarle de un programa que confiriera a esa corriente un contenido revolucionario. Pero que, al fallar estos factores objetivos, la última parte de la tesis es oportunista. ¿Nos podría clarificar más este punto?
Trotsky: Creo que es necesario que recordemos los hechos más elementales de la historia del desarrollo del movimiento obrero en general y de los sindicatos en particular. A este respecto encontramos diferentes tipos de desarrollo de la clase obrera en los diversos países. Cada país tiene un tipo de desarrollo específico. Sin embargo, tenemos que elaborar clasificaciones generales.
El movimiento obrero comenzó, especialmente en Austria y Rusia, como un movimiento político, como un movimiento de Partido. Así dio su primer paso. La socialdemocracia, en su primera fase, albergaba esperanzas de una rápida reconstrucción socialista de la sociedad, pero el capitalismo fue lo suficientemente fuerte como para seguir existiendo. Sobrevino luego un largo período de prosperidad, y la socialdemocracia se vio obligada a organizar sindicatos. En países como Alemania, Austria y especialmente Rusia, donde se desconocían los sindicatos, éstos fueron creados, construidos y dirigidos por un Partido político: la socialdemocracia.
Otro tipo de desarrollo es el que se ha registrado en los países latinos, en Francia y especialmente en España. Aquí el desarrollo de los Partidos y de los sindicatos es casi independiente uno del otro y vehiculizado por diversas corrientes, hasta cierto punto antagónicas. El Partido es un aparato parlamentario. Los sindicatos se encuentran, hasta cierto punto, en Francia, y más en España, bajo la dirección de los anarquistas.
El tercer tipo nos lo suministra Gran Bretaña, EEUU y, en mayor o menor medida, los países de la Commonwealth. Inglaterra es el país sindical clásico. Comenzó a crear sindicatos a finales del siglo XVIII, con anterioridad a la Revolución francesa; durante la llamada Revolución industrial. (En EEUU, al calor del ascenso del sistema manufacturero.) En Inglaterra, la clase obrera no poseía un Partido obrero independiente. Los sindicatos constituían la organización de la clase obrera, en realidad, la organización de la aristocracia obrera, de las capas más altas. En Inglaterra existía una aristocracia obrera, al menos en las capas más altas del proletariado, porque la burguesía inglesa al detentar un control monopolista casi absoluto sobre el mercado mundial, podía conceder una pequeña parte de sus beneficios a la clase obrera y así absorber parte de la renta nacional. Los sindicatos eran el medio adecuado para esta tarea. Sólo al cabo de cien años comenzaron los sindicatos a construir un Partido político. Esto es totalmente contrario a lo que sucedió en Alemania o Austria. Ahí el Partido despertó a la clase obrera al tiempo que construía los sindicatos. En Inglaterra, los sindicatos, después de años de existencia y lucha, se vieron obligados a construir un Partido político.
¿Cuáles fueron las razones de este cambio? Ante todo, la decadencia total del capitalismo inglés, que se manifestó muy acusadamente. El partido laborista inglés sólo cuenta con unas décadas de existencia, y sólo cobra importancia a partir de la Primera Guerra Mundial. ¿Cuál es la razón de este cambio? Se debió a la pérdida del control monopolístico que Inglaterra detentaba sobre el mercado mundial. Comenzó hacia la década de los ochenta del siglo XIX, con la competencia de Alemania y EEUU. La burguesía perdió su capacidad de asegurar a las capas dirigentes del proletariado una situación privilegiada. Los sindicatos perdieron la posibilidad de mejorar la situación de los trabajadores y se vieron empujados hacia la acción económica. La acción política generaliza las necesidades de los obreros y no les enfrenta a sectores aislados de la burguesía, sino a la burguesía en su conjunto organizada en el Estado.
Ahora, en los EEUU, podemos decir que los aspectos característicos del desarrollo inglés están presentes de una forma aún más concentrada y enmarcados en un período de tiempo más corto, porque la historia de EEUU es más corta. La evolución de los sindicatos en EEUU empezó prácticamente después de la guerra civil, pero estos sindicatos se encontraban muy atrasados aún en relación a los ingleses. En gran medida eran sindicatos mixtos de patrones y trabajadores, no eran sindicatos combativos, militantes. Eran de carácter sectorial y limitado. Se basaban en el sistema artesanal, no en el industrial, y hemos podido observar cómo sólo durante los dos o tres últimos años se han desarrollado los verdaderos sindicatos en EEUU. Este nuevo movimiento viene representado por la C. I.O.
