Publicado originalmente en el BIOI Nº 4 (Segunda Época) de febrero de 2003
El PC chileno, fiel continuador de las lecciones, el programa y la “teoría” de Gramsci y el stalinismo de la década del ‘30
En innumerables oportunidades a través de la historia revolucionaria del proletariado mundial, y particularmente de su vanguardia (el partido revolucionario) se han suscitado adaptaciones por parte de éste y de sus dirigentes más importantes a la burguesía y su régimen, que luego avanzan en revisiones teóricas de los principios revolucionarios del marxismo, para terminar en traiciones abiertas a la lucha del proletariado internacional y nacional.
Este es el caso de personalidades como el Italiano Antonio Gramsci, uno de los fundadores del partido comunista Italiano (1891-1937), como también de sus continuadores y de los grupos que lo reivindican.
Gramsci permaneció gran parte de su vida militante en las cárceles del fascismo Italiano. Fue tomado preso desde 1926 hasta 1937 cuando es liberado, muriendo dos días después aquejado por terribles padecimientos físicos. Durante su periodo de encarcelamiento realiza la mayor parte de su obra.
Gramsci fue un militante comunista que se transformó en defensor de la burocracia stalinista –usurpadora del estado obrero y de la III Internacional- desarrollando una política contraría a la de la Oposición de Izquierda dirigida por León Trotsky y los bolcheviques leninistas y luego a la de la IV Internacional por ellos fundada. Gramsci defendió decididamente la seudoteoría del “socialismo en un solo país” y combatió activamente la teoría-programa de la revolución permanente.
Gran parte de la obra de Gramsci fue por muchos años desconocida, y fue publicada por Palmiro Togliati –dirigente stalinista italiano- recién a partir de 1947.
El objetivo de este artículo es tratar de limpiarle el camino a la vanguardia revolucionaria obrera y juvenil en el ámbito internacional, que está siendo engañada por las corrientes que usurparon las banderas del trotskismo, que le dicen a la vanguardia revolucionaria del proletariado –como, por ejemplo, en Argentina- que hay que utilizar a las seudoteorías de Gramsci para los “tiempos de paz” y la teoría de León Trotsky y la IV Internacional para los tiempos de revolución. Así lo hace el PTS, revisando el marxismo revolucionario, es decir, rompiendo con el trotskismo (ver artículo en esta misma sección)
En este trabajo trataremos de demostrar que entre stalinismo y el gramscismo no hay ninguna separación de principios, sino, por el contrario, total continuidad. Nos apoyaremos para esta tarea en la visión del Partido Comunista stalinista chileno que –utilizando las seudoteorías de Gramsci- pretende justificar su traición a la revolución de los Cordones Industriales en los ’70 y, luego nuevamente su traición a la segunda revolución chilena, es decir, al auge proletario de 1982-86. Sostenido esto con claros ejemplos de la revolución, esperamos que se aprecie que stalinismo y gramscismo con el mismo fenómeno contrarrevolucionario, lo que demuestra que hay ríos de sangre que lo separan del bolchevismo y –de su continuidad revolucionaria- el trotskismo y la IV Internacional.
El stalinismo usurpador de la revolución de Octubre y de la III Internacional
Al inicio del siglo veinte fueron los Berstein y los Kautsky de la socialdemocracia alemana y de la Segunda Internacional –que dirigían a millones de obreros- los que en nombre del socialismo se arrodillaron ante su propia burguesía imperialista en 1914. Como culminación de su política de “la reforma para hoy y el socialismo para mañana” terminaron pasándose al lado de la burguesía, aprobando la ley de los créditos de guerra en el parlamento imperialista alemán, dejándole las manos libres a la burguesía para avanzar en una carnicería mundial, llevando a la muerte a millones de obreros y de explotados en defensa de los intereses del capital financiero de sus propias burguesías, rompiendo con todo principio elemental de clase y del marxismo. Contra esta traición al proletariado mundial, se alzaron Lenin, Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Trotsky, reagrupando a los internacionalistas en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal, poniendo luego en pie la izquierda de Zimmerwald con el programa internacionalista de llamar a los obreros a dar vuelta el fusil y transformar la guerra imperialista en guerra civil contra la propia burguesía. Bajo este programa, en octubre de 1917 el proletariado ruso dirigido por el partido bolchevique derrocó a la burguesía y se hizo del poder, poniendo en pie el Estado obrero soviético.
Posteriormente, con la derrota de las revoluciones alemana y húngara, -tras la muerte de Lenin en 1924-, como producto de esas derrotas el estado obrero soviético quedó aislado y, bajo una terrible penuria material, surgió un nuevo fenómeno, la burocracia stalinista. Primero como centrismo burocrático, parasitando al joven estado obrero, hasta 1933, cuando con su traición al proletariado mundial en la revolución alemana, se pasó definitivamente al campo de la contrarrevolución. La burocracia stalinista destruyó al partido bolchevique, usurpó la III internacional – el estado mayor de la revolución socialista, la máxima conquista del proletariado mundial, fundada por Lenin y Trotsky- hasta liquidarla por completo.
Con la seudoteoría del “socialismo en un solo país” primero justificó su adaptación y capitulación a la burguesía imperialista, negándose a extender la revolución mundial, planteando que había que edificar el socialismo dentro de las fronteras nacionales, “a paso de tortuga” (Nicolás Bujarin). Y como refracción de esta política devinieron derrotas catastróficas como en la revolución china de 1925-27, donde la burocracia stalinista, al comando de la Internacional Comunista, ordenó al partido comunista chino permanecer en la alianza con la burguesía nacional china -encabezada por Chiang Kai Shek-, dentro del Kuomitang, para enfrentar al imperialismo, sacrificando la independencia política del proletariado chino. Como resultado, fue liquidada la revolución china, ya que el “aliado seguro” del comunismo, Chiang Kai Shek, se encargó de masacrar a los obreros y a un millón de militantes del partido comunista chino, al ver amenazados sus intereses de clase. El stalinismo en su período de centrismo burocrático traicionó también la huelga general inglesa de 1925, en función de sostener el Comité Anglorruso con la burocracia sindical de las Trade Unions.
Luego sobrevino la derrota del proletariado alemán en 1933, como subproducto de la política ultra izquierdista del “tercer período” stalinista, que se negó a levantar la política de frente único obrero con la socialdemocracia –llamándola “social-fascista”- para armar a los trabajadores alemanes, formar milicias obreras, para enfrentar y aplastar a Hitler, cuestión que facilitó el ascenso del fascismo al poder y el aplastamiento de la clase obrera alemana. Esta traición marca el “4 de agosto” de la burocracia stalinista - es decir, su pasaje consciente al campo de la contrarrevolución- cuando, como balance ante la catástrofe del proletariado alemán, Stalin afirma que no hubo derrota.
