Nuevos testimonios de un sobreviviente de las cámaras de torturas de las cárceles del gobierno fascista de Al Assad
Por Mohammed Abu Faisal
Recuerdos de mi encarcelamiento en el matadero humano de la prisión militar de Saidnaya
“EN EL RÉGIMEN DE BASHAR AL ASSAD, EL HOSPITAL ES PARA ELIMINAR AL ENFERMO Y HUMILLARLO E INSULTARLO”
Cada mañana escuchamos ese sonido terrible de los carceleros criminales “¿Hay un dormitorio que tenga un animal muerto?” (es decir un preso muerto). Luego juntan a todos los presidentes de cada dormitorio que tuviera algún muerto. (N. del T.: En cada dormitorio los carceleros ponen a uno de los presos como “presidente” que es el responsable de que todo el dormitorio siga sus indicaciones y sino, él es el principal castigado, apaleado y torturado). A los presidentes les dicen “va a entrar el doctor a hacer la ronda y cualquier preso que diga que está enfermo voy a matarlo a él y al enfermo, ¿entendieron animales?”. Y después entran los matones asesinos al ala con el doctor criminal y recogen los cuerpos de los muertos.
En un momento, yo estaba en un estado muy malo debido a la enfermedad de la sarna, que me abrió la carne. Por la intensidad del dolor y el sufrimiento me dije a mí mismo: “apenas entre el doctor quiero que mire mi cuerpo sentado y me lleve al hospital, por Dios, la muerte es más misericordiosa que esta situación”. Nosotros sabíamos que si yo iba al hospital tenía una alta probabilidad de no volver y que me liquidasen, pero como sentía un gran dolor, decidí decirle al doctor sobre mi condición.
El médico criminal entró al dormitorio y teníamos el cadáver de un preso que lo sacó del dormitorio. El médico dijo: “¿hay algún enfermo?” y levanté mi dedo y le dije: "yo señor”. Me dijo “échate para atrás”. Me dijo “¿Qué tienes, prostituta?” Yo le dije “Mire mi cuerpo, señor, ¿qué es?”. Me dijo “mereces más que eso, hijo de…” Y me preguntó cómo me llamaba. Le di mi nombre. Me dijo “vuelve a tu lugar”. Salieron y cerraron la puerta y continuaron hasta el último dormitorio.
Por supuesto, la sarna estaba en todo mi cuerpo y más todavía en mis manos y rodillas.
La sarna es una enfermedad muy fea, que causa un gran dolor y picazón en todo el cuerpo, fiebre alta, infecciones fuertes y agujeros muy grandes y malos olores, como resultado de bultos y forúnculos en el cuerpo.
Poco después entró el carcelero y me llamó por mi nombre y me dijo: “ponte la remera en la cabeza y échate para atrás”. Tenía un miedo que nunca lo sentí. Me llevó a una habitación donde el olor era muy desagradable. Cerró la puerta de la habitación y salió. Poco después yo y un grupo de presos de otros dormitorios que se registraron como enfermos e iban al hospital abrimos nuestros ojos en la habitación. La habitación estaba llena de cuerpos y sangre de los presos, y sus cuerpos estaban flacos, completamente desnudos. Todo lo que se veía era muy aterrador.
Luego escuchamos una voz diciendo que demos unos pasos, volvamos a ponernos la remera con nuestras cabezas adentro y nuestras manos sobre los ojos. Entraron a donde estábamos como perros rabiosos y se abalanzaron golpeándonos y uno de los criminales dijo: “A cada uno de ustedes les escribiré su número de identificación en su mano y ese número será su nombre. Cuando hablen en el hospital y alguien les pregunte cuál es su nombre, díganles me llamo número tal.”
Nos dijo “todos de rodillas” y todos los presos levantaron su mano y se pusieron contra la pared. El carcelero pasó escribiendo los números en las manos. Cuando llegó a mí y vio mi mano que era como una costra por la sarna y por haberla pisoteado con botas militares, y como yo sufría mucho dentro de mí, le rogué: “despacio señor, por el amor de Dios, señor”.
Mis manos estaban sangrando, sucias, hinchadas y muy empequeñecidas como resultado de un fuerte pisoteo de botas militares.
Después de que terminó de escribir todos los números, dijo a todos que nos paráramos y que cada dos saquemos un cuerpo de los cadáveres que habían. Y llegó uno a mí y empezamos a arrastrar un cadáver. En nuestro camino nos volteamos y miramos hacia la tierra. Nuestra condición era dura, porque nuestros cuerpos eran delgados y no podíamos movernos sino con dificultad por las enfermedades graves.
Así es que llegamos a la puerta y un vehículo que era como una jaula se acercó a nosotros y tiramos los cuerpos que teníamos. Luego nos movimos al vehículo para ir al hospital.
Todos sabemos que el hospital es para cuidar del enfermo, pero en el régimen de Bashar Al Assad el hospital es para eliminar al enfermo y humillarlo e insultarlo.
Cuando llegamos allí, nos dieron una paliza y nos metieron en una celda pequeña llamada “anteojos” y bajaron los cadáveres y los pusieron junto con nosotros en la misma celda “anteojos”.
Nos sentamos hasta el día siguiente y no vimos a ningún médico. Solo vimos cadáveres, presos enfermos sufriendo, muy malos olores y una cantidad de comida para todos los presos que no alcanzaba ni para uno solo.
En un día, cuatro de los presos enfermos que estaban con nosotros murieron como resultado de su estado de salud, producto de tuberculosis, diarrea y sarna.
Al día siguiente entró el carcelero y nos dijo que vayamos con él y que saliéramos en su dirección. Caminamos una distancia corta en camino a un tren. Cada preso fue al lado de otro en ese trayecto. Luego nos hicieron ponernos espalda con espalda y mirando al piso para que nos pase a buscar un vehículo que era como una jaula militar. Antes de que nos levantara el auto, llegó el doctor y comenzó a hacer preguntas con prisa a cada preso, “¿Qué pasa contigo?” Y nosotros respondimos esto: uno dijo de la sarna, otro de la diarrea y otro de otra cosa, y así sucesivamente. El vehículo nos llevó hacia la prisión de Saidnaya. Cuando llegamos nos golpearon severamente, como si no fuéramos humanos. Nos fueron llamando por nuestros nombres y nos fueron dando a cada uno nuestra respectiva medicina.
Después de eso, cada preso fue llevado a su dormitorio. Cuando llegué a la puerta de mi dormitorio, tomé mi medicamento. Eran dos cajas que tenía cada una dos sobres de pastillas anti-inflamatorias y dos cajas de benzoato para tratar la sarna. Vació dos sobres de pastillas anti-inflamatorias y las tiró al suelo y las pisoteó con sus zapatos militares. Me dio una caja y me llevaron al dormitorio con fuertes palizas e insultos, sabiendo que una caja no alcanzaba para nada, cuando todos los presos en el dormitorio estaban infectados con todo tipo de enfermedades. Agradezco a Dios que sobreviví de sus manos, porque la capacidad de acción de Dios es mayor.
Fueron días muy duros y difíciles.
Días y momentos de no olvidar.
Mohammed Abu Faisal