¿A qué se debe la aparición de la C.I.O.? La explicación se encuentra en la decadencia del capitalismo americano. En Inglaterra, el inicio de la decadencia del sistema capitalista obligó a los sindicatos existentes a dotarse de un partido político. EnEEUU, el mismo fenómeno – el comienzo de la decadencia – no originó más que la creación de sindicatos industriales, cuya aparición en escena coincidió con la necesidad de enfrentarse con una nueva fase de decadencia del capitalismo. Más exactamente, podemos decir que la crisis de 1929-1933 fue un primer impulso que culminó con la organización de la C.I.O. Pero, nada más creada, la C.I.O. se enfrenta en 1937-38 con una segunda crisis que persiste y se ahonda.
¿Qué significa este hecho? Significa que antes de que fueran organizados los sindicatos transcurrió un largo período en EEUU y que, ahora que existen verdaderos sindicatos, éstos tienen que seguir el mismo curso que los ingleses. Esto quiere decir que, en una fase de decadencia capitalista, se verán obligados a recurrir a la acción política. Creo que ésta es la cuestión más importante de todo el problema.
El problema se ha planteado textualmente así: “No hay pruebas que demuestren la existencia de una corriente generalizada favorable a la creación de un Partido obrero.” Recordarán que, cuando discutimos esta cuestión con otros camaradas, aparecieron divergencias sobre este punto. No puedo juzgar si existe o no una corriente a favor de un partido obrero, porque no puedo apoyarme en observaciones o experiencias propias. Sin embargo, no creo que lo determinante sea el grado en que los dirigentes de los sindicatos o la base estén dispuestos a crear un partido político. Resulta muy difícil establecer un criterio objetivo. No disponemos de opiniómetros. No tenemos otro medio de juzgar el estado de ánimo que la acción; pues sólo ella puede hacernos saber si las consignas están a la orden del día. Pero lo que sí podemos decir es que la situación objetiva es decisiva. Los sindi-catos, en cuanto sindicatos, se limitan a una postura defensiva, perdiendo afiliados y debilitándose a medida que la crisis se ahonda y genera más y más paro. El erario público se empobrece cada vez más y sus obligaciones son cada vez mayores pese a que los recursos se ven cada vez más mermados. Es un hecho, y no lo podemos cambiar. La burocracia sindical se halla cada vez más desorientada, la base cada vez más insatisfecha, y este descontento es tanto mayor cuanto mayor es la esperanza que depositan en la C.I.O., especialmente si tomamos en cuenta el crecimiento sin precedentes de este sindicato. En dos o tres años han entrado en liza cuatro millones de nuevos afiliados planteando problemas objetivos que los sindicatos no pueden resolver. Tenemos que dar con una respuesta a esto. Si los dirigentes sindicales no están dispuestos a la acción política, debemos exigirles un cambio de línea. Si se niegan, les denunciaremos. Tal es la situación objetiva.
Diré de nuevo lo mismo que señalé con respecto a la totalidad del programa. El problema no es el estado de ánimo de las masas, sino la situación objetiva, y nuestra tarea consiste en confrontar a los elementos atrasados de las masas con las tareas que plantean los factores objetivos, no los datos psicológicos. Otro tanto hay que decir de la cuestión del Partido obrero. Si no queremos que la lucha de clases sea aplastada y se vea sustituida por la desmoralización, hay que ofrecer a las masas una nueva vía, y esa vía tiene que ser política. Tal es el argumento fundamental a favor de esta consigna.
Decimos guiarnos por el marxismo, por el socialismo científico. ¿Qué significa “socialismo científico”? Significa que el Partido que incorpora esta ciencia social parte, como en toda ciencia, no de los deseos, inclinaciones o estados de ánimo subjetivos, sino de los hechos objetivos, de la situación concreta de las diversas clases y de las relaciones que éstas entablan. Sólo a través de este método podemos establecer las consignas apropiadas a la situación objetiva. Sólo a partir de él podemos adaptar estas reivindicaciones y consignas al estado de ánimo concreto de las masas. Pero a partir del estado de ánimo, como si se tratara del dato fundamental, no fundamentaría una política científica, sino coyuntural, demagógica, aventurera.