A partir de allí, impondrá la política de colaboración de clases en todos los partidos comunistas bajo su órbita, para estrangular la revolución con los frentes populares. El stalinismo contribuyó así, decisiva y conscientemente, a la derrota de la revolución proletaria mundial, y de esta forma le allanó el camino al imperialismo para marchar a una nueva carnicería imperialista, la II Guerra Mundial.
Dentro de este contexto, es decir, con la política de colaboración de clases del stalinismo impuesta en la III Internacional, impulsando los frentes populares, Gramsci desarrolla el pilar de sus concepciones que es el concepto de “Hegemonía” burguesa y “Hegemonía” proletaria.
Uno de los partidos comunistas más fuertes y contrarrevolucionarios de América Latina, el PC chileno, en un texto que se remonta a los años ’80, lo reivindica como un continuador del marxismo-leninismo, y plantea con claridad que: “El objetivo fundamental de la obra de A. Gramsci es dejar de manifiesto el rol que juegan los elementos superestructurales o ideológicos en la dominación que ejerce un grupo social fundamental sobre el conjunto de la sociedad. Para hacerlo, desarrolla el marxismo leninismo elaborando el concepto de Hegemonía como un núcleo central en torno al cual articula todo su pensamiento”. (Principios, septiembre/octubre 1981).
¿De qué quiso convencer Gramsci al proletariado mundial?
Para Gramsci, la sociedad capitalista y principalmente su superestructura, las instituciones y el andamiaje de dominación burgueses, se dividen en dos: “la sociedad civil” y la “sociedad política o estado”. A través de estos “tipos de sociedad” la burguesía ejerce su predominio, específicamente, su hegemonía. Gramsci dice textualmente: “Esta es la fase estrictamente política (el paso al plano de las superestructuras complejas), donde las ideologías se transforman en partidos y entran en lucha hasta que una de ellas o una combinación de ellas tiende a prevalecer, a imponerse, y a difundirse por toda el área social determinando, además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral. Todas las cuestiones se plantean entonces sobre un plano “universal” y se crea así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie de grupos subordinados” (Notas sobre Maquiavelo).
La diferenciación que hace Gramsci nos plantea, en el desarrollo, que la hegemonía que ejerce la burguesía con la “sociedad civil” es a través de instituciones que no aplican violencia física, es decir, que se reducen a un plano ideológico de penetración “intelectual y moral” de la clase dominante contra la clase oprimida (las iglesias, las universidades, etc.) mientras que con la “sociedad política o estado” ejerce la violencia física, la represión salvaje y abierta de las instituciones de opresión y “coerción”.
El stalinismo chileno interpreta de esto que “el concepto de hegemonía aparece así vinculado desde la partida a la ideología”. (Principios, revista del PC, septiembre octubre de 1981 “A. G ¿continuador o contradictor del marxismo?)
Desde aquí, Gramsci plantea que al imponerse la burguesía con su hegemonía, como consecuencia ideológica se produce en las masas una “adhesión espontánea”, es decir, un “consenso” o “consenso espontáneo” de las masas que adhieren a la moral general. A renglón seguido plantea que habría dos tipos de hegemonía, la burguesa y la proletaria.
Ahora bien, para Gramsci la burguesía ejerce su hegemonía por medio de las instituciones de la “sociedad civil y de la sociedad política o estado”. En el bando opuesto, el proletariado, según Gramsci debe luchar por su hegemonía o dominación. ¿Cómo avanza el proletariado en ella? Impulsado fundamentalmente por el partido de la clase (o como el mismo lo llama “el príncipe moderno”, en sus Notas sobre Maquiavelo) hasta lograr romper la hegemonía burguesa, lo que significa que el partido debe luchar por “crear las fuerzas subjetivas” para ello, es decir, debe buscar su propio “consenso” con los demás sectores que adhieran al mismo bajo un programa para “neutralizar a la burguesía”.
Dice Gramsci, planteando las tareas de fondo del partido: “El último ejemplo, el más próximo a nosotros… es el de la revolución francesa. El anterior periodo cultural, llamado de la ilustración… era la mejor preparación de la rebelión sangrienta luego ocurrida en Francia”… “el mismo fenómeno se repite hoy para el socialismo. La conciencia unitaria del proletariado se ha formado o se está formando a través de la crítica a la civilización capitalista” (Gramsci, Socialismo y cultura).
Pero, ¿cuál es el contenido programático más profundo de tal “hegemonía” proletaria? Específicamente, ¿Cuál es la guía de acción de la vanguardia revolucionaria aportada por el partido? Dice Gramsci: “la formación de una voluntad colectiva nacional popular de la cual el moderno príncipe (se refiere al partido de la clase obrera) es al mismo tiempo el organizador y la expresión activa y operante; y la reforma intelectual y moral, deberían constituir la estructura del trabajo”. A continuación Gramsci se pregunta: “¿Puede haber una reforma cultural, es decir, una elevación civil de los estratos deprimidos de la sociedad sin una precedente reforma económica y un cambio en la posición social y el mundo económico? Responde: “una reforma intelectual y moral no puede dejar de estar ligada a un programa de reforma económica, o mejor, el programa de la reforma económica es precisamente la manera concreta de presentarse de toda forma intelectual y moral”. (Gramsci, Notas sobre Maquiavelo).
Lo que verdaderamente significa la teoría y el programa de Gramsci en la revolución
Estos puntos centrales de la teoría de Gramsci serán fáciles de comprender para los obreros revolucionarios, cuando vean esta teoría comparada con los clásicos, y llevada a la práctica en revoluciones vivas, en sus terribles consecuencias, como por ejemplo, en la revolución chilena de los Cordones Industriales de los ’70, demostrando su contenido profundamente contrarrevolucionario, stalinista.
La dominación burguesa en primer lugar, en el plano de las ideas, no es ningún descubrimiento nuevo en el marxismo. El concepto de la ideas de la burguesía y su empleo en la dominación del proletariado, ya lo habían descripto magistralmente y de forma muy sencilla para cualquier obrero revolucionario Marx y Engels. Ellos decían que: “la clase social que tenga a su disposición los medios de producción material, dispone a si mismo de los medios de producción espiritual e ideal” (Marx y Engels, “La ideología alemana”) Evidentemente esto no hace más que plantear el problema de una forma científica.
