11 de febrero de 2022
Ucrania: una nación partida por Putin y el imperialismo,
una revolución estrangulada
Ucrania se ha vuelto nuevamente “una zona caliente”, pero esta vez no son las masas con su ofensiva revolucionaria las que ponen en jaque a Putin y al imperialismo, como lo hicieran entre fines de 2013 y 2015, sino que son los golpes contrarrevolucionarios y los zarpazos del imperialismo yanqui que ha venido por todo, luego de estrangular la revolución-con el invaluable rol de Putin-, los que ponen a Ucrania contra las cuerdas.
Si hoy el imperialismo angloyanqui puede ir por toda Ucrania es porque han podido estrangular y sofocar la enorme revolución de 2014.
Ucrania se erigió en 2014 como una “capital de la revolución”, un foco revolucionario clave, como veremos aquí, por su ubicación estratégica, su génesis, su heroismo con el que llegó a poner en pie verdaderos soviets de obreros y soldados. Por ello fue uno de los puntos donde el imperialismo centró todas sus fuerzas para aplastarla, así como lo hizo en Siria. Se trataba de asestarle derrotas certeras al proletariado para que la revolución no se extienda como un reguero de pólvora, como lo hacía en Medio Oriente. Ucrania era una revolución bisagra, que planteaba expandirse a Europa y a Rusia. El imperialismo se jugó todo a detener este camino y como veremos, echó mano a sus dos agentes: el rol del fascismo que masacró desde Kiev imponiendo los planes del FMI, pero también el del “frente popular” en el Donbass que impuso Putin con la oligarquía prorusa del este -que impusieron un verdadero infierno contra las masas de hambre y muerte-fueron las dos puntas de una misma soga para estrangular la revolución. La partición, la rapiña y el reparto de la nación que impuso el imperialismo junto con Putin es lo que permitió el desarrollo de la situación actual.
La génesis de las disputas actuales y los acontecimientos de 2014
A fines de 2013 Ucrania entró en cesación de pagos, ahogada por la fraudulenta deuda con el FMI. El entonces presidente de Ucrania, Yanukovich, se encontraba negociando con la UE que esta le pusiera los millones de dólares para el pago de la deuda externa. Putin se ofrecía a ser él el garante del pago al imperialismo, con 15 mil millones de dólares. Una enorme brecha se abría en las alturas entre las distintas pandillas burguesas ucranianas, la de Occidente, que se articula con Europa comercialmente y desde las finanzas, y la pandilla de Oriente, articulada totalmente con la industria rusa. Las condiciones para que en medio de estas brechas y brutal crisis emergiera la revolución estaban más que maduras, por lo que la burguesía “pro-europea” de Kiev se adelantó y se aprovechó del justo odio de las masas contra el gobierno de Yanukovich que venía descargando todo el ataque del FMI sobre sus hombros. Esta cínica burguesía se montó sobre el movimiento de masas en la Plaza Maidan, prometiéndole que de la mano de Maastricht finalizarían sus penurias de salarios de 300 dólares. Es que, como decíamos entonces, fue el azote brutal contra las masas, de hambre, miseria y explotación del gobierno aliado de Putin imponiendo los planes del FMI, el que empujaba más y más a las masas a los brazos de Maastricht que les prometía el “paraíso de las góndolas llenas”, diciendo que esa era su salida. Las masas explotadas huían entonces de las brasas calientes de Putin a la sartén hirviente de la Europa de Maastricht.
En la zona del este del país, en ese momento las masas no salieron a defender al presidente “pro-ruso” como otrora lo habían hecho en 2009 en la llamada “revolución naranja”. Es que sentían el mismo odio que sus hermanos de Kiev contra el aplicador del ataque a cuenta del FMI, Yanukovich.
La burguesía, imponiendo la contrarrevolución democrática, cerró las brechas en las alturas con una política de Pacto en 2014, con la renuncia de Yanukovich, el nombramiento de un presidente interino, y luego unas elecciones anticipadas -tuteladas por la OTAN- que pusieron al gobierno títere del FMI, el magnate del chocolate, Poroshenko.