Cabría preguntar: ¿Por qué no hemos previsto este desarrollo hace cinco, seis o siete años? ¿Por qué hemos afirmado en el pasado que no estábamos dispuestos a luchar por un Partido obrero? La explicación es muy simple. Nosotros, marxistas, los mismos que iniciamos en EEUU el movimiento pro IV Internacional, estábamos totalmente convencidos de que el capitalismo mundial había entrado en un período de decadencia. En ese período la clase obrera se educa objetivamente y se prepara subjetivamente para la revolución social. Esa tendencia aparecía también en EEUU, pero no basta con que existan tendencias. Hay que tener en cuenta su ritmo de desarrollo; y a este respecto, teniendo en cuenta la fuerza del capitalismo americano, algunos de nosotros -entre los que me incluyo- pensábamos que su capacidad de resistencia frente a las tendencias destructivas sería mayor, y que el capitalismo americano podría aprovecharse durante algún tiempo de la decadencia del capital europeo para pasar por un período de prosperidad antes de llegar a la fase de su propio declive. ¿Por cuánto tiempo? ¿Diez, treinta años? Personalmente, no fui capaz de prever que una crisis, un conjunto de crisis, iban a aparecer en un futuro próximo cada vez con mayor profundidad. Por eso fui tan cauto cuando hace ocho años discutí esta cuestión con algunos camaradas americanos. Fui muy cauto en mi pronóstico. Mi opinión era que no podíamos prever cuándo los sindicatos se verían obligados a optar por la acción política. Si esta fase crítica hubiese tardado diez o quince años en aparecer, entonces nosotros, la organización revolucionaria, podríamos habernos convertido en un polo de referencia que influyese directamente sobre los sindicatos por su fuerza hegemónica. Por eso era pedante, abstracto y artificial proclamar la necesidad de un Partido obrero en 1930. Esa consigna abstracta se hubiese transformado en un obstáculo para nuestro propio Partido. Tal era la situación al comienzo de la crisis anterior. ¡Pero quién podría haber predicho que a esa crisis le seguiría una nueva aún más profunda y con una influencia cinco o diez veces mayor, porque sería una repetición!
Ahora no debemos detenernos en nuestros pronósticos de ayer, sino en la situación actual. El capitalismo americano es muy fuerte, pero sus contradicciones son más fuertes que el propio capitalismo. Su decadencia se echa encima con un ritmo también americano, lo que afecta más directamente a los nuevos sindicatos, a la C.I.O. más que a la A.F.L., pues ésta goza de una mayor capacidad de resistencia al tener por base a la aristocracia obrera. Nuestro programa debe cambiar porque la situación objetiva es totalmente diferente de antes.
¿Qué significa esto? ¿Qué estamos seguros de que la clase trabajadora, los sindicatos, van a hacer suya la consigna de un Partido obrero? No, no estamos seguros de que los trabajadores la apoyen. Cuando la lucha empieza, no podemos estar seguros de salir victoriosos. Solamente podemos afirmar que nuestra consigna responde a la situación objetiva, que los mejores elementos la comprenderán, y que los más atrasados, que no la comprenden, se verán obligados a dar una respuesta.
En Minneapolis no podemos decir que los sindicatos deben adherirse al S.W.P. Sería una broma, incluso en Minneapolis. ¿Por qué? Porque la decadencia del capitalismo es diez, cien veces más rápida que el ritmo de construcción de nuestro Partido. Es una nueva contradicción. La necesidad de crear un Partido político para los trabajadores es una exigencia de las condiciones objetivas, pero nuestro Partido es demasiado pequeño, carece de suficiente autoridad como para encuadrar a los trabajadores en sus propias filas. Esa es la razón por la cual tenemos que decir a los trabajadores, a las masas, que tienen que dotarse de un Partido. Pero no podemos decir inmediatamente a estas masas: tenéis que adheriros al nuestro. En un mitin de masas, quinientas personas estarían de acuerdo con la necesidad de un Partido obrero, en tanto que sólo cinco estarían dispuestas a afiliarse a nuestro Partido, lo que demuestra que la consigna de un Partido obrero es una consigna agitativa. La segunda consigna sólo es válida para los más avanzados.