Desde este punto de vista, la cuestión ideológica en la lucha de clases dentro de la sociedad capitalista expresa para los marxistas la dominación brutal de la minoría explotadora de la sociedad, la burguesía, sobre la mayoría de la población proletaria y semi-proletaria que produce la riqueza, reproduciendo sus ideas como la verdad, como lo cierto, mientras se mantenga en el poder y hasta no ser derrotada estratégicamente en el plano mundial. La burguesía siempre presentará su ideología como una cuestión “natural”, de “verdad eterna”, de “sentido común”, de “moralidad”, del “bien social” y de “la paz”, también de “la guerra” contra las naciones enemigas y contra los enemigos internos de la “democracia”, y sus diferentes regímenes ya sea “democrático”, “fascista” o “semi-colonial bonapartista”. Trata así de justificar, como clase social dominante, la propiedad privada de los medios de producción, en sojuzgamiento y explotación de millones de obreros en las fábricas y la explotación a los semi-proletarios del campo, la ruina de la pequeño burguesía, el desgarramiento de naciones y continentes con guerras y con crac económico.
Los planteamientos “teóricos” de Gramsci, sobre la “sociedad civil” y “sociedad política o estado” son una negación stalinista de la teoría marxista acerca del estado, acerca de la ideología de la dominación burguesa y el peso real que tiene ésta en el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución entre las clases. Gramsci emplea una división mecánica de las instituciones de la burguesía y del aparato del estado y su funcionamiento, que esconde el peor de los pacifismos contrarrevolucionarios.
Para Marx y Engels, al igual que para Lenin, el estado no es más que un instrumento de dominación de clase, y en esencia, los “destacamentos de hombres armados” al servicio de la defensa de la propiedad de la clase dominante. Gramsci trata de romper esta concepción fundamental al dividir esquemáticamente las instituciones del estado, al plantear que la organización revolucionaria del proletariado, el partido, y su acción, se reducen a “criticar a la civilización capitalista” es decir, a un trabajo de propaganda para lograr una primera “etapa de reforma moral y espiritual”.
Ahora bien, la filosofía a mediados del siglo XVIII, se dividió en dos grandes corriente, como lo planteó Marx: idealismo y materialismo. Dentro de la filosofía materialista, que superó a la idealista, hubo diferenciaciones, por ejemplo, entre los socialistas utópicos como Owen, Fourier, Saint Simon, hasta llegar a Marx y Engels que crearon las bases del socialismo científico, planteando que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y que: “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida intelectual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario es su ser social el que determina su conciencia. Al llegar una determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es mas que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social” (“Contribución a la crítica de la economía política”. Negritas nuestras).
Gramsci demuestra tener una concepción idealista de la realidad y como tal se vuelve un completo reformista, pero a diferencia de Owen, Fourier, Saint Simon, lo hace ya en el siglo XX, en plena época imperialista, como parte de la reacción de la burocracia stalinista.
Es decir que -de conjunto- su teoría se ubica políticamente como si estuviéramos en la época anterior del capitalismo, en la fase de desarrollo del capitalismo donde la excepción eran los periodos revolucionarios, dada la potencialidad de las fuerzas productivas bajo el capitalismo naciente, y donde estaba planteada la lucha por arrancarle a la burguesía reivindicaciones económicas y políticas.
Gramsci niega entonces, consecuentemente, la visión de Lenin respecto de las direcciones traidoras a comienzos de la época imperialista. Lenin dice que: “La burguesía de una “gran” potencia imperialista tiene capacidad económica para corromper a las capas superiores de “sus” obreros, dedicando a ellos alguno que otro centenar de millones de francos al año, ya que sus superganancias constituyen probablemente cerca de mil millones.” (V. I. Lenin, “El imperialismo y la escisión del socialismo”). Gramsci se alza como un contradictor del marxismo revolucionario y del bolchevismo porque levanta una política reformista, reniega de las tareas del proletariado revolucionario para derrocar al capitalismo e imponer la dictadura del proletariado, hacia el socialismo y el comunismo. Lo hace por la vía de darle un peso ilimitado al problema ideológico, para terminar renegando de la tarea concreta de luchar por los soviets, es decir, por organismos de democracia directa armados, autodeterminación y doble poder, de la lucha por desarrollarlos, extenderlos y centralizarlos.
La lógica de Gramsci lleva a plantear que ya no hace falta armar al proletariado y dar un combate cuerpo a cuerpo a la burguesía, sino que lo que hace falta es una “reforma espiritual y moral” que vaya creando “hegemonía proletaria” contra la “hegemonía burguesa”. Para él no hace falta formar milicias obreras, piquetes de autodefensa para defender las fábricas en manos de los obreros, y a los explotados, contra la policía y las bandas fascistas del estado burgués. Para él no existen las direcciones reformistas, contrarrevolucionarias que se dicen de la clase obrera; no existen la burocracia y la aristocracia obrera que traicionan a cada paso los intereses del conjunto del proletariado, y que en los hechos conforman una extensión del estado burgués dentro de las filas obreras. Su pensamiento reniega de la lucha por formar un verdadero partido revolucionario leninista de combate internacionalista, que plantee el problema de la insurrección y la guerra civil, es decir, que piense todos los días cómo hace para conducir al proletariado hacia la toma del poder.
Gramsci se demuestra así como un reformista confeso, un verdadero “Bernstein” del stalinismo. Revisa y niega lo esencial de la teoría leninista del Estado: es decir, habla del problema de la “ideología” por fuera de las instituciones en la que ésta cristaliza y se expresa, y pregona una “reforma espiritual y moral”, es decir, un cambio en la ideología, sin atacar en lo inmediato las instituciones que la expresan, dejando esta tarea para un futuro lejano. Es reformismo en estado puro, porque la burguesía como clase dominante no impone su ideología por obra y gracia del espíritu santo, sino a través de instituciones. Por lo tanto, el proletariado no puede destruir la ideología burguesa si no destruye sus instituciones: no puede destruir la ideología burguesa si no ataca y destruye la propiedad privada de los medios de producción; no puede destruir la falsa conciencia de “igualdad ante la ley” si no destruye la justicia burguesa, su casta de jueces; no puede destruir la farsa de la “representación” burguesa, si no destruye el parlamento burgués, y si no les opone, a su vez, sus propias instituciones, sus organismos armados de democracia obrera y de doble poder.