Este nuevo gobierno profundizó el ataque del FMI ya en curso. Pero esta vez las masas del Donbass, los mineros que veían que sus minas iban a cerrar, salieron a la lucha en defensa de su vida y su trabajo. Poroshenko lanzaba un feroz ataque contrarrevolucionario contra los trabajadores y masas sublevadas del este ya en el 2014, pero rápidamente el ejército se desgranaba por las bases y los soldados rasos de Kiev se pasaban a combatir del lado de las masas, surgiendo verdaderos comités de obreros y soldados. Los obreros ucranianos se negaban a ir a una guerra fratricida y Poroshenko no lograba alistar soldados. La política fascista se combinó entonces con una política de colaboración de clases en el este, con Putin y los máximos oligarcas y empresarios “prorrusos” ucranianos montando la falacia de la “república de Novorrosia”, independizando la región de las provincias de Donetsk y Lugansk, dejándolas bajo la órbita rusa, partiendo al proletariado ucraniano, y prometiendo ahora que aliados a Putin, evitarían el colapso de sus vidas que estaba imponiendo el “pro-europeo” Poroshenko. Así como en 2013, lo que la revolución ucraniana tenía planteado para triunfar era la unidad del proletariado del este y el oeste. Lo que buscaban impedir con la partición de Ucrania era que los obreros del este llegaran a Kiev, uniéndose a sus hermanos de occidente, bajo las mismas demandas que tenían y tienen de salarios dignos, trabajo y pan, el único camino para liberar a Ucrania del FMI, las garras de Maastricht y del chacal del imperialismo, Putin.
Para frenar la ofensiva de masas y estrangular una revolución por el pan que intentaba ponerse de pie a cada paso, el imperialismo alemán, francés y Putin firmaron el Pacto de Minsk, manejado por detrás por el imperialismo yanqui. De esta forma partieron Ucrania en dos: la región oeste quedó en manos de la pandilla de Kiev, títere de la OTAN, y la región este quedó controlada por Putin, a quien además, por los servicios prestados para derrotar la revolución, le dejaron el control de la Península de Crimea.
El stalinismo, aplaudido por todos los renegados del trotskismo, enviaba “brigadas” que garantizaban a rajatabla el cumplimiento de los pactos de Minsk y la impostura de la invención de la “República de Novorrosia”, actuando como verdadera quinta columna, asesinando por la espalda a quien osara no respetar el pacto y quisiera avanzar en su ofensiva hacia Kiev.
Si este engaño pudo montarse sobre las masas fue esencialmente por el accionar de las direcciones traidoras, por las aristocracias y burocracias obreras europeas -y las corrientes socialimperialistas- quienes aseguraron durante años que a Maastricht “se lo podía democratizar” y que había que pelear “por un Maastricht más social”. Por otra parte, stalinistas y renegados del trotskismo pintaron al chacal del imperialismo Putin como “antiimperialista” y “amigo de los pueblos”. Al mismo tiempo dijeron que Biden era “progresivo” y “democrático” y que era la mejor opción frente al “fascista Trump”. De esta forma sometieron al proletariado mundial a cada paso a la burguesía, haciendo pasar a sus enemigos como aliados, separando la lucha de los países centrales de la de sus hermanos del mundo semicolonial… Y luego de imponer sus tropelías, le echaban y le echan la culpa a las masas “por no intervenir de forma independiente en sus combates”.
Sobre la base de una Ucrania partida y con la revolución estrangulada, el imperialismo, como vemos hoy, profundiza su ofensiva.
Es que la alternativa de Ucrania era y es clara: o la clase obrera ucraniana unificaba sus filas y triunfaba una Ucrania soviética, socialista e independiente, o Ucrania se convertiría en una colonia tutelada por el FMI y Wall Street. Ucrania, hoy como ayer, o se convierte en un bastión de la revolución al oeste hacia Europa y hacia el Este a Rusia, o será un bastión de la contrarrevolución en el continente contra el proletariado mundial.
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