¿Debemos emplear ambas consignas o sólo una de ellas? Yo diría que ambas. La primera, un Partido obrero independiente, prepara el camino para nuestro Partido. Al ayudar a los trabajadores a avanzar, nos facilita el camino. Tal es el sentido de nuestra consigna. Pero no podemos sentirnos satisfechos con esta consigna abstracta, aun cuando hoy no lo sea tanto como hace diez años, porque la situación objetiva ha variado. No es suficientemente concreta. Debemos explicar a los trabajadores lo que este Partido quiere ser: un Partido independiente, no supeditado a Roosevelt o La Follette, sino un aparato al servicio de los propios trabajadores. Ese es el motivo por el que debe presentar sus propios candidatos. Después debemos introducir nuestras consignas de transición, no todas de golpe, sino cuando se presenta la ocasión, primero una y después otra. Por ello no encuentro justificados en lo más mínimo los recelos ante la consigna de un Partido obrero. Creo que se deben a razones puramente subjetivas. Nuestros camaradas, al combatir contra los seguidores de Lovestone, querían nuestro propio Partido, y no un Partido abstracto. Por eso ahora les resulta incómodo aceptar la consigna de Partido obrero. Naturalmente que los estalinistas seguirán diciendo que somos fascistas, etc. Pero esa consigna no es cuestión de principios; es un problema de táctica. Lovestone creerá que le damos la razón, pero esto no tiene ninguna importancia. Nosotros no basamos nuestra política en las opiniones de Lovestone, sino en las necesidades de la clase trabajadora. Incluso para competir con los seguidores de Lovestone, la nueva orientación trabaja a favor nuestro, y no en contra. En un mitin, frente a un seguidor de Lovestone, yo explicaría cuál era nuestra antigua posición y por qué la hemos cambiado. ”En ese período, vosotros, seguidores de Lovestone, nos atacabais. Bien. Ahora hemos cambiado de opinión en esa cuestión tan importante para vosotros. ¿Qué tenéis ahora contra la IV Internacional?” Estoy seguro de que así podríamos provocar una escisión entre los seguidores de Lovestone. Por eso, no veo que la nueva orientación pueda ser un obstáculo.
Antes de terminar, quiero matizar algo: La propuesta de crear un Partido obrero no forma parte del programa de transición; es una cuestión específica.
Pregunta: ¿Se debe abogar por la creación de un Partido obrero y votar en su favor desde el interior de los sindicatos?
Trotsky: ¿Por qué no? Si se plantease el tema en un sindicato, yo me levantaría y diría que la necesidad de un Partido obrero es una exigencia objetiva, pues ya se sabe que la lucha económica no basta. Los obreros tienen que emprender luchas políticas. Ante los sindicatos yo defendería que lo fundamental es el carácter de Partido obrero (por eso me reservaría mi opinión sobre su programa) y votaría a favor.
Pregunta: Los trabajadores no muestran ningún interés por la creación de un Partido obrero; sus dirigentes no hacen nada y los estalinistas están a favor de Roosevelt.
Trotsky: Pero eso ocurre siempre en un momento concreto: cuando no hay ningún programa. Cuando no ven el nuevo camino. Por eso, es necesario superar la apatía, ofreciendo nuevas consignas.
Pregunta: Algunos camaradas han llegado a reunir datos que demuestran que la corriente favorable al Partido obrero se encuentra en retroceso.
Trotsky: Hay que distinguir entre las generales y las pequeñas oscilaciones que les acompañan, como sucede, por ejemplo, con el estado de ánimo en el seno de la C.I.O. La C.I.O. comenzó siendo muy agresiva. Ahora, en plena crisis, la C.I.O. les parece a los capitales mil veces más peligrosa que antes, pero sus dirigentes temen una ruptura con Roosevelt. Las masas aguardan y, mientras permanecen desorientadas, el paro aumenta. Es posible demostrar que su combatividad ha disminuido desde hace un año. La influencia estalinista posiblemente haya reforzado esta tendencia, pero no es más que una oscilación accesoria. Es sumamente peligroso basar una línea política en oscilaciones accesorias, pues, a corto plazo, la tendencia fundamental aparecerá aún más imperiosamente, y esta necesidad objetiva encontrará su expresión subjetiva en la mente de los trabajadores, sobre todo si les ayudamos. El Partido es un instrumento histórico para ayudar a los trabajadores.
Pregunta: Algunos militantes que provienen del Partido Socialista estaban hace unos años a favor de un Partido obrero, pero, al discutir con los trotskistas, se convencieron de que no tenían razón. Ahora se quejan de que tienen que volver a cambiar su opinión.
Trotsky: Sí, eso crea un problema pedagógico, pero será útil para los camaradas. Ahora pueden comprender la dialéctica mejor que antes.
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