El reformista Gramsci le dice a la clase obrera que de a poco, creando “hegemonía proletaria”, puede ir imponiendo su propia ideología en el marco de la sociedad capitalista. La burguesía, en el marco de la sociedad feudal, puedo ir imponiendo a lo largo de casi cinco siglos su ideología, porque era una clase propietaria, esto es, una clase explotadora. El proletariado, bajo la sociedad capitalista, no puede hacer lo mismo, porque es una clase no propietaria: las lecciones de su combate, el programa revolucionario, la conciencia de clase y revolucionaria, sólo pueden mantenerse y encontrar continuidad en instituciones que la expresen, fundamentalmente en un partido revolucionario, así como otras instituciones de la clase obrera –sindicatos, fenómenos de radicalización, soviets- son las que expresan los jalones de conciencia y programa revolucionario conquistados por la clase obrera en su combate.
Gramsci, el Bernstein del stalinismo, defensor del “socialismo en un solo país” y de los frentes populares
Gramsci fue un defensor a ultranza de la seudoteoría stalinista del “socialismo en un solo país”. Así, decía en sus notas:
“internacionalismo y política nacional. El escrito de Giusseppe Bessarione (Stalin, N. de R.) (por el sistema de preguntas y respuestas) de septiembre de 1927 acerca de algunos puntos esenciales de ciencia y arte políticos. El punto que me parece necesario desarrollar es éste: que según la filosofía de la práctica (en su manifestación política), ya en la formulación de su fundador, pero especialmente en las precisiones de su gran teórico más reciente (por Lenin, N. de R.), la situación internacional tiene que considerarse en su aspecto nacional. Realmente la relación ‘nacional’ es el resultado de una combinación ‘original’ única (en cierto sentido) que tiene que entenderse y concebirse en esa originalidad y unicidad si se quiere dominarla y dirigirla. Sin duda que el desarrollo lleva hacia el internacionalismo, pero el punto de partida es ‘nacional’, y de este punto de partida hay que arrancar. Mas la perspectiva es internacional y no puede ser sino internacional. Por lo tanto, hay que estudiar exactamente la combinación de fuerzas nacionales que la clase internacional tendrá que dirigir y desarrollar según la perspectiva y las directivas internacionales. La clase dirigente lo es sólo si interpreta exactamente esa combinación, componente de la cual es ella misma y, en cuanto tal, puede dar al movimiento una cierta orientación según determinadas perspectivas. En este punto me parece estar la discrepancia fundamental entre Leone Davidovici (por Trotsky, N. de R.) y Bessarione como intérprete del movimiento mayoritario” (Escritos, 1932-1935).
Esto es, Gramsci, al igual que para Stalin, negaban que en la época imperialista, el capitalismo creó una economía y una política mundiales, y que toda particularidad nacional no es sino la expresión de la combinación desigual y específica de dichas condiciones internacionales al interior de un país dado. Por el contrario, concebían la economía y la política mundiales como una sumatoria de particularidades nacionales tal cual lo dice Gramsci: “el punto de partida es ‘nacional’. Es justamente a partir de esa revisión completa del marxismo revolucionario que Stalin y Gramsci sostienen la seudoteoría del “socialismo en un solo país”, con la consecuencia de la liquidación completa del internacionalismo proletario: si el “punto de partida es nacional”, cada partido comunista determina sus políticas y tácticas en función de las “particularidades nacionales”, es decir, termina adaptado a su propia burguesía y traicionando al proletariado mundial y al de su propio país.
Gramsci se ubica así claramente del lado de Stalin, contra Lenin y contra Trotsky y la Oposición de Izquierda, la verdadera continuidad del bolchevismo, que afirmaba: “En nuestra época, que es la del imperialismo, es decir, la de la economía y la política mundiales dirigidas por el capital financiero, no hay un solo partido comunista que pueda establecer su programa tomando sólo o principalmente como punto de partida las condiciones o las tendencias de la evolución de su país. Esto se aplica igualmente y por entero al partido que ejerce el poder en los límites de la URSS (…)
“Uniendo en un sistema de dependencias y de contradicciones países y continentes que han alcanzado grados diferentes de evolución, aproximando los diversos niveles de su desenvolvimiento y alejándolos inmediatamente después, poniendo implacablemente todos los países entre sí, la economía mundial se ha convertido en una realidad poderosa que domina la de los diversos países y continentes. Este solo hecho fundamental da un carácter profundamente realista a la idea del partido comunista mundial (…) No es posible dar un solo paso hacia la solución de los grandes problemas de la política mundial y de la lucha revolucionaria si no se asimila bien esta tesis, que apareció por primera vez con toda claridad ante la humanidad en el curso de la última guerra imperialista (…)
“La hora de la desaparición de los programas nacionales ha sonado definitivamente el 4 de agosto de 1914. El partido revolucionario del proletariado no puede basarse más que un programa internacional que corresponda al carácter de la época actual, la de máximo desarrollo y hundimiento del capitalismo. Un programa comunista internacional no es, ni mucho menos, una suma de programas nacionales o una amalgama de sus características comunes. Debe tomar directamente como punto de partida el análisis de las condiciones y de las tendencias de la economía y del estado político del mundo como un todo, con sus relaciones y sus contradicciones, es decir, con la dependencia mutua que opone a sus componentes entre sí. En la época actual, infinitamente más que durante la precedente, sólo debe y puede deducirse el sentido en que se dirige al proletariado desde el punto de vista nacional, de la dirección seguida en el dominio internacional, y no al contrario. En esto consiste la diferencia fundamental que separa, en el punto de partida, al internacionalismo comunista de las diversas variedades del socialismo nacional” (“Stalin, el gran organizador de derrotas”, León Trotsky).
Es claro que Gramsci, contra el bolchevismo, era un acérrimo defensor de la más desarrollada de las distintas variantes del socialismo nacional: el stalinismo, y el “socialismo en un solo país”.
Desde aquí se puede entender por qué Gramsci era tan útil para la burocracia del Kremlin, ya que todas sus concepciones le sirven al stalinismo para justificar la usurpación del estado obrero por la casta burocrática, la liquidación del internacionalismo proletario en nombre del “socialismo en un solo país”, y desde allí, que es correcto luchar por “neutralizar a la burguesía mundial”; y no por derrocarla y por extender la revolución socialista. Le permite justificar su política frente a la revolución española, de conformar el frente popular desarmando a los milicianos, destruyendo los consejos obreros, y así buscar un amplio “consenso” con la burguesía republicana, para defender la “democracia” contra el “fascismo”, y de esta manera, impedir que los obreros revolucionarios y sus milicias aplastaran verdaderamente al fascismo, terminaran de barrer con la burguesía republicana y, sobre la base de la construcción de organismos de autodeterminación y doble poder de las masas, que la clase obrera se hiciera del poder. Esto es, Gramsci le permite justificar al stalinismo la traición al proletariado español al que condujo a una terrible derrota bajo la bota del fascismo mientras, como “quintacolumna”, el propio stalinismo asesinaba por la espalda a los obreros y militantes revolucionarios que no se disciplinaban al frente popular.
La misma política se repite en la revolución francesa de mediados de los ’30, cuando el stalinismo estrangula la conformación de piquetes de autodefensa y la milicia obrera en el camino de la huelga general, y conforma el frente popular con el socialdemócrata León Blum y la burguesía imperialista, impidiendo que los obreros franceses dieran una salida revolucionaria.
Luego de la segunda guerra mundial, en América Latina, la política internacional contrarrevolucionaria del pacto de Yalta, de “coexistencia pacífica” –que perfectamente podría denominarse como una política de “consenso” con el imperialismo mundial- llevaron al proceso revolucionario de Chile en los ’70, y a las revoluciones que se dieron en el ámbito mundial como parte de los ensayos revolucionarios del periodo 1968-’74, al aborto o a la derrota sangrienta.
El PC chileno fiel continuador del stalinista Gramsci para justificar su traición
a la revolución de los Cordones Industriales
Es justamente porque Gramsci fue un “teórico” stalinista, defensor del “socialismo en un solo país” y de los frentes populares, que sus posiciones pudieron ser perfectamente utilizadas y aplicadas por el stalinismo en la segunda posguerra –sin necesidad de revisarlo ni de justificarlo- para justificar sus traiciones a la revolución mundial. Es que no hay, como afirmamos al principio, ninguna ruptura de principios entre gramscismo y stalinismo, sino total continuidad.
Así, el PC chileno, luego de haber traicionado la revolución de los Cordones Industriales de la década del ’70 en Chile, a principios de los ’80 acude a las categorías de Gramsci para hacer un balance de dicha revolución y para justificar su traición a la misma, en un trabajo titulado “Antonio Gramsci, ¿contradictor o continuador del marxismo?”, en el que desarrolla “Una consideración gramsciana sobre Chile”.
El PC plantea que la clase son las particularidades nacionales de Chile. Así, es desde allí que justificaba, ya en los ’70, su política traidora de “vía pacífica al socialismo”. Decía el PC: “El ‘caso chileno’ viene a demostrar que los caminos y métodos del proceso revolucionario tienen en cada país sus propias particularidades y prueba que no es precisamente descabellada la tesis que proclamó el XX Congreso del PC de la URSS, y que hizo suya el movimiento comunista en su conferencia de 1960 en el sentido de que la clase obrera y las demás fuerzas que luchan por el socialismo pueden conquistar el poder y realizar cambios revolucionarios sin que sea obligatorio recurrir a las armas” (“El gobierno popular”, artículo publicado en la Revista Internacional N° 12, diciembre de 1970). Desde este punto de vista, no hace más que retomar y aplicar la posición clásica del stalinismo, defendida por Gramsci, como hemos visto más arriba, de que el “punto de partida es nacional, y de ese punto de partida hay que arrancar”. Desde allí, el PC supone una visión completamente falsa de las causas materiales del comienzo del proceso objetivo de la revolución. Veamos cuál es su explicación.
El PC chileno afirma que el gobierno de la UP se logró gracias al “consenso”: “El gobierno popular se constituye como resultado de un real y efectivo consenso mayoritario en torno a un programa de transformaciones de carácter patriótico, democrático y popular” (principios revista del PC, septiembre octubre de 1981 “A. G ¿continuador o contradictor del marxismo?, negritas nuestras).
Esta es la primera falsificación, puesto que las causas materiales de este proceso revolucionario y del triunfo electoral de la Unidad Popular no se encuentran en las “particularidades nacionales” de Chile.
La revolución chilena de los ’70, no fue nada más que la refracción nacional del proceso de ensayo general revolucionario en el ámbito mundial que se extendió desde 1968 a 1974, y que abarcó tanto a países imperialistas, como en Francia con el Mayo francés del 1968, el impresionante movimiento contra la guerra de Vietnam en los Estados Unidos, el “Otoño caliente” italiano, la oleada de huelgas con toma de fábricas en Inglaterra, y más tarde la revolución portuguesa; como a los procesos en las semicolonias como fuera, por ejemplo, el Cordobazo en Argentina, el ascenso revolucionario de Bolivia, la rebelión estudiantil y popular masacrada en Tlatelolco, en México, etc. En el marco de este ensayo revolucionario se ubicó también el reinicio de la revolución política en los estados obreros deformados, como en Checoeslovaquia en 1968, en Ucrania, y también en Polonia. Este ascenso generalizado a nivel mundial, constituía la respuesta por parte de las masas al fin del ciclo de crecimiento al interior de los países imperialistas que, sobre la base de la enorme destrucción de fuerzas productivas en la segunda guerra mundial, se desarrolló entre mediados de la década del ’50 y hasta 1967-68.
A la crisis económica mundial, que ponía de manifiesto la total decadencia de las fuerzas productivas de Chile, el imperialismo y la burguesía intentaron descargarla sobre los hombros de la clase obrera y el pueblo explotado. Esto significaba la entrega total de la nación al imperialismo por parte del régimen bonapartista encabezado por el gobierno burgués de Frei Montalva (Demócrata Cristiano). Este partido había sido creado por el imperialismo yanqui y la iglesia católica para tener un partido aliado del profundo proceso de privatizaciones y entrega de la nación. Fue tan entreguista que los propios voceros del imperialismo norteamericano se referían al gobierno y a su accionar de la siguiente manera: “ningún gobierno de extrema derecha había tratado a las empresas norteamericanas con la generosidad de la que hizo gala Frei al firmar acuerdos. Sus condiciones exageradamente favorables revelan una ausencia tal de equilibrio y de juicio y fueron tan contrarias a los intereses de Chile que provocaron poco menos que la hilaridad de Washington” (Punto Final 20/07/71.
A este proceso de privatizaciones y entrega, las masas obreras y campesinas les respondieron con un ascenso de masas ininterrumpido desde el año ’67, que comenzó a cambiar la correlación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Este ascenso comenzó con la reforma universitaria, continuó con el aumento de los conflictos obreros, con la huelga general convocada por la CUT contra las políticas salariales del gobierno gorila de la DC, y con tomas de fundos por parte de los campesinos que se oponían a la reforma agraria del gobierno o “reforma de macetero”. Fue precisamente sobre este ascenso obrero y popular que la socialdemocracia y el stalinismo montan la Unidad Popular, que gana las elecciones en 1970. Decimos en nuestro Manifiesto Programático para Chile (editado por el COTP-CI en noviembre de 2000), de forma contraria a la visión de “consenso” del stalinismo, que fue “Sobre este ascenso obrero y popular que se había tornado incontenible se montó el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular (UP) para utilizarlo a su favor en su disputa con el imperialismo por una parte de la plusvalía extraída a los trabajadores”.
Allende y la UP se comprometieron desde un principio a respetar la propiedad privada de los medios de producción de la burguesía, al firmar el llamado estatuto de “garantías constitucionales” como una condición que le exigió la Democracia Cristiana para aprobar su mandato presidencial en el parlamento, puesto que no tenía el porcentaje de votos suficiente para ser presidente directamente. Presionado terriblemente por las masas obreras y populares, y buscando la forma de disputarle una tajada de la plusvalía al imperialismo, Allende tomó medidas como la nacionalización del cobre y la estatización de la banca, por nombrar las más importantes; eso sí, pagando indemnizaciones a los patronos imperialistas y a los burgueses nativos.
El stalinismo utilizaba las medidas del gobierno nacionalista burgués de Allende como un pretexto para justificar la política de colaboración de clases de la UP, planteando que aquellas medidas eran parte del programa revolucionario para el socialismo “por la vía pacífica” de la Unidad Popular, el supuesto “poder popular”, lo que fue completamente falso y significó una tragedia, como veremos más adelante. Por este motivo el stalinismo planteaba como eje de su política la necesidad de “…aportar decisivamente con su política y su actividad práctica en la gestación de la unidad popular, sólida alianza de diversos sectores políticos, ideológicos, y sociales que conquisten el gobierno y desarrollen durante tres años profundas transformaciones revolucionarias” (Principios, revista del PC septiembre/octubre de 1981, “A. Gramsci ¿contradictor o continuador del marxismo?”, negritas nuestras).
La profunda radicalización de la clase obrera y los explotados termina por abrir la revolución –a la que el gobierno de Allende y la UP vienen a tratar de abortar- y pega un salto cualitativo en 1972 con el surgimiento de los cordones industriales que es lo más avanzado del proceso revolucionario que dieron los trabajadores y el pueblo, porque éstos eran embriones de organismos soviéticos, es decir, de doble poder.
Ahora bien, este proceso de transformación en revolución abierta tuvo sus características singulares que pasaremos a explicar para dar cuenta con claridad de la profundidad de la traición stalinista.
Fue tras el “lock out” y el cierre de las fábricas por parte de la patronal que había iniciado un “paro nacional” contrarrevolucionario apoyado y financiado por el imperialismo yanqui, que sectores de las masas obreras en 1972 comenzaron a formar organismos pre-soviéticos, o embriones de soviets, como eran los cordones industriales, que abrieron las fábricas cerradas por la patronal y comenzaron a hacerlas producir bajo su control. Los obreros aprendieron que podían ejercer el control de las fábricas e industrias tomadas agrupadas en grandes concentraciones industriales, abrir los libros de contabilidad, sin la patronal. Los obreros de los cordones luchaban por extenderlos al conjunto de todas las ramas de la producción y se defendían por medio de piquetes de autodefensa. Junto a los cordones estaban las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP), que distribuían e incautaban los alimentos que la patronal escondía. También hubo sectores del campesinado que habían expropiado a los terratenientes y que intercambiaban insumos con los obreros de los Cordones.
Los obreros revolucionarios de los cordones, con un agudo instinto de clase habían comenzado a plantearse el problema del poder, es decir, cuestionaban abiertamente la propiedad privada y comenzaban a abrir embrionariamente una etapa de doble poder, desafiando al jefe del gobierno de la UP, Allende, y a todos los partidos de la UP, diciéndole que era un traidor cuando este trataba de conciliar a los sectores pro imperialistas en la conformación de un gabinete de seguridad nacional, cívico militar.
Desde esta perspectiva el proletariado revolucionario y su fuerza, no hacían más que mostrar la debilidad extrema del gobierno nacionalista burgués de Allende para seguir conteniendo, y ponía al rojo vivo el verdadero enfrentamiento entre los dos colosos, el proletariado revolucionario y el imperialismo. El primer anticipo del desenlace entre revolución y contrarrevolución abierta, se puso en el tapete con el intento de golpe fallido de julio del 1973, para luego, en septiembre, imponerse la contrarrevolución triunfante con el golpe de Pinochet y una sangrienta dictadura militar.
El PC explica las causas de la derrota de la revolución en 1973 como la “pérdida del control del gobierno” a manos del golpe Pinochetista imperialista, y dicen: …Precisamente su gran debilidad (se refiere al gobierno de la UP) es haber sobreestimado el papel del consenso al no reprimir a los intentos de subvertirlo; pero a la vez el gobierno popular es derrocado porque su consenso no abarcaba todos los aspectos ideológicos y políticos que debían fundamentar el nuevo poder popular (concepto de libertad, democracia, nueva institucionalidad, etc.); la lucha ideológica no logró derrotar los valores tradicionales de la burguesía sobre los cuales se levanta su institucionalidad”. (Principios, revista del PC septiembre/octubre de 1981, “A. Gramsci ¿contradictor o continuador del marxismo?”, negritas nuestras).
Y continúa su explicación, aplicando directamente las categorías de Gramsci de “hegemonía”, “consenso” y “reforma intelectual y moral”, diciendo: “En palabras de Gramsci, el movimiento popular no fue capaz de extender su hegemonía a todas las esferas de la vida social, no logró realizar una reforma intelectual y moral integral que afirmara su dirección sobre la sociedad”. (Revista “Principios” órgano del PC, 1981 septiembre/octubre, “A. Gramsci ¿contradictor o continuador del marxismo?”).
Esta es una tercera falsificación de los acontecimientos reales. La realidad fue lo opuesto. Para salvar al régimen burgués, al imperialismo y la propiedad privada del peligro de la revolución, y para allanarles el camino, el PC y el PS en oposición a los cordones industriales (que constituían la vanguardia de la revolución), dirigiendo la Central Única de Trabajadores completamente estatizada y a los pies de Allende, se dedicó a boicotear a cada paso a los cordones industriales. Enviaban a representantes de la CUT a decirles a los obreros de los cordones que entreguen las fábricas. Al constatar que los obreros de los cordones se rehusaban, los traidores avanzaron en acciones superiores, imponiéndoles todo el peso de las instituciones del estado burgués que controlaban por medio de la UP, para obligarlos a entregar las fábricas y así hacer mejores acuerdos con la burguesía del partido Demócrata Cristiano y con el Club de París (cumbre imperialista, antecedente del G7). Es decir, el PC desde un comienzo trató –sin lograrlo- de estrangular a los cordones industriales haciéndolos entrar en las instituciones del régimen burgués de Allende y la Unidad Popular, por medio de la CUT, para disolver la verdadera democracia obrera y el embrionario doble poder que se había puesto de pie. Sin embargo, la UP, para gobernar junto a la burguesía de la Democracia Cristiana, u con “los milicos patrióticos” –lo que constituía el fondo de su política de la “vía pacífica al socialismo”-, se vio en la obligación de ir más allá. Su desenfrenada lucha por estrangular a los cordones industriales y al proletariado revolucionario continúa en su accionar de “quintacolumna” que fue formular y aprobar el proyecto de ley de control de armas de Allende, en el parlamento burgués, para permitir el allanamiento con la policía y los militares de las fábricas en manos de los obreros, en busca de armas, y a todas las poblaciones combativas donde la burguesía pensara que los trabajadores y el pueblo pudieran estar armados. De esta forma garantizaron su desarme para que luego fueran aniquilados.
Además, durante todo el proceso revolucionario largaron una campaña diciéndoles a los obreros “¡No se armen! ¡Luchemos por la paz!”, “hay que impedir la guerra civil”, “¡No a la guerra civil!”, “hagamos el socialismo sin armas, por la vía pacífica!”. De la misma forma antes, durante, y después de la intentona de golpe de estado fallido en julio –el “tancazo”-, llamaron a confiar en los militares “patriotas”, como Schneider, Prat o el mismísimo Pinochet, entre otros, que eran supuestamente “constitucionalistas, defensores del Gobierno popular y de la democracia”. Es que estos traidores trataban de mantener engañados a los trabajadores diciéndoles que el régimen bonapartista y su gobierno nacionalista burgués de Allende era “el gobierno popular” les hacían creer que el estado burgués, su constitución reaccionaria pro imperialista, sus fuerzas armadas y su propiedad privada defendida por la UP era “su gobierno”, el de los trabajadores y el del pueblo.
Fueron precisamente los stalinistas junto al PS y su “poder popular consensuado”, los verdaderos garantes de que los obreros de los cordones industriales y el conjunto de la clase y el pueblo insurrectos fueran entregados desarmados, con el pecho descubierto y las manos vacías para enfrentar las balas de plomo, los bombazos y los campos de concentración del golpe militar sangriento de Pinochet y la CIA, que impusieron una masacre y un aplastamiento físico al heroico proletariado chileno para que no volviera a levantarse nunca más contra la propiedad y el régimen burgués pro imperialista.
Según el PC, en cambio, el problema fue que “no lograron derrotar los valores tradicionales de la burguesía sobre los cuales se levanta su institucionalidad”. Es decir, la concepción de Gramsci de que el eje es cambiar la ideología burguesa sin atacar en lo inmediato las instituciones en que ésta cristaliza y se expresa, su concepción de “reforma intelectual y moral”, de crear “hegemonía proletaria” en una primera etapa, le vienen como anillo al dedo al PC chileno para justificar su política de colaboración de clases con la burguesía y su traición a la revolución chilena.
Consecuentemente con esa posición, afirman que “El golpe fascista rompe violentamente con el esquema tradicional de dominación de la burguesía y erige a un régimen basado en el predominio absoluto del elemento coercitivo” (op. cit.).
Contra esta falsificación stalinista los obreros deben preguntarse: ¿cuándo la burguesía perdió su dictadura, la dictadura del capital? ¿Desde cuándo se derrotan a las instituciones materiales del orden burgués por medio de ideología, de moral y de valores? ¿Es que acaso la burguesía no asienta sus instituciones de poder sobre la base de la explotación, es decir, del robo de la plusvalía, del salario, imponiendo la propiedad privada, y cuando ve que ésta se ve amenazada es capaz de aniquilar sin piedad, como lo hizo con la revolución de los cordones industriales?
Los obreros mismos vivieron en carne propia y pagaron con su sangre, el que la burguesía y el imperialismo no “utilizaron la ideología” para derrotar la revolución cuando sus sirvientes reformistas no la lograron contener, sino que utilizaron directamente las armas, y todas las instituciones a disposición de la clase burguesa para masacrar físicamente la revolución, sin siquiera temblarles el pulso.
Obreros conscientes: debemos sacar las lecciones revolucionarias de nuestras experiencias, y que no nos quepa ni una sola duda, que el rol de los revolucionarios en el proceso de los cordones industriales, era desarrollar, extender y centralizar los organismos embrionarios de doble poder como los Cordones, las JAP, armándolos, y luchando por dividir al ejército, llamando a formar comités de obreros, campesinos y soldados armados –como se planteó con claridad durante la sublevación de un sector de los marineros de base en Valparaíso y Talcahuano- para organizar la insurrección y la toma del poder por el proletariado imponiendo un gobierno obreros y campesino. Esto es, una política revolucionaria opuesta por el vértice a las políticas reformistas conscientemente contrarrevolucionarias del stalinismo gramsciano, de buscar “consenso”, es decir, de buscar aliados en la burguesía nacional para la “hegemonía proletaria”, y para “la formación de una voluntad colectiva nacional-popular”, en alianza con la burguesía golpista de la Democracia Cristiana, que terminó en una masacre contra el proletariado.
La alianza con las “burguesías no monopolistas”,
otra justificación del frente popular y la colaboración de clases
El PC chileno justifica sus acuerdos con la burguesía diciendo: “A diferencia de la democracia burguesa, el nuevo poder (el poder popular), ejerce la coerción ya no contra una mayoría explotada, sino contra una minoría de explotadores. Aquí el estado y su programa revolucionario interpretan los intereses de la clase obrera y también de los grupos sociales que son sus aliados objetivos: capas medias, campesinos, pequeña burguesía, intelectuales e incluso sectores burgueses no monopolistas; aquí no es una clase social sino una vasta alianza de ellas que asume el poder”. Y a continuación dicen contra quién hay que luchar, para justificar su colaboración de clases: “El movimiento revolucionario sostiene la necesidad del uso de la fuerza no contra los partidarios del nuevo consenso, ni contra aquellos que no siendo partidarios tampoco apoyan activamente el antiguo orden; sino que fundamentalmente contra el enemigo común; los clanes económicos y la penetración imperialista, a quienes es necesario reprimir para evitar que atenten contra los intereses y objetivos del pueblo”. (Principios revista del PC, septiembre/octubre de 1981, “A. Gramsci ¿continuador o contradictor del marxismo?”)
Es que para el stalinismo los obreros y el pueblo explotado debían reconocer como iguales para la lucha política al partido burgués Demócrata Cristiano, explotador y masacrador de obreros, y formar una gran alianza con estos supuestos “burgueses no monopolistas”, que en resumidas cuentas son los verdugos del imperialismo en los países semicoloniales. ¿Con qué objetivo había que unirse? Nos responden que para “unirse” y luchar todos juntos en una santa alianza contra “los clanes económicos y la penetración imperialista”. ¡Nuevamente mentira! Su lucha contra los monopolios imperialistas no era expropiar las empresas capitalistas, poniendo todo su peso para desarrollar, extender y centralizar a los cordones industriales que iban en ese camino, sino que Allende negociara con la DC, con el club de multimillonarios de París, es decir, con el imperialismo y sus sirvientes.
Es claro que un “teórico” stalinista como Gramsci, que hablaba de “neutralizar a la burguesía”, de crear “consenso” con otros sectores y una “voluntad colectiva nacional-popular” para ellos, puede ser perfectamente utilizado como lo hace el PC. chileno, sin necesidad de revisarlo o justificarlo, para aplicar y justificar políticas de colaboración de clases: esto es, para hacer una amplia alianza que incluya a la “burguesía no monopolista”, para “neutralizar” a los “clanes económicos y la penetración imperialista”. El PC chileno, aplicando a Gramsci como continuidad natural del stalinismo, dice así que “el partido revolucionario de vanguardia” debe “…lograr ciertas alianzas, neutralizar a otras fuerzas, llevar a cabo una primera fase de la reforma intelectual y moral” (op. cit.).
El PC chileno frente a la segunda revolución chilena en los ‘80
Entre 1982 y 1986, después de casi diez años de feroz dictadura pinochetista, y al calor de la brutal crisis económica en toda América Latina con la crisis de la deuda externa, vuelve a salir el proletariado chileno a la lucha revolucionaria, con un verdadero auge proletario. El ascenso obrero y popular lo comienzan los estudiantes universitarios y secundarios que preanunciaban la entrada de los obreros industriales en la lucha por la reorganización de los sindicatos –prohibidos en la dictadura- levantando como demanda principal el aumento de salarios. Este proceso desemboca en una lucha política generalizada contra la dictadura, en un verdadero auge proletario, tal como lo definíamos en nuestro manifiesto Programático: “Trotsky utiliza esta categoría de auge proletario para explicar un proceso de ascenso del proletariado industrial que se dio en Rusia desde 1910 hasta 1914, que tendía a ganarse al movimiento campesino y amenazaba con transformarse en una revolución abierta, proceso interrumpido por la primera guerra mundial imperialista”.
Este auge proletario, esta segunda revolución chilena, fue nuevamente traicionada por la socialdemocracia y por el stalinismo, propinándole así una segunda derrota al proletariado.
Las masas demostraban una fuerte tendencia a la unidad obrera y popular en octubre de 1984 (cuando el auge llevaba más de un año de su comienzo); así, desbordaron a sus direcciones e impusieron la huelga general, descalabrando al régimen y haciendo caer al gabinete de Pinochet, abriendo la posibilidad de derrocar la dictadura de Pinochet revolucionariamente; pero no pudo ir más allá gracias al accionar del PC, el PS y la DC, que lo impidieron. El PC dividió a los obreros ocupados de los desocupados, por un lado entregando la conducción del proletariado industrial a la golpista DC y al PS, y por el otro, conduciendo a los obreros desocupados y de las poblaciones (el sector más desesperado) a acciones ultra izquierdistas con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, separándolos de sus hermanos de clase, todo esto con el objetivo de sostener la “transición pactada a la democracia”.
osteriormente terminó llamando a votar por el “No” en el plebiscito de 1988 que consagró la Constitución pinochetista del ’80 y a los sucesivos gobiernos cívicos militares de la concertación que mantienen sometido al proletariado chileno al imperialismo.
El propio stalinismo plantea en el mismo artículo sobre Gramsci: “Las tareas inmediatas y mediatas de la lucha contra la tiranía, organizando la resistencia, señalando una perspectiva a la lucha, buscando los caminos más apropiados para el entendimiento de todos los sectores no fascistas”. (Principios, septiembre/octubre 1981, “A. Gramsci ¿continuador o contradictor del marxismo?, negritas nuestras). Es decir, nuevamente impulsan una política de colaboración de clases, de “consenso”, al decir de Gramsci: de esta vereda los que luchamos por la “democracia”, en contra del “fascismo”, sin ninguna distinción de clases –incluso participaba la golpista DC- y allá los “fascistas” de la derecha. Es decir, nuevamente, un “consenso” con la burguesía que “defendía la democracia”, para neutralizar la burguesía fascista.
Así, decía el PC chileno, para justificar su apoyo y sostenimiento a la “concertación” y a la “transición pactada a la democracia”: “… el pluralismo implica la unidad y lucha en una alianza, lucha como forma de defensa de sus intereses y objetivos por las distintas clases y partidos, pero supeditado al objetivo consensual. El consenso es entonces el método fundamental a aplicar dentro de los marcos de la alianza, y la coerción el método contra el peligro externo de la alianza” (op. cit.)
El resultado: nuevamente el aborto del proceso revolucionario, y la imposición, sobre la peor de las superexplotaciones de la clase obrera chilena, de la continuidad del régimen pinochetista bajo los distintos gobiernos de la Concertación desde 1990. Es decir, una nueva derrota histórica de la que la clase obrera chilena, que continúa hoy enchalecada por ese monstruo que es el PC, sostenedor del régimen pinochetista, aún no logra recuperarse.
Grupo Obrero Internacionalista (CI) de